La indomia

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La indomia I. C. Viro


GINKGO BILOBA © del texto y las ilustraciones: I. C. Viro © diseño de cubierta:

BABIDI–BÚ libros S.L.

© de esta edición:

BABIDI–BÚ libros S.L, 2019 Fernández de Ribera 32, 2ºD Tlfns: 912.665.684 info@babidibulibros.com www.babidibulibros.com Impreso en España Primera edición: Septiembre, 2019 ISBN: 978-84-17679-32-3 Depósito Legal: SE 1033-2019 Reservados todos los derechos


La indomia I. C. Viro



Índice La pastora de caracoles.........................................................9 El extranjero........................................................................17 ¡El Fato!................................................................................27 Adiós, Donapeláredo..........................................................43 Una conversación importante...........................................53 El amuleto............................................................................63 Ulteria....................................................................................71 El grito de Cridania.............................................................79 Por la senda de los mensajes.............................................91 Viajando a la luz y a oscuras............................................107 El niño que era jefe (y el que no lo era).........................119 A pie y siguiendo el rastro...............................................135 Vita......................................................................................143 Llega el momento de actuar............................................153 No hay paz.........................................................................161 Para ser rescatada..............................................................169 De vuelta en la pradera indomia.....................................181 Sobre si se puede mover un río.......................................201 Epílogo...............................................................................211



La pastora de caracoles En un extremo del mundo, allí donde siempre es ve-

rano, guardan su sitio los indomios. Un poco extraños en sus costumbres, es cierto, y bastante raros en todo lo demás. Pero nadie que los haya conocido podrá negar que son fascinantes. Anocheció en uno de sus poblados. Todos habían dejado de cantar hacía rato y dormían muy juntos, agrupados por aquí y por allá bajo los árboles, sin hacer mucho caso a la lluvia que caía sobre ellos calándoles hasta los sueños. De pronto, uno de los cuerpos se estremeció, se agitó y se levantó a toda velocidad, pisando por encima de los demás hasta salir al camino. —¡Pero Vita! ¿Adónde vas? —llamó su madre, que se había despertado al sentir que le daban un pisotón en la nariz. —¡Mamá, los caracoles! 7


Vita corrió cuesta abajo hasta el cruce de las esculturas y siguió en dirección al puente, a veces chapoteando en el barrizal, a veces resbalando en las piedras planas. Cuando llegó al río volvió a girar a la derecha y saltó por encima del canal, que reventaba de agua. Al llegar allí, se detuvo. Toda su piel brillaba por la lluvia. Aunque seguía siendo noche cerrada, los relámpagos daban una claridad como de luna llena. Frente a Vita había un charco enorme de agua sucia y revuelta; y en él flotaban decenas de conchas de caracol. ¡Sus caracoles! Sin terminar de recuperar el aliento, Vita se lanzó al charco y, con el agua por las rodillas, comenzó a recoger desesperadamente todos los caracoles que podía y a dejarlos sobre la tierra firme, unos pasos más allá. Estuvo así un rato largo, hasta que la silueta de su madre gritó su nombre desde el puente. —¡Mamá, está todo roto! ¡Todo se ha destrozado! —respondió Vita, casi llorando. La madre le ayudó a llevar a tierra algún animal más. Muchas conchas se habían agrietado, y otras estaban envueltas en barro. Salieron las dos del charco, la madre casi tirando de Vita. A la niña le temblaban las piernas, pero no de frío. —Nadie les había enseñado a los caracoles a nadar, ¿a que no? —Me faltó eso, mamá. No había pensado que pudieran necesitarlo. 8


—No estés triste, hija, alégrate por los que han sobrevivido. —Solo han sobrevivido veintitrés. —Pero gracias a ti. Corriste a salvarlos. Estuvieron allí un rato más. Luego regresaron y se acostaron juntas arrimándose mucho bajo el árbol. La noche no era fresca, pero ¿cómo protegerse de la lluvia cuando no se vive en una casa? Pues eso son los «indomios»: los que no habitan casas. La primera vez que Vita había tenido en la mano un caracol había sido cuando era pequeña. Fue en un lugar no muy lejos de las cataratas. Se había estado bañando con su amiga Pinna y, mientras corrían persiguiéndose y rodaban sobre las malvisas para impregnarse de su olor, su amiga dio un grito. Había visto un caracol justo por donde Vita rodaba, y le dijo: «Creo que lo has aplastado». Vita se sentó y lo puso en la palma de su mano y le dio un golpecito con el dedo. Sintió compasión por un animal tan pequeño y frágil, tan mínimo comparado con ella. Pero el caparazón no estaba roto, y enseguida pudieron ver cómo asomaban dos tentáculos, la cabeza, el pie, y el caracol echaba a andar. Recordaba que en ese momento había aparecido en su mente una idea extraña: que para moverse hay que salir. A veces a Vita se le ocurrían pensamientos muy tontos, tan tontos que no se atrevía ni a decirlos en voz alta, aunque los guardaba todos. Estuvo cayendo agua y agua del cielo hasta que amaneció. Vita se había levantado pronto para ver qué había 9


