Susana Martínez De San Vicente González
SEÑALADAS
1 ¡Número 137!
El número que acababa de salir del bombo era el mismo que el de
nuestra papeleta. ¡El 137!, cantó la persona que sostenía el número entre sus manos. No pude contener la emoción y di un brinco llamando la atención de las personas que participaban en el sorteo. ¡Nos acababa de tocar un piso de protección oficial! Tenía treinta y cuatro años y aún vivía con mis padres, con el precio excesivo de las viviendas y la inestabilidad de mi trabajo, ni había barajado la opción de comprar un piso y ahora, de repente, nos habíamos convertido en propietarios de una vivienda. No era capaz de recordar la última vez que me había sentido tan feliz. En cuanto acabó el sorteo, fuimos a ver el pueblo al que nos condujo el destino, si no hubiera sido porque mi cuñada estaba empadronada allí, no hubiéramos podido siquiera participar. Habíamos estado alguna vez de visita y no era el pueblo al que me habría ido a vivir, pero no podíamos elegir así que, para mí, fue como si me hubiese tocado la lotería. Era un pueblo vizcaíno, costero y sombrío. Tanto las calles como los edificios transmitían el paso del tiempo y se percibía una población envejecida. Apenas se veía gente por las calles y la escasez de comercio junto 3
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con la enorme refinería que abrazaba la entrada al pueblo, transmitían una sensación desoladora. Aun así, no se me fue la sonrisa en toda la mañana. Me sentía eufórica. Teníamos ganas de tener un bebé y ya podíamos ofrecerle un hogar. Lo demás, era secundario en mis pensamientos. Año y medio después, nos entregaron las llaves y nos mudamos, aunque aún no tuviéramos los muebles. Un viejo colchón y una pequeña televisión, era suficiente para empezar a vivir. Tras unos meses instalados, decidimos que era el momento perfecto para ser padres, pero la vida nos enseñó que la naturaleza interna de las mujeres lleva su propio ritmo. Cada mes, la regla hacía su aparición puntualmente, y los dos meses que no fueron así, mis esperanzas acabaron yéndose por la taza del váter. Necesitábamos ayuda, había pasado casi un año y después de cada intento, nuestra frustración iba en aumento, rozando incluso la desesperación. Era una fría mañana del mes noviembre y tenía cita en la clínica a primera hora. Era mi tercer tratamiento de fertilidad y cada vez que me hacían la prueba en sangre, parecía pasar una eternidad hasta que me llamaban por teléfono para darme el resultado. Tras los análisis de rigor, comencé a vagar por las calles de Bilbao. A pesar de detenerme a ver escaparates no conseguía distraerme, solo las manecillas del reloj que parecían haberse parado, acaparaban toda mi atención. El tiempo parecía no pasar, cada vez me sentía más nerviosa y me temblaban las piernas. Entré a una cafetería para tomar una tila, «me vendrá de perlas para relajarme», pensé. Mientras revolvía sin mucho ánimo la infusión y pasaba las hojas de un periódico que apenas podía ver, sonó el teléfono. Lo cogí presa de un manojo de nervios. —¿Sí? —pregunté con un hilo de voz. —¿Susana? —Soy yo —respondí apretando los ojos. —¡Enhorabuena!, la prueba beta ha sido positiva. ¡Estás embarazada! —¡Gracias! —contesté mientras miraba hacia el techo de la cafetería. No pude articular ni una palabra más y en ese momento, podía notar los latidos de mi corazón como si estuvieran dando saltos en las palmas de mis manos. Nada más colgar el teléfono, tuve la sensación de que mi cuerpo se desinflaba como si fuera un globo. 4
Señaladas
Por unos instantes que me parecieron eternos, dejé de escuchar el ruido que se desprendía del murmullo de las personas que estaban de pie en la barra. Seguía revolviendo mi tila con una cucharilla, que parecía haber triplicado su tamaño. Había imaginado miles de veces cómo sería el momento en el que me llamaran y me dijeran que lo había logrado. Me veía a mí misma dando saltos de alegría, llorando de emoción, llamando a mi familia y a mis amigos para darles la noticia… Sin embargo, nada de eso estaba sucediendo. Estaba sentada en una silla sin poder apenas moverme y sintiendo mi cuerpo tan pesado, que parecía estar inerte. No era ilusión lo que me invadió, sino terror. Un miedo que me atenazó y que me impidió disfrutar de ese gran momento y de los nueve meses de embarazo. Todo pasará cuando dé a luz, solía decirme para reponerme de un malestar que parecía no darme tregua. Ni en mi peor pesadilla hubiera podido imaginar, que la falta de seguridad en mí misma, junto con el macabro juego que emprenderían personas adultas utilizando a mi hija como instrumento para dañarme a mí, nos iba a ir adentrando en un profundo agujero lleno de insinuaciones, descalificaciones, insultos y falsas acusaciones, que nos fueron situando en el punto de mira de todo el pueblo y acorralándonos hasta no poder más…
