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En un pequeño pueblo, rodeado de frondosos bosques, vivían dos hermanas de corta edad que se llamaban: Selene, la mayor, y María, la pequeña. Ambas eran muy respetuosas con la naturaleza. Su mamá siempre les decía lo importante que era cuidar de ella y de los animales que la habitaban, por eso a ellas les encantaba pasear por aquellos bosques cercanos al pueblo, donde encontraban pequeños animales con los que jugar y así pasar momentos muy divertidos; admiraban los bellos colores de las mariposas cuando revoloteaban cerca de las perfumadas flores, observaban cómo las ardillas jugaban mientras comían los deliciosos frutos que caían de los árboles, se tumbaban sobre la verde hierba y miraban al cielo adivinando figuras fabulosas en las nubes que pasaban, miraban curiosas el volar de los pequeños pájaros y escuchaban sus maravillosos trinos y observaban tantas otras criaturas y cosas que tan felices les hacían.
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Su mamá siempre les hablaba de los peligros que podían encontrarse si se adentraban mucho en lo más profundo del bosque y siempre les advertía:
No os adentréis mucho en el bosque, pues la gente del pueblo dice que pasan cosas extrañas, y cuentan historias que asustan a quienes las oyen, sed prudentes y tened cuidado siempre, hijas mías.
Pero Selene y María no tenían miedo, quizás porque nunca habían visto que pasara nada extraño; para ellas, las visitas al bosque siempre habían sido motivo de alegría, diversión y agradables sorpresas.
Cuando llegaron las vacaciones de verano, planearon cómo pasar los días de descanso escolar. Un día decidieron que de vez en cuando darían un pequeño paseo por el bosque encantado, sobre todo, por la curiosidad de descubrir si eran verdaderas las fábulas que contaban sobre él.
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Una mañana, después de levantarse, viendo el soleado día que había amanecido y después de desayunar, las dos hermanas decidieron correr su primera aventura.
Selene le dijo a su hermana María:
Hoy iremos hasta el pequeño pozo encantado, donde dicen que vive el hada de los deseos. Así comprobaremos si es verdad que les concede deseos a las buenas personas que con humildad se los piden.
— ¡Qué bien! — dijo María — , así, si es verdad que existe y lo encontramos, podremos pedirle al hada del pozo que nos conceda algún deseo para regalar a mamá por su cumpleaños, ya que no tenemos dinero y no se lo podemos comprar.
Salieron de casa muy ilusionadas después de meter en una bolsa de tela algunas frutas y un poco de pan, por si tardaban en su aventura y tuvieran que pararse a comer en algún momento del camino. ¡Era el día perfecto para realizar su programada aventura!
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