Los mundos de Ana niña

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Benjamín 2/4

C

aminando iba un encapuchado como quien va sin

tiempo ni para mirar el reloj. Entró a uno de esos callejones oscuros y mal olientes que se ven en las películas de terror. Tanteó las paredes de ladrillos con sus guantes de cuero negro y presionó hasta el fondo uno de ellos. De pronto, una puerta se abrió y entró con mucha cautela. Era aquel lugar como una pequeña oficina, con paredes blancas y grises. Alrededor se encontraban cinco o seis computadoras conectadas a una máquina con miles de botones y palancas. Al fondo, una puerta gris con lector de huellas digitales. Y a la derecha, un enorme cristal oscuro. Aquella persona encapuchada en3


cendió una luz y pudo ver allí, detrás del cristal, una silla roja y una niña sentada en ella. El encapuchado se retiró la capa y los guantes, tomó una bata blanca y se sentó en una silla alta con ruedas en las patas, sujetó su cabello en una cola baja, y con su melodiosa voz de mujer saludó a la niña. —Hola, Ana… —habló la mujer a través de un micrófono. —Joka, al fin me respondes, estoy desesperada por salir de aquí, abre la compuerta. —Estaba investigando sobre algún científico en Tierra de Nadie, pero fue misión imposible, allí había una huelga en contra del gobernador, porque no quiere abrir las presas de agua. Por eso llegué tarde. —Sácame ya de aquí, que en Tierra de Nadie no encontrarás a quien necesitamos para crear nuestra máquina, ya lo he planificado todo, ábreme y te explicaré. La pequeña Ana tenía piel pálida y cabello negro azabache, tan largo que cubría toda su espalda. Mientras estaba sentada en la silla tenía una bata blanca como esas que se usan en los hospitales y unas pequeñas pantuflas azules. Al abrir la compuerta Ana se levantó, y desde que colocó un pie fuera de aquella habitación toda su apariencia cambió. Sus pantuflas suaves y débiles se transforman 4


en botas fuertes de azul más intenso. Vestía pantalones marrones y una chaqueta magenta con guantes de motociclista, y no podemos olvidar su cabello mitad color frambuesa y mitad negro entrenzado. Ya su rostro no era pálido, más bien tenía luz propia. —Aquí tengo un plano, lo dibujé todo en el otro lado, tuve que esconderlo debajo de mi almohada, porque piensan que me obsesiono cuando tengo un lápiz y un papel en mano. Joka, he estado pensándolo todo paso por paso y sé que es posible, así como puedo traer mi plan aquí, puedo hacer que tú vayas conmigo al otro lado. ¡Solamente necesitamos tecnología! —Ana, un pedazo de papel no se compara con personas; recuerda que perteneces allá, aunque vivas aquí. Quizás hay cosas del otro lado que puedes traerlas hasta aquí, pero las de aquí no pueden ser llevadas allá. Además, cuando desapareces totalmente es difícil para mí venir de cualquier lugar hasta nuestro laboratorio de contacto, siempre es un riesgo que me abandones a mitad del viaje… —¡Lo sé, lo sé, Joka! Pero no te retractes ahora, podemos hacerlo, necesito crear esa máquina —decía con entusiasmo y convicción. —De acuerdo, dime tu plan. 5


—¡Muy bien! Está todo muy claro, necesitamos tres personas, un científico… —Eso ya lo sé… —¡Shhh! Déjame terminar. Un científico, un ingeniero en computadoras y una abuelita mágica. —¿Una abuelita mágica? —Sí, una anciana con amor de abuela, que además tenga poderes mágicos. —Entiendo, Ana, pero ¿dónde encontraremos a tales personas? —¡Sencillísimo, mi querida Joka! Haremos una expedición. —¿A dónde? —A tierras muy lejanas, más allá de Tuluz, Vergamel y Tierra de Nadie. —¿Existe algo más allá? —¡Por supuesto! Siempre existe algo más allá. —¿Lo has visto antes? —¡Nunca! Pero eso no quiere decir que no exista. —De acuerdo, de acuerdo… ¿Cómo iremos hasta «Dios sabe dónde»? —Ese es un buen nombre para darle por ahora, cuando lleguemos sabremos con certeza cuál es su nombre original. Iremos por aire, por mar y por tierra, por donde 6