quedado de su refugio de caracoles. Después de un año entero siendo la pastora de caracoles de la tribu, había aprendido muchísimo de estos animales. Unos meses atrás se le había ocurrido una idea magnífica: construir algo así como un parque para ellos. Tal vez, en la época en la que llueve menos, a los caracoles les gustaría tener un refugio húmedo al que ir, pues de todos es sabido que si hay algo que adoran los caracoles es un poco de agua. (¡Un poco de agua, pero no un río, Vita boba!) Les había gustado tanto su parque que muchos se habían quedado a vivir ahí; ¡pero no habían pensado que ya iba a comenzar la temporada de lluvias! Con la tormenta de anoche, el río Ripetacue se había desbordado y toda la construcción había sido arrasada. El parque para caracoles había sido un lugar magnífico. Era un montículo de hierbas y piedras que tenía la forma, claro, de una concha de caracol. Por la parte de arriba salía un delgado chorro de agua, y las gotas resbalaban por toda la espiral del montículo como si fuera un largo tobogán que hacía círculos y círculos. A los caracoles les encantan los toboganes. Además, en el montículo había túneles del tamaño de los caracoles, profundos y frescos. Todo estaba rodeado por eneneas, cañiscos y junqueles secos, trenzados, muy juntos y levantados como si fueran una pared. Parecían, sí, la muralla de un castillo, y fuera cual fuera la hora del día, siempre daba sombra. Rodeando el muro de cañas había un suelo húmedo y encharcado, 10


al que Vita hacía llegar el agua por un pequeño canal que había desviado del Ripetacue. Las cañas secas absorbían el agua, se empapaban hasta arriba, y provocaban nubes de niebla húmeda y fresquita todo el tiempo; a veces incluso se formaban pompas, que caían sobre los caracoles dándoles la alegría de una ducha inesperada. «Un invento muy ingenioso», lo había alabado el viejo Cotopio. Y Vita pensaba que, si hubiera nacido caracol, le parecería un paraíso. Pero hoy ya no lo pensaba. Hoy todo el refugio de caracoles era un pequeño lago sucio. Vita enterró los caracoles muertos y pidió perdón a los que se habían salvado. —Preferimos estar solos ahora —le dijo uno de ellos, gordo como un puño—. Tu refugio se ha convertido en una trampa de la muerte. Fuimos poco sabios y tú también, Vita. Nos marchamos ahora. Volveremos a encontrarnos luego, si acaso. Vita no supo qué contestar. Cuando los caracoles dicen «ahora» quieren decir a lo largo del día, porque son muy lentos. Así que cuando dicen «luego» significa dentro de mucho. Puede que Vita no volviera a ver a estos caracoles, sino a sus hijos o a sus nietos. Era muy triste pensarlo. Extendió la mano en señal de despedida, y el caracol subió y cruzó por la palma, dejando su senda de baba brillante en la piel. Al menos eso era bonito. Ese brillo y la concha marrón que le hacía imaginar la tripa de su madre cuando ella era un bebé y estaba dentro. Y al ver 11


los grupos de caracoles alejándose con sus conchas bamboleantes, pensó que era bueno que no hubieran perdido sus casas ni tuvieran que reconstruirlas en otro lugar. En eso se parecían a los indomios. Mientras estaba en eso, sucedió algo extraño. ¡Extraño incluso para una indomia! No supo desde qué momento, pero Vita juraría que había dos ojos mirándola a través de los arbustos, en la otra orilla del río. Eran unos ojos tan claros que parecían dos pedazos de cuarzo, casi hipnóticos, penetrantes. Y, sin embargo, parecían de persona. Vita sintió la nuca paralizada y tensa, la sangre palpitando por sus sienes. Aquellos ojos se abrieron más y dudaron un momento, pero a continuación la volvieron a mirar a ella con muchísima atención, un poco descaradamente, la verdad. Luego pudo ver (¿o imaginar?) bajo los ojos el resto de una cara humana, también muy blanca, y llena de pelos amarillos a los lados y debajo de la boca. Y otra vez los ojos provocadores, que al mirarla querían atravesarla o atraparla. Le pareció que esos ojos se le colaban hasta dentro del cuerpo y la recorrían entera. Lejos se sentían unos ladridos y pisadas de caballo, que más que oírse se notaban por cómo vibraba el suelo bajo los pies descalzos. La persona de los ojos claros, después de girar la cabeza hacia donde venía el ruido, volvió a mirar a Vita y se desvaneció entre los arbustos. Para su propia sorpresa, cuando Vita pudo darse cuenta de lo que estaba haciendo, se vio a sí misma con el agua por la cintura, en mitad del 12


río, avanzando hacia la otra orilla. ¿Cómo había podido llegar hasta allí sin notarlo, moviéndose hacia aquellos ojos tan descarados? Nunca había sentido nada parecido a estar hipnotizada... El agua saltaba desatada y violenta alrededor de ella; una rama arrastrada la golpeó y volvió en sí como de un sueño. No vería más aquellos ojos hasta mucho tiempo después. Los caracoles, ahora los caracoles. Regresó a ellos y a su tarea.

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GINKGO BILOBA

Los indomios no habitan en casas. Son libres, impredecibles y no parecen conocer el miedo, allí, en su pradera donde siempre es verano. Pero algo se tuerce: Vita, una chica de la tribu, siente el extraño impulso de abandonarlos. Se aventura fuera de su territorio para buscar unos animales míticos en los que ya nadie quiere creer. ¿O busca algo más? Comenzarán a llegar alarmantes señales de peligro y varios chicos indomios (en fin, tal vez no los más hábiles...) intentarán recuperar a su amiga. ¿Pero puede rescatarse a alguien que no quiere ser rescatado? ISBN 978-84-17679-32-3

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