La tierra de los rostros quemados II

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Cecilia Maldonado Gallego





I

Jaime★

D

i un paso más y las puertas automáticas se abrieron dejando entrar el aire frío y húmedo del exterior que no tardó ni un segundo en calar por completo mis huesos. Cogí la sudadera que llevaba colgada del hombro y me la puse sin demora. Estaba allí, con los pies puestos sobre un terreno desconocido, pisando una de las ciudades más frenéticas del mundo, sorteando los antojos de un país extranjero del que no conocía prácticamente nada y lidiando con un idioma con el que apenas me podía comunicar. Mi padre me acompañaba, o más bien me escoltaba, aun así no podía evitar sentirme rematadamente solo. No me hablaba y sus miradas acuchillaban mis pupilas cada vez que se cruzaban nuestros caminos. Me daba exactamente igual lo que pensase o sintiese en aquel momento, para mí mis padres habían muerto. Me acababan de hacer la persona más desgraciada del mundo y, por mucho que les había rogado, no me dieron ni una sola oportunidad para demostrarles que había cambiado. Había pasado los últimos días deseando poder despedirme de ella, aunque solo fuese decirle adiós, pero finalmente había sido imposible. El yugo 5


de mis padres me aprisionó de tal forma que me dejaron encerrado en casa como si de un delincuente se tratase. Yo hubiese preferido coger el metro o el autobús, pero mi padre no dio opción y subió en un taxi negro, de los típicos que tanto acabaría odiando. ¿No podía ser normal por un día? ¿Tanto le constaba ser una persona humilde y utilizar el transporte público? Odiaba sus aires de superioridad, que llevase traje y corbata hasta para dormir y que se pasease en su Mercedes recién tapizado por la ciudad mirando con condescendencia a los demás conductores. Jamás había conseguido comprender dónde había quedado aquel hombre divertido y entregado a sus hijos que yo había conocido durante los primeros años de mi infancia. Mi madre había pasado de ser su mujer a ser una sirvienta a la que también hablaba con autoridad y a la que no dejaba tomar ni una sola decisión. Qué pena que mi hermano Joan, el único que tenía un poco de cerebro en aquella familia, no estuviese allí para ver todo lo que estaba pasando. No me extraña que el pobre saliese escopeteado de casa en cuanto tuvo la oportunidad. El caso de David era diferente porque era un fiel retrato de mi padre, un inmaduro oculto bajo un disfraz de dictador barato. Lo único por lo que me alegraba estar allí era no tener que pasar ni un segundo más en mi casa. No sé cuánto tiempo pasamos en el taxi, pero pronto llegamos a una carretera rodeada de árboles y de grandes explanadas verdes que nos conduciría hasta una casona del siglo XIX. La verja que separaba el edificio del exterior se abrió permitiendo al taxi entrar justo hasta la puerta de la mansión. Cuando puse los pies sobre la gravilla mojada me percaté de que todo aquello estaba prácticamente muerto y no me extrañaba, la verdad. ¿Quién iba a querer pasar las tardes a la intemperie si no hacía más que llover? Menudo clima de mierda… El taxi no se marchó, esperó a que mi padre se deshiciese de su molesto equipaje, yo. Nada más entrar me quedé sorprendido de la grandiosidad del edificio. Al principio me 6