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sea necesario. Ahora necesitamos ir a la estación de tren y buscar a Lacus; necesitaremos más compañía, principalmente de amigos de confianza. —Lacus ya no vive en Tuluz, recuerda, se mudó hace un mes a Vergamel, y aquel estado si es grande. —Bueno, pues eso no nos detendrá, podemos ir por nuestra cuenta sin él. ¡Vayamos ya! —Espera, espera…, por lo menos tienes idea de dónde iniciaremos esta expedición… —Te he dicho ya que debemos ir a la estación y de allí… y de allí… —vacilaba un poco mirando su papel en mano—. Nos dirigiremos hacia el sur, así lo vi en mis sueños. Así salieron de aquel llamado «laboratorio de contacto», porque allí fue la primera vez que Ana entró al «otro lado» y este era uno de los medios en que Ana hacía contacto con aquel mundo. Podía entrar solo cuando Joka le contestaba, si Joka no respondía, Ana no entraba. En medio de una gran ciudad nocturna andaba aquel par. Una con apariencia de roquera, y la otra de científica. ¡Qué combinación! Joka era una mujer alta, piel mestiza, delgada y con grandes gafas, de esas que se usan para bucear. No era la mujer más hermosa de aquel lugar, pero su personalidad era encantadora. 8


—¡Los boletos están agotados! —gritaba desde afuera de la boletería de la estación de trenes un hombrecito más pequeño que un enano, malhumorado y con el ceño fruncido, con un enorme sombrero y con su triciclo eléctrico con el que recorría toda la terminal. —¿A todos los destinos, señor? —preguntó preocupada Joka. —Sí, flacucha, ¡¿no me has escuchado?! —respondía con enfado como típico viejo cascarrabias. —Debería de ser más amable, ya que no tiene estatura para lucir, por lo menos tenga cortesía que le dé altura —intervino Ana mirando hacia las enormes pantallas que indicaban al unísono la cancelación de todos los viajes por tren. —¡Como lo sospechaba! Tendremos que iniciar nuestro viaje por agua, iremos directo a Tuni entrando por su puerto. —Pues vayamos al puerto, y si tenemos suerte, tomemos un barco de carga, aunque en días como hoy no hay viajes comerciales. La situación no pintaba nada bien, y Ana no pensaría en detenerse ni por un segundo, quería llegar a cualquier lugar que le acercara a su objetivo esa misma noche. Ambas abordaron un taxi color purpura, se dirigían hacia el puerto de Tuni con el fin de iniciar su viaje desde allí. Las calles de aquella ciudad son difíciles de 9


describir, puesto que tenían gran variedad de rascacielos, algunos muy altos, otros angostos, unos cuantos más pequeños y de múltiples colores. Aquí las calles no tenían semáforos como los que comúnmente conocemos, tampoco había humo molestoso de los autos. Las personas vivían muy apuradas y nunca se le preguntaba la hora a alguien porque era considerado de mala educación, simplemente el tiempo era asunto personal de cada uno. Así era Tuluz, el lugar donde Ana entró hacía ya siete años y conoció a Joka. Al llegar al puerto notaron que el último barco de carga comenzaba a soltar las sogas para zarpar. —¡Fiuuu! —Silbó Ana con gran estruendo—. ¡Esperen, esperen! —corría con efusividad mientras Joka quedaba más atrás caminando lo más rápido que podía. Intentaban abordar un barco de carga, y al parecer era el último que salía del puerto. —¡Ey, esperen! —gritaron a la par, y para su fortuna fueron escuchadas. —Señores necesitamos que nos ayuden a ir a Tuni, le pagaremos lo que deseen… —les decía Ana a dos marineros muy extraños, que de marinos no tenían mucho. Vestidos como pescadores, con pantalones agujerados por todas partes, descalzos y con gorras muy sucias. Sin 10


decir de sus rostros, llenos de barba por todas partes. No dijeron palabra alguna, solo le hicieron una señal con la mano a ambas indicándoles que podían subir, y ellas abordaron sin titubear. —Pues bien, caballeros... ¿quién es su capitán? —preguntó Joka con optimismo a aquellos hombres. A uno le solían llamar 47, y al otro, Cornelio—. Queremos pagarle justamente y con prontitud nuestro viaje hacia los puertos de Tuni. —Señorita, nuestro capitán se encuentra indispuesto en estos momentos, ha dejado a cargo a 78. —¡Válgame Dios! ¿Es que no pueden usar nombres en vez de números? —se alarmaba Joka con cierta modestia. —Pero si mejor nombre no pudiera tener 78, 7 son los dedos que le quedan en la mano, y 8 en los pies. —Interesante situación para usarla de conmemoración para un nombre —añadió Ana a la conversación —, me imagino que el pobre hombre semimutilado ha perdido sus dedos a cambio de su valentía… —Sí que son graciosas las mujeres, Cornelio. 78 perdió sus dedos en apuestas con viejos piratas del océano Merlo y otros cuantos, intentando cocinar un cangrejo vivo. Sí, señor. 11


