Todo lo que vivimos

Page 1

Todo lo que vivimos

F

Rodrigo

F

Vanesa

I

UNA INFANCIA DIFERENTE

Cuando eres pequeña, no valoras lo que tienes. Simplemente no sabes hacerlo, no eres capaz aún.

Esto cambia cuando creces, y en ocasiones lamentas no haberlo hecho antes, ya que muchas veces somos más afortunados de lo que pensamos y no somos conscientes de ello.

Mi infancia fue muy diferente a la que podemos ver hoy en día. Siempre fui una niña feliz, y cuando me acuerdo de aquellos momentos tan maravillosos, puedo asegurar que no cambiaría nada de lo que tuve cuando era esa niña. Vivía en un pueblecito pequeño, con mis amigos como vecinos y un gran patio para poder jugar, ¡qué más se podía pedir!

Allí pasábamos las noches, corriendo y riendo a todas horas. Jugábamos a las películas (el juego que más me gustaba), aunque a veces me costaba adivinarlas. En este

9
s

juego, hacíamos grupos en el que cada uno tenía que representar la película que quisiera, de forma que el grupo contrario debía adivinar de qué película se trataba. ¡Era divertidísimo!

También jugábamos al pillapilla y al escondite, ¡con un patio tan grande teníamos muchos sitios donde poder escondernos! Hacíamos muchas cosas juntos, pero cuando más disfrutaba era al montar nuestros espectáculos de magia. Álex, uno de mis amigos tenía una caja de trucos, y la verdad que siempre le envidié porque a mí me encanta la magia desde muy pequeña, y siempre quise hacerlo igual de bien que él. Creaba entradas para el gran espectáculo que luego nos daba a nosotros, y nos ponía sillas y todo… ¡parecía tan real!

Esperábamos impacientes hasta que llegaba el gran día, y cuando por fin llegaba, no queríamos que terminara nunca ya que nos quedábamos tan sorprendidos que no queríamos irnos a casa.

Esos maravillosos momentos compartidos durante mi infancia con mis mejores amigos: Álex, Miguel y, por supuesto, Sara, mi vecina y mejor amiga desde que tengo uso de razón. Con ella lo compartía todo y nos reíamos muchísimo juntas, era la mejor amiga que jamás pude imaginar.

Otro de mis juegos favoritos era «el monstruo».

Bien, este consistía en que Álex se disfrazaba del personaje de la película Scream (lo cual a mí me daba mucho

10
Vanesa Rodrigo

miedo). Sara, mi mejor amiga y yo, teníamos que entrar en su casa y buscarle por todos lados (debajo de las camas, mesas, en fin, ¡donde se nos ocurriera, ya que podía estar en cualquier parte!).

Cuando aparecía, nos daba tal susto que parecía que se nos iba a salir el corazón del pecho, y salíamos corriendo y gritando como locas para que no nos pudiera atrapar. Eran momentos tan especiales que sería incapaz de olvidarlos.

Como nunca olvidaré las noches tumbados en los bancos de mi patio, mirando y contando las estrellas mientras cantábamos las canciones del nuevo cd de «Pokémon». O las noches con Sara mirando el cielo con unos prismáticos desde mi terraza, totalmente seguras de que lo que habíamos visto era un ovni que pronto bajaría a por todos nosotros.

—¿Y si mañana nos despertamos y estamos invadidos por ellos? —decíamos con toda la imaginación que dos niñas inocentes podían tener.

Uno de mis momentos favoritos con Sara es cuando nos enviábamos notitas por la terraza. Al vivir en la casa de al lado, nuestras terrazas estaban a la misma altura y cuando estábamos estudiando o haciendo los deberes y nos aburríamos lo suficiente como para desconectar, colocábamos una nota de papel en un boli y nos la tirábamos a la terraza. Notas para ver a qué hora quedábamos, para ver qué estábamos haciendo o simplemente

Todo lo que vivimos 11

Vanesa Rodrigo

para contarnos lo aburridísimas que nos encontrábamos en ese momento.

