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Patricio, en su primer día de escuela infantil, conoció a Tessy, su maestra de música, quien con mucha paciencia y cariño le enseñó sus primeras notas musicales y le hablaba de grandes compositores como Beethoven, Wagner, Mozart, Vivaldi, entre otros.
Un día, Patricio llegó a casa pidiéndole a su mamá que le pusiera la canción de «La ballena azul».
Sin embargo, al no localizar su madre el título, originó que la insistencia de Patricio creciera cada día más.
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—¡Dios mío, sí que sabe insistir este pequeño! —decía su madre, rascándose la cabeza.
Sus rizos se enredaban buscando el título de la canción por todos lados, además, siendo tan pequeño, su madre apenas lograba entenderle.
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Su madre decidió ir al colegio y hablar con la maestra Tessy, quien le explicó que durante la clase les contaba historias a sus alumnos, mientras escuchaban música.
Un día, escuchando «La cabalgata de las valkirias», de Richard Wagner, les contó la historia de la ballena azul que vivía en el mar; de esta manera el pequeño
Patricio logró imaginarse a la ballena y sentir la música.
«¡Ahí está el título correcto!», pensó la mamá.
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La maestra Tessy, llevaba diversos instrumentos musicales a la clase para que sus alumnos pudieran sentir y conocer los diferentes sonidos que emitían cada uno; cuando le tocó el turno al violín, algo despertó en Patricio, y al llegar a casa le dijo a su mamá:
—¡Quiero un violín como el de mi maestra! ¡Quiero tocar el violín!
Un poco distraída, su mamá le respondió:
—Eres muy pequeño ahora, pero lo hablaré con papá.
Durante un largo año, Patricio insistió en que quería un violín.
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Su madre deseaba comprarle el violín; sin embargo, dudaba, pues pensaba que era muy pequeño, que pronto perdería la emoción por el violín y lo más importante, cómo conseguiría un maestro de violín para un niño de su edad.
Patricio insistió tanto que su padre le dijo algo muy cierto a su madre:
—Si le compramos otros juguetes por los que pierde el interés al segundo día, ¿por qué no comprarle un violín?
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La madre de Patricio comprendió que le estaba negando a su hijo el poder descubrir algo que lo haría muy feliz.
—¡Claro! Si nosotros como padres no creemos en nuestros hijos, siendo los seres más importantes para ellos, ¿cómo les enseñaremos a creer en ellos mismos? —se cuestionó la mamá.
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