—¡¿Qué es lo que tanto hablan de mis dedos aquí?! —interrumpió 78. Alto y fuerte, con guantes y botas de caucho, lo que disimulaba muy bien su falta de dedos. También con una pequeña pipa en la boca, que era más parte de su cara que su propia nariz, nunca se le veía sin ella. —Pues verá usted, caballero, estamos en busca de su capitán para pagarle nuestro viaje en su embarcación, pero nos dicen estos elocuentes señores, que usted es el que está a cargo... —¿Y cuál es su nombre, señora...? —¿Señora yo? Bueno, bueno... Respetando sus modales poco objetivos…, me llamo Joka de Tuluz, y ella es Ana. —¡Para servirle, capitán! —agrega Ana con efusividad. —Ana..., ¿qué dices? Este no es el capitán... —decía Joka entre los dientes tratando de disimular su comentario con una sonrisa forzada. —Lo sé... Pero quién sabe si adulando a este seudo capitán obtengamos algún beneficio —respondió susurrando. —El capitán se encuentra descansando en su cabina, yo soy su primer oficial. Como verán, este no es barco turístico, más bien de mercancías. No tenemos razón de cobrar algún beneficio de su ida, sin embargo, ustedes son dos desconocidas que viajan gratis hacia los puertos 12


de Tuni, Dios sabrá a que... —comentaba con su pipa en mano, humeante y llamativa. Digo «llamativa» porque era de color rojo con detalles de cobre. 78 era un hombre corpulento, cojeaba de su pierna derecha y guiñaba un ojo cada dos minutos, como si no pudiera controlarlo. No puedo olvidar decir que su voz era aterradora, grave y fuerte. —Vamos a visitar a un amigo pariente. —¿Es amigo o es pariente...? —decía mientras se movía hacia el timón del barco y hacía seña con su mano de que le siguieran—. Miren que no les cobraré nada por el viaje, pero deben saber que aquí no hay lugar para damiselas en peligro, deberán dormir en el suelo con un saco como cobija, y sepan que todos los días se come sopa de bacalao. —Pero, señor, ¿qué tan lejos es llegar a Tuni en barco? —preguntó Joka. —No he terminado mi discurso, señora... Pues saben bien que no les cobraremos su viaje en divisas, pero ya que se han enlistado voluntariamente, sí deberán pagarnos con su ayuda en una importante encomienda —miraba desde la cabeza hasta los pies a Ana, con esa mirada de que se tiene un plan bien pensado. Joka y Ana estaban petrificadas, no tenían ni idea hacia dónde las llevaría aquel supuesto 13


barco mercantil, y mucho menos se podían imaginar a qué clase de encomienda se deberían enfrentar. —Y… ¿se puede saber a dónde vamos? —preguntó Ana conSuricatos valentía—. Quiero decir, ¿llegaremos algún día a Tuni? Ana necesita especial quelaleuna ayude de—Esas sonuna dosmáquina preguntas, niña, o laa otra... mostrar a todos quién es ella en realidad. Para esto nece-

sita la ayuda un científico, un experto en computadoras —Pues, ¿ade dónde vamos? y, por qué no, una abuelita mágica. Sin embargo, las cosas

—Vamos a tierras desconocidas. Hemos que no son tan sencillas como ella espera, y entre piratassabido con nombres de fracciones y números, un cuervo que puede

de ser parte de Benjamín 2/4 se hadulce, publicado un artículo su mejor amigo y hadas de agua Ana se embarca en una aventura en la que no sabe a qué mundo irá a

sobre tierras noamiga, habitadas que están repletas dealpiedras parar. Su mejor Joka, es quien le permite entrar «Otro Lado», donde con tan solo traspasar una compuer-

preciosas. ta, Ana cambia su apariencia totalmente. En el mundo real todos ven a Ana como una niña enfermiza, incomprendida

—¿Se refiere al científico lunático quemundo se embarcó en y con una gran imaginación, pero en ese otro ella es vivaz, optimista y determinada.

un buque caza ballenas y nunca se volvió a saber de él ni de ¿A qué mundo es al que ella pertenece en realidad?

aquella tripulación? —preguntaba Joka con escepticismo.

Valores implícitos: —¿Estás insinuando que no puedo confiar en un Más que una aventura, la historia de Ana pretende sensibi-

científico lunático con espíritu marinero? ¿En lizarnos ante las condiciones psiquiátricas que muchos ni- quién, ños pueden padecer. Envuelta en una historia fantástica, se

si no en esa clase de de gente, puede creer? Personas pueden ver pinceladas lo que se muchas familias y niños atraviesan cuando son diagnosticados desde muy tempra-

quenase arriesgan a vivir lo que nunca se atreverían edad. Un relato desborda en valentía, optimismo, determiotras ni enque susse sueños.

nación, curiosidad e ingenio; todo esto, apoyado por el valor

de la familiacómo y la amistad. —¿Pero se ha publicado un artículo de ese

hombre desaparecido? —preguntó Ana con gran curiosidad, sus ideas iban creciendo con prontitud, pensando que esto beneficiaría sus planes de crear «la máquina», la ISBNlado», 978-84-19973-16-0 que pudiera llevar a Joka «al otro demostrando así RI

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la existencia de aquel mundo. 9

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