2018 - 1906
El Tortoni de París
Eugene von Guérard: Café Tortoni, 1856 acuarela (Museo Carnavalet-París)
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os cafés se han ido convirtiendo a través del tiempo, en los reductos insustituibles para el intercambio de ideas, para las expresiones artísticas, para la conquista amorosa o simplemente para observar, parsimoniosamente, desde sus mesas, el devenir de la vida y sus protagonistas. Era la época de oro de la burguesía que quedó magistralmente retratada en las páginas de La Dama de las Camelias, de Alejandro Dumas (hijo) y En busca del tiempo perdido, de M. Proust. Las amplias veredas constituyeron espacios para la distracción, el ocio y el consumo y así aparece el flaneur (paseante) . Este término es atribuido a Charles Baudelaire por Walter Benjamin. El flaneur es el prototipo del hombre moderno, que puede vivir entre la muchedumbre sin extrañarse, que cruza la ciudad sin destino preestablecido y “es capaz de hallar significado en sus propias huellas”. Cronista de la urbanidad, “gran enamorado de la multitud y del incógnito”, “muy viajero y muy cosmopolita”.
El Boulevard des Italiens y el Café Tortoni A fines del siglo XVIII, un tal Velloni inauguró un café, “Le Napolitan”, en el Boulevard des Italiens y Taitbout, a pocos metros de la Ópera, que fue famoso por los cafés y los sorbetes, pero los negocios adversos lo llevaron al suicidio. En 1798, su primo Giusseppe Tortoni, más hábil para el comercio, recogió su legado e impuso el helado en París. Era un napolitano vendedor ambulante de helados que hizo famosa la “cassata” y los “pezziduri”, unas tortas napolitanas de helado moldeado y un tipo de helado, denominado “queso”, tal vez por su forma o aspecto y también la “leche merengada”. La fama de los helados del Tortoni quedó testimoniada en una obra de Fernando Baptista: “Madame Lynch, mujer de mundo y de guerra” que en uno de sus pasajes decía: “...En las noches más calientes, antes de retirarse a sus aposentos, iban los dos al Café Tortoni, en el Boulevard des Italiens, de frecuentadores altamente seleccionados, a tomar los sabrosos helados que allí fabricaban...”. Entre los helados estaban el Glace Plombiéres, helado con fruta confitada; el Glace aux peches y el Madeleis Biscuit Tortoni, cuya receta más tarde se volvió un éxito en Estados Unidos. El origen del nombre de Boulevard des Italiens se debe a que en el barrio se hallaba el teatro de la Comédie Italiene, actual Teatro de la Ópera Cómica. En el número 22 del Boulevard se encontraba el Tortoni, junto a la Maison Doreé, bautizada así por el centelleo de sus balcones sobre la avenida.Este restaurante ocupaba la planta baja y se dice que contaba con “dieciséis salones privados y una bodega con más de 80.000 botellas”. Se disputaba con el Tortoni y con el Café Riche (número 18 del Boulevard) la presencia de periodistas, escritores, actores y gente adinerada. Casi todas las celebridades de París visitaron el Tortoni en el siglo XIX. Tayllerands disfrutaba observar a los jugadores de billar; Honoré de Balzac lo cita a menudo en las novelas de la Comedia Humana; Stendhal evoca sus salas de billar en Rojo y Negro; Guy de Maupassant lo menciona en su artículo titulado Un cobarde (Cuentos de día y de noche) y Marcel Proust hace lo propio en “En busca del tiempo perdido”.
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Víctor Hugo, asiduo concurrente, hace mención del Tortoni en sus obras “Historia de un crimen” y “Los castigos” como testigo involuntario en las terribles matanzas que tuvieron lugar el 4 de diciembre de 1851durante el golpe de Estado mediante el cual Luis Napoleón Bonaparte (Napoleón III), siendo presidente de Francia, se proclamó emperador. Charles Baudelaire y Edouard Manet, compañeros habituales, almorzaban en el Tortoni antes de ir a las Tullerías y volvían al Café entre las cinco y las seis a recibir los elogios por sus estudios, que pasaban de mano en mano. Alain Tapié escribe:“A veces es necesaria la presencia regular del sabio y elegante Édouard Manet para conferir al café Tortoni una pequeña ventaja sobre la Maison-Dorée.” Tal vez el Boulevard des Italiens tuvo y tiene, aún hoy, los cafés más frecuentados de la capital francesa. El Tortoni estaba atestado de gente elegante de todas partes de Europa. En 1884, Guy de Maupassant escribió sobre los Bulevares de París: “Los árboles comienzan a vestirse. Uno camina con paso lento, bajo la bruma verde de las hojas nacientes y encuentra a todas las figuras familiares, pues quienes frecuentan los bulevares se conocen tan bien como los burgueses de las ciudades pequeñas. Todos los días, en los mismos lugares, se encuentran los mismos hombres. ¡Qué importa que nunca se lleguen a saber sus nombres! Uno está seguro de que verá a éste frente al Tortoni, a aquél frente al Bignon y a aquel otro frente al Américain.” Jules Vallès se refiere al paseo de la siguiente manera:”Al desembarcar en París, M. Tortoni, retrato atribuido a F. Gérard, cuántos Rubemprés y Rastignacs, Cuántos ambiciosos e ingenuos deshicieron precipihacia 1825 tadamente su valija, se metieron en sus trajes del domingo y se fueron a frotar la suela de sus botines en las baldosas del Tortoni.” Luego de que Tortoni abrió un salón de billar sobre el Café en el primer piso, se convirtió en Café-Restaurant y, como una brasserie, ofreció comida caliente desde 1820 en adelante. Luis XVIII (1755/1824) quiso comprarlo para regalárselo a un “limonadier” llamado Paulmier, quien había participado en el arresto del asesino del Duque de Berry, su sobrino. Tortoni pidió un precio demasiado alto. El Rey renunció al negocio. El Café Tortoni, vidriera del siglo XIX, exponente de su esplendor y sus vaivenes, cerró sus puertas en 1893, sustituido por el Brebant Café.
