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Hola, familia, me llamo Margarito y soy un gallo tranquilo y bonito. Bonito por fuera y bonito por dentro. Ahora lo sé, después de un tiempo.
Porque la belleza está en tu fuerza, en ser amable, bueno y luchador. Te pones precioso con un buen corazón. Te vuelves dichoso si das amor.
Esta es mi historia, la de un ganador. Te la cuento rimando: Margarito a Euromisión.
Yo era un gallo pequeñito, es decir, un gallito. Me daba miedo todo: el frío, el calor, el agua y el sol. Ni siquiera cantaba al amanecer, por si desafinaba o no lo hacía bien.
Todo me preocupaba y me ponía nervioso. A veces, parecía que estaba en un pozo. Me sentía horroroso y, además, un patoso.
Mi padre, sin embargo, era un gallo hermoso y conquistador. El rey del humor, un gallo cantor. Mi madre, una gallina fina que vino de Argentina, valiente y sonriente, con amigas en cada esquina. Y luego estaba yo: chiquito y desplumado. Callado, amargado y con mi pico bien cerrado.
A pesar de mis miedos, yo tenía un gran sueño: cantar delante del mundo entero. Llenarme la cresta de purpurina. Pintarme las plumas como un loro y tener un precioso coro.
Quería ir a Euromisión, el Gran Festival de la Canción. Representar a Gallilandia y llevarme el «Micrófono de Cristal» a mi corral. Ser bravo como un toro, bailar como un cisne, lograr muchos puntos. Y que los «eurofans» fueran felices.
Soñaba con ello cada noche. Lo imaginaba y sonreía. El corazón me latía de la emoción. Tenía que encontrar una explicación. Así que se lo dije a mi único amigo, el gusano Mandarino.
Vete a ver a Gallapu, es un gallo maestro. Él te dará un buen consejo.
Le preguntará a la tierra, al mar y al sol, y juntos hallarán la solución