Matildo y Carmeno habían nacido el mismo año, el mismo mes, el mismo día, y casi casi a la misma hora. A pesar de eso, eran muy diferentes.
Uno era extrovertido; otro buscaba el momento perfecto para acercarse a la gente. Uno era cariñoso, y el otro pocas veces se dejaba achuchar.
También eran muy diferentes en los gustos que tenían.
Carmeno adoraba las verduras; cuanto más verdes, más le gustaban. Y odiaba los plátanos. Si alguien comía un plátano cerca y Carmeno lo veía, vomitaba.
Matildo, en cambio, devoraba plátanos; los comía para el desayuno, la comida, la merienda y la cena, y detestaba cualquier tipo de alimento de color verde.
Aunque había una cosa en la que sí se parecían y que les gustaba mucho a los dos…
A Matildo y a Carmeno les encantaba pegarse.
Desde que estaban en la barriguita de su mamá, Matildo intentaba dar puñetazos a Carmeno, y Carmeno intentaba dar patadas a Matildo. Y después de nacer, aquello siguió y siguió y siguió…