Paul Renouard: À la terrasse de Tortoni (1889)
Otra ilustración de la terraza del Tortoni de París en el Boulevard des Italiens
En 1858, aquí, en Buenos Aires, un francés, Monsieur Jean Touan, abrió las puertas de nuestro Tortoni, para orgullo de los argentinos y solaz de sus visitantes. Durante 31 años ambos Cafés convivieron hermanados por las íntimas ceremonias de los parroquianos sentados a sus mesas, observando quizás con añoranza los cambios de un mundo que no llegaban a comprender del todo, sorprendidos por la modernidad implacable que los alcanzaba sin pedirles permiso... Los miriñaques y las galeras, los abanicos y los caballos se fueron transfigurando de a poco. El ruido de los autos y el sonido de los celulares expresan la identidad de estos tiempos y sin embargo algo permanece inmutable: el encuentro necesario, la charla distendida, el intercambio de ideas u opiniones frente a un pocillo humeante en una mesa de café, recibiendo del otro una palabra, un gesto, una mirada...o ejerciendo simplemente el íntimo derecho a la soledad.
É. Manet, Chez Tortoni (1879)
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En dos ciudades al mismo tiempo Entre 1858 y1893 el Café Tortoni de París convivió con el Café Tortoni de Buenos Aires. El primer año hace referencia a la fundación de nuestro Café y el segundo, al cierre de su homónimo parisino. ¿Qué acontecimientos importantes tuvieron lugar en ambas capitales? ¿Cómo cambiaba la vida urbana en ese transcurrir del siglo XIX tan impregnado de desafíos sociales, económicos y culturales? Brevísimo panorama a través de algunos de los hechos más relevantes.
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La rue des Marmousets, calleja sombría y medieval de la Ile de la Cité, en los años 1850
Oficina Internacional de Pesos y Medidas creada en 1875
Construcción de la Torre Eiffel comenzada en 1887
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l París de mediados del siglo XIX presentaba un aspecto medieval. La ciudad, de calles estrechas, estaba superpoblada. La altura de los edificios y la pauperización del centro impedían la circulación de aire con las peligrosas consecuencias para la salud que ésto implicaba. A mediados del siglo XIX, el urbanista Haussmann, por pedido de Napoleón III, se dedicó a remozar el centro de París. La modernización del conjunto de la capital francesa tuvo lugar entre 1852 y 1870. Así nacieron los anchos bulevares y las arboledas que encantadoramente se convirtieron en el escenario urbano de la Belle Epoque. Pero con el esplendor, también convivían los barrios pobres con sus gentes alejadas de aquella efervescencia elegante y culta. La salubridad de los alojamientos implicaba una mejor circulación del aire y también un mejor abastecimiento de agua y una mejor red de evacuación de los desechos. Napoleón III reorganizó también la distribución del gas en París. Mientras se desarrollaban los relevantes cambios en la capital parisina, no sin quejas y críticas, otros acontecimientos culturales emergían en la ciudad: -11 de marzo de 1867: se estrena la ópera Don Carlos de Giuseppe Verdi. -9 de marzo de 1868: la ópera Hamlet. -15 de abril de 1874: en el 35 del boulevar des Capucines se inaugura la primera exposición impresionista. -5 de enero de 1875: se inaugura el edificio de la Ópera, diseñado por Charles Garnier. -3 de marzo de 1875: en el Ópera-Comique se estrena la ópera Carmen, del compositor Georges Bizet. -20 de mayo de 1875: se crea la Oficina Internacional de Pesas y Medidas. -8 de octubre de 1887:Comienzo de la construcción de la Torre Eiffel: Levantada inicialmente de manera temporal para adornar la Exposición Universal de 1889, permanecerá en su lugar y se transformará en un verdadero símbolo de París y Francia. -Del 6 de mayo al 31 de octubre de 1889: Exposición Universal de París: Se monta ésta para celebrar el primer Centenario de la Revolución Francesa. -6 de julio de 1893: fallece Guy de Maupassant. En el mismo año de cierre del Tortoni de París, muere quien había sido uno de sus más grandes frecuentadores.
