La nana

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La Nana

M.C. Martínez Bautista

Crujir

¿Y si poco a poco sientes la necesidad de soltar?

Primero escuchas sin oír, no hay nada… ningún ruido que te haga sentir… Te esfuerzas en descubrir lo que te rodea, recuerdas, nunca has olvidado, solo has mantenido ese abrazo.

Si pudieras pararías tu mundo para respirar profundo, pero… eso ya no es , de hecho, nada es, así que durante un tiempo no contado permaneces así, apretándote a la que amas, a oscuras y manteniendo cerrados esos ojos que no ven. Y así, en la negrura en la que habitas piensas que tú sabes cómo suena el mundo de arriba, cómo huele, que antes podías sentirlos y escuchar su vida por encima de ti, y no evitas añorarlo, así que con esos recuerdos comienza el despertar.

Es curioso que poco a poco llegue ese ahogo, la sensación muy pequeña al principio, creciente al tiempo, de querer respirar, de gritar sin eco desde lo más profundo de ti, de que todo lo que tengas a tu alrededor sienta ese sonido y se aparte. Esa sensación de falta, de aquellos que no están, que no recuerdan, los que no debían olvidar, ¡que se aparten todos!, y puedas por fin echar lo que te ahoga dentro.

Y aguantas por la paz y la luz que te abraza, por la que te quiere y porque te hace bien, te protege, te da esa eternidad calmada solo

que… llega un instante en el que en medio de ese silencio primero separas un dedo, abres una mano, despacito, mucho, y te quedas así, quieta por si algo cambia y no, sigue igual. El espacio que te rodea, ese mundo negro en el que pareces flotar no se da cuenta de ti.

Tocas con tus manos la tela envejecida y tiemblan los dedos pero nada, no hay alteración y es cuando un día, o una noche, eso no te importa, es entonces cuando abres tus ojos y sin ver, sientes a tu alrededor.

Te encuentras rascando suavemente esa tela que recubre la caja, por dentro sabes que era brillante porque estabas allí cuando la despedías, brillante y clara. Y tan suave… Lentamente la comienzas a acariciar con la yema de tus dedos, muy despacio, por el tiempo pasado ya no desliza, ahora está como seca, y percibes el crujido, son como pequeños quejidos a la caricia así que hundes tus dedos apretándola hasta que una de tus uñas se parte quedándose enganchada, frenas un instante para continuar rascando frenéticamente la misma y vuelves a ser tú, deja de ser una mano arrugada y débil, llegas a romper el tejido pero continúas, ahora ya no cruje, ahora es la madera y la rascas, tampoco hay dolor, pero ahora sí hay algún sonido que te haga sentir.

No eres consciente del tiempo que has pasado a su lado, no importa, ella es lo que te mantiene en paz y a salvo de lo que dejaste, la miras, la recuerdas y la quieres, pero giras tu cabeza sin mover el cuerpo y sabes el camino para llegar arriba. Sigues allí, es tu sitio, el ahogo también se queda contigo, pero el silencio permanece y no tienes prisa.

El tiempo… ese no es el problema.

Algo se remueve lentamente, eres tú susurrando con tu cuerpo a la oscuridad, no quieres que otros sepan de ti, que continúen fuera, por más que estás segura de que te esperarán toda la eternidad, pero que ahora parece que te dejaron sola. El vestido largo y tieso

por la tierra que lo cubre parece pesar mientras fuera los pájaros salen volando de los árboles y los gatos saltan entre las rejas de las vallas del cementerio. Pero aún sin amanecer, no llaman la atención. Todo queda como estaba en lo que se percibe.

Abajo, entre ese olor húmedo a tierra que se adivina sin sentir, acarició el pelo de su madre con amor, y despacio, muy despacio se fue separando de su cuerpo, no es una distancia física porque el lugar es muy limitado, pero a veces cuando mueve la cabeza hacia su hombro izquierdo y la mira se siente lejos y bajando los ojos sonríe y las palabras de ella vuelven al recuerdo. Una última mirada sirvió para despedir la imagen de aquellas dos mujeres ancianas, encorvadas, abrazadas para siempre.

Pero fuera, una de ellas ya no es la anciana que quedó atrás, aquella no es más que la funda que protege a la que salió.

