Un sol espléndido despertaba aquella mañana de septiembre. Por fin había llegado el día con el que tanto había soñado Lola.
Los nervios volaban por toda la habitación.
Lola se puso sus gafas, rápidamente se quitó el pijama, hizo un gran ovillo con él y, como cada día, lo metió debajo de la almohada.
Pero ese día había algo diferente, se vistió con el uniforme escolar. Un uniforme distinto al que había llevado los tres años anteriores.
Lola empezaba una nueva etapa, la etapa de Primaria, y aquello, como le decía su padre, era una GRAN ETAPA. Haría nuevos amigos, viviría mogollón de aventuras, montaría en autobús, el de las excursiones, aquel autobús del que hablaban en el parque los niños y niñas más mayores.
Lola era una niña alocada, muy nerviosa y aventurera. Tenía tanta energía durante el día que parecía que durante la noche la habían cargado con el ultrapotente cargador del abuelo.
Era algo desobediente, o al menos eso le decía su madre. No se le daban muy bien los deportes, aunque ella nunca se rendía, y le encantaba leer libros de aventuras.
¡Aaah! Y no soportaba los tirones que le daban al peinarla para hacerle sus dos coletas despeluchadas.