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2 Mi luz, Olga
Después de dos días en el hospital, por fin estábamos en casa. Todo
había salido perfecto. Mi hija estaba sana y era cuanto me preocupaba. Una niña preciosa a la que llamamos Olga. Mientras descansaba en su cunita, la miraba y acariciaba las mejillas. Me encantaba sentarme en el suelo y mirarla mientras dormía. No me sentía del todo recuperada emocionalmente y mi autoestima parecía haberse resentido durante esa etapa de mi vida. Me había convertido en una persona llena de miedos e inseguridades, pero me animaba pensar que sería cuestión de meses hasta que se ajustaran mis hormonas. ******** Sonó el despertador a las 8:00h en punto. Era un caluroso 9 de septiembre y los rayos de sol que se colaban por las rendijas abiertas de las persianas, iluminaban mi habitación. Me animó la claridad del sol y a pesar de levantarme con un cosquilleo nervioso en el estómago, me sentía ilusionada. Faltaban dos horas para que Olga empezara la guardería por primera vez. 7
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En agosto, había cumplido dos añitos y aunque hasta ese momento la había cuidado sus abuelos, tomé la decisión de llevarla al aula matinal para que pudiera socializar con otros niños. Entré en su habitación. Como era habitual a esas horas, estaba profundamente dormida y me dio pena tener que sacarla de su saquito de dormir tan deprisa. Acaricié su rostro y empezó a desperezarse. Solía remolonear un buen rato en la cama mientras fingía estar presa de mis cosquillas, le encantaba envolverse en mis brazos y recibir una buena dosis de mimos. —Nos vamos a la guarde, cariño —le susurré. Se sentó en la cama y se quedó un poco perpleja, pero en cuanto le dije que iba a conocer a amiguitos con los que jugar, se dibujó una sonrisilla en su rostro y se levantó casi de un brinco. —Cariño, lo vas a pasar muy bien y vas a conocer a muchos niños —le dije acariciando su suave melena mientras desayunábamos. Me regaló una apacible mirada, pero pareció no escuchar mis palabras. Estaba ausente mirando su tacita de leche con cereales. Apenas dio un par de sorbos y presentí que su estómago se había cerrado presa de los nervios normales del primer día. Cuando llegamos a la puerta de entrada al colegio, se agarró con fuerza a mis piernas. Estaba llorando y sus lágrimas me suplicaban no tener que cruzarla, pero no había marcha atrás, así que con aparente normalidad le di un cálido abrazo y me marché para no alargar la inevitable despedida. Desde que la vi entrar por la puerta y perderse por los pasillos, el tiempo pareció detenerse para mí. Tenía un trabajo que me gustaba mucho, diseñar páginas web era lo que siempre había querido hacer y tenía la suerte de trabajar desde casa, pero esa mañana, no podía concentrarme en la pantalla del ordenador y media hora antes de que saliera, la estaba esperando en la puerta. En cuanto la vi cruzar la puerta de salida, los miedos abandonaron mi cuerpo. Venía corriendo hacia mí y me abrazó con fuerza mientras intentaba contarme todo lo que había hecho esa mañana. Estaba muy ilusionada y la inquietud que me había acompañado a lo largo de la mañana, desapareció con cada una de sus palabras. A medida que el curso avanzaba, solía hablarme de dos amiguitas de clase, Carla y Tania. Siempre tenía palabras bonitas cuando se re8
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fería a ellas, así que supuse que se lo pasaba estupendamente jugando con ellas. Yo no las conocía. Solo tenían clase por las mañanas así que, en cuanto salía a mediodía, nos íbamos deprisa a casa a comer para que después, echara la siesta. Pero no iba a pasar mucho tiempo… Pronto iba a entablar relación con las madres de esas dos niñas y tanto mi vida como la de Olga, cambiarían para siempre…
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3 Primeras señales
