Como cada mañana, Lía se despierta temprano, desayuna queso de cabra con membrillo y nueces.
Sale de casa a toda prisa, como si fuera a llegar tarde a algún sitio, da un besito a su gato, coge la bici, ¡y que comience el día!
Lía tiene 4 años, todavía no va al cole de verdad.
Pero tiene muchas personas con las que aprende un montón de cosas.
Vive en un pueblo de la España vaciada. Esto quiere decir que vive poca gente y no hay servicios. Lía es la única niña de su municipio.
Su primera parada es la casa de Luis. Él es muy moreno, y ordeña con sus grandes manos.
—Buenos días, Luis. ¿Qué tal las cabras hoy?
—Bien, Lía, han dormido genial.
—Entonces… hoy darán mucha leche, ¿no?
—Sí, Lía. Ven más tarde a ayudarme, hay muchos quesos que elaborar.
—Mientras, me voy a ver a Marcelina.
—Vale, adiós, Lía.
Marcelina es una abuela arrugadita que trabaja cestas de mimbre para diferentes usos que la gente ya no recuerda.
—Hola, Lía. ¿Qué tal? Ayer terminé la canasta, ya puedes ir a por huevos a casa de Tomás, así la estrenas.
—Vale, Marcelina, voy ya mismo.
Tomás cuida de sus muchísimas gallinas, y cada día vende sus deliciosos huevos. Tose a menudo y nadie recuerda su edad.
—Hola, Tomás, vengo a por los huevos de Marcelina. Tomás, mira qué canasta más bonita tengo.
—Es perfecta. Pero llévaselos con cuidado. Te pondré un poco de heno en el fondo.
Lía regresa con los huevos y una enorme sonrisa a casa de Marcelina. Antes pasa frente a la casa de Benito, un señor un tanto extraño y misterioso; eso murmuran el resto de los vecinos. Aunque a Lía no se lo parece.
Benito iba con su carretilla repleta de trastos pasados de moda, que rescataba del punto limpio. Los llevaba al cobertizo del patio de su casa. Se tiraba todo el día de allí para acá y de acá para allá.
—Benito, buenos días.
—Buenos días, Lía —le contestó muy serio—. Tengo mucho trabajo, no puedo entretenerme. Que pases buen día.
