Misterio en el bosque de los guacamayos

Page 1


1

VACACIONES CON TÍA RULA

—Y o no quiero ir a esa casa. Ya les dije que quiero ir con ustedes —insistió Camila.

—Solo será una semana —dijo la madre con una sonrisa—. Verás qué lindo es despertar en medio del campo con el canto de los pájaros. La tía Rula tiene…

—Ya sé lo que tiene —la interrumpió Camila, nada convencida con eso de tener que quedarse sola con alguien a quien no conocía, aunque fuera pariente. Imitando a la madre, con un humor de

perros que parecía que iba a morder al primero que se le acercara, dijo: «la tía Rula tiene un bosque lleno de pajaritos de colores cerca de la casa y hace paseos para observarlos. Estoy segura de que a mi hijita le encantará despertar con el ¡pío!, ¡pío! de las avecillas o mejor dicho con el ¡GRRR! ¡GRRR! de los papagayos».

La madre le aclaró:

—Yo no tengo la culpa de que no estén aquí tus abuelas para cuidarte porque se les ocurrió hacer un crucero juntas.

El padre, que había sido el de la idea de mandar a Camila a la casa de la tía Rula, trató de convencer a la hija:

—¿Qué te parece si te presto mis binoculares?

Camila se sorprendió con el ofrecimiento. Enseguida lo miró para asegurarse de que hablaba en serio. Los había traído del Japón, eran carísimos, no se los prestaba a nadie y siempre que viajaba los llevaba en la maleta. Cada vez que los mostraba a alguien por primera vez decía con orgullo: «Más pequeños que una mano y superpotentes. Con ellos se puede descubrir hasta lo que se esconde detrás del horizonte».

Camila se imaginó observando con los binoculares un pajarito posado en la punta de un árbol superalto, viéndolo como si estuviera delante de su nariz. Entonces dijo:

—Está bien, si los llevo voy. —Y antes de que el padre o la madre abrieran la boca para decir algo más anunció que iba a jugar con Miguel.

Cuando Miguel la vio llegar entrompada, con cara de pocos amigos, supo que estaba enojada. No fue necesario preguntar. Apenas se encontraron, Camila soltó todo lo que le pasaba.

—En dos días mis padres me van a dejar una semana entera con una tía abuela que no conozco porque ellos se van a un congreso de no sé qué y bla… bla… bla.

Hasta que no contó todo no paró.

Miguel escuchó. Primero le pareció horrible que los padres la dejaran sola con una desconocida, por más hermana del abuelo que fuese. Después, cuando se enteró que tenía un bosque donde había tucanes y papagayos de colores cambió de idea; y más le gustó cuando supo que esa tía hacía paseos de avistamiento de aves.

—¡Qué suertuda! —exclamó fascinado—. Si quieres te cambio, tú te quedas con mi madre y yo voy en tu lugar el lunes.

La mañana de la partida de Camila, Miguel se levantó bien temprano para ir a despedirla y recordarle algo.

—Este sábado es la final del campeonato de fútbol. No te olvides de enviarme el mensaje de la suerte —dijo Miguel, recordando el que le envió a su celular antes del último partido: «¡¡¡Vas a hacer dos GOLAZOS!!! ����». Como si ella lo hubiera adivinado, ese día él hizo uno de cabeza y otro de tiro libre.

—¡No puedo creer que me voy a perder la final del campeonato! —dijo Camila con bronca—. Estoy segura de que este año Mirador sale campeón y yo no voy a estar para festejar.

Miguel trató de animarla:

—Le pido a mi madre que grabe el partido y te mando el vídeo. Y tú no te olvides de enviarme el mensaje de la suerte y fotos de papagayos y cuanto pájaro raro veas para mostrárselas a mi padrino —dijo Miguel pensando en la afición de José por las aves.

CAMILA CONOCE A LA TÍA RULA

La tía Rula vivía en el campo, en una casona amarilla de dos plantas, con ventanas y puertas verde oliva igual que las tejas. La casa estaba rodeada por un enorme jardín, cercado por una valla de madera con dos portones. Por el más grande, se accedía a un camino de tierra que atravesaba el jardín delantero de la vivienda, llegando a su entrada principal. El otro portón, verde, igual que las ventanas, custodiaba un camino angosto que conducía a la puerta de la cocina, en la parte posterior de la vivienda.