A pesar de que poco a poco iba conociendo a gente del pueblo, aún no
tenía amigas. Me sentía un poco sola, pero me animaba pensar que, con el tiempo, conocería gente con la que poder charlar. Siempre había sido una persona muy sociable y no me costaba entablar relación con la gente. Aún conservaba las amigas de siempre, aunque las veía solo algún fin de semana y las echaba mucho de menos. Solían decirme que acabaría teniendo amigas y desde la distancia me animaban a sentirme mejor… Y así fue, empecé a relacionarme con gente, pero entregar mi confianza a las personas equivocadas, nos iba a salir muy caro… ******** Era una mañana del mes de abril. Hacía un frío gélido. Sentí una pereza inusual al tener que levantarme. Me asomé por la ventana y un día negro amenazaba lluvia. El viento movía las ramas de los árboles con fuerza y una intensa niebla cubría la calle. Todo el día en casa, pensé. No me gustaban los días en los que no podíamos dar ni un pequeño paseo para despejarnos. Olga se acababa 11
Susana Martínez es una madre coraje que
859600 788419
ISBN978-84-19859-60-0
cargando tanto, que por las noches solía despertarse y le costaba un triunnarra en primera persona la dura lucha fo volverse a dormir. que tuvo que emprender para defender a Sin embargo, hacía las 18:00 de la tarde, aunque ya parecía de noche, hija Olga que,undesde los ytres años, fue lasulluvia nos dio respiro decidimos bajar un ratito a la calle para víctima de familias que la sometieron a todo despejarnos. Nada más doblar lainsultos, esquina desprecios de casa, Olga tipo de exclusiones, y salió corriendo como un rayo. Había visto a Carla a Tania, las dos niñas de las que frecuentemenvejaciones. Un acoso quey iniciaron personas te me hablaba en casa. Iban de camino al parque, el único del pueblo que adultas utilizando a Olga como un mero tenía columpios adecuados para sus dos añitos. instrumento para dañar a su madre. Fui tras ella y cuando llegué al parque me topé con sus madres que Un largosentadas caminoen que de Me manifiesto estaban unpone banco. acerqué el para saludarlas. —Hola, soy Ariñe, madre detanto Carla. poder que tienen las la mentiras fuera —Yo, Inma, ama escolar, de Tania.el dolor de los como dentro del la centro —Encantada, soy Susana. Mihermetismo hija me habla mucho de vuestras hijas, silencios y de las traiciones, el está muy contenta —dije intentando romper el hielo. de las instituciones y el peligro de un bulo —Sí, a nosotras también nos hablan muy bien de Olga —respondió que crece como la pólvora y al que la gente Inma sonriendo ampliamente al tiempo que se deshacía en halagos mientras se va sumando sin escrúpulos, poniendo en me agarraba de un brazo. La confianza que intentó transmitirme me pareció jaque la vida de las dos. exagerada y me quedé un poco perpleja, pero tampoco le di más importancia. yo vivíamos en hace el mismo bloquelade edificios e Inma a escasos En Ariñe este yduro viaje, se necesaria metros en una calle paralela, pero apenas habíamos cruzado un par de intervención de abogados, psiquiatras, saludos. asociaciones y actuaciones policiales, para Me senté tímidamente en el banco que ellas ocupaban. Durante la intentar frenar una situación que les hace hora y media escasa que estuvimos juntas, hablamos de las niñas y de las caer en el abismo. clases, algo cordial. Sin embargo, algo en lase presencia de esasamujeres me hizo sentir incóAcorraladas y sin salida, ven obligadas moda el rato que estuve hablando con ellas, se me hizo bastante largo. tomaryuna drástica decisión… A esa tarde se fueron sucediendo más, de alguna manera, sentía que la relación de las niñas me unía a sus madres, no me parecía lógico llegar al mismo parque y sentarme en otro banco. —Olga, cariño, puedes jugar con Tania y con Carla, si quieren… —Cuando se dirigían a ella de manera tan solemne, me parecía que más que intentar integrar a Olga con sus hijas, le estaban dando permiso para jugar. De una manera u otra, acababan siempre marcando terreno dejando claro que amigas eran sus hijas y Olga, que había llegado la última, podía jugar también.
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A medida que pasaban las semanas, había veces que, cuando llegábaINSPI mos al parque nos miraban con cierta acritud, que, aunque se esforzaban mirahadas.com
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