Trabajos nocturnos de la construcción de la rue de Rivoli, iluminados por luz eléctrica, L’Illustration 1854
La Ópera Garnier, inaugurada en 1875
Guy de Maupassant. Falleció en 1893, año de cierre del Tortoni de París que él tanto había frecuentado
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Locomotora “La Porteña”
Tramway eléctrico Línea Plaza de Mayo /Belgrano
Torcuato de Alvear, Primer Intendente porteño
principios de la década de 1870 Buenos Aires se revolucionaba con múltiples progresos y transformaciones de todo tipo. La Gran Aldea iba llegando a su fin. El 20 de septiembre de 1880 Buenos Aires se convirtió en capital de la República. En 1884 la provincia cedió los partidos de San José de Flores y Belgrano. En febrero de 1888 la anexión se hizo efectiva. Con la Presidencia de Julio A. Roca se incorporaron cuadros dirigentes en la política, la economía y la cultura dando lugar a una nueva generación descollante por su capacidad y fe en el porvenir del país. Pasó a la historia como “La generación del 80”. -Cambio en el alumbrado. Los viejos faroles alimentados con aceite de potro fueron sustituidos por el alumbrado a kerosene. En 1869 comenzó a funcionar el alumbrado a gas en el centro de la ciudad. -14 de octubre de 1855: primer ensayo de comunicación telegráfica en la Plaza Victoria (hoy Plaza de Mayo) -7 de agosto de 1857: Primer ferrocarril en Buenos Aires y en el país. Desde la Plaza del Parque (actual Plaza Lavalle) hasta Floresta.La locomotora había sido adquirida en Inglaterra y se bautizó con el nombre de “La Porteña”. -9 de mayo de 1867: se crea el Buenos Aires Football Club, primer club de fútbol no sólo de Argentina, sino también de América del Sur. -1868: Epidemia de cólera. Se construyen las primeras instalaciones importantes para la provisión de agua potable bajo la dirección del ingeniero inglés Juan Coghlan. -27 de febrero de 1870: comienzan a funcionar los “tramways” en la ciudad para transporte de pasajeros. -1871: Epidemia de fiebre amarilla. Se habilita el Cementerio de la Chacarita el 11 de marzo de este año como medida de emergencia al quedar colmados los otros enterratorios. -Primer paracaidista: el 27 de abril de 1874, el aeronauta mexicano Zeballos se elevó en un globo desde Belgrano y arrojó a su perro provisto de un paracaídas sobre la chacra de los Olivera (actual Parque Avellaneda). -1º de noviembre de 1882: se promulga la ley que organizó institucionalmente la Municipalidad porteña. El Pte. Roca designa a Torcuato de Alvear como Primer Intendente de Buenos Aires, cargo que asumió el 14 de mayo de 1883. En 1884 procedió a cambiar por completo la Plaza de Mayo. En el decir de Ricardo M. Llanes en “La Avenida de Mayo”, Alvear era “el genio edilicio de Buenos Aires ante cuya potente energía nada significaban los obstáculos transitorios”. Por su tarea en pos de modificar a la ciudad destruyendo el damero colonial y creando una avenida de aspecto monumental como las de las principales ciudades europeas, se lo llamó el Haussmann argentino, comparándolo con el prefecto francés que rediseñó la ciudad de París. Alvear fue quien planeó la apertura de la Avenida de Mayo, pero no pudo ver iniciados los trabajos, que comenzaron el 5 de marzo de 1889, dos años después de su alejamiento del cargo. -9 de julio de 1894: inauguración de la Avenida de Mayo. El intendente Federico Pinedo cortó la cinta simbólica en la Plaza Lorea. Fue todo un acontecimiento celebrado por los obreros que habían participado de las obras con un recorrido de antorchas hasta la Plaza de Mayo, en medio del estallido de bombas de estruendo y la muchedumbre entusiasmada aclamando en sus veredas.
Equipo del Buenos Aires Football Club (1891)
Juan Manuel Blanes :Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires (1871) Óleo sobre tela, 230 x 180 cm Museo Nacional de Artes Visuales, Montevideo, Uruguay
Fiesta de inauguración de la Avenida de Mayo
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Nuestro Tortoni: su origen E
l Café Tortoni (de Buenos Aires) comenzó a funcionar en 1858, y no es extraño que, como la mayoría de los Cafés, fuera fundado por un extranjero, Monsieur Jean Touan. Al principio estuvo ubicado en la calle Esmeralda, en la esquina de Rivadavia, a pocos metros del Hotel Francés y del viejo Hospital de Mujeres. En ese lugar se mantuvo hasta mediados de la década de 1880. En los primeros años de vida, el Tortoni observó cómo la ciudad se despojaba de su ropaje original a fuerza de crecer y crecer. Estaba regenteado entonces por Celestino Curutchet, quien desde su juventud se dedicó al negocio del café. Antes de su llegada al país, ya explotaba un comercio de ese rubro en Burdeos. Allí, en 1862, en la antigua iglesia de Saint Slurin, se casó con Ana Artcanthurry, también vasca, del pueblo de Esquinole. En Burdeos nacieron los tres primeros hijos de la pareja, María -quien murió con sólo tres años de edad-, Pedro Alejo y Mauricio. Por entonces, la suegra de Curutchet, María Larrive -viuda de Artcanthurry- había formado nuevo matrimonio con otro francés, Jean Touan, con quien poseía un café en Buenos Aires, ubicado en la calle Esmeralda esquina Rivadavia. En 1870, Celestino Curutchet, su mujer y sus dos pequeños hijos, se trasladaron a Buenos Aires donde se unieron al resto de la familia de su esposa. En 1871 nació Severina Curutchet, y doce años después, en 1883, Marcela, quinta hija del matrimonio. En 1886, nació Gabriel, el último hijo de Celestino y Ana. Desde 1879, la pareja se hizo cargo del local de Jean Touan y María Larrive. En un artículo publicado en El Diario se mencionaba así la muerte de Curutchet: “... Con el fallecimiento del viejo y apreciado vecino de Buenos Aires -el conocido comerciante don Celestino Curutchet-, se va un pedazo interesante de la historia de nuestra metrópoli. (…)Fundó y dirigió durante mucho tiempo uno de los establecimientos más acreditados y simpáticos de Buenos Aires, que aún conserva su reputación y su
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Por Laura Arias
