La pandilla intergaláctica Viaje en el tiempo a la Antigua Roma
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Capítulo 1.
Viaje a la Tierra
Era una mañana como otra cualquiera en el planeta Kap-El. Oriel y su hermana Lizel seguían durmiendo cuando su madre los despertó desde el piso de abajo: —¡Lizel!, ¡Oriel! ¡Es hora de levantarse, y os he preparado vuestro desayuno favoritoooo! —dijo con un tono cantarín. Lizel y Oriel saltaron de la cama, se cruzaron corriendo por el pasillo y gritaron a la vez: 3
—¡Tortitas con mermelada de frutos azules y zumo de libamba! Los dos se sentaron a la mesa y se pusieron a desayunar. Mientras, sus padres estaban de pie observándolos con cara de preocupación. Oriel levantó ligeramente la vista hacia sus padres con cara pensativa y aún con media tortita dentro de la boca dijo: —Un momento… aquí pasa algo raro. Mamá solo prepara tortitas y zumo de libamba el día 13 de la semana, y hoy es el día 4 de la semana. Oriel siguió mirando fijamente a su madre mientras tragaba la tortita. —¡Es verdad! —dijo Lizel levantando la vista de su plato y fijándola en su padre—. Decidnos… ¿qué está pasando aquí? —Bueno… —comenzó la madre a hablar—, vuestro padre y yo hemos estado hablando y hemos pensado que sería una buena idea trasladarnos a vivir a otro sitio… 4
—Ah, ¿sí? —contestó Oriel—, ¿y a dónde iríamos?, ¿a los Cráteres del Norte, a las Llanuras Rocosas…? —¡O podríamos ir a las Islas Flotantes! —dijo Lizel con entusiasmo. —La verdad es que no son malas ideas —interrumpió su padre—, pero vuestra madre y yo habíamos pensado en un lugar… un poco más lejano. —¿Cómo de lejano? —preguntó Oriel. —Pues… más o menos… a unos 10 millones de años luz. Nada más escuchar la respuesta de su padre, a Lizel le dio la risa, pensaba que estaba de broma, y a Oriel, que estaba bebiendo su zumo de libamba, se le salió el zumo de golpe por la nariz. —No es una broma —dijo su madre. —¡NOS VAMOS AL PLANETA TIERRA! —gritaron ambos padres a la vez. —Hemos buscado planetas por todo el universo, y este es el que más nos ha gustado. 5
Además, el aspecto físico de sus habitantes es muy similar al nuestro, así pasaremos inadvertidos —explicó el padre. —Ya, pero… ¿y qué hay de nuestras costumbres? ¿O esas cosas que nosotros podemos hacer y ellos no, como teletransportarnos o viajar en el tiempo? —preguntó Oriel. —Pues deberás tener cuidado con esas cosas, debemos pasar desapercibidos, por lo que tendremos que aprender sus costumbres y vivir como ellos. —Bueno, a lo mejor no está tan mal… —comentó Lizel—, además, me vendrá bien cambiar de estilo de ropa, ¡estoy harta de estos colores fosforitos! —Entonces… ¡pongámonos en marcha! —los animó su madre—. Id a preparar las maletas, que yo voy arrancando la nave. Oriel y Lizel fueron rápidamente a preparar su equipaje, aunque no cargaron mucho porque sabían que algunas cosas como sus juguetes o su ropa no les servirían en la Tierra. Guarda6
ron sus superrobots-ordenadores y algunos alimentos porque no sabían qué tipo de comida se encontrarían en el nuevo planeta. Una vez preparados a bordo de la nave, emprendieron su viaje, y aunque era un viaje intergaláctico en realidad sería corto. Los «kapelianos» eran capaces de teletransportarse de un lugar a otro en cuestión de segundos, gracias a sus avances tecnológicos. Sabían que su llegada debía ser discreta, así que para pasar desapercibidos aterrizaron en medio de un maravilloso campo de lavanda de un pueblo llamado Tiedra, en España. Los únicos testigos de su aterrizaje fueron una pequeña liebre que pasaba corriendo en ese momento, y un cernícalo primilla, un tipo de halcón que sobrevolaba aquel precioso campo vestido de violeta. Los padres de Lizel y Oriel lo tenían todo planeado y preparado para su nueva vida en la Tierra. Unas semanas antes ya habían viajado ellos dos solos para buscar una casa donde vivir 7
y un colegio para los niños. Pero primero necesitaban encontrar un lugar donde guardar su nave, ya que no era lo suficientemente pequeña y discreta como para meterla en el garaje de la casa. Y allí, en Tiedra, encontraron un Centro Astronómico que se dedica a proteger su cielo nocturno, para así poder llevar a cabo actividades de observación de los fenómenos que ocurren en el cielo, como las lluvias de estrellas, los eclipses, el paso de cometas, la alineación de planetas, etcétera. Así que aquel les pareció un buen sitio para esconder su nave. Tras hablar con el director del centro, este les ofreció un lugar donde guardarla para que estuviera a salvo, y les prometió guardar el secreto. Además, el amable terrícola les ofreció ir al observatorio siempre que quisieran para utilizar sus potentes telescopios, y con ellos poder observar su planeta desde lejos. Nada más aterrizar, los cuatro salieron rápidamente de la nave, pero Lizel y Oriel lo primero que hicieron fue inspirar profunda8
