Marina y Marcelo

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Una mañana soleada de julio, la familia Martínez decidió ir de crucero con su yate a la isla dorada. Marcelo el joven de 16 años, no estaba contento, porque tenía que dejar el móvil, la tablet, la televisión…

—Todo lo planeado me sale al revés —dice Marcelo.

—No vas a estar las 24 horas atrapado en las pantallas —le responde Marcos, su padre.

—Siempre que voy a ponerme con «MIS DIVERSIONES», me haces salir a pescar, a tirar la basura, a limpiar mi cuarto trescientos millones de veces, a estudiar, etc. ¡¡Son cosas que NO me gustan, y esta vez te has lucido con este viaje familiar que vamos a hacer!! Con ese Yate viejo… ¡puff!, que además no entiendo por qué yo no puedo traer «MIS DIVERSIONES», y tú ¡¡los tuyos sí!! —dijo mientras metía las maletas en el barco, todo enfurruñado.

—Cada viaje es un aprendizaje, algún día me lo agradecerás.

Marcelo y su padre subieron al yate discutiendo, seguidamente de su abuela y madre.

Mientras tanto, la sirena Marina estaba nadando en el fondo del mar, con su gran amigo Héctor, el delfín, porque dentro de una semana su abuela cumpliría años, y había decidido hacerle un collar de regalo.

—Héctor, ¿has visto, esas conchas? ¡¡Hay millones!! —exclamó Marina con alegría.

Héctor, con su hocico de delfín, fue a coger unas cuantas, y Marina un par. Con esas ya tenían las suficientes para hacerle el collar a su abuela. A mitad de la creación del collar, se dieron cuenta de que les hacía falta hilo, así que se pusieron en marcha para conseguirlo. En medio de la misión, a Marina se le ocurrió una idea y le dijo:

—Héctor, ¡¡tengo una idea!! Solo necesitaremos algo para cortar el hilo, porque vamos a usar el hilo de pescar de esos humanos que se llevan a los peces y nunca los traen.

Marina y Héctor se pusieron a buscar algo que les sirviera para la gran idea de Marina.

Marina encontró una piedra afilada en el fondo del mar. Al ya tener lo que buscaban, pusieron en marcha el plan y fueron directamente a la zona donde la gente solía pescar.

Marina y Héctor estaban muy observadores para encontrar a la primera persona que lanzara la caña de pescar. En estas, un humilde pescador lanzó la caña, y Marina fue directamente a cortar el hilo, muy cautelosamente para que el pescador no se diera cuenta, y se fueron pitando porque el pescador sacó la caña y se enfadó, pero ya no podía hacer nada porque Marina y Héctor estaban haciendo el collar.

Cuando terminaron de fabricarlo, fueron a nadar sobre el mar, hasta que vieron el yate de la familia Martínez. Como a Héctor no le daba buena espina, decidieron nadar al fondo del mar.

Al anochecer, Marina no paraba de darle vueltas a su pensamiento sobre el Yate, así que se dispuso a buscarlo. Rumbo a la búsqueda se topó con un tiburón blanco hambriento. Cuando el tiburón fue a devorarla, se dio cuenta de que detrás de Marina había una manada de delfines, y eso hizo que el tiburón se asustara y se fuera.

—Os doy las gracias, pero…, por favor, no le digáis nada a Héctor —les dijo Marina.

Los delfines asintieron con la cabeza y se fueron a cenar.

Mientras Marina reflexionaba sobre lo ocurrido, siguió con la búsqueda del Yate. Cuando ya estaba donde lo encontró, no lo vio, así que pensó en tirar más para el norte a ver si lo encontraba. Y así fue, pero no solo se encontró con el yate, sino que dentro del yate vio también al joven Marcelo hablándole al mar.

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