Lo cotidiano

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Lo cotidiano ÁNGELES MAZORRA



Los pájaros

Mamá, Carmen.

Carmen. Bajo corriendo las escaleras para cerrar todas las puertas. No quería, porque sabía que no podría pasar hoy, justo ahora, el examen de ama de casa perfecta. Suspendida. Sin duda. Carmen iba por el sobresaliente cum laude: ni una mota de polvo, cristales impolutos, cocina como un quirófano y sin plancha pendiente. Imposible, no ya superar, igualarlo me parecía una fantasía. 28 escalones separan su reino de limpieza y perfección del caos donde mis hijos, mi perro y yo nos movemos con más o menos soltura. No sabía a qué podía deberse su visita. Pero nada bueno. Para mí, obvio. 9


Ángeles Mazorra González

Bueno, vamos allá, es lunes y con un poquito que se esfuerce, consigue estropeármelo. —Hola, no sabía si estabas. Como sales tanto… Qué buen comienzo, ¿quién decidirá que alguien sale «tanto»? Tanto para la edad que tienes, tanto para tener tres hijos, tanto, ¿para qué? No puede molestarme de esta manera una frase, aunque me parezca un reproche nada velado, además, salgo todo lo que puedo; contraatacaré con ironía… —Estoy. Algunas veces estoy. Aunque pocas. Creo que he sido capaz de esquivar el primer golpe, pero puede ser que no haya hecho más que despertar a la bestia. Me preparo para el segundo asalto. —Espera, que sube Isa. ¡No! ¿Refuerzos? Una lucha desigual un lunes por la mañana, con las camas sin hacer, intentando cuadrar un menú semanal que incluya pescado, legumbres y verdura y aun así, no provoque un motín en mi salón, y con una plancha para tres vidas, ¿las dos?, ¿en serio? Me quedo en el quicio de la puerta. Por si sale el perro, que les da mucho miedo. En realidad escondo todo lo que no quiero que vean. Pero Carmen no deja de mirar mis zapatillas. Horror. No están relucientes. Las miro y me resigno al suspenso en esta carrera para ser el ama de casa top ten del mes, donde la verdad, no sé 10


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quién me ha inscrito, ni cuándo, ni si, por favor, puedo abandonar, porque estoy agotada. Y todavía falta Isa por subir. A por ello. Cuanto antes, mejor. Las dos se plantan delante de mí, levantadas desde hace siglos, y solo son las 10.30. Ya han desayunado, han ido a andar y han comprado fruta donde Juan, ya lo han perdonado, pero ellas creen que fue quien les contagió el COVID. Y como ya lo tienen todo hecho, han subido a decirme algo que quiero escuchar ya. No puedo con la emoción. —Mira, tenemos que preguntarte una cosa, ¿tú dónde tienes los pájaros? No sé si mi cara habrá sido capaz de reflejar el estupor y la sorpresa que me causa la pregunta. No la tranquilidad. No, no, nada de tranquilidad. Una pregunta así es una bomba. A saber hacia dónde me lleva, hacia qué abismos de incomprensión me conducen los infelices de mis pájaros. Tardo un poco en responder y así les dejo espacio para una explicación más detallada, porque necesito tiempo. Tiempo para pensar qué les importará a ellas dónde tengo los pájaros, o en qué puede afectarles, o qué esperan de mí: ¿una liberación masiva?, ¿un sacrificio?, escucho la explicación. 11


