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Para toda la familia Santos, mañana será un día muy especial, pues cumple seis años uno de sus miembros más queridos, Mateo. Es el hijo del medio, de José y Mercedes; nació después de Lucas, que ya tiene dieciocho, y antes de Lucía que acaba de cumplir los dos añitos.
Es un niño que siempre ha destacado por ser muy amable, cariñoso, dispuesto a ayudar a todos, y que cuida de los animales y las plantas. Le gusta ir al colegio; y compartir con su familia y amigos todas sus divertidas aventuras del día.
Tiene el pelo negro, cual noche más oscura sin estrellas, sus labios son rojos como la sangre más pura, y posee unos grandes e inquietos ojos verdes. Lo que hace de Mateo un chico especial es lo que realiza a partir de estas características; como por ejemplo, con sus expresivos ojos verdes, parece iluminar todo
cuanto mira a su alrededor, es como si descubriera el universo con cada mirada.
Continuamente está interesado en mirar las cosas más de una vez, quizás debido a que va descubriendo nuevas cosas que pudo no haber visto la primera vez. Esto se lo ha enseñado su padre, el cual le ha explicado que para quedarse con la mayor cantidad de información y conocimiento hay que observar bien y conocer el porqué de las cosas que tenemos delante de nosotros. Y es que el conocimiento solo se fija bien en nuestra mente si nos tomamos el tiempo necesario para apreciar las cosas, comprenderlas, descubrir el misterio que las envuelve y aplicar la sabiduría que nos brinda la naturaleza y la ciencia.
«Todo lo que aprendas y pongas en práctica para ayudar a los demás hará de ti un mejor ser humano», le decía siempre su padre. Mateo al principio no comprendía del todo estas palabras, pero insistía en ponerlas en práctica todo el tiempo, aunque no fue hasta su sexto cumpleaños cuando todo tomaría sentido para él.
En el colegio sus amigos le llaman «El Peque», pero no es una burla a su pequeña estatura, es debido a que siempre está investigando en las pequeñas cosas del conocimiento, y que ha hecho de él uno de los más inteligentes de su clase.
A Mateo no le importa ser el más bajito de su clase. Él sabe que cuando sea mayor será alto como su padre; así que ahora disfruta y aprovecha su posición
privilegiada en la primera fila de su clase. Estar ahí le han aportado muchos beneficios académicos, y eso para él es lo más importante.
Su padre es un prestigioso dentista que posee la clínica dental más antigua de toda la Isla en la que viven. Desde que recuerda, ha estado entrando y saliendo de ella, relacionándose con el olor, los instrumentos, equipos, materiales y todas las actividades que allí se realizan. Conoce incluso, para qué sirven o cómo funcionan algunos de los equipos y materiales que allí se encuentran. Esto ha hecho que tenga una infancia muy diferente a la de otros niños de su misma edad.
Muchas tardes su papá le recoge después del colegio y le lleva allí hasta que este termine su jornada laboral. En esas tardes, Mateo aprovecha para hacer sus deberes, pero siempre le sobra tiempo para seguir conociendo cosas sobre el mundo de los dentistas y los dientes.
Él habla mucho con la ayudante de su papá. Ella le cuenta cómo funcionan algunos equipos, para qué sirven ciertos medicamentos, así como cuáles actividades se realizan en la clínica.
La chica le cuenta que su padre hace una labor admirable no solo con los pacientes que les visitan, sino con toda su Comunidad. Él no solo cura al paciente que viene con dolor, también le enseña a prevenir enfermedades, le brinda los conocimientos para que este y su familia siempre estén sanos.
Mateo no ha pensado aún qué será de mayor. Cree que existen muchas profesiones fascinantes por conocer y le gustan muchas cosas a la misma vez. Ser dentista como su padre es una responsabilidad no solo como profesional de la salud, es también un deber con el apellido Santos. Dedicarse a esta labor traería como consecuencia el mantenimiento de un gran legado, tal y como lo han hecho sus antecesores. Él aún no se siente preparado para un compromiso tan grande. De momento lo que sí es un hecho es que le gusta estar allí, rodeado de todo este mundo que, aunque no le es nuevo, siempre le enseña que su estancia en ella hace de su día uno bien maravilloso.
Mañana no será un día como los demás. La noche víspera de su sexto cumpleaños hará que todo lo conocido se vuelva extraordinario. Lo que ocurrirá esta noche va a ser algo que definitivamente le cambiará la vida para siempre.
Ya se encuentra Mateo en la cama, antes de dormir siempre hace un recuento en su mente de cómo le fue el día y de las cosas que tiene o le gustaría hacer al día siguiente. En esta incursión por su día que estaba llegando a su fin, recuerda que fue productivo, lleno de temas nuevos, como tanto le gusta que sean sus días. Algunos impartidos por su profesora de ciencias, que esta vez le ha hablado de la fotosíntesis. Un proceso que ocurren en las plantas, y que le fue explicado durante una excursión maravillosa por el Jardín Botánico de su Isla.
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Luego en casa, su hermano mayor, al verle tan motivado por el nuevo tema aprendido, ha decidido realizar con él un experimento. Han sembrado una alubia pinta sobre un algodón humedecido en agua, en un frasco de cristal. Así observarán cómo crece una planta y pondrá en práctica cosas que le ha explicado la profe hoy durante su paseo.