«Desde la oscuridad final os regresará al camino, incluso sin esperanzas…».

—Sin esperanzas, ¿sabes una cosa, madre? También decían que no era justo terminar en nada pudiendo ser todo, y nada es lo que fui, nada es lo que tuve. Puede que tu eternidad no sea la mía. Tranquila, no me moveré todavía, debo entender lo que me rodea y volver a sentir lo que vive encima de la tierra. Cuando pueda, cuando el grito llegue y sea capaz de soltarlo, regresaré. Sé que fuera de este lugar de silencio y descanso hay quien me espera, que hay castigo sin cumplir. Estaré a tu lado, pero no formaré parte de tu luz —susurra muy bajito.

Y así corre el mundo contigo aprendiendo a volver. En poco comienzas a escuchar, hay pájaros cantando, se oyen pasos cansados y al tiempo hasta sientes su dolor. El mundo de los de arriba vuelve a ser conocido para ti por más que continúes abrazada, por temor

a los que se deslizan como tú por las sombras puesto que aunque no los has sentido sabes que acechan. Es cuando te das cuenta de la falta, de tu soledad, porque sabes que había alguien más que ya no aparece, que el mundo de arriba se lo llevó de alguna manera y tú sigues allí, pero nadie te recuerda.

Esperas la luna, sabes que esta noche estará completa y te sueltas apartándote de ella, muy suave repites que volverás, aprietas la madera por el lugar que la tela está ajada y… simplemente sales.

Sentada en el suelo, encima de una piedra de mármol cercana miras a tu alrededor y ya no cierras los ojos, el muro no te enseña lo que hay fuera, pero la valla lateral si deja que veas el camino que tanto anduviste, los árboles, las casas y el silencio roto por algún animal.

Mientras permanezcas dentro del lugar, tras las puertas que te separan del mundo conocido estarás protegida así lo entiendes, es suficiente por ahora así que te levantas y sin acercarte a la reja, abres la boca y sacas lo que llevas dentro, seco y fuerte. Después tratas de respirar, recuerdas cómo era dejar entrar el aire, sabes que no lo haces pero no importa, con esa sensación es suficiente, caminas entre las piedras levantando la cabeza y estirando el cuerpo te sientes de nuevo ¿viva?, con tus manos tocando las piedras que guardan a otros que descansan para siempre, tú no, todavía no…

—Tu pequeña Tonia, madre, seguirá buscando su lugar.

Solo si no se tiene se desea.

El ansia por ser algo distinto, las ganas de vivir la vida de otros pueden llevar a la locura.

O tal vez todo se reduce a que quieres ser como los demás.

Ver

Durante la cena ha estado viendo las noticias locales en la televisión, mientras recoge el vaso comienza la entrevista a una autora de la zona.

—¿Cómo era que se llamaba esa chica morena? —piensa para ella, hasta que de pronto le viene el nombre—. Sofía, Sofía Nevado, ¡es verdad!

La periodista pregunta a la mujer que está sentada enfrente de ella, cree escuchar su nombre, una tal M.C., no entiende más allá, sobre sus novelas, ella contesta y la mujer comprende que suceden en su ciudad, además, dejándola hablar cree entender que son allí, muy cerca de su casa, en su barrio. Desde la cocina, de vez en cuando, saca la cabeza para verlas, sabe que esos vídeos no duran mucho tiempo, no más allá de un cuarto de hora. Percibe cierta complicidad entre ellas y le hace gracia, por eso continúa escuchando, a Sofía la sigue desde hace mucho, a veces hasta se ha reído con ella durante alguna de sus entrevistas, de todos los presentadores, es la que más le gusta. Ella tenía una perrita de color clarito, alguna vez ha hablado de ella porque está segura de que le gustan mucho los animales. Si no se le olvida, puede que se pase a ver a la librería cercana a su trabajo, Serendipia, le pilla de camino a casa y quizá le pueda preguntar a Rafa, él siempre está allí y la asesora muy bien sobre las novelas, ya la conoce, así

que irá a ver qué le puede contar acerca de una de ellas, a ver cuál le aconseja, suele acertar con sus gustos.

