Siete cuentos para soñar

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Beatriz Serram

Ilustrado por Carmen Julia

SIETE CUENTOS ñar o s a r a p



Siete cuentos para soñar

MARIO Y EL PUZZLE MÁGICO

Érase una vez…

Mario y Marco jugaban en el parque con otros niños mientras Bea, su madre, charlaba animadamente con otras mamás. Ya empezaba a refrescar y se acercaba la hora de la cena, por lo cual recogieron los juguetes y se despidieron hasta el día siguiente. El camino de regreso a casa siempre se hacía muy lento, ya que el pequeño Mario solía pararse en los escaparates de todas las tiendas que encontraba a su paso mirando, curioso, a través de sus expresivos ojos color avellana. Había una que le gustaba especialmente, era una librería infantil que se llamaba «El Librito». En el escaparate y en su interior guardaba multitud de objetos interesantes llenos de colorido. Repartidos por toda la tienda, 3


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había lápices, cuentos, muñequitos, cuadernos para colorear y montones de puzles. Estaba decorada con mucho gusto, y al niño le llamaba poderosamente la atención. Siempre que entraba, permanecía durante un rato, con la boca abierta observando detenidamente cada rincón. De entre todos los puzles que se apilaban encima de una mesa amarilla, había uno que le gustó desde el primer momento. En la portada de la caja estaba la imagen de un cocodrilo pequeño. En las otras dos que estaban al lado, aparecían dibujados un cocodrilo con corbata, y otro con sombrero y un collar de perlas. Era una colección que había llegado nueva. Los cocodrilos eran unos de los animales preferidos del pequeño, y el dibujo estaba tan bien hecho que parecía de verdad. Bea sabía que su hijo era muy aficionado a encajar piezas y decidió comprárselo. Entraron en la tienda, y una campanilla plateada colgada en la puerta les dio la bienvenida. Marco eligió un cuento sobre patos gigantes, y Mario, sin dudarlo, escogió el puzle del bebé cocodrilo. Muy contentos cada uno con una bolsa, siguieron su camino a casa. Después de la cena, Mario, con la ayuda de su madre, abrió la caja del puzle y, con bastante facilidad, fue encajando las piezas. Estaba encantado viendo cómo su cocodrilo iba tomando forma. 4


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Aunque solo tenía cuatro años, era muy hábil con las manos y no le costó mucho trabajo construir la imagen. Con cuidado para que no se descolocaran las piezas, dejaron al cocodrilito en la mesilla de noche del pequeño. Ya en la cama y agarrado a su almohada preferida, escuchaba con los ojillos medio cerrados la voz suave de su madre contándole uno de sus cuentos preferidos. Al cabo de un rato, el sueño se acurrucó con el pequeño y plácidamente se durmió. De madrugada, un ruido le despertó. El cocodrilo bebé del puzle lloraba desconsoladamente. De sus ojos caían a borbotones unas enormes lágrimas verdes. Mario se quedó embobado viendo la escena. —¡Quiero ir con mi mamá!, ¡quiero ir con mi mamá! —gritaba muy nervioso. —Yo no sé dónde está tu mamá —contestó Mario haciendo pucheros. —Está en la tienda con mi hermano. Tú solo me compraste a mí, y allí se quedaron ellos. Tienes que ir a buscarlos y montar sus piezas como hiciste conmigo. Así podremos estar todos juntos. Cuando estén aquí, mi madre te contará el resto, que yo no me lo sé bien. Soy pequeño todavía y no me aclaro mucho con las cosas que oigo. Mañana traerás aquí a mi familia, ¿vale?... 5


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—Vale. Se lo diré a mi mamá —dijo Mario. —Nooo, es un secreto. Tienes que conseguir que te compren los puzles, pero no digas a nadie que estamos vivos. No te creerían. Mario, con carita de asombro, le preguntó: —¿Cómo te llamas? —Yo me llamo Druky, mi madre Drola, y mi hermano Drilo. Y tú eres Mario, mi nuevo amigo. ¿Verdad? —Sí —contestó el niño. Después de la charla, Druky, más tranquilo, se durmió con el calor de la lámpara de la mesilla y una mantita que le dejó Mario. Al día siguiente de regreso a casa, el niño, siguiendo las indicaciones que le había dado su nuevo amigo, se colocó delante de la librería señalando a los otros puzles de cocodrilos. Tanto insistió, indicando con su dedito en alto lo que quería, que Bea no tuvo más remedio que comprárselos. Estaba verdaderamente intrigada con la insistencia del niño. —¡Qué afición por los cocodrilos! En cuanto llegaron a casa, Mario se dirigió a su cuarto apresuradamente, para montar los puzles nuevos. No consintió cenar ni bañarse antes de hacerlo. Una vez terminados, los colocó junto al cocodrilo bebé y respiró tranquilo. Bea estaba ex7