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—Es que no paro de limpiar alpiste de mi ventana, todos los días… —Y yo creo que el ácido de los excrementos corroe los aparatos de aire acondicionado —apunta Isa. Tengo un deseo irreprimible de correr a mi terraza: mi periquito ha mutado en un águila perdicera, y las dos isabelitas de Japón se han convertido en halcones. Pasó antes de ayer y como no he salido a regar —mi madre tiene razón «no sé cómo te aguantan las macetas»— no me he dado cuenta. Vivo en el Torcal de Antequera y yo sin saberlo, feliz en mi sofá viendo una novela turca. Pero me calmo. Respiro y con una sonrisa que quiero creer que es encantadora, por favor, espero que lo sea, les contesto que mis pájaros están en jaulas, colgadas en la pared, que es muy difícil que el alpiste caiga en la ventana del bajo, ni comen tanto, ni tiran tanto… Ay. Carmen abre los ojos. Mucho. —¿No te lo crees? Yo no miento. Alarma. Luz roja. Peligro. «Yo no miento». —No, no, no digo que no limpies alpiste, ¡por Dios!, ¡cómo voy a decir eso!, digo que es difícil que… Bueno, no sé, lo voy a mirar. —Como si mi terracita fuera un jardín oriental. 12


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Qué momento, tensión absoluta, soy Ucrania delante de Putin, Megan en Buckingham, Casado en Génova. Todo a la vez y en un segundo. No sé qué decir, la verdad. Podría cerrar la puerta y meterme en la cama. Si el lunes ha decidido empezar así, no quiero pensar qué será de mí el jueves. Pero me mantengo firme. Con mis zapatillas sucias, pero que me provocan una dulce ternura, como única compañía en este momento. —Creo que ya sé qué puede ser. —Esta sinceridad mía, a ratos me resulta absolutamente innecesaria—. Le pongo comida a los pájaros de la calle —qué explicación tan absurda— en una jardinera vacía y en mi aire acondicionado. A las tres siempre viene la misma paloma a comer. Grande y majestuosa, como si siempre estuviese en modo apareamiento. Con un buche verde irisado, gris y blanca, se pasea, zurea un poco, nos mira como si fuésemos nosotros los que estamos en una jaula, y sale volando, ¡rápidamente! Esto no se lo digo a ellas, claro, no lo entenderían y además podría provocar otra visita de cortesía. Iba a continuar con mi explicación, pero es innecesario, las dos han empezado a mover la cabeza mirándose, levantando la ceja y frunciendo los labios: 13


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—Eso es, ¡claro! —Claro. —Yo sabía que pasaba algo, porque no era normal la cantidad de alpiste que yo limpio, pues…. Veredicto, sentencia final, Salomón partiendo niños por la mitad. Creo que la acataré con resignación, no tengo el cuerpo para recordarle a nadie la cantidad de tiempo libre que se tiene con setenta y seis años, el absurdo sobre el que sustentamos nuestra existencia fútil, la terrible necesidad de inmiscuirnos en la vida de los otros o de decidir sobre sus actos… Hablar del ecosistema, del equilibrio entre flora y fauna o de la alegría de vivir entre árboles y pájaros ahora mismo me provoca hasta ansiedad. Así que me conformo y escucho: —Pues no puedes darles de comer. —Deja de hacerlo, es que el ácido… Otra vez, no, y viviendo al límite, interrumpo, sin pensar: —Sí, será lo mejor, trae muchos problemas, dejaré de hacerlo, no os preocupéis por eso. Ya por todo lo demás que os preocupe, venid la semana que viene, guapis, dadme una tregua. Se calman, creo que incluso sonríen. Esta victoria les gusta, sin mucho esfuerzo. 14


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—Bueno, pues nos vamos, que tendrás cosas que hacer… —¡Sí! Siempre, ¿verdad? En una casa… Y empieza el descenso. —Adiós, ea, hasta luego. —Hasta luego. —Adiós, adiós. 28 escalones que separan dos mundos, y menos mal.

