Por fueradel móvil
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Ilustrado por Beatrix Suárez
David Zorel
En la tercera luna llena del año, en el tercer mes, la tercera de las hijas de una feliz familia nació después de anochecer. Sus padres la llamaron Azarel.
Al nacimiento de Azarel acudieron sus familiares y amigos. Más tarde, después de irse todos a dormir, acudió el Hada de las Flores, atraída por la magia del nacimiento bajo las estrellas, y por el brillo del rocío en las flores nocturnas.
Y al verla dormida en la cuna, iluminada su carita por la luna, le otorgó el don de la ilusión, que era el que un hada otorgaba a un recién nacido para que viviese las cosas con entusiasmo y pasión.
La niña pasó sus primeros años con toda la pasión y el entusiasmo que su hada le había regalado al nacer.
Y los años pasaron y pasaron.
Años más tarde, el hada decidió hacer una visita a Azarel. Y pudo ver que ya no era una niña pequeña, ni era apasionada ni risueña.
Parecía, por un extraño motivo, haber perdido por el camino el don, regalo de su hada madrina.
Aquel día, con gran alegría, decidió ir a buscarla a su casa, y la observó desde la ventana. Ella desayunaba con papá, mamá y sus hermanas, sin mirarlos a la cara ni atender lo que decían. Desde la ventana, brilló y brilló para atraer su atención, y brilló y brilló en todo su esplendor, pero su atención estaba completamente atrapada por el brillo de una luz frente a sus ojos rojos.
El hada, al principio, se sorprendió, y luego sintió cierto enojo. No apartaba la vista de aquel aparato que sostenía entre sus manos ni un solo segundo.