“cachet’”. Se trata del Café Tortoni, de la Avenida de Mayo. Cuando el propietario de este establecimiento lo instaló era una modesta casa de ramo, modesta como la capital misma, y lo instaló en las calles Rivadavia y Esmeralda, local que ocupara a posteriori la Confitería del Gas. Ésta era una confitería tradicional, fundada por Pascual Roverano, y su nombre provino de la cercanía con la Administración del Gas de Buenos Aires. Fue el Tortoni centro de gente conocida y de múltiple clientela; y por ese motivo Celestino Curutchet buscó un local más amplio. Trasladó al Tortoni a la calle Rivadavia 174/76/78 de la vieja numeración. A poco tiempo de ser librada al tránsito la Avenida de Mayo, el 9 de julio de 1894, Curutchet inauguró, el 26 de octubre de 1894, la entrada del Café con miras a dicha avenida. Desde una posición privilegiada, fue testigo de un sin fin de cambios. Por esa época el Café fue el primero en ocupar la acera con mesas y sillas, a la manera parisina, con una variante imitada en toda la
Argentina, que fue colocarlas del lado del cordón, dejando paso entre el edificio y las mesas. Pedro Aleandro cuenta que el 12 de noviembre de 1918 todo Buenos Aires se había volcado a las calles. Y, lógicamente, a la Avenida. Se había firmado el armisticio de la Primera Guerra Mundial. La Avenida tenía su fiesta aparte. Curutchet, en la puerta del Tortoni, se quitó la gorra y gritó: ¡Vive La France! La réplica lugareña fue La Marsellesa y luego el Himno Nacional. Descontrolado, el francés pegó el grito: ¡Todos adentro, hoy paga la casa! Esa noche, el Tortoni cerró sus puertas a la salida del sol del día siguiente...” El poeta Allende Iragorri hizo de él un hermoso medallón: “Este Señor del Milagro, era un viejito típico de sabio o profesor francés. Menudo de cuerpo y fuerte de espíritu, estilaba la clásica perilla alargada, ojos vivísimos entre corta y enmarañada barba ríspida, y usaba un miliunanochesco casquete árabe de seda negra, con su caída borla de oro.” La familia Curutchet, contribuyó con sus inclinaciones artísticas y literarias a cimentar el clima intelectual del Tortoni. Pedro Alejo era versado en filosofía oriental, política y fue un eximio violinista, mientras que Mauricio era amigo de la literatura, la poesía y la música. Fuera del café, en los encuentros de la familia que alquilaba el tercer piso del palacio Unzué, reinaba también un clima de amenidad, de diálogo y de música, como el que inspiró la vida del Café. La familia Curutchet posibilitó que Quinquela Martín junto a otros artistas crearan la Asociación de Gente de Artes y Letras conocida como “La Peña”, que implicó un pasaje importante a la cultura.
Su solar Es un edificio más que centenario, anterior a la propia Avenida de Mayo, que ha albergado diversos personajes e instituciones y, en cuya historia, se acumulan múltiples episodios. La obra fue realizada por la familia Unzué, como una residencia familiar urbanizada ubicada en los altos, sobre una planta baja de comercios. El sector norte, sobre la calle Rivadavia 830, es el más antiguo, y data aproximadamente de 1880. El sector sur es posterior y existe por lo menos desde 1888, en los fondos del primero. Su frente fue inaugurado en 1894. Este fragmento más moderno se hace en correlación con la apertura de la Avenida de Mayo, que era la primera de las grandes avenidas porteñas, modelada según la idea de “Boulevard”, predominante en las reformas urbanas de fin de siglo. Su trazado afecta los fondos de la casa primitiva, y lo obligó a demoler sus últimos quince metros y levantar un frente amplio a la nueva vía pública. Las dos edades del palacio pueden aún ser captadas por el visitante como fragmentos distinguibles. Sin embargo, como todo buen palacio, algo retiene de laberíntico, puesto que de piso a piso las disposiciones varían, y no se puede evitar una cierta desorientación. El sector más antiguo, se corresponde con un momento de la transición tipológica desde la vieja casa de patios, criolla y patriarcal, hacia los modelos “palaciegos” del tipo francés. Es una residencia de gran puerta y escalera en el eje, culminando el ingreso en el patio central con claraboya. Los principales salones, para recepción, quedan volcados sobre el frente de Rivadavia. Esta fachada presenta una decoración interesante, pero de difícil catalogación estilística. Las escaleras secundarias conducen a otro piso, dedicado a la vida privada. Y en otro piso superior y retranqueado, se hallan las habitaciones de servicio. Para la tarea de elegir la fachada sur, poniendo cara a la flamante avenida, los Unzué acudieron al joven arquitecto noruego Alejandro Christophersen, que apenas llegado de París, diseñó el frente en 1888. La fachada a la Avenida de Mayo demoró seis años. Entonces, el viejo sector norte sobre Rivadavia giró sobre sus talones, parafraseando a Tenembaun, y acomodó definitivamente su escala y su carácter a la superior jerarquía urbana de la nueva avenida. El frente de la Avenida de Mayo resultó un ejercicio notable del que sería luego uno de los más prolíferos hacedores de la arquitectura opulenta porteña. Chistophersen organizó la fachada enmarcando sucesivamente aberturas de distintas dimensiones según los pisos, obteniendo una ligereza compositiva y una insinuación de luminosidad, aunque ésta última no se verifica completamente en los interiores. Los caballeros Unzué se distinguieron como presidentes del Jockey Club; las señoras Unzué, como presidentas de la Sociedad de Beneficencia. Asimismo fueron de la partida en el pujante Touring Club de los comienzos del siglo, como socios vitalicios e integrantes de las primeras comisiones directivas. En 1943, el Touring Club, que ya había estado en la Avenida de Mayo 546, se mudó a nuestro palacio, concretando tiempo después su compra. En el Palacio Unzué, denominado Carlos Gardel desde noviembre de 1993, se inauguró en la Avenida de Mayo 833 en los altos del centenario Café Tortoni, cedido por el Touring Club, la Academia Nacional del Tango. Presidió el acto el titular de la Academia, el gran poeta Horacio Ferrer, supervisor poético musical de las dos orillas para que el Río de la Plata no pierda la melodía misteriosa que mueve sus aguas.
