Rodrigo duerme. Jesús, su papá, entra en la habitación y le tapa con mucho cuidado. A su lado, Irene, su mamá, le mira y se acerca con sigilo. No quiere que se despierte. Le da un besito en la frente y los dos se van.
Rodrigo duerme, Rodrigo sueña…
Está asombrado, no deja de mirar a todos lados, y allá adonde mira, más admiración siente. Nunca había visto un lugar así. Se encuentra en una especie de recinto cerrado enorme; por aquí y por allí, no deja de ver aviones muy raros y otros vehículos que parecen cohetes espaciales, que se amontonan en el suelo como si estuvieran tomando el sol. Está encantado con lo que ve. Sigue caminando. De vez en cuando se acerca a algún cohete que por su forma o por su color le llama la atención y se para a observarlo. Piensa:
—¡Vaya tela, qué pasada! ¡Cómo me gustaría pilotar uno de estos!
Sigue caminando y este sitio parece que no tiene fin. Delante de él se empieza a vislumbrar una forma que desde el principio se veía a lo lejos. Cuando está a unos treinta metros, observa claramente de qué se trata.