¡Qué adrenalina escuchar el boli caer y no saber qué excusa inventarme para poder salir y cogerlo! En estos momentos de aburrimiento y desconexión, también charlábamos por la ventana del baño, abriéndola disimuladamente y susurrando, como si estuviéramos cometiendo el mayor de los delitos. Además de estas anécdotas, pasé muchas más con ella que contaré a lo largo del libro. Hoy en día no vemos niños jugando a las películas, ni siquiera jugando al escondite o al pillapilla, como un día tuve la suerte de poder hacer yo. Ahora sus juegos son a través de una pantalla o siguiendo las «normas» de un juego que los lleva a hacerse daño, autolesionarse e incluso a la muerte en ocasiones. No se comunican a través de notitas metidas en un bolígrafo BIC, ni hablando de una ventana a otra, sino que lo hacen a través de teléfonos móviles, a través de una pantalla que lo único que les hace es ser dependientes de ello y no pensar en otra cosa. Recuerdo cuando los bolis BIC servían también para algo más: las típicas chuletas que escribíamos en los exámenes. Metíamos el papel enroscado, esperando que no nos pillaran. Yo era tan mala haciendo chuletas, que las pocas veces que las hice me ponía tan nerviosa por que me pudieran pillar, que era incapaz de mantenerlas mucho tiempo a la vista.

12

Antes solo nos bastaba con nosotros, con nuestros amigos y familiares, y puedo asegurar que éramos las niñas más felices del mundo al sentarnos en el bordillo de una acera y pasar la tarde hablando y comiendo pipas. ¡Ese era el mejor plan!

Hablando de pipas, más tarde llegó Esmeralda, con la que pasaba muchas tardes sentada en la acera de su casa mientras pasaban las horas sin apenas darnos cuenta. El tiempo siempre se nos pasaba volando, contándonos chismes y riéndonos sin parar. Pasamos a ser tres, y seguíamos siendo igual de felices. Llegamos incluso a ser cuatro durante varios años, pero no duró demasiado.

Cuando somos pequeños vivimos experiencias inolvidables, momentos únicos que siendo mayores recordamos con mucho cariño y nostalgia.

Cuando yo era pequeña me pasaba los fines de semana en Madrid visitando a mis abuelos, ¡lo que me hacía sentir la niña más afortunada del universo! Siempre que íbamos, nos tenían el congelador lleno de «Calippos» para mi hermana y para mí, el que era nuestro helado favorito. Nos compraban también hamburguesas para cenar en el Burger King de la glorieta de Quevedo, y como casi todos los abuelos, nos compraban lo que pedíamos y estaba dentro de su alcance.

¡Hasta una vez me compraron una muñeca que era más alta que yo! Se llamaba Bárbara, y un día pasando por

Todo lo
vivimos 13
que

Vanesa Rodrigo

el escaparate de una juguetería, la vi y enseguida la quise.

A los pocos días venía Papá Noel y cuando me levanté, y después de jurar haber visto su barba esa noche y haber escuchado a los renos por la ventana, pude ver un paquete enorme en el salón en el que ponía: para Vanesa. Al ver ese enorme regalo me asusté mucho, ya que las palabras textuales de mi madre fueron:

—¡Anda, que como sea carbón!

Me hizo temblar y abrirlo con mucho cuidado, porque como ya sabéis, el carbón para los niños era algo horrible.

Para mi sorpresa, ¡era Bárbara! Me puse tan contenta que la cuidé y jugué con ella durante muchos años. Me gustaba tanto que hasta vestía a mi prima pequeña con su ropa y le intentaba poner sus zapatos. Aún sigo teniéndola y no pienso deshacerme de ella, solo por lo que significa para mí.

Y ahora que hablamos de carbón, os voy a contar una anécdota también de estos años. Estábamos en mi casa celebrando el día de Reyes, y yo había pedido el cocolín cowboy, ¡estaba genial, venía con un caballo que daba saltitos cuando apretabas una «pera»! Uno de los regalos era una caja del mismo tamaño que mi cocolín y lo quise abrir de inmediato, ya que según iba rompiendo el papel, podía ver la imagen del muñeco en la caja. De repente, dejé de abrir el regalo y lo aparté, buscando otro muy nerviosa. Mis padres me dijeron que lo abriera, que solo me faltaba

14

ese, pero yo no quise y me angustié tanto que me puse a llorar, solo de pensar que me habían traído carbón. ¡Era la caja del cocolín cowboy, pero con carbón dentro!

Cuando mis padres vieron el disgusto que estaba teniendo, me ayudaron a abrir el regalo y buscamos entre todos el cocolín, ¡era su caja, tenía que estar por algún lado!

Finalmente lo encontramos, y aunque me puse muy contenta, tardé en recomponerme de lo que acababa de pasar.

En esos años siempre celebrábamos Papá Noel en casa de mis abuelos y el día de Reyes en nuestra casa. Cenábamos con ellos… ¡esas eternas celebraciones en familia disfrutando de cada minuto que pasábamos juntos! Sin darnos cuenta, éramos los más ricos del mundo por tenerlos a nuestro lado. Por poder compartir alegrías y tristezas con ellos, anécdotas y momentos inolvidables que siempre quedarán en nuestra memoria. Ojalá los abuelos fueran eternos.

