CAPÍTULO 1
MAMÁ ES MENOPÁUSICA
—¿Mamá... estás bien? ¡Y yo chorreando la «gota gorda»! —Oye, mamá, ¿estás bien? ¡Vaya pregunta! Al fin, el trabajo de la semana terminó, es sábado al mediodía, hora de arreglarse para ir con la familia a comer a nuestro restaurante favorito, además hoy tenemos visitas, mi suegra, mi cuñado y su esposa vienen con nosotros. Estamos en pleno enero, acaba de pasar mi cumpleaños, ¡acabo de cumplir cuarenta y ocho años! Y bien, iremos a un lugar cerrado pues afuera el clima es terrible y hace bastante frío. Como siempre, el restaurante es un lugar agradable, música en vivo, ambiente cálido y como es costumbre en ese lugar, nos ofrecen apenas al sentarnos un caballito de tequila… solo para entrar en calor. El mesero nos entrega el menú y lo estudiamos atentamente, aunque de antemano ya sabemos qué vamos a pedir ya que
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es un restaurante donde sirven deliciosa carne asada y como ya había comentado lo visitamos con frecuencia. La charla empezó a tomar su ritmo. De pronto, me empiezo a sentir algo incómoda, algo así como abochornada… y pensé: ¡Si aún no he tocado mi tequila! Mis hijos me observaban entre preocupados y apenados, mi hijo mayor volteó a ver mi tequila como confirmando que aún no lo había probado, mi hija de igual manera captó el «bochornoso» momento y preocupada me preguntó: «Oye, mamá, ¿estás bien?», mientras tanto mi cuñado y su esposa, una simpática chica más joven que yo, trataban de hacer como que no pasaba nada extraño y al mismo tiempo les inquietaba saber qué era lo que ocurría. Mi esposo, que para mi fortuna es ginecólogo, por lo tanto, era el único que entendía la situación. Toma mi mano y me dice con la mirada: «No te preocupes, no pasa nada». Mientras tanto, yo, literalmente, sudaba y sudaba la «gota gorda». Sí, eran ríos de sudor incontrolable que escurría de mi cabello y corrían por mi cuello como si recién hubiera salido de la ducha sin siquiera secarme. Trataba de respirar profundo, de relajarme, de tomar agua y hasta mi tequila, solo para relajarme, claro. Pero no, no se controlaba, sudaba y sudaba y a mi alrededor ya era tan obvio que todos en la mesa suspendieron la amena conversación para observarme nada discretamente. Supe de inmediato que había dos opciones: o reír o llorar así que… fue en ese preciso momento en el que caí en la cuenta de que el gran día había llegado...
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Bueno, lo logré, soy el centro de atención de toda la familia. Hasta mi suegra sentada a mi lado preguntó extrañada: «Martha, ¿estás bien?». Así pues, decidí tomar las cosas con calma, tomé la segunda o creo que la tercera servilleta de la mesa tratando de secar ese mar de sudor que no paraba, volteé a verlos a todos, traté de sonreír ligeramente y con aparente despreocupación les respondí: «No se preocupen, no pasa nada es solo “la Menopausia”». Como si esa respuesta aclarara todo, mis hijos voltearon a verse entre ellos, murmuraron algo brevemente, de pronto con mucha naturalidad y una expresión entre sorprendida y divertida, mi bebé de diecisiete años suelta a toda voz: «¡Órale, mi mamá es menopáusica!». Pasado el bochornoso momento nos dispusimos a ordenar nuestra comida y disfrutar en familia de nuestra reunión, no sin antes hacer un brindis por la nueva mamá menopáusica. Pues bien, soy Martha, actualmente tengo cincuenta y seis años y esto que hoy quiero compartir con ustedes ocurrió a partir de hace unos 8 años cuando yo tenía cuarenta y ocho. Somos una familia que podríamos considerar normal. Formada por un papá, que es, para mi suerte, un conocido médico ginecoobstetra en la ciudad. Nuestro hijo mayor, un hombre joven que estudió para cocinero profesional, gracias a él todas nuestras celebraciones incluyen comidas o cenas a todo lujo, excelente hijo y hombre leal. Nuestra hija, la niña consentida de la casa, psicóloga con maestría en Negocios Internacionales que aún no acabo de entender
