Eso es lo mismo que me pregunté yo aquel día: «Pero ¿dónde estarán?».
Mamá y papá habían desaparecido de repente, ¡vaya misterio! Mi tita Rosa me había llevado a su casa, pero allí tampoco estaban.
—Tita Rosa, ¿dónde están mamá y papá? —le pregunté.
—Pues no lo sé, la verdad. ¿Quieres que los busquemos?
—¡Claro! —respondí.
Vaya aventura íbamos a vivir. Buscamos debajo de los sofás, detrás de las cortinas y hasta debajo de la alfombra, pero allí tampoco estaban.
—Pero ¿dónde estarán?
Tanto buscamos a mamá y a papá que se nos hizo de noche, y la hora de cenar había llegado. Tita Rosa me preparó mi cena favorita, y cuando terminamos estábamos tan cansados que nos fuimos a la cama. A tita Rosa le encantaba (y le sigue encantando) contarme cuentos de piratas, de selvas mágicas y hasta de alfombras voladoras. Tanto me gustaban los cuentos que cerré los ojos y me quedé dormido.
Cuando me desperté había algo raro…
«¡Ah, claro!», pensé.
Fui corriendo a buscar a tita Rosa, que estaba preparando el desayuno, y le pregunté:
—Tita Rosa, ¿dónde están mamá y papá?
—Creo que sé cómo encontrarlos —dijo—, pero te lo voy a contar mientras desayunamos, ¿qué te parece si cada uno lo intentamos? Mira, empiezo yo.
—Puede que los hayan llamado para volar en un cohete en una misión espacial. Se pusieron los trajes de astronauta y viajaron al espacio, donde vivieron más de cien aventuras: pasaron cerca de otros planetas, visitaron las estrellas y hasta se encontraron con hombrecillos verdes.
Y esa fue la historia que me contó tita Rosa.