Abuelos

Mi abuelo me enseñó a jugar con el yo–yo, pasando tardes enteras practicando conmigo. También me enseñó a montar en bici, hasta que un día perdí el equilibrio y me caí en un matorral lleno de hormigas. Era el día de la madre e íbamos en busca de unas flores para regalar a mi madre y a mis abuelas, pedaleando y pedaleando me caí con la bici y mi abuelo se tiró para ayudarme. Tuvimos

Todo lo que vivimos 15

Vanesa Rodrigo

tan mala suerte, que caímos en un matorral lleno de hormigas que no paraban de subir por todo nuestro cuerpo.

¡Al cabo de las horas nos reíamos mientras lo contábamos, pero cuando pasó no nos hizo tanta gracia!

Mis abuelos eran como todos los abuelos, hacían lo que fuera por sus nietos, aunque para mí ellos eran realmente especiales, eran únicos, los mejores abuelos que alguien puede tener.

De pequeña me daban miedo los fuegos artificiales, no era capaz de ir a verlos y si lo hacía me tenía que tapar los oídos para no escuchar ese ruido infernal que te dejaba sorda. Cuando eran las fiestas del pueblo y llegaba la hora de los fuegos artificiales, mi abuelo se quedaba conmigo en casa para hacerme compañía y que no estuviera sola. Juntos, los veíamos desde la ventana, y para mí ese era uno de los momentos más especiales de los que podía disfrutar. Creo que mi miedo viene de cuando iba con mis padres de vacaciones a Santa Pola a ver los fuegos siendo yo muy pequeña. Cuando crecí, mis padres me contaron que uno de ellos cayó justo al lado de mi carrito, lo que pudo habernos quemado a todos. Todo el mundo salió corriendo como si no hubiera un mañana, por suerte, yo no lo recuerdo, pero creo que de manera inconsciente mi miedo se remonta a esa experiencia. Desde bien pequeña, cada vez que escuchaba un ruido fuerte me tapaba los oídos y salía corriendo.

16

Menos mal que fue solo un susto, debió salir más humo que cuando fumaba con Sara a escondidas en su terraza, las dos tumbadas en el suelo con el cigarro en la mano y pensando que nadie nos podía pillar.

Tengo tantos recuerdos con mis abuelos… que creo que nunca seré capaz de olvidarme de cada detalle, de cada momento y de cada anécdota. Nunca olvidaré los paseos por el parque Súchil de Madrid, ni las tardes en el parque de Olavide, que ahora miro con nostalgia y alegría a la vez cuando paso por allí.

Nunca olvidaré la frase de mi abuelo cuando veía los Simpson:

—¡Cómo te pueden gustar estos muñecos amarillos!

—Aún puedo escuchar su voz cuando los veo.

Una de nuestras tardes juntas, estábamos Sara, Esme y yo caminando cuando de repente nos pusimos a hablar de nuestras mascotas (yo siempre había querido un perro, pero mis padres nunca estuvieron por la labor) y seres queridos. Ese día, yo contesté a mis amigas:

—Si le pasa algo a mi abuelo a mí me da algo.

Y al día siguiente pasó… fue el 9 de enero de 2005 (un año después de fallecer mi abuela). Le llamamos por teléfono para ver qué le habían traído los Reyes Magos y después de hablar un ratito con él me dijo:

—Hija, me voy a tumbar en el sillón que me estoy mareando un poco.

Todo lo que vivimos 17

Esta es una breve historia sobre mi vida, mis experiencias, sentimientos y sensaciones hasta el día de hoy. Momentos felices y otros que no lo han sido tanto. Comparto contigo la infancia que tuve la suerte de vivir, las personas con las que tuve la suerte de coincidir a lo largo de los años, y también malas experiencias, coronavirus, y momentos que forman parte de mí. Ojalá todo esto pueda ayudarte a recordar todo lo que un día fuimos, lo que un día vivimos, todos aquellos maravillosos instantes compartidos con las personas a las que más queremos. Ojalá te ayude a superar tus miedos, tus inseguridades, y a valorarte más, a luchar por todo aquello que siempre has querido, porque solo tú eres capaz de conseguirlo.

mirahadas.com ISBN 978-84-19973-37-5 9 788419 973375 I N S PIR I N G UC R SOI I T Y

Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.