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del todo, siempre decidida a seguir sus sueños y dispuesta a ayudar a los demás. Nuestro hijo menor, el eterno bebé de la casa, estudiante de Informática. Ama estudiar, a su familia y a su novia, creo que es el más cariñoso e inteligente de los tres; y obviamente yo, Martha, la estricta mamá, soy Química Clínica, trabajé por más de veinticinco años en un laboratorio clínico y también impartí diferentes cátedras en una reconocida universidad de la ciudad en donde vivimos y en donde estudian muchos jóvenes entusiastas que conozco. Ahí trabajan también excelentes amigas y colegas, de las cuales algunas de ellas comparten conmigo esta aventura de la Menopausia. En fin, mi vida está llena de otros entretenidos quehaceres que me mantienen siempre ocupada. y como ya lo había mencionado y además es el tema de este libro, soy menopáusica. Pues bueno, esto es el día a día en la familia, creo que todos tenemos en común el que somos bastante inquietos, siempre buscando cosas nuevas y apasionantes que hacer. Tratamos, dentro de lo posible, comer juntos al mediodía, momento en el que salen muchas pláticas con y sin importancia, pero eso sí, la mayor parte de las veces pláticas interesantes y entretenidas. Los celulares no están prohibidos en nuestra mesa, al contrario, muchas veces son necesarios pues se arman discusiones interesantes que con frecuencia tienen que ser corroboradas por Google o al menos Wikipedia. Estas discusiones incluyen temas como películas, lugares interesantes, ¿qué significa la constante de Pi?, ¿el frío existe
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o es la ausencia de calor? Y así pasan las pláticas sobre la mesa. Pero bueno, ha surgido un tema nuevo a partir de aquel caótico día, ¿podrán adivinar ustedes a qué tema me refiero?, claro, lo adivinaron: la menopausia, o como se empezó a abreviar en casa, la Meno. Pues bien, a partir de esta primera y algo incómoda situación en el dichoso restaurante decidí tratar de explicarme a mí misma cómo quería vivir esta nueva etapa de mi vida, qué significaba para mi familia y para mí y cómo quería que se viviera. A partir de ese día me dediqué durante varios años a observarme a mí misma, y de paso a varias de mis compañeras, distinguidas integrantes, voluntarias o no del gremio de la Menopausia. Logré observar cambios emocionales, obviamente alteraciones en los ciclos menstruales, dolores de cabeza que no había tenido y, bueno, podría seguir enumerando síntomas y sensaciones que no son el motivo de este escrito. El verdadero fin del presente es compartir con ustedes diferentes experiencias y momentos que me han llevado a concluir que la menopausia es la etapa más plena y creativa de la mujer, en la que yo, Martha, quiero aprovechar para disfrutar de nuevos retos que quizá de otra manera jamás habría experimentado para mí y en compañía de mi familia. Obviamente, para lograrlo he tenido la fortuna de poder platicar con ellos ya que es una condición natural que ocurre y ocurrirá en la vida de todas las mujeres que tengan la dicha de llegar a esta edad; es un evento que ocurrirá sin importar
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raza, credo, nacionalidad, nivel social lo quieras o no, o sea, va a ocurrir sí o sí. Menopausia, libertad o condena Al llegar a esta etapa me di cuenta, para mi sorpresa, que muchas mujeres evitan hablar de la menopausia. Pareciera que es un tabú. Algunos comentarios fueron: «¡Cállate, ahí vienen mis hijos, nos van a escuchar!», «¡Que ni se entere mi marido!», «Ni lo comentes, van a decir que estamos viejas». Afortunadamente, también hay gente rara como yo que me dieron la bienvenida al club: «El grupo de las mujeres libres». ¡No más menstruación! ¡Adiós anticonceptivos! ¡Ahora sí podemos hacer grandes planes sin depender de nuestro calendario! Pues sí, al observar mi entorno me percaté de