pareció increíble que yo fuese a vivir allí, un lugar que parecía la morada de grandes duques de algunas de mis películas preferidas. La mujer de recepción me indicó dónde estaba mi habitación y mi padre, sin cruzar el umbral de la puerta, me miró a los ojos y me cautivó con su emotiva despedida. —Me voy. Compórtate y no me avergüences más. Dio media vuelta y se marchó sin ni siquiera pasarme un brazo por el hombro o mandarme una sonrisa envenenada. La mujer de recepción se dignó a explicarme que la cena era a las seis y cuarto y que el comedor estaba a la derecha del hall, justo al bajar las escaleras. Al menos creo que dijo eso, aquella gente hablaba condenadamente deprisa. En la habitación vi dos camas, una sin hacer con las sábanas y la colcha azul marino cuidadosamente apiladas sobre un colchón desnudo y otra cama perfectamente hecha y con el más mínimo detalle cuidado. El marco de la ventana era de madera, seguro que el frío se iba a colar de lo lindo por las noches consiguiendo congelarme los huesos. La estufa estaba debajo de la ventana, para mi gusto una pérdida de energía importante teniendo en cuenta que aquellas ventanas tenían más años que Matusalén y que muy bien cuidadas tenían que estar para poder mantener el calor entre aquellos muros centenarios. Las paredes no estaban pintadas, tenían papel pegado con estampados de hacía siglos que poco tenían que ver con el resto de la decoración. También es verdad que cualquier cosa parecía moderna si lo comparábamos con lo viejo que era el edificio. No había persiana, algo bueno porque me permitía ver continuamente lo mejor de la habitación: las vistas a la parte posterior de la parcela. ¿Cómo iba a dormir sin persiana ni cortina? Era de locos pensar que podría conciliar el sueño con la luz adentrándose libremente por la ventana. Las cosas iban de mal en peor cuando me di cuenta de que no había baño en la habitación y que tendría que compartirlo con el resto de chicos de la planta. Ducharme entre un montón de gente, 7


lavarme los dientes delante de desconocidos y hacer mis necesidades sin poder sentarme. Al menos el armario era lo suficientemente grande como para meter toda la ropa y tenía algunos cajones para poder esconder mis libretas y lienzos para dibujar. Había dos mesas de estudio, así que nada más abrir la maleta extendí mis lápices y carpetas por el escritorio libre, intentando encontrar una mínima conexión con mi casa. Deshice el resto de la maleta, colgué la ropa en las perchas y extendí las camisetas sobre las baldas de madera del armario. Lo último que me quedaba por colocar eran las fotografías y los dibujos que había llevado de Allie, de Álex, del viaje a Etiopía y de mi perro de la infancia. No había llevado ninguna de mis padres ni de mi familia… Miento, sí que las llevé pero en aquel momento no merecían que les hiciese un hueco en mi mutilado corazón. Coloqué encima de la mesilla el marco con la foto de los tres. Eran las personas que más quería en el mundo, al menos ahora que mi familia no me había apoyado y se había deshecho del problema sin tan siquiera intentar afrontarlo. Dejé el reproductor de música en la mesilla y repartí el resto de fotos por la pared de la mesa de estudio. Cuando acabé de hacer la cama me tumbé sobre ella y miré al techo ensimismado, ese techo amarillento que se caía a pedazos, que me recordaba lo lejos que estaba de casa y lo duro que era el paso del tiempo. Me mantuve en aquella posición durante varios minutos, quizá fueron segundos aunque pareció una eternidad, hasta que apareció por la puerta mi compañero de cuarto. Se trataba de un chico un palmo más alto que yo, de pelo rojizo y con unas facciones muy comunes rodeadas de pecas marrones por doquier. Desde que entró en la habitación se mostró simpático conmigo e intentó hacerme sentir cómodo en mi nueva habitación y en mi nueva vida, que había cambiado drásticamente. Me invitó a cenar con él y sus amigos minutos más tarde, y fue allí donde me di cuenta de que mi calvario no había hecho más que empezar. 8


Debería llevar uniforme desde el amanecer hasta que me acostase. Aquella dictadura me recordó a los amargos años de instituto en el colegio de monjas. Entré en el comedor y juro que me quemaron los ojos cuando vi que todos, absolutamente todos, vestían el horrendo jersey sin mangas azul eléctrico con el escudo corporativo del colegio y unos pantalones grises totalmente anodinos que me recordaban a los que llevaba mi abuelo los domingos. No fue tan malo descubrir que se trataba de un internado mixto, aunque las habitaciones de chicos y chicas estaban en diferentes pisos y en el comedor no se nos permitía sentarnos juntos. Incomprensible teniendo en cuenta que las clases eran mixtas, o eso le había entendido a Connor, mi compañero de habitación. Ya en la mesa sufría bastante para poder descifrar alguna de las palabras que intercambiaban entre todos los chicos del grupo, se me hacía imposible llegar a comprender aquella conversación, suficiente tenía con entenderme a mí mismo como para tener que descifrar los mensajes de un idioma en código morse. Cuando subimos a la habitación, Connor me preguntó por mi país de origen y el porqué había llegado allí, pues no solían llegar chicos de otros países europeos. Él era irlandés y supongo que, salvando las diferencias, ingleses e irlandeses se sienten parte de un mismo espacio geográfico y de una misma forma de vida. En mi afán por integrarme mínimamente en aquel escondite centenario dejado de la mano de Dios, intenté explicarle cómo era España. Expliqué que odiaba la lluvia continua y cómo sentía que los incesantes días nublados iban a cavar mi propia tumba en medio de alguno de aquellos prados verdes. —Donde yo vivo no llueve casi nunca, en invierno no hace demasiado frío y en verano siempre hace sol y calor. Por eso creo que se me va a hacer difícil estar en un lugar en el que veis el sol en contadas ocasiones —le expliqué, o al menos eso era lo que quería decir. 9