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trañadísima con el comportamiento de su hijo. Nunca le había visto tan interesado y nervioso por hacer algo. Como la noche anterior, cuando todo estaba en silencio, empezó el movimiento en la habitación del niño. Los tres cocodrilos hablaban sin parar. La señora Drola, desde su caja, suspiraba y comentaba nerviosa: —¡Ay, mi hijito! Qué disgusto, toda la noche sin saber de ti… —Tranquila, mamá —decía Drilo, ajustándose el nudo de la corbata. Vas a asustar al pequeño humano. Por el contrario, Mario los miraba desde su cama, encantado con el espectáculo. Mami, no te preocupes, estuve bien —dijo Druky—. Mario me cuidó. ¿Qué era lo que tenía que hacer la persona que nos comprara? —¡Ay, sí, se me olvidaba. Qué nervios, espero que se cumpla lo que nos dijo aquel duendecillo del pantano. Parecía un poco raro. Yo tengo la impresión de que nos tomó el pelo. —No digas eso, mamá —comentó Drilo medio enfadado—. Era un buen duende que nos ayudó cuando estábamos en peligro. Él nos salvó de aquellos cazadores. ¿No te acuerdas? ¡Qué mal lo pasamos! 8


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—Sí, querido, y le estoy muy agradecida, pero se le podía haber ocurrido otro sitio para enviarnos. Estoy incomodísima en esta caja. Necesito nadar y estirar los músculos. Mario se reía a carcajadas con los comentarios de la señora cocodrilo, y se sentía feliz de tenerlos a todos en casa. —Mira, pequeño —dijo Drola, sacando de su bolsito un papel muy arrugado—. El duende raro nos dijo que para salir de las cajas y volver a nuestro pantano, el primer humano que nos comprara debería decir en alto las palabras que están escritas aquí. Escucha atentamente. ¡Ay, qué lío!... Si cuando yo digo que el duende era raro... Pero bueno, continúo… Perdón. Ahí va lo que has de decir: «Pizki pozki, pezke pizki, haz quez loz cocodriloz dez loz puzles emigrenz». Mario era muy pequeño y las palabras mágicas le resultaban demasiado difíciles de pronunciar, así que durante mucho rato las estuvieron repitiendo una y otra vez hasta que consiguió aprenderlas. —¡Venga, amigo! ¡Adelante! Pronúncialas sin miedo —dijo Drilo con cariño. El pequeño, muy nervioso, colocó los puzles dentro de la bañera llena de agua, como le habían indicado, y situándose delante de los tres, 9


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pronunció las palabras mágicas varias veces sin resultado, hasta que finalmente acertó. Después de aquello, las cajas comenzaron a temblar, y Druky, Drola y Drilo salieron expulsados hacia el exterior dándose unos golpes tremendos con los grifos. Druky ocupaba menos, pero su madre y hermano eran tan grandes que no cabían en aquél espacio tan reducido. Como pudieron, se colocaron intentando no aplastarse unos a otros. Y mientras, el pequeño Mario seguía todo el proceso con la boca abierta como era su costumbre cuando algo le resultaba interesante. —Mario, cariño —dijo Drola, con el sombrerito tapándole los ojos después de tanto meneo—, pronuncia otra vez las palabritas a ver si nos puedes enviar a casa de una vez. ¡Qué incomodidad estoy pasando, acostumbrada a mi jacuzzi natural!… Pero antes, ¡danos un fuerte abrazo! has sido nuestro salvador. ¡Sin ti, nunca lo habríamos conseguido! —exclamó emocionada—. Toma estos recuerdos para que nunca te olvides de nosotros. Con ojitos lagrimosos, le fueron entregando sus regalos: Drola, entre suspiritos, le regaló su collar de perlas auténticas. Drilo, con mucho cariño, le colocó alrededor del cuello su corbata preferida, que reservaba para ocasiones importantes. Y Druky 10


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le dio su gran tesoro: un chupete grandote y muy mordido del que nunca se separaba. —Toma, este es mi chupete preferido. Te lo regalo. Es súper mágico. Si lo chupas durante un ratito, podrás ver lo que hacemos, y nosotros verte a ti también. Así siempre estaremos unidos. Pero solo lo podrás utilizar para esto. Nosotros ya somos grandes y no podemos llevar chupete. Se nos caerían los dientes. Mario, muy nervioso, lo cogió, y con un abrazo grande rodeó a los tres. Cuando terminaron de despedirse, gritó las palabras mágicas sin confundirse ni una vez. Al cabo de un rato, de uno de los orificios de la bañera, apareció una niebla espesa que envolvió a los tres cocodrilos y los hizo desaparecer en dirección a su pantano. Desde aquel día, todas las noches antes de dormir, Mario da una chupadita al súper regalo de Druky y conecta con sus amigos del pantano, que siempre esperan con ilusión noticias del pequeño.

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9 788417 448035

A

ALARGAR A-VIDA -L

ISBN 978-84-17448-03-5

TO CUEN S PAR

Todos los personajes de estos siete cuentos esperan impacientes que les acompañes a realizar un viaje fantástico hacia sus mundos de sueños e ilusión. Sus aventuras están basadas en el respeto, la ternura, el amor hacia los demás y en todos los sentimientos nobles que siempre deberían estar presentes en nuestras vidas. Para mí, ha sido una gran experiencia conocerlos. Espero que te cautiven como lo hicieron conmigo.


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