que estaba rodeada de situaciones curiosas relacionadas con el tema, por ejemplo: Al asistir a una junta de padres de familia en la escuela preparatoria de mi hijo menor, por lo general tendemos a sentarnos en grupos: a un lado, las expertas con hijos mayores platicando de las andanzas de nuestros jóvenes adultos universitarios; todas alrededor de los cincuenta años. Por otro lado, las jovencitas quienes rondaban los cuarenta que tienen más interés de hablar sobre los pequeños de la primaria y sus travesuras, clases de ballet, fútbol, fiestas infantiles y un sinfín de actividades propias de los pequeños de la casa. Para suerte de Sofía, una de las expertas del grupo, su gran día decidió ser exactamente hoy, sí, el día de hoy y ¡precisamente durante la junta! En un momento dado y
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sin decir ni «agua va» la Meno decidió hacer de las suyas. Sofía empezó a sudar copiosamente, volteaba a su alrededor esperando, sin lograrlo, pasar desapercibida en este «bochornoso» momento y así, sin desearlo, se convirtió en el centro de las miradas y cuchicheo de todas. Me acerqué discretamente a otro grupo, no sin intención, y escuché atentamente los comentarios de las más jóvenes quienes empezaron a murmurar casi con algo de horror sobre Sofía: «Pobre, ¿ya vieron? ¡Ya debe ser menopáusica!». Ágilmente una de mis compañeras y yo tratamos de aligerar la situación comentando las ventajas de la menopausia y dándole la bienvenida a nuestra nueva compañera quien, a modo de agradecimiento y con algo de alivio, solamente nos respondió con una tímida sonrisa. Para sorpresa nuestra, pues en aquella reunión en la que casualmente estaban presentes solo mujeres, algunas de ellas se incomodaron a tal grado que empezaron a expresar la manera en que este tema las apenaba y abochornaba, hubo incluso quien soltó el anticuado y abnegado comentario de: «esta es otra cruz con que las mujeres debemos cargar». Al escuchar estos comentarios, entendí que pese a que estamos viviendo en pleno siglo xxi en el que cada día surgen grandes descubrimientos, progresos y mejoras en el mundo, especialmente en lo que respecta a la salud, para muchas mujeres hablar de menopausia es referirse a esta como una terrible condena, siendo que para unas cuantas significa una nueva etapa para reinventarse, crecer y desarrollarse, es decir, más libertad para ser una misma.
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¡Mamá, este tratamiento no nos cae bien! Pasaron los días y comprendí que había llegado el momento de tomar varias decisiones sobre qué hacer para sentirme mejor de ahora en adelante… bueno, para empezar: Sé que debo mejorar mi condición física, por mi salud; para mejorar mi estado de ánimo pues es bien sabido que cuando realizamos ejercicio liberamos sustancias conocidas como endorfinas que nos hacen sentir más contentas y llenas de energía y, no menos importante para verme mejor ¡Claro! Debo reconocer que estoy inscrita en el gimnasio, y pago puntualmente mi mensualidad desde hace un año, pero, la verdad es que llevo ya tres meses sin asistir, siempre hay una buena razón por la que no alcanzo a llegar. Creo que esta vez tendré que retomarlo y organizarlo en mi agenda como una prioridad. Acudí al médico y me hicieron exámenes de laboratorio completo incluyendo hormonas, por otra parte, me hizo ultrasonido, mamografía, densitometría ósea, y todos los estudios con los que se cuenta en la actualidad para evaluar la salud de una mujer que llega a esta nueva etapa. La conclusión de mi médico fue que, afortunadamente, todo resultó dentro de lo normal para mi situación en este momento, ¿qué quiero decir con esto? Que mis resultados no son los valores de cuando tenía veinte o treinta años, pero corresponden a los cambios metabólicos que ha habido en todos estos años. A lo que sigue, si bien puedo presumir que cuento con el mejor médico del mundo, mi marido, ¡tengo que pedir cita!