mente y llenar sus pulmones de aquel aroma a lavanda, que nunca antes habían olido. Después observaron con detenimiento el paisaje que les rodeaba, ¡todo era tan nuevo y desconocido para ellos!... —¡Oriel, Lizel, vamos! —gritó su padre sacándoles de su asombro. Ellos obedecieron y siguieron a sus padres que, con una especie de mando a distancia, dirigían la nave hacia el Centro Astronómico, como si fuese un coche teledirigido. Lo importante en aquel momento era esconder la nave, después ya tendrían tiempo de visitar la zona con calma. Una vez allí, en el observatorio, un joven astrónomo y empleado de confianza les estaba esperando para ayudarles a guardarla. —Sed bienvenidos a nuestro planeta, yo soy Mario, os estaba esperando. Deseo que vuestra estancia sea agradable, y ya sabéis que aquí en el Centro Astronómico siempre seréis bien recibidos. —Muchas gracias —contestaron los cuatro al mismo tiempo. 9
Los padres de Lizel y Oriel se quedaron un rato charlando con Mario, y mientras, los dos hermanos se dieron una vuelta por el pueblo para conocer su nuevo planeta y, en concreto, el lugar donde habían aterrizado. Tiedra, un pequeño pueblo de la provincia de Valladolid tenía unas amplias y preciosas tierras; y el mejor sitio para disfrutar de aquel paisaje era la torre del castillo. Durante su paseo, Lizel y Oriel acabaron a las puertas del castillo. Aquella gran torre de piedra, rodeada de una muralla y cuya entrada era una pequeña puerta de madera, les maravilló. En su planeta también tenían construcciones arquitectónicas que habían sido creadas por sus antepasados, pero en nada se parecían a las nuestras. La mujer que trabajaba como recepcionista en el castillo, al verlos, se acercó a ellos. —¿Os apetece entrar y visitar el castillo? —les preguntó. —¿Podemos? —preguntaron ellos al unísono. 10
—Claro… Además, si tenéis un teléfono móvil podéis escanearos el código QR que está en el cartel, y así podréis conocer más cosas sobre el castillo. Lizel y Oriel no tenían un teléfono móvil, pero tenían su superrobot-ordenador que podía hacía hacer muchas cosas; cosas inimaginables para los terrícolas. —¿Crees que funcionará? —le preguntó Lizel. —Seguro que sí… Y tú, que estás leyendo este libro, también puedes escanear el código que aparece en esta página y acompañar a nuestros protagonistas durante su visita al castillo. ¿Os apetece conocer lo que hay dentro de él?
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Oriel escaneó el código con su robot y así comenzaron la visita. A la salida le contaron a la recepcionista lo mucho que les había gustado y le agradecieron su invitación. Tras despedirse, se marcharon de nuevo hacia el Centro Astronómico. Cuando llegaron allí, ya se había hecho de noche y encontraron a sus padres tranquilamente tumbados sobre unos bancos de piedra mirando hacia las estrellas, mientras Mario, el joven astrónomo, les señalaba las constelaciones y les explicaba la leyenda que cada una de ellas esconde. Lizel y Oriel se unieron a sus padres y se tumbaron junto a ellos. ¡Jamás habían visto aquellas estrellas! Desde su planeta también veían un montón de estrellas, pero no eran las mismas que las que nosotros podemos disfrutar desde la Tierra. Pasaron una noche mágica, descubriendo otra parte del universo que ellos no conocían. Descubrieron otras constelaciones como el Carro, Sagitario o Hércules; y con el telescopio vie12
ron de cerca los cráteres de la luna y los anillos de Saturno. Y a pesar de que nuestra tecnología no es tan avanzada como la suya, les pareció igual de maravilloso haber podido disfrutar de aquella nueva experiencia. Tras agradecerle al astrónomo su ayuda y despedirse de él, la familia se marchó a su nueva casa o, mejor dicho, se teletransportaron hasta ella.
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Lizel y Oriel son dos hermanos extraterrestres que se mudan al planeta tierra donde hacen amistad con un grupo de niños. Todos juntos viajan al pasado a la Antigua Roma donde conocen a Julia, una gladiadora a la que le han robado su espada (gladius), sin la cual no puede luchar en la batalla de gladiadores.Lizel, Oriel y el resto de la pandilla se embarcarán en la aventura de descubrir quien robó el gladius recorriendo Roma siguiendo las pistas que van recabando y conociendo así su cultura e historia. ¿Conseguirá Julia su sueño de competir en la lucha de Gladiadores? Valores implícitos: Irse a vivir a otro planeta supone para Lizel y Oriel dos retos: uno, el encontrar nuevas amistades y el otro, que esos nuevos amigos guarden su secreto.Asimismo, durante su aventura por la antigua Roma, además de conocer su cultura e historia, esta pandilla de nuevos amigos ofrecen su ayuda desinteresada a la joven Julia. Esta historia hace comprender a los lectores el gran valor de la amistad, la lealtad y la satisfacción que se siente cuando, gracias a tu ayuda, tus amigos consiguen alcanzar sus objetivos.
ISBN 978-84-18649-60-8
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