Nenino

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Nadia Ferrán

Los primates son animales muy inteligentes y curiosos que fueron clasificados como los monos del Viejo y Nuevo Mundo. Muchos de ellos viven en regiones ecuatoriales de tres continentes: África, América y Asia. Allí en las sabanas y en las largas ramas de los frondosos árboles que crecen en la jungla y la selva, existen varias especies que en su conjunto conforman lo que llamamos manadas, es decir, grandes familias.

Un día, en algún lugar de la selva africana, nació un pequeño monito al cual le dieron por nombre Nenino. Cuando llegó al mundo era tan pequeño como una fruta tropical y tan bonito, que se convirtió en la alegría de toda su familia. Aquel momento fue tan especial que sus tíos y primos comenzaron a tocar sus tambores con mucha emoción, mientras la voz clara del anciano de la manada cantaba una improvisada canción para el recién llegado:

La felicidad ha tocado a nuestra puerta. La felicidad ha iluminado este día. Un futuro tan pequeño que nos trae cosas grandes. Que este cielo escuche la alegría, que los tambores suenen y que el viento lleve aroma de la rosa que se abrió para Nenino. ¡Nació Nenino! Cantaremos hasta que la voz se apague y tocaremos hasta que el cuero se rompa.

¡Tócalo!

Que los tambores suenen, y que el viento lleve la fuerza de mi voz hasta llegar a Nenino, Nenino.

Un pequeño ha llegado y con él nuestro futuro. Ese es él, Nenino.

Los primates comenzaron a bailar emocionados por el momento. Hacía mucho tiempo no nacía un bebé en aquella familia, por lo que los padres se sentían agradecidos por tan bella bendición.

Con el paso del tiempo, la manada se dio cuenta de que Nenino era mucho más tranquilo que los demás, pero lo que en realidad les preocupó fue que el pequeño no conseguía bailar con el toque del tambor.

A medida que Nenino fue creciendo, esta diferencia se hizo más evidente.

—¡Nenino es diferente! —murmuraban algunos un tanto preocupados.

—Pero pertenece a nuestra manada y debemos aceptarlo como es… —contestaban otros con seguridad.

Sus primos y amigos lo mimaban profundamente, sus tíos le revolvían el cabello con ternura, y sus abuelos solían sentarlo en sus rodillas para contarle viejas historias. Pero a pesar de todas las muestras de afecto, Nenino se sentía triste porque no podía sentir la magia del tambor como los demás, lo que terminó por hacerlo pensar que quizás había algo malo en él.

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