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La famosa “Peña”: un espacio “vital y subterráneo” Nacimiento Antes que en el Tortoni, ya existían peñas literarias y filosóficas en los Cafés Madrid, Eslava, La Armonía y La Cosechera. También en el Gran Hotel España se hacían reuniones políticas. Benito Quinquela Martín nos cuenta con sus propias palabras cómo nació “La Peña”del Tortoni: “La adhesión al puerto de la Boca no me impedía frecuentar las tertulias de los cafés de la Avenida de Mayo, sobre todo aquella de “La Cosechera”, que el maestro Viñes bautizó con el madrileñísimo nombre de “La Peña”, que se trasladó durante una noche de verano a la vereda de enfrente. De “La Cosechera” pasamos al Café Tortoni, donde nos recibieron con sonrisas esperanzadas.(...) Antes de refugiarnos en aquel sótano espiritual y espirituoso, como diría el aludido vate, un grupo de amigos nos reuníamos en el café de “La Cosechera” que quedaba en Perú y Avenida de Mayo. Allí tuvo su origen “La Peña”, nombre con que bautizó nuestra tertulia el gran pianista Ricardo Viñes, que era uno de los más asiduos contertulios. Asistentes más o menos frecuentes eran también Francisco Isernia, Tomás Allende Iragorri, Antonio González Castro, Pedro Herreros, Pascual de Rogatis, Alfredo Schiuma, Juan José de Soiza Relly, Héctor Pedro Blomberg, José María Samperio, Celestino Fernández, Manuel López Palmero, Atilio García Mellid, Germán de Elizalde, Luis Perlotti. Alejandro S. Tomatis, Juan de Dios Filiberto, Carlos de Jovellanos y Passeyro, Daniel Marcos Agrelo, Rafael de Diego, Miguel A. Camino, Pedro V. Blake, Enrique Loudet, Celestino Piaggio, Manuel López de Mingorance, Gregorio Passianoff y otros, a los que se agregaban los invitados o visitantes. Tuvimos la suerte de que el dueño del Café Tortoni sustentara otras ideas con respecto al negocio cafeteril. “Los artistas podrán gastar poco, pero pueden dar lustre y fama “ decía don Pedro Curutchet, el propietario del Tortoni, que como buen francés, sabía ser práctico y romántico a la vez. En nuestro caso, quizá fue más lo segundo que lo primero, lo que impulsó a nuestro mecenas a brindarnos desde el primer momento su generosa protección no exenta de paternal tolerancia. El viejo Tortoni tenía su clientela segura y abundante, pero nuestra “Peña” bohemia siempre encontraba la manera de instalarse en las mejores mesas de la vereda o del salón, según lo requiriera la temperatura. Como entre los peñistas o peñófilos abundaban los desocupados, nunca faltaba alguno de la rueda que acudía temprano al café para tomar posiciones. Y la rueda iba creciendo a medida que la noche iba avanzando. Tanto llegó a crecer, al cabo de algún tiempo. que uno de los nuestros, Germán de Elizalde, resolvió abordar a don Pedro Curutchet. Y para convencerlo mejor, se dirigió en francés a “Monsieur Pierre”. Necesitábamos espacio vital para nuestra “Peña”. ¿No podría proporcionárnoslo “Monsieur” Curutchet? Y el viejo francés, que usaba perilla francesa y gorro turco, nos ofreció entonces su cueva de vinos, previo traslado de las empolvadas botellas, naturalmente. Además de brindarnos el espacio vital que necesitábamos, “vital y subterráneo”, Monsieur Pierre Curutchet nos obsequió con unos preceptos que habrían de quedar como lema de nuestra flamante agrupación. Decían así, en su idioma original “Ici on peut causer, dire, boire, avec mesure et donner de son savoir faire la mesure. Mais seuls l’art et l’esprit ont le droit de sans mesure se manifester ici” (Aquí se puede conversar, decir, beber con mesura y dar de su “savoir faire” la medida. Pero sólo el arte y el espíritu tienen el derecho de sin medida manifestarse aquí.) Otras cosas había que tenían también derecho a manifestarse allí sin medida, además del arte y el espritu. Eran nuestro entusiasmo y nuestra impaciencia por instalarnos cuanto antes en aquel subsuelo con que nos obsequiaba la munificencia de un comerciante artista y altruista -rara avis- que, atentando contra sus propios intereses, empezaba por recomendarnos mesura en el comer y en el beber. Nos pusi-
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Quinquela Martín está aquí en amable plática con José González Castillo y el escultor Roselli, quienes escuchancon reconcentrada atención el relato que les hace de su reciente gira por el Viejo Mundo. Aunque no se le vea la cara, el escultor Roselli tiene los ojos enormemente abiertos, porque piensa en posibilidad de un triunfo. Homenaje a Quinquela en “La Peña”. Revista El Hogar del 5 de septiembre de 1930
Alfonsina Storni, la poetisa máxima, también sabe sonreír, cosa que no todo el mundo logra hacer con elegancia. Y como la risa es contagiosa, a su lado, el escultor Pedro Daute, también sonríe. Todo ello es el resultado de un buen chiste que acaba de epilogarse y que ambos celebran porque ha sido en buena ley.