—Pero en Inglaterra también tenemos playa para que puedas ir de vez en cuando, aunque no sea lo mismo que en tu ciudad. —No puedo describirte cómo es mi ciudad porque no lo sabría hacer, pero desprende magia, ya sea por tener la playa al lado, por el ambiente, por la gente… Voy a echar mucho de menos aquello. Esto es mucho más relajado y también me gusta, pero el ajetreo de la gente creo que es lo mío… ¿Qué hacéis aquí para pasarlo bien? ¿Salís algún día? —Solo puedes salir del recinto si vienen tus padres o algún familiar cercano a recogerte. Así que solo podrás salir cuando vengan a verte tus padres, que me imagino que no será muy a menudo. Aquí en el internado jugamos a tenis en los campos de fuera, salimos a pasear y jugamos a cartas o al ajedrez en la sala de descanso. —¿Ya está? —Quise morirme, iba a vivir una jubilación anticipada y sin poder gozar de los famosos viajes del Imserso. —Extraoficialmente, después de cenar montamos alguna que otra fiesta clandestina en las habitaciones. Hasta allá las doce la recepcionista se queda medio dormida y no se entera de nada hasta que llega el guarda y comienzan a tontear. No hacemos mucho, nos juntamos, hablamos y tomamos algo de lo que hayamos podido conseguir esa semana. Contrabando con los que vienen de fuera, no queda otra. Hoy por ti y mañana por mí. —Menos mal, pensaba que erais unos aburridos que os pasabais el día estudiando —suspiré aliviado. Me estaba haciendo reír, hacía unos días que no era capaz de arrancar una sonrisa de mis labios y Connor lo había conseguido en unos minutos. A lo mejor no había sido tan malo verme obligado a huir de mi casa para poder tener mi espacio, mi libertad… No tener que aguantar a mis padres al menos durante un tiempo supondría un alivio, aunque eso implicaba alejarme de lo que más quería en el mundo. 10


—Las fiestecillas solemos hacerlas en el cuarto de alguno de los del grupo y vienen algunas de las chicas del ala oeste de la segunda planta, que son las de nuestro curso. No hay ninguna demasiado guapa soltera, pero alguna te encontraremos, no te preocupes —bromeó. —No hace falta, tengo novia. —Miré las fotos que inundaban la habitación. —Pero está muy lejos… —Puede que tarde mucho en volver a verla. Ahí dimos por terminada la conversación, pues me levanté y me dirigí al baño común donde estuve lavándome los dientes. Cuando terminé me encerré en uno de los inodoros individuales y lloré en silencio como un niño durante unos minutos, maldiciéndome por no haber cumplido la promesa que le había hecho a Allie: no separarme de ella. Ojalá estuviese allí conmigo, aunque pasase el resto de mi vida allí encerrado me iba a dar igual si la condena la cumplía a su lado. Al fin y al cabo, solo quería vivir mi mísera vida si era junto a ella, de otro modo no tenía sentido. Cuando volví a la habitación le escribí la primera de una larga lista de cartas en las que relataba mi día a día en aquel infierno lejos de ella. Connor ya dormía cuando volví a la habitación con la intención de plasmar sobre el papel todos mis pensamientos. No recuerdo cuánto tiempo tardé en escribir la carta o cuánto tiempo me perdí en las fotografías que tenía colgadas por las paredes… Aquella noche dormir se convirtió en una tarea imposible. Por segundo año consecutivo iba a tener que hacer frente a un primer día de clase con compañeros nuevos y en un instituto desconocido. Sin embargo, una gran diferencia me alejaba de lo que había vivido el año anterior, Álex y Allie no iban a estar a mi lado acompañándome. Mis pasos resonaban por el desértico pasillo mientras el resto de alumnos ya estaban en el comedor desayunando. Yo no tenía ni fuerzas ni ganas de bajar a desayunar, no me hubiese entrado nada 11


