Érase una vez una pequeña aldea de un bosque, donde vivían unos duendes muy curiosos. Estos eran pequeños y el mayor no superaba la altura de un arbusto. Todos los habitantes de la aldea llevaban unos gorros con estrellas de colores. Sobre estos gorros sobresalían unas orejas puntiagudas con forma de lágrimas o gotas de lluvia.
Nino era un duendecito que vivía con su papá y mamá en una casita de madera sobre el tronco de un árbol. Un día su mamá le pidió que fuese al bosque en busca de flores para hacer un ramo y regalárselo a su abuelita. Antes de salir de casa, su mamá le dijo que fuese por el camino de girasoles, ya que por el otro camino podía ser peligroso.
El pequeño duende, como un buen niño, hizo caso a su mamá, se preparó y salió de casa en busca de las flores. Mientras caminaba iba pensando en qué flores le podían gustar a su abuela, entonces recordó que sus flores favoritas eran las rosas. Cruzó el puente y llegó al cruce de caminos, miró hacia un lado y al otro, a la izquierda se veía el camino de girasoles, y al otro lado no veía nada de su interés.