mos a trabajar febrilmente, sans mesure, y en pocas semanas la acreditada bodega del Tortoni quedó convertida en un local apto para todo servicio artístico, literario y gastronómico. Nosotros mismos nos encargamos personalmente de las obras de refacción y embellecimiento. Empezamos por limpiar y arreglar el piso, el techo y las paredes. Nos agenciamos mesas y bancos de madera ordinaria, entonados en un gris oscuro. En base a clavos, tablas y arpillera dorada todo quedó listo, como mandado hacer a medida. Construimos un tablado bajo, que oficiaba de pequeño escenario, engalanado con un gran cortinaje de terciopelo rojo, que era como una llamarada que, al abrirse, dejaba ver un soberbio piano de cola, piano y cortinaje que obtuvimos no sé cómo, creo que por arte de encantamiento. Y así se abrió al público el 24 de mayo de 1926 a las 22 de forma gratuita. La programación de esa noche fue la siguiente: -”Alacranería en do menor sobre la ignorancia de Anatole France en materia de pirotecnia sagrada” -Informaciones últimas del raid Duggan-Olivero, a cargo de la estación I.O.Z., con comentarios cinematográficos. -Conferencia a cargo del señor García Sanchiz sobre el alza de la peseta -Discusión libre sobre la inutilidad de la literatura” La noticia de apertura y el detalle de la programación fue publicada por El Telégrafo el 29 de mayo de 1926. En las paredes de colgaban cuadros que se renovaban cada quince días. José León Pagano y Fernán Félix de Amador visitaban La Peña con cierta frecuencia para escribir sus críticas sobre las muestras. Los 24 de mayo, para conmemorar la fundación de La Peña y la fiesta patria se realizaba una comida de camaradería a la que asistían personalidades de la vida artística del país.
Actividades de “LA PEÑA”:integrantes e invitados Fue tan vasta y diversa la actividad que desarrolló durante sus diecisiete años de vida, que recurriremos a los recuerdos y testimonios de diferentes escritores, para dar una cabal idea de la trascendencia de lo que allí sucedía. “En este sótano, ya legendario en la historia del funambulismo porteño, actuaron las más brillantes figuras de aquella etapa. Por su tinglado desfilaron los célebres pianistas Rubinstein, Borosky, Ruiz Díaz, Ricardo Viñes; los no menos famosos directores de orquesta Toscanini y Ansermet; el poeta granadino García Lorca; el dramaturgo Pirandello, de quien el Teatro Intimo que dirigían Milagros de la Vega y Carlos Perelli puso en escena una de sus piezas breves. Y también, con bastante frecuencia, descendía la estrecha escalerita el entonces presidente de la República, Marcelo T. de Alvear, que permanecía en silencio, lejano y soñoliento aparentemente sugestionado por la abstrusa conversación del inefable maestro Adolfo Ollavaca, quien resolvía los más complicados problemas etimológicos afirmando con desconcertante seguridad que los caldeos se llamaban así porque el calor del desierto los caldeaba, que al amor platónico se le daba ese nombre porque era un plato y que la palabra sociología venía de zócalo. Resumiendo: un refugio vespertino y nocturno de plásticos, poetas, músicos y escritores. Artistas de cartel o desconocidos, triunfadores o fracasados, veteranos y aprendices. Todos como en su casa bajaban y subían, ligeros o sin apuro, con el aire ausente de quien nada tenía que hacer en ninguna parte El ambiente recogía en su atmósfera opaca de humo, alegre de esperanzas, entristecida de sueños irrealizables, la palpitación de la bohemia ciudadana.” (Joaquín Gómez Bas). “La Peña del Tortoni fue el anticambalache. En ella, al revés de lo que sucede en el tango de Discepolín, la mescolanza fue estupendable (me presta el adjetivo uno de los hombres que más he amado, Samuel Eichelbaum: le gustaba inventar neologismos, mezclando palabras, en este caso estupendo y admirable). Lía Cimaglia Espinoza podía tocar en el piano lo mismo una milonga de mi flor que un trozo clásico. En seguida Chazarreta traía el ventarrón tan entrador de su auténtico folklore santiagueño o Juan de Dios Filiberto debutaba allí con Malevaje; Luis Franco, Enrique González Tuñón, Roberto Ledesma, Pablo Rojas Paz, el poeta uruguayo Fernán Silva Valdés,
La concurrencia en el local de “La Peña” donde también se realizó, en la noche del 26, un recital Beethoven. Año 1930.