en el estómago. Con un nudo en la garganta y con los ojos fijos en mis propios pies, salí de la residencia y en solitario me dirigí al otro edificio. Apenas tuve que caminar cien metros de arenilla rodeada de césped para encontrarme de nuevo en el hall de una construcción, si cabe, aún más arcaica que la anterior. Busqué la clase que teníamos asignada los alumnos de segundo de bachiller, o como quisiera que se llamara allí. No entendía demasiado bien los niveles en los que se basaban, creo que aquel era el doceavo nivel, pero tampoco sabía si me tendría que presentar a los «A-levels» o si haría selectividad en España. No tenía ni idea de qué iba a ser de mi vida de aquel momento en adelante, así que me encomendé al destino. Lo único que tenía claro era que si no aprobaba me iba a tocar repetir segundo de bachiller de nuevo y no iba a poder empezar una carrera. Supongo que a mis padres no les importaba una mierda que quisiera estudiar INEF con Álex, parecía que les daba completamente igual que cumpliese mis sueños. En aquel momento, mi afán por labrarme un futuro se había visto reducido a intentar no morirme del asco en aquel prehistórico lugar. Cuando encontré la clase después de recorrer todos los pasillos oscuros y vacíos del aulario, me senté en la primera mesa que encontré junto a la ventana. Desde allí podría ver los campos verdes durante las clases y no me sentiría tan atado a aquellos gélidos muros de piedra que se convertirían en mi martirio durante los siguientes meses. «Recuerda que cuando cumpla dieciocho años huiré de aquí, te buscaré y nos iremos juntos al fin del mundo. Créeme cuando te digo que no pienso dejar que nada ni nadie nos vuelva a separar». Escribí la noche anterior en la carta de cinco folios que le escribí a Allie entre lágrimas. Aquella misma mañana la había echado en el buzón que había en el hall de la residencia y esperaba que en menos de una semana estuviese en manos de Allie para poder recibir su respuesta lo antes posible. No sabía si iba a poder 12


soportar la incertidumbre. Pensando en ella comencé a escuchar cómo varios chicos y chicas se acercaban por los pasillos y algunos de ellos acababan entrando en la misma estancia en la que me había sentado. Mi mesa era individual, así que Connor se sentó justo detrás de mí junto a otro de los chicos que estaban la noche anterior. Me saludaron efusivamente, debían ser los únicos que tenían ganas de que comenzasen las clases. Por la noche ya tenía claro que iba a ser complicado aprobar el curso, pero cuando vi a la profesora de historia tuve claro que aquel iba a ser un año perdido. Era una mujer alta, delgada, con una falda hasta los tobillos, gafas de culo de botella y cara de pocos amigos. Dejó caer sobre la mesa los pesados libros que llevaba entre las manos y centró toda su atención en el chico rubio despistado que estaba sentado junto a la ventana. No me gustó nada el tono condescendiente con el que me presentó ante el resto de la clase. No era más que el nuevo alumno español al que sus padres habían dejado allí para meterle en vereda. Perfecto, todo el mundo sabía que yo no era trigo limpio y para colmo español, que por lo que me habían dicho no estábamos demasiado bien valorados. Éramos los hermanos pobres e incultos de Europa que únicamente salían de sus fronteras para encontrar el trabajo que ya no ofrecían en su país. No vi caras de desaprobación entre mis compañeros, más bien caras de curiosidad, y eso me alivió. A pesar de todo, aún éramos niños y los niños son los únicos que no juzgan a nadie por una primera impresión. Nada más empezar la clase me preguntó qué era lo que sabía de la historia de aquel país del que, sinceramente, jamás me había interesado absolutamente nada que no fuesen bandas de música o películas. Menudo papelón tenía, me puse como un tomate y balbuceé algo parecido a un «no sé nada». Se escuchó un murmullo general seguido de algunas risas, a las que no di ningún tipo de importancia porque sabía que no estaban riéndose de mí, sino de la situación tan incómoda a la 13