—Todavía no es tarde —piensa, pero recuerda que ha de preparar el biberón del bebé así que apura la fregada y tras secar el plato, deja el trapo doblado pulcramente y pasándole una mano para que no tenga ninguna arruga lo deja encima del grifo procurando que sea simétrico en su caída. Da tres pasos hacia su derecha y abre la puerta del armario alto, el que hay junto a la ventana desde donde puede ver el patio interior, no evita echar un ojo a las otras cocinas, desde alguna de las cuales se oye el bullicio de los vecinos. No imaginan lo que le molestan esos ruidos. Saca el bote de la leche en polvo y le da un golpecito seco sobre la encimera, para que no se apelmace, lo abre y con el cacito pone la cantidad que el niño necesita, después enciende la placa y pone una pequeña olla con agua a hervir. Hace dos tardes, curiosamente, en la tienda de abajo, oyó a una joven decirle a la tendera que ella ponía el agua en el microondas a calentar, le horrorizó francamente. Siempre ha sido muy cuidadosa en su vida, y más con sus hijos. Siempre ha creído que el agua debe bullir hirviendo lentamente, lo mismo que la leche, cuando de niña permanecía observando al fuego y de repente comenzaba a crecer hasta rebosar.

—¡No pierdas atención! ¡Mira que no se salga! —Recuerda a su abuela gritándole con esa voz rota que tanto llegó a odiar. Entonces y solo entonces era cuando hervía y estaba para beber. Y ella quería lo mejor para los pequeños. Siempre.

Cuando está preparado, saca de un cajón un pañito azul celeste, aun estando doblado, lo abre y lo vuelve a colocar.

—Siempre lo mejor. Yo no soy como ella, ¿verdad, mamá? —se repite.

Al pasar por el salón, apaga la televisión, es mejor el silencio, le gusta escucharlo tomar el bibe, chupando la tetina. Anda por el

pasillo hasta llegar al habitación que hace codo, mete la mano en el bolsillo derecho y sacando la llave la introduce en la cerradura, oye el clic cuando la gira a la derecha y se abre.

—Hola, cariño, mami te trae la comida, mi niño bueno —le dice al bebé que hay en la cuna blanca al fondo, juraría que le hizo una carita. Callado la observa, con el chupete en la boca, ella se lo quita con suavidad sonriéndole mientras lo coge y nota cómo la cabeza le cae atrás—. ¡Ay, mi pequeño! —le dice recogiéndosela con mucho cuidado con la otra mano. Lo acuna y pasa su mano por la cabecita antes de sentarse en la mecedora frente a la ventana. Pone el biberón en su boquita y busca sus ojos, antes de cerrar los suyos y apretando su pie al suelo, comienza a mecerlo a la par que bajito, le canta una nana inventada por ella cuando un suave tintineo acompaña la melodía. No es tan bonita como la que escuchó a su madre, porque era muy pequeña y cree no recordarla entera, pero ella está segura de que a su niño lo tranquiliza. La canción de cuna suena más dulce porque ella mueve su muñeca de vez en cuando y la pulsera que le cuelga emite ese sonido que acompaña a su voz. Tampoco ha estado controlando el tiempo, pero antes de dejarlo en la cuna de nuevo lo ha limpiado, le ha cambiado la ropa y el pañal y con todo, sale sin hacer ruido. Un último vistazo a la habitación, se respira calma.

—¡Eres tan bueno, amor! Descansa bien, mamá te cuida, mi niño dulce. —Y cerrando la puerta lo deja atrás, no sin antes pensar en los otros dos, aquellos que a diferencia del pequeño, no paraban de llorar, no tomaban bien y la descentraron hasta el punto de no poder dormir, alteraron su vida, hasta hubo de pedir una baja en el trabajo, pero ya no importa, ahora es mucho más fácil con él. Todavía no ha decidido el nombre, es algo que desde que empezó con sus hijos, no se le había hecho fácil. Puede que el comportamiento de ellos influyese.

Si no te proteges, no estarás preparada para cuidar lo que quieres.

Cuando la luz se esconde, alguien busca lo que anhela, acercándose hasta poder cogerlo, sin importar tu dolor.

Regresar aún cuando nadie espera araña el alma de la que descansa, mientras busca el camino.

La vida y la oscuridad llegarán a conectarse haciendo que el mayor temor no lo traiga la realidad, sino la que en silencio escucha las plegarias de los perdidos.

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