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podían convivir entre sí y con los reportajes llenos de mentiras de Juan José de Soiza Relly. (...)” (Ulyses Petit de Murat) “El 5 de enero de cada año, víspera de Reyes, ‘La Peña’ realizaba una rifa a su beneficio. A este acto se le conocía como la Fiesta del Ceibo -la flor nacional- y para ello se solicitaba a los pintores, grabadores y escultores, la donación de alguna de sus obras que se rifaban esa noche, y las rifas eran vendidas por artistas consagrados. Una vez agotada la venta, lo que ocurría antes de medianoche, se procedía al sorteo. Para esa fiesta se adornaba el salón con ramas y flores de ceibo que íbamos a buscar a Palermo en la voiturette de Molina Campos con Manolo Castro, periodista y crítico teatral de Crítica, administrador de ‘La Peña’ por entonces. (...) Las reuniones de los sábados se componían, generalmente de tres partes: una disertación literaria, audición de canto y concierto de piano, a veces de arpa o violoncello o conjuntos de cuerdas. En esas veladas, como dijimos, se cobraban veinte centavos la entrada para ayudar a nuestros gastos, pero ‘La Peña’ realizaba sus beneficios todos los años no sólo con la Fiesta del Ceibo, sino también con funciones teatrales a su exclusivo beneficio. Uno de estos ocurrió la noche en que se estrenó Bodas de Sangre, de Federico García Lorca, por la Compañía de Lola Membrives. Lola Membrives iba a estrenar esta obra a su beneficio y días después daría una función especial con la misma obra a beneficio de ‘La Peña’. Muy lamentablemente Doña Lola no pudo realizar su primer propósito porque poco antes del anunciado estreno falleció su señora madre y fue así que al reiniciar sus actividades estrenó Bodas de Sangre a total beneficio de ‘La Peña’, La noche anterior al estreno fui al Teatro Maipo a buscar el manuscrito de García Lorca para que Alfredo Tarruella lo leyera y preparara unas palabras para decirlas antes de comenzar en nombre de ‘La Peña’. El estreno fue un suceso de crítica y público. Poco tiempo después se ofreció a La Peña’ traer a García Lorca a Buenos Aires para dar conferencias y presentar alguna otra obra suya pero ‘La Peña’ carecía de fondos para encarar tal empresa. Igualmente García Lorca vino pero creo que patrocinado por Amigos del Arte.(...) Con Joaquín Gómez Bas vivimos muchas horas de ansias y de sueños viendo pasar casi todo lo que aquí hemos narrado, y en especial, porque ambos compartimos la idea de fundar un Cuadernillo de Arte y Letras Saeta’, que dirigimos durante los cinco años que tuvo vida como publicación mensual, de la que mucho tendríamos que decir puesto que aquí nació, aquí la hacíamos diariamente con el grupo que integrábamos con C. Tubio Torrecilla, Marcelo Olivari, Santiago Cozzolino, Rafael Ernesto Jones y mi hermano Guillermo” (Enrique Abal)
Alfonsina Storni Muchas fueron las mujeres que, destacándose en distintas disciplinas, pasaron por “La Peña”, pero no cabe duda de que el personaje femenino emblemático del grupo fue Alfonsina Storni. “Esta Alfonsina que “bajaba a ‘La Peña’ con la sonrisa que acababa de colocarse en la calle, esa sonrisa amplia, acogedora, que usaba para alternar con la gente. Y allí, sentada con la erguida apostura de los que valen, permanecía callada, sumida en la hondura verde de sus ojos, observando, oyendo, hasta quebrar su propia expectativa con la carcajada espontánea que parecía llevar siempre como un recurso sonoro para escapar de sí misma. Nunca hablaba seriamente de sus poemas ni de la obra de sus colegas. Tampoco mantenía conversaciones artificiosas, intelectualizadas, de esas que muchos suponen obligatorias en cenáculos literarios. Alfonsina prefería y cultivaba, el comentario intrascendente en todo caso agudo en calidades de ironía, o la referencia risueña, destinada a poner de relieve los matices grotescos de la gente y de la vida [...] Alfonsina, junto a nosotros, no era la figura poética que ya era, y además no quería serlo. Jamás trató de imponer sobre el charlatanismo de los advenedizos que la rodeaban, la jerarquía de su palabra madura, la autoridad implícita en la sugestión de su hermosa cabellera ceniza. Ella era solamente una sonrisa, y una cálida, misteriosa mirada verde, o gris, o azul plomizo. Una mirada del color del mar. En ‘La Peña’, Alfonsina acurrucada en su timidez, casi siempre a la orilla de Allende Iragorri, de Enrique de Larrañaga, de Margarita Abella Caprile, de Quinquela Martín, ella, ya gran señora
Alfonsina Storni recitando en “La Peña”
de la poesía grande, pero diminuta en sus ambiciones, no pudo pensar, por que no se lo permitía la natural dimensión de su modestia, la íntima convicción de no creerse perdurable, que allí mismo, en el milagro de una premonición no captada por nadie todavía, el destino colocaba la piedra fundamental del monumento para su recuerdo. [...] En ‘La Peña’ encontró la voz amiga, legítima, alentadora, la tregua libre de solemnidades pero vibrante de fraternidad, clarificada en un cariño que se volvía repentinamente celeste frente al drama alucinante, presentido, que oscurecía la frescura de sus poemas. Ella decía sus versos con aire de otra parte, iluminando con la jovialidad del gesto y de la palabra la espesa niebla íntima de su creación.” Joaquín Gómez Bas, Buenos Aires y lo suyo, (Ed. Plus Ultra) Alfonsina Storni junto a Josefina Crosa, S.R.Giménez, Maruja Pacheco Huergo, E. T. Acosta, A. Blanco, B. Jallinsky en la velada de la poesía femenina. Café Tortoni. Agosto de 1934. Foto Archivo Gral. de la Nación
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Un piano para Alfonsina
Mausoleo de Alfonsina Storni en el cementerio de la Chacarita. Obra de Julio César Vergottini
“La Peña” estuvo presente en las tristes ocasiones en que desaparecían de la vida los artistas que, habiendo sido habitués o no, alentaban sus sueños. Así, al morir Fernando Fader se erigió un monumento frente a la casa que el gran maestro habitó y en la que murió, el 28 de febrero de 1935, en Losa Corral, Ischilín, Córdoba, obra de Luis Perlotti y que se donó al gobierno de esa provincia. Cuando murió Leopoldo Lugones, “La Peña” también levantó un monolito que honra su memoria en el recreo “El Tropezón”, en el Tigre, lugar que el poeta eligió para su trágica muerte, el 18 de febrero de 1938. Años después de muerta Alfonsina, “La Peña” gestionó la cesión de un terreno en el Cementerio de la Chacarita, para erigir un monumento a su memoria. La Junta Ejecutiva de la entidad, integrada por Benito Quinquela Martín, el Dr. Enrique Loudet y los poetas Joaquín Gómez Bas y Marcelo Olivari, tomó a su cargo el compromiso de realizar la obra prometida, que fue encomendada al gran escultor Julio César Vergottini. La generosidad y el empeño de estos artistas hicieron posible que se reunieran los fondos necesarios, que fueron completados con la venta del lujoso piano Steinway que tantas veladas había animado y sobre el que Alfonsina se apoyara, en noches irrepetibles, para decir sus versos. El mausoleo consiste en una gran estatua, simbolizando la Poesía, esculpida por Vergottini en granito rosado de San Luis y tiene una altura de tres metros. La leyenda grabada en él, es breve y expresiva: “Alfonsina Storni, Poeta” 1892-1938. “Por el amor de un puñado de artistas porteños, Alfonsina tiene el espacio definitivo para su sueño, el sitio para la ofrenda que ha de mantener permanentemente encendido el ya lejano instante de su ausencia”. Entre los destacados habitués y partícipes de “La Peña” figuraron Milagros de la Vega y Carlos Perelli, que llevaron adelante un grupo de teatro al que denominaron Teatro Intimo de “La Peña.