que me había expuesto miss Anderson. ¿A qué clase de tortura me habían enviado mis padres? La comida casi se me atragantó, no daba tiempo de digerir el desayuno cuando llamaban a los alumnos para comer. Menudo país de locos. Después de aquella primera comida en un entorno envidiable y con un bufet insuperable, asistimos a un par de clases más. La última clase de la jornada era la optativa de «español» y el profesor era un chico cordobés bastante joven. Al fin una clase en la que me podría relajar y que seguramente aprobaría sin esfuerzo. —¿Quién es Jaime? —preguntó en castellano sin que casi nadie le entendiese. Si pésimo era mi nivel de inglés más pésimo era el nivel de castellano de mis compañeros. —Yo. —Después de clase quiero que te quedes un momento y te comentaré un par de temas —sugirió acercándose a mi mesa. —Vale. No debía tener más de veintisiete años, un chico normal y corriente que tenía una sonrisa constante dibujada en el rostro. Sentí que podía confiar en él incluso antes de conocerlo. Al terminar la clase me acerqué a su mesa y me invitó a sentarme. —Cuéntame, Jaime. ¿Qué tal lo llevas? —¿Cómo llevo el qué? ¿Estar aquí encerrado día y noche sin poder salir o estar rodeado de gente a la que no entiendo? —Me miró y sus labios esbozaron una sonrisa—. Francamente mal. Yo no he elegido estar aquí. —Ya me imagino, aunque supongo que tus padres lo habrán hecho por tu bien. —Lo han hecho para quitarse el problema de encima, no porque esta sea la solución —confesé. —Bueno, no sé cuál es tu caso, pero supongo que a tu edad nunca se valora que los padres intenten ayudarnos. —Me puso la mano en el hombro. 14


—Nacho, reconozco que no me comporté bien, durante unos meses me metía de todo sin control y salía de casa a diario, pero te juro que ahora mismo estoy limpio y soy una persona nueva. Mis padres creen que dejándome aquí abandonado van a conseguir que me olvide de la droga, pero si me escuchasen sabrían que no consumo desde hace un montón de tiempo y que realmente no estaba tan enganchado como pensaba. —Bueno, decir que se está desenganchado de algo como eso tan pronto es un poco precipitado y debería decirlo un médico, ¿no crees? —En serio, no he tenido necesidad de consumir desde hace un par de meses. Mira, Nacho, sé que es difícil de creer, pero comencé a consumir marihuana y algunas otras cosas solo para sentirme importante, para relajarme y para seguir el ritmo del resto de chicos con los que salía. —Yo también era un poco imbécil con tu edad, bueno yo era un poco más mayor, pero también tuve mis pinitos con esos temas. No me enorgullezco, pero esto que te ha pasado te ayudará a aprender y a saber lo que quieres en tu vida en un futuro. Lo bueno es que te hayas dado cuenta a tiempo. —Sí, por suerte me di cuenta a tiempo y entendí que si las drogas se convertían en una prioridad en mi vida iba a perder lo que verdaderamente importaba. Pero, a pesar de darme cuenta y de cambiar, mis padres no lo han valorado y siguen demasiado decepcionados con su hijo pequeño como para perdonarlo. Parece ser que soy el único rebelde de la familia, mis hermanos son el vivo retrato de mi padre. Sinceramente, por mucho que haya hecho no creo que me merezca que me envíen al fin del mundo, Nacho. Esto es muy deprimente, no creo que aguante mucho entre estas cuatro paredes… —Te entiendo, yo estuve viviendo aquí un par de meses hace dos años cuando entré a trabajar y acabé alquilando una planta 15