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Buenos días

Deberá olvidar todas y cada una de las cosas que

han construido su vida hasta ahora. Todo lo que la hacía sonreír. Los paseos silenciosos por la calle Betis, observando el cielo, con ese azul, las nubes extrañas o el sol ardiendo en la quietud de un domingo por la mañana. Ahora ese paseo se le va a llenar de recuerdos y de ausencia. Acostumbrarse a la compañía de otras personas para las cosas cotidianas, los regalos de Reyes, una cervecita al sol un sábado a mediodía, una tarde de Ikea o un teatro repentino. O tendrá que hacerlo sola con el tiempo. No sé si será capaz de acostumbrarse a esa novedad. La casa, tenían un taladro. Alguna vez he visto a José utilizarlo. Otro mundo nuevo esperándola: colgar un cuadro, bombillas fundidas, salir en medio de una du17


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cha a cambiar la bombona vacía. Desatascar el lavabo de arriba que no acaba de estar bien... Ir sola al Avenida, igual reconoce de una vez que solo iba a la versión original por acompañarlo, que a ella, en realidad —aunque algunas eran rarezas con cierta belleza—, esas pelis le parecían lentas y extrañas. ¿Te imaginas que ahora vaya a un centro comercial y se hinche a palomitas? Podría sorprendernos, ella es capaz. Las vacaciones. Tiene que ir pensando en eso. Volver a la playa, llena de veranos juntos, puestas de sol, noches de risa y amor, niños creciendo y devolviéndoles la libertad que había estado en suspenso durante su infancia. Le costará. Pero no se va a quedar aquí todo el verano, ¿no? Puede irse de viaje, a Italia, que a ella le gusta tanto. Le queda algo por conocer, creo. Podría ser. Queda tiempo todavía, cuatro meses. Las felicitaciones, Mara es un desastre para eso, nunca se acuerda. Era José, cada mañana, antes de irse a trabajar, le decía: —No te olvides de felicitar a Jaime. Cumpleaños. ¿Te acuerdas cuando nació? Cómo estaba Juanjo de nervioso. ¡La de tiempo que pasamos en ese hospital hasta que se decidió a llegar! Este cumpleaños sin duda hay que festejarlo. O los santos: 18


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—Mara, san Antonio, fiesta en mi casa, qué días tan buenos hemos pasado celebrando, ¿verdad? O santa Ana, «velaíta de Santana, Triana, faroles sobre el río… Y tú del brazo mío». Le encantaba decírselo, y ella se reía feliz y enamorada. «Hay que llamar a mi ahijada y a su madre, hace tanto que no estamos aquí, ya, ya sé que no es lo mismo. Pero nada es ya lo mismo, ni nosotros, Mara. Este año venimos y nos damos un paseo por el puente». El puente. Volver en Semana Santa, sola, para llegar a casa sola también. Vamos a tener que estar muy pendientes de ella. Son tantas cosas en una vida. Y todo se le va a ir agolpando, sin que los demás lo notemos. Mañana quiere que venga para vaciar los armarios, tendríamos que darlo todo. Pero la conozco, habrá cosas que quiera guardar: el jersey beige. Que le quedaba tan bien. La foto de su móvil es con ese jersey… Los pañuelos, que escogía cuidadosamente, entre clásico y atrevido, y que siempre nos sorprendían… Su reloj. Nos queda un día duro por delante, ojalá los buenos recuerdos nos ayuden a pasarlo. Desde la semana pasada esta casa parece tan grande y tan vacía. Aquí está. —Hola, Mara. —Hola, cielo, qué alegría que estés aquí. Cuando vuelvo y no hay nadie, enciendo rápido la tele. El si19


Lo cotidiano es una osadía por mi parte. Unlencio deseo que creí inalcanzable, gus-bien, estoy bien. No te es atronador. Pero un estoy to, una alegría y un lujo que me permito.

preocupes, con un poco de tiempo seré capaz de acos-

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859761 788419 9

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INSPI

ISBN 978-84-19859-76-1

No es la forma habitual que utilizo para tumbrarme a casi todo, menos a una cosa. Cuando me expresarme y, sin embargo, también despierto, días», se me queda atraestoy aquí: enmi el primer nombre «buenos de los personajes o en las ciudades, en muchos vesado en la garganta. detalles. He exagerado la realidad, la he cambiado y he intentado hacerla un poco más mía. Un poco más amable. Buscando, incansable, la bondad y la belleza también en lo cotidiano.

mirahadas.com

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