En el bullicioso kiosco del Parque de las Risas, el escaparate exhibía una bolsa de chucherías vivientes con personalidades tan variadas como sus colores. Desde allí, las golosinas observaban el trajín del parque y comentaban entre ellas las escenas que se desarrollaban en el exterior.
Un día de lluvia, un niño patinaba torpemente en la acera frente al kiosco. La sirena de una ambulancia resonaba en la distancia, y el payaso de azúcar no pudo resistir hacer un comentario:
—¡Mirad, chicos, parece que tenemos un patinador profesional en el parque hoy!
La chuchería protestona resopló:
—No es momento para chistes; ¡ese niño se va a lastimar!
Mientras tanto, la chuchería miedosa ya estaba en pánico:
—¡Oh, no, una ambulancia! ¿Qué está pasando? ¡Me voy a esconder!