—¡Parece un paraíso! —exclamó la madre de Camila deslumbrada por las palmeras, los árboles frutales y por múltiples y exuberantes hortensias rosadas y violetas que poblaban el terreno—. A nuestro regreso del congreso, cuando pasemos a buscar a Camila, le voy a pedir permiso a la tía para llevarme un ramo de hortensias.

—O mejor te lo prepara Cami para esperarte —dijo el padre con una sonrisa, mientras le hacía un guiño a la hija.

—No sé de qué te ríes —gruñó Camila—. A mí no me causa ninguna gracia.

El padre estacionó el auto debajo de un frondoso árbol, a un costado del camino, próximo a la casa.

—Allí está la tía —dijo la madre, señalando a la mujer recostada a un pedestal de piedra sobre el cual había un águila de bronce, con las alas desplegadas y una lombriz en el pico.

Camila, desde la ventanilla del auto le clavó la mirada y la analizó de arriba abajo. Era una mujer delgada, con el pelo gris recogido en un moño, con lentes de sol que sobresalían en una cara larga y ovalada. Vestía una blusa estampada, pantalones

holgados y unas botas acordonadas que parecían demasiado grandes para ese cuerpo.

—Seguro que usa esas botas para no salir volando cuando hay viento —fue el único comentario que hizo Camila.

La tía los recibió con una sonrisa.

—Tía, ¿cómo está?, cuantos años sin verla —dijo el padre emocionado mientras abría los brazos para darle un abrazo—. La última vez que la vi fue en el velorio de papá, poco antes de que Cami naciera. Recuerdo que nos contó que estaba viviendo en una casa de campo y yo prometí venir a visitarla.

—Tardaste poco en cumplir la promesa, solo nueve años —dijo la tía Rula con ironía.

La madre también la abrazó y dijo lo primero que se le ocurrió:

—Su sobrino siempre recuerda los pasteles de dulce que comió en su casa cuando era niño.

—Me alegro —dijo la tía Rula sintiéndose halagada.

Camila sintió la mano de la madre en la espalda, empujándola.

—Así que ella es mi pequeña huésped —dijo la tía Rula limitando el saludo a un suave pellizco

en la mejilla de la niña—. Eso de que te manden con una tía vieja, a la que no conoces, no debe ser muy divertido. ¿No es cierto?

Camila levantó los hombros e hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Los padres rieron y la madre se apresuró a decir:

—Al principio no estaba muy convencida, pero terminó gustándole la idea. Ella adora el campo y la naturaleza.

Camila la miró como si estuviera hablando de otra niña.

El padre interrumpió a la madre.

—Camila está muy entusiasmada con la posibilidad de observar pájaros con una aficionada. Estamos deseosos de que nos cuente sobre su trabajo en la asociación de protección de aves.

La tía sonrió y los invitó a recorrer el jardín antes de entrar a la casa.

Camila se apartó del grupo y se aventuró por uno de los senderos de grava que se perdía entre las plantas. Descubrió una fuente rodeada por bancos de piedra y cuatro estatuas de enanitos que se diferenciaban por lo que llevaban en la mano: un farol, una pala, un rastrillo y un cone-

jo agarrado de las orejas. «¿Serán los de Blancanieves?» se preguntó mirando para todos lados, tratando de buscar los tres que faltaban. No los encontró, pero sí dio con otras dos estatuas. Dos leones enormes sentados sobre pedestales de piedra que más bien parecían butacas de flores por las enredaderas florecidas que los cubrían. Ubicados a cada lado de un sendero, ambos miraban hacia el campo, en dirección al camino principal de entrada a la casa. Y descubrió un pájaro de copete amarillo bebiendo agua de un bebedero que colgaba de una rama de un manzano.

—¡Qué lindo! —dijo Camila, acercándose despacito para no asustarlo.

Pero en ese momento sintió la voz fuerte del padre llamándola: «¡¿Cami, dónde te metiste?! Ven con nosotros». Sin pensar en el pajarito, le respondió con un grito: «¡Ya voy!», y lo ahuyentó.

—Lo siento, no quise asustarte.

Al acercarse a los padres, Camila sintió decir a la tía Rula:

—Tooodo el campo que rodea la casa es de mi propiedad. Hace años que lo arriendo. Y el bosque que se ve allá, a lo lejos, es como si

Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.