La tortuga
mofletuda 5 Raúl Dueñas Montes Ilustrado por
Cecilia Casas Gómez y Ana Zamudio Gutiérrez
Y ESPE, LA EXTRATERRESTRE Misión: ¡Salvar el planeta Tierra!
EN UN LUGAR DEL BOSQUE…
Los
veranos en algunos lugares son insoportables, debido al excesivo calor que hace, además el agua se evapora poniendo en peligro a los habitantes de la charca. Tanto calor hacía que las conchas de las tortugas quemaban bajo el sol, pero como buenos reptiles, el calor solar les chiflaba, eran capaces de pasar todo el día calentitas y casi siempre terminaban amodorradas durmiendo unas siestas interminables. 3
Esto provocaba que por la noche algunas de ellas, no pudieran dormir en condiciones. Ese era el problema de la tortuga Mofletuda, que se pasaba la noche contando estrellas y por el día solo comía y dormía. —Hija mía, deberías descansar más por las noches —decía la mamá de la tortuga Mofletuda. —Ya, mamá, pero es que me lo paso tan bien con mis amigos y el cielo por la noche está tan bonito —se justificaba Mofletuda. La ventaja de estar tan despierta por las noches, entre otro montón de cosas, es que hizo muchos amigos de vida nocturna, es decir, que dormían durante el día, y por la noche estaban llenos de energía. El búho, el sapo, la musaraña, las luciérnagas, el caracol, el murciélago o el zorro son algunos de los nuevos amiguitos que la tortuga Mofletuda supo hacer. 4
Se tumbaban a la bartola en un descampado al lado de la charca y charlaban mucho sobre el intenso y precioso cielo que les rodeaba, la luna, las estrellas y las constelaciones. Pero nadie estaba seguro de lo que decían, ni siquiera los animales más ancianos del lugar podían decir con seguridad por qué aquellas estrellas, estaban «colgadas» en el espacio. —Las estrellas son fuegos artificiales que todavía no se han apagado —decía muy seguro de sí el señor Búho. —¡Y un jamón! —dijo la joven luciérnaga—. Yo creo que se trata de los reflejos que desde la Tierra emitimos, ya sabéis, las luces de las ciudades. —Pues a mí me dan miedo —dijo temblorosa la babosa—, parecen ojos de dragones o de monstruos que nos miran con ganas de comernos. 5
—¡Anda ya! Los dragones no existen. Y mucho menos los monstruos —le contestó el sabio señor Búho. —¿Y por qué hay tantas? —preguntó el caracol. —El que no sepamos el porqué de las cosas, no nos debe dar miedo —decía Mofletuda tratando de calmar los ánimos a todos. Por las mañanas, la tortuga Mofletuda le contaba lo vivido a su madre, «ella lo sabe todo», pensaba. «La opinión de una persona mayor es muy importante, en la mayoría de las ocasiones, los mayores resuelven muchísimas dudas». —¿Por qué están ahí en lo alto del cielo esas luces tan brillantes? —interrogó Mofletuda a su madre. —Pues no lo sé, cariño —le decía con pena su madre—. Nunca me lo he preguntado y nunca se lo pregunté a nadie. 6
—Mis amigos se inventan cosas sobre las estrellas y no sé a quién creer. Unos cuentan historias que dan un poco de miedo, y otros se inventan otras patrañas que sé que son imposibles. —El que no sepamos exactamente lo que ocurre, no nos da derecho a inventarnos cosas, esto les ocurre mucho a los humanos —dijo la madre de la tortuga Mofletuda. —¿Inventarse cosas es como mentir? —preguntó ignorante la tortuga Mofletuda. —Por supuesto que sí, es exactamente lo mismo, y encima trae consecuencias muy malas —dijo muy seria la madre. La tortuga Mofletuda se pasó el resto del día comiendo y durmiendo, pero también reflexionando sobre lo que su madre le había contado. Cuando llegó otra vez la oscura y cálida noche, las estrellas volvieron a salir. 7
Parecía que se iban encendiendo a medida que la noche caía. Era como si un gigante invisible las fuera encendiendo. —Estoy seguro de que las estrellas nos están observando, son manejadas por malvados extraterrestres que quieren acabar con la vida en nuestro planeta —soltó de pronto el sapo. —Mi mamá dice que mentir es malo —avisó el zorro, mientras fruncía el morro. —Tienen razón, si te inventas mucho las cosas, acabas mintiendo, ¡y ya lo creo que es malo! Por eso no podemos inventarnos lo primero que se nos ocurra —advirtió la tortuga Mofletuda, acordándose de la conversación con su madre. —Algunos animales tenemos más miedo que otros, y no es justo decir mentiras —decía la musaraña temblorosa. Se pasaban la noche charlando entre ellos, y de vez en cuando veían alguna es8
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trella fugaz que solo les servía para dar más alas a su imaginación. —¿Lo habéis visto? Era un dragón surcando el aire —decía el murciélago. —Yo lo único que he visto es una luz surcando el aire —decía el sabio señor Búho. —Pues yo creo que era un monstruo de siete cabezas y unos grandes colmillos, que volaba buscando a algún animalito para comérselo de un bocado —terminó diciendo el sapo. —Ahí te has pasado de imaginación —dijo Mofletuda—. Os recuerdo que mi madre dijo que si te inventas mucho las cosas, es lo mismo que mentir. Creo que será mejor que nos hagamos preguntas sobre las cosas que vemos, pero sin que las respondamos. Y ya lo creo que surgieron preguntas, muchas que nadie podía resolver; —¿Por qué aquellas luces tienen esas formas que siempre mantienen? —preguntó 10
enseguida el Búho—, unas forman un carro, otras forman una especie de guerrero, otras un pájaro como yo… —Pensaba que eras el más listo del bosque, señor Búho —espetó la babosa un poco envidiosa. —Que sepas que el hacer preguntas es de sabios que buscan respuesta —aclaró el bueno del Búho—. Cuantas más preguntas hacemos, más respuestas obtenemos y en más listos, nos convertimos. —Entonces, yo tengo otra pregunta —dijo el caracol—. ¿Por qué las estrellas se mueven tan lentamente? Parece que giran a nuestro alrededor. —¿Por qué algunas estrellas corretean por el aire? Si por lo menos avisaran, las podríamos ver todos a la vez —dijo la musaraña con gran resignación.
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Nuestro planeta corre un serio peligro y los humanos no sabemos cómo solucionarlo, pero sentimos que el esfuerzo de todos (humanos y animales), es vital. Menos mal que Espe, que viene de otro planeta, logrará enseñar a los animales del bosque muchas cosas, como por ejemplo los secretos que guarda nuestro universo, la Luna, el Sol, las estrellas… y muchas otras curiosidades. Pero, sobre todo, nos enseñará a cuidar nuestro planeta de nosotros mismos, enseñándonos la importancia que tiene la lectura y el respeto a la naturaleza.
VALORES IMPLÍCITOS Las mentiras se nos presentan de muchas maneras, y una de ellas es inventando historias. Aprender depende de nosotros mismos, y en la lectura está la clave de todo. Todo el mundo comete errores, pero siempre tienen solución. Cuidar nuestro entorno es primordial, la naturaleza nos ama y debemos amarla en la misma medida.
ISBN 978-84-18789-42-7
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