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«Para Carolina, que me enseñó a volar con la cabeza sobre la almohada. Para los ojitos atentos de mis pequeños amigos, que me animaron a seguir contando, para las manos de mi familia, que me aplaudieron, para los que dijeron “tú puedes”, para Carlos, por la fuerza que me dio con su ilusión, para Björn, por los cuentos que vendrán».
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Es una mañana preciosa, en la que la ardilla no tiene nada importante que hacer. Ya ha recogido infinidad de frutos para pasar el invierno. Su árbol alacena está a rebosar de nueces, castañas, almendras, avellanas y todo lo que ha podido encontrar correteando por el bosque durante el otoño. Descansando sobre la rama de un enorme castaño, disfruta del sol cálido de noviembre, que cada vez es menos intenso. Las hojas alargadas de los árboles van perdiendo su tono verdoso que siempre le recuerda a las ranas del estanque. Las puntas se van coloreando poco a poco de un suave color ocre por la falta de luz. En ese momento es cuando la ardilla se da cuenta de que cada vez queda menos tiempo para el juego, ya que la nieve llegará pronto a su querido bosque.
Entonces decide que pasará el resto de la tarde jugando con su amiga Carolina.
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Saltando de rama en rama de ese bosque en el que habita, tan frondoso, llega a la cabaña en la que vive la pequeña niña de cabello como el trigo ya maduro y ojos dulces como la miel.
A la ardilla le gusta tanto porque parece que está hecha de los mismos elementos que conforman el bosque. Cuando habla, el sonido de algunas letras se escapa entre los huecos de los dientes que acaba de perder, y le recuerda al viento que se cuela entre las ramas y acaricia las hojas en las copas de los árboles más altos. Esos a los que trepan juntas para ver el cielo más cerca.
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Su risa es como el sonido de una bandada de pájaros arremolinados en las frondosas copas de los árboles al atardecer. Parece un pequeño animalillo correteando entre los helechos, pasando de puntillas, sin molestar con su pequeña presencia.
Le encanta verla trepar por los muretes de piedra con sus manos ágiles, entre las que no se interpone frontera alguna entre ella y su querido bosque.
Definitivamente, Carol es su niña preferida.
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