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Según dice él, es para concentrarse en mí como una paciente más y tomar decisiones adecuadas, así que lo hice, pedí una cita con su secretaria y acudí a ella puntualmente. El doctor revisó todos mis estudios y finalmente decidió prescribirme un tratamiento que debía tomar diariamente durante un mes, lo probaríamos y al final platicaríamos para ver cómo me sentiría con él. Pasó una semana, como buena paciente la verdad siempre he sido muy puntual y cumplo estrictamente con mis tratamientos y este no podía ser la excepción, pero al trascurrir los días yo misma observé que no era la misma. Ahora con el medicamento me sentía realmente sensible y ansiosa. Cualquier cosa que estuviera fuera de su lugar, cualquier evento que no resultara como yo había planeado o que se saliera de control me hacía reaccionar de manera explosiva y hasta agresiva, exasperante. Le comenté a mi doctor: «estoy insoportable, ¡ni siquiera yo misma me tolero!». Decidimos que debía tener paciencia, que quizá mi cuerpo se adaptaría para fin de mes al tratamiento. Mi esposo y yo hablamos mucho al respecto y concluimos que lo mejor para la familia sería platicarlo con nuestros hijos para que tuvieran paciencia con mamá «Meno» ya que estábamos probando un tratamiento y los muchachos estuvieron de acuerdo en ser pacientes y colaborar conmigo. Pasó otra insoportable semana, hasta que un buen día, ante un atraso poco importante de mi hijo, tuve una intensa reacción de reclamo gritándole como histérica sin cesar hasta que llegó el momento en el que mi hijo de forma espontánea e inesperada
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interrumpió mi perorata y mirándome a los ojos me dijo con tono conciliador y con cierta impotencia: «Mamá, algo tenemos que hacer, este tratamiento no NOS está cayendo nada bien». Está de más decir que lo entendí, no soy yo, es el tratamiento. En ese momento se me llenaron los ojos de lágrimas, no hubo necesidad ni de decir «perdóname», solamente nos abrazamos largo rato, lloramos juntos, terminamos de llorar, nos lavamos la cara y seguimos adelante. Con buena voluntad, juntos podemos. Aceptémoslo, llegó la menopausia Chavos, calma, ¡solo es la menopausia! En una de nuestras comidas familiares, aprovechamos el momento para comentar con los muchachos sobre el tema: —Por favor, calma, chicos, estamos pasando por un cambio fisiológico normal para mamá. Sí los quiero, me desespero más fácil, estoy irritable, ya se dieron cuenta que el medicamento no me está ayudando, pero tenemos que darle oportunidad para hacer su efecto, si no funciona tendremos que cambiar de tratamiento, pero es importante que me ayuden, díganme lo que observan, para bien o para mal, incluso si observan cambios físicos, mi piel, mi pelo, pero por favor, lo más importante para todos, mantengamos la calma, al fin y al cabo, solo es la menopausia. Pasado el episodio de los gritos y viendo lo que el tratamiento nos estaba provocando, cumpliendo el mes nos sentamos a platicar y mi doctor decidió cambiar de tratamiento. Gracias a Dios o a mi querido doctor apenas pasaron unos días después del cambio y puedo decir que el nuevo tratamiento mejoró por completo nuestras vidas, me volví a sentir más yo, activa,
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con energía y si bien nunca he sido del tipo de mujer sumisa y tranquila, sí volví a ser más tolerante. Para mi tranquilidad apenas habían pasado un par de semanas, mi hijo, con cierta picardía, comentó: «Ahora sí, mamá, este medicamento sí NOS está cayendo bien». Y la armonía volvió a nuestra agitada vida. Tengo suerte, mi familia vivió conmigo la menopausia Definitivamente, estoy consciente de que algunas mujeres eligen tratar el tema de la menopausia en casa con extrema discreción, lo comentan si acaso y en ocasiones con su pareja, pero con nadie más, incluso lo evitan entre las amigas. Otras, como en mi caso, decidimos comentarlo con la familia completa ya que es bastante obvio que algo pasa y sería ridículo y más complicado, al menos para mí, ocultarlo o disfrazarlo de algo que no es; terminarían pensando y con razón «mi mamá se volvió loca». Pues actuando en consecuencia y al haber decidido vivir la Menopausia con mi familia, empezamos a hablar de ella con naturalidad hasta llegar a bromear al respecto, cosa de la que mis hijos en ocasiones se aprovechaban y hasta llegaron a hacer divertidas suposiciones sobre la posibilidad de tener otro hermanito, o que se prestaran para hacer un comentario simpático de los caballeros de la casa: «¡Ventaja importante de la menopausia! No tenemos que programar vacaciones con el calendario de mi mamá al lado». En fin, en general trato también de comentar sobre momentos inquietantes y sensaciones nuevas sin llegar a agobiarlos; razón
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por la que creo que los siento más cercanos y parte importante en esta nueva pero fantástica etapa de mi vida. Pasan los años, vamos acumulando experiencias, la juventud no se va, se nos queda; y a todas esas experiencias y juventud acumuladas ahora las llamamos «VIDA».
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