Me llaman «la señora Papadas», pues mi mamá me dio ese apodo. Ella dice que soy la bebé más hermosa por dentro y por fuera que existe en el planeta Tierra.
Tengo una cana mágica. Mi papá dice que es una antena. Creo que él es muy perceptivo, porque no está tan equivocado.
Cuando nací, me di cuenta de que todos los adultos traen en una mano un aparato. Raramente lo sueltan, y cada uno tiene el suyo. Con él hacen todo, desde capturar momentos hasta ver videos, escuchar música y comunicarse con el mundo entero. Todos los adultos están conectados por medio de estos aparatos.
Mi cana mágica lo que hace es romper esta señal, y cuando mis papás están conmigo, solo les permite realizar dos cosas: hacer fotos y escuchar música.
Esto puede parecer raro. Pero les puedo asegurar que mi cana sí es mágica, y por este motivo, les contaré mi historia.
Cuando nacemos, nuestros papás son nuestro mundo, y cuando este mundo se vio puesto en peligro por un aparatejo, mi cana tuvo que empezar a actuar.
Todo empezó cuando mamá, papá y yo llegamos a casa. Estaban todo el tiempo viéndome, sonriendo, diciendo que era lo mejor que les había pasado en la vida, que les había cambiado todo en el momento que me vieron por primera vez. Y entonces mamá le dijo a papá:
—Amor, creo que tenemos que limitar el uso del celular. He escuchado que este aparato nos provoca el perdernos momentos inolvidables que no vuelven. Como la primera vez que sonríe, o que se ríe o que bostece...
Mi padre le contesta:
—Claro, mi amor, solo lo usaremos como cámara. Nada más.
Entonces mi cana se enderezó y los escuchó. De primeras no entendí bien a qué se referían, pero sabía que no era nada bueno si eso iba a provocar que mis padres me dejaran de ver hasta dormir.
Entonces empecé a poner más atención. Al principio no podía detectar de qué hablaban, pero poco a poco nos encaramos el celular y yo.