Todo su día ha sido fantástico, pero hay otra cosa que le emociona mucho, que le tiene algo inquieto e incluso nervioso, y es que dentro de unas horas ya será su cumpleaños. Para Mateo cumplir años siempre es un motivo de alegría y es sinónimo de fiesta.
Como de costumbre, sus padres le han dado el beso de las buenas noches, le han apagado la luz principal de la habitación, y solo queda un haz de luz que se va haciendo cada vez más estrecha a medida que la puerta se va cerrando delante de sus padres. Ya casi no queda nada para que se cierre completamente la puerta, y entre lo pequeño que se le hace el rostro a su padre, escucha como este le dice:
—Duerme bien, hijo, que tu sueño sea reparador al igual que emocionante. Te prometo que mañana recibirás el regalo más especial que puedas imaginar.
«¿Qué será?», piensa el niño. Por su mente están pasando la mayor cantidad de regalos, todos convertidos en los más divertidos juguetes, y en paseos a muchos sitios interesantes que le gustaría ir, como museos, zoo, parques de atracciones, entre otros. Y es que de tanto pensar e imaginar, le está entrando
sueños. No se ha dado cuenta, pero se ha quedado profundamente dormido.
De repente, siente una voz que le habla y le llama por su nombre. No entiende bien lo que le está diciendo, solo alcanza a comprender que le dice su nombre. Se siente entre dormido y algo despierto, mientras sigue escuchando esa voz. Quiere, pero no puede abrir sus ojos, le pesan muchos los párpados. Pero continúa oyendo la voz que le llama, y cada vez se torna más clara, hasta el punto de poderla escuchar y entender.
—Hola, Mateo. Despierta, tenemos que hablar.
Era la voz más suave y cálida que había escuchado jamás. Solo la podía igualar a la de su madre cuando le leía esos cuentos de aventuras que tanto le gustaban, sobre todo, antes de dormir. Sin embargo, esa voz que no había escuchado antes, por más que intentaba recordarla o relacionarla con alguien de su familia o amigos, no encontraba a quién pertenecía. Le pasaba algo muy curioso con esa voz, y es que le resultaba muy conocida, a la vez que desconocida.
—¡Feliz sexto cumpleaños, Mateo! Puedes despertar ya. Necesitamos hablar, dormilón. Tenía muchas ganas de que nos conociéramos al fin.
«¿Estaré soñando?» sigue pensando el niño. Pero cómo ignorar una voz que cada vez se hace más real, y que le insiste en que se despierte para hablar. Además, le llamaba por su nombre, no podía ser un desconocido ni estar soñando cuando todo resultaba tan real.
A tanta insistencia de la voz, Mateo va abriendo los ojos suavemente, mientras el sueño se va disipando. Enciende la lámpara que está en su mesilla de noche, y su habitación queda de repente con una iluminación muy tenue pero clara a la vez. Y cuando toda la habitación queda visiblemente revelada, no puede creer lo que ven sus ojos a los pies de su cama. Había una silueta blanca, al principio borrosa, pero que cada vez se volvía más nítida. No daba crédito a lo que veían sus enormes ojos verdes. Había una muela en su habitación, o al menos eso era lo que parecía.
Pensaba en que era algo diferente a las que veía en la clínica de su padre. No se parecía ni a las del post o maqueta, ni a las que había visto cuando su padre le sacaba una muela a algún paciente. «En fin, estoy soñando otra vez», se lo repetía a sí mismo, justo cuando la voz de esa figura animada que observa a los pies de su cama le dice a continuación:
—No estás soñando, Mateo. Soy Seis, un viejo amigo de tu familia. Tenía muchos deseos de que nos conociéramos oficialmente. Lo he estado ansiando desde el día en que naciste.
—Perdona, ¿dices que eres amigo de mi familia? ¿Y por qué nunca te había visto? Pero…, espera un momento, eres una muela, o al menos algo parecido a eso. Yo lo sé porque he visto muchas en el trabajo de mi padre. Tengo que estar soñando, las muelas no hablan, y mucho menos tienen tu forma. Yo no puedo estar hablando con una muela, eso no es posible. Sí, tengo que
estar soñando. Definitivamente, estoy soñando —se decía una y otra vez el niño mientras negaba con la cabeza lo que estaba viendo con sus propios ojos.
Imagino que tendrás muchas preguntas que hacerme, pero poco a poco. Tenemos tiempo para hablar de todo lo que te inquieta, se paciente, la noche es joven y recién está comenzando este maravilloso viaje.
Para este punto de la conversación, ya Mateo se ha sentado en la cama. Tenía los ojos tan abiertos y observadores como de costumbre. No dejaba de pensar que, a pesar de que todo pareciera tan real, seguía soñando. Justo en ese momento, Seis le dice:
—Mateo, amigo, no estás soñando. Esto es tan real como lo ves. Mira, he venido a visitarte porque hoy cumples seis años. Cuando el reloj marcó las 00.00 a.m. de tu cumpleaños número seis, es tradición en tu familia que venga de visita para tener esta conversación.
—¿Conoces a todos en mi familia? ¿Cuál conversación? —le preguntaba el niño con asombro y desconcierto.
—Pues la conversación que tendremos en este justo instante. Mira, he formado parte de tu familia por muchas generaciones. Yo ya sabía que existías, pero no podía venir hasta que fuera tu cumpleaños número seis. Me emociona mucho el estar aquí en un día como hoy. Este es un encuentro que solo tengo una vez en la vida con los miembros de tu familia. El viaje que emprenderemos esta noche representa mucho
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