baja en el pueblo de al lado. Es un sitio muy bonito, pero acaba consumiéndote tanta tranquilidad. —¿Cómo lo soportas? Esta gente es tan silenciosa y respetuosa que me duermo solo de verlos… ¿Son siempre así? —Espera a coger confianza con ellos y verás que son adolescentes como los de cualquier otro lugar del mundo. Dales tiempo y date tiempo a ti para poder adaptarte. —No quiero adaptarme, en cuanto cumpla los dieciocho en unos meses me voy a ir de aquí. —¿Dónde? ¿Con qué dinero? —preguntó con tono acusador, como si fuese un hermano mayor que quisiera lo mejor para mí. —Ya lo conseguiré como pueda, pero no me quedaré aquí ni un segundo más. Te lo puedo asegurar. —¿Y dónde vas a ir? ¿A España? No tienes trabajo, tus padres no te apoyarán y aún serás un crío a ojos de la sociedad. —Le hice una promesa a alguien y tengo que cumplirla. —A veces las promesas se quedan en eso, en promesas — intentó abrirme los ojos. Aquel día no hablamos mucho más, me acompañó de vuelta a la residencia y se fue en dirección al parking a coger su coche y huir lo antes posible de aquel antro. Me acerqué a la biblioteca y los vi allí, todos estudiando o leyendo a saber qué, pues las clases no habían empezado y aquel día únicamente habíamos tenido presentaciones de todas las asignaturas. Connor estaba ensimismado en sus cosas y yo no hice mucho más que saludarle con la mano y salir escopeteado hacia la habitación hasta la hora de la cena. Dibujé un rato antes de irme a dormir y después estuve contando ovejas hasta más de medianoche intentando adaptarme a marchas forzadas a un horario propio de un niño de párvulos. La semana fue pasando a cámara lenta, cada segundo que marcaba la manecilla del reloj parecía una eternidad y mi paciencia 16


se agotaba por momentos. No aguantaba más de cinco minutos prestando atención en las clases, enseguida me daba cuenta de que no iba a entender absolutamente nada de la materia impartida y prefería matar las horas mirando melancólicamente a través de la ventana. ¿A quién se le ocurre mandarme allí sin tener una base decente de inglés y sin tener interés por estudiar? ¿Querían que su hijo fuese un fracasado? Lo iban a conseguir, eso seguro. El sábado por la noche los que nos quedamos en la residencia, que para mi asombro éramos bastantes, nos juntamos en el césped del jardín. Estuvimos hablando de las clases y fui el mono de feria de todos ellos. ¿Nunca habían visto un extranjero o qué pasaba? Me sentía acosado con tanta pregunta sobre la playa, la fiesta y las chicas latinas. Menuda paliza me pegaron hasta que sacaron los porros y empezaron a fumar. Aquella tarde hacía un sol prometedor y el ambiente era bastante agradable, así que me limité a acompañarles tumbado en el suelo, mirando el cielo despejado y sin probar aquello que me había llevado allí. Por la noche seguimos con aquella reunión de conocidos en una de las habitaciones y me sentí aún más fuera de lugar que otras veces porque hablaban de grupos de música que yo ni siquiera conocía y de deportes que no sabía que existían. —Se rumorea que Busted van a volver —dijo una chica de pelo muy rubio y piel casi transparente. —Anya, ¿cuántas veces se ha rumoreado eso en los últimos años? ¿Mil? No te lo creas, Simpson acabó muy harto de aquello —contestó Jordan, uno de los chicos que siempre iba con Connor. —Deja que me haga ilusiones… —Se rio ella. Aunque yo seguía sin entender demasiado bien lo que pasaba. —Pareces una cría hablando de esos tipos, no son más que unos pringados —contestó Connor, que parecía muy indignado con que aquella chica en particular no dejase de hablar de otros chicos que no fuesen él. No dejaba de mirarla. 17