El Teatro Íntimo de “LA PEÑA” En su libro “En aguas del recuerdo” (memorias), Milagros de la Vega escribió: “En un pequeño cuadradito que había allí levantamos un tablado y en ella comenzó a trabajar un elenco. Creo que fue uno de los primeros grupos de teatro independiente. El Tortoni fue el primer café-teatro que existió en Buenos Aires. En ese tablado hicimos conocer a Ernesto L. Castro, el autor de Los Isleros, en octubre de 1936. Estrenamos su primera pieza de teatro Tierra arada. También se hicieron primeras obras de Gómez Bas, el poeta (de él estrenamos La hoguera); también estrenamos una de Castagnino. Hicimos conocer a mucho autores en aquel teatro del Tortoni. Debutamos con una introducción de Joaquín de Vedia presentándonos a nosotros dos, en una escena de Los muertos, de Sánchez. Hicimos Limones de Sicilia, de Pirandello, El soñador y la virgen, de Enrique Abal, con Olga Hidalgo y Julieta Gómez Paz. Esto fue el 9 de junio de 1938. La Intrusa, de Meterling, con Paco Quesada, Enrique Suárez Tapier, Olga Hidalgo, Julieta Gómez Paz; Pompas de Jabón, de Cayol, con Zaida Surdé, Olga Hidalgo, Julieta Gómez Paz, Francisco de Paula, Hugo Vallejos, Alfonso Tórtora (que luego se hizo cura), Pedro Escudero y Elena Ferrando; Noche de luna, de Julio Sánchez Gardel, con Nicanora Lucía Hernández, Jordana Fain, Tita Mendíaz, Nathán Pinzón, Hugo Vallejos y Tórtora, el futuro cura; La vida del hombre, de Andreieff, con Jordana Fain, que mereció un premio, una medalla de oro, que le otorgó el jurado del Teatro Intimo. El público respondió generosamente. Estaba siempre lleno. Pero trabajábamos los fines de semana solamente. Los artistas plásticos de La Peña nos hacían los decorados: un muchacho Jones, hijo de galeses, otro muchacho Baños y otros que ahora no recuerdo, nos ayudaban mucho.” A esta evocación, agreguemos los emocionados versos de Nyda Cuniberti sobre sus años mozos, en los que trataba de aprender el arte de la representación en ese mismo tablado, a través de estos cuartetos que le pertenecen: Milagros de la Vega y Quinquela Martín en el Café Tortoni. Año 1973
Hoy pediré tres gracias, tal como se acostumbra, Café Tortoni amigo, devuélveme el pasado, con la voz de Milagros flotando en la penumbra, y mis viejos amigos recitando a su lado. El que atrapa en el aire las voces que se han ido, quien convoca recuerdos y los recuerdos vé, rescatará, sin duda, lo que creyó perdido del antiguo tinglado de este viejo Café.
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Juan de Dios Filiberto
Benito Quinquela Martín, Alberto Cosentino y Juan de Dios Filiberto
“El sueño más preciado de Filiberto era tener en sus manos una batuta. Un día este sueño se materializó. Fue en 1932 cuando fundó la Orquesta Porteña, su aspiración más preciada. Alguna vez comentó “…después de mis dúos, tríos, cuartetos y otros conjuntos musicales pude, por fin, formar mi primera orquesta que se llamó Porteña…”. Y es aquí donde viene su profunda relación con el Café Tortoni; es aquí, en el mítico subsuelo, donde la Orquesta Porteña de Filiberto inicia sus actuaciones, en el mismo subsuelo donde funcionaba la Agrupación de Gente de Arte y Letras, la famosa “Peña del Tortoni”, y así comenzó la historia de esta orquesta que debuta con “Malevaje”, tango de su autoría compuesto junto con Enrique Santos Discépolo en 1928 y estrenado por Azucena Maizani ese mismo año; en 1929, Carlos Gardel lo graba dos veces, una en París y otra en Buenos Aires. (...) Con su Orquesta Porteña, a la que le había agregado a los habituales instrumentos tangueros, el armonio, el clarinete y la flauta, grabó entre 1932 y 1936, 25 temas para el sello discográfico Odeón y entre 1941 y 1959, para el sello Víctor, 20 temas, la mayoría instrumentales. Sus vocalistas fueron Patrocinio Díaz, sumándose posteriormente Jorge Alonso. Esta orquesta significó para Filiberto su emancipación espiritual. Sintió cierta liberación al poder influir sobre quienes integraban el conjunto, se sintió en la posesión plena de sus atributos y sabía que podía modelar a su manera a quienes lo acompañaban. Con ella formó parte del