—Anya, no le hagas caso, no entienden nuestras almas de fans. ¿Sabes que Charlie a lo mejor saca un disco en solitario? —Se emocionó Adi, una de las muchas chicas de origen hindú que había en el internado. —¿Y deja Fightstar? No way! —contestó Anya con una expresión que iba a escuchar mucho a partir de aquel día, parecía que era como nuestros «no jodas» cuando te cuentan algo sumamente interesante. Desconecté de la conversación y me limité a beber algunos tragos de un whisky escocés francamente malo que me subió a la cabeza en cuanto me mojé los labios. Hacía demasiado que no bebía y mi cuerpo ya no estaba acostumbrado a aquella sensación de placentera ingravidez. Me retiré de aquel guateque improvisado en cuanto tuve oportunidad y me fui directo a la cama sin desvestirme. Menuda mierda de fin de semana, sin amigos, sin ver la televisión, sin poder salir a dar una vuelta… Ya sabía lo que sentían los presos cuando eran encerrados por primera vez en una cárcel. El lunes cuando bajé a desayunar casi me da un vuelco el corazón, había una carta para mí en recepción y estaba seguro de que era de ella. No pude contener la emoción y leí la carta mientras bebía el vaso de leche. Antes de comenzar a leerla un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, tenía miedo de que me hubiese olvidado. Nada más abrir el sobre intuí un olor muy familiar y agradable: su perfume. «Querido Jaime: Estoy escribiendo esta carta tumbada sobre mi cama, rodeada de golosinas, helados y peluches que intentan suplir tu ausencia. Paso el día aquí encerrada, tumbada sobre mi cama mirando las nubes moverse a través de la ventana hasta que me quedo dormida 18


por el cansancio o simplemente pierdo la noción del tiempo. La vida aquí carece de sentido sin ti… La ciudad se hace pequeña, las paredes de mi cuarto se estrechan y mi corazón está tan dañado que no sé si algún día podré repararlo. Mi hermano está preocupado, quiere que salga de casa, que coma más, que me relacione con la gente de siempre, pero no puedo. Si no puedo compartir mi tiempo contigo prefiero pasar las horas en soledad. Ayer fui a mi última clase de ballet, lo he dejado. Te preguntarás por qué… La profesora trajo a un pianista para tocar en directo en las clases de ballet clásico, cosa que no me desagradó de primeras, hasta que la primera canción que tocó fue «Hope there’s someone». Cuando la reconocí salí escopeteada de allí huyendo de tu presencia y de tu recuerdo. Créeme, era como si estuvieses allí, aunque no pudiese verte. Estoy desesperada, Jaime, y te imploro que me des ánimos y algún ápice de esperanza, que encuentres una solución que me permita seguir adelante, que me des un motivo por el que luchar. Dime que cumplirás la promesa de volver a buscarme cuando cumplas la mayoría de edad, dime que nunca volveremos a separarnos y que todo estará bien. No me importa dónde ni cómo vivamos, solo me importa ser feliz y solo puedo serlo junto a ti. Esta semana han empezado las clases y me han separado de Álex. Del año pasado solo voy con Iván y Natalia y las cosas ya no están bien entre nosotras. Me siento muy sola y más aún cuando recuerdo que hace tan solo unos meses estábamos sentados a solo unos metros en esa misma clase. Ya no tengo a nadie a quien dedicarle indirectas en mis redacciones, alguien a quien mirar disimuladamente desde la soledad de mi mesa, alguien a quien amar en silencio… El curso va a ser muy duro, no tengo ganas de coger los libros o de ponerme con los deberes pues todo, absolutamente todo, me recuerda a ti. Únicamente tengo ganas de que pase el tiempo y de llorar en silencio. 19


Supongo que tu vida por allí tampoco será mucho más fácil, gente nueva, idioma nuevo y, en resumen, una vida nueva. Hazte amigo de tu compañero de cuarto, más vale tener amigos en el frente que enemigos. Quiero que intentes ser como tú eres durante los meses que estemos separados, que me recuerdes, pero que intentes disfrutar de la vida hasta que nos volvamos a reencontrar. En febrero te esperaré, esperaré impaciente esas cinco llamadas al telefonillo de mi casa anunciando tu llegada. Te esperaré, incluso antes. Cuando llegue ese momento dejaré todo por ti y volveremos a vivir miles de momentos tan especiales como los de este verano, sea debajo del riego de los cultivos o en medio de un campo de minas. Jamás importará el lugar si estoy a tu lado. Escríbeme todas las semanas, necesito saber que sigues ahí, por favor. Mi hermano te envía recuerdos y un abrazo, aunque no lo diga, él también te echa mucho de menos […]».

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www.babidibulibros.com

ISBN 978-84-1767-92-62

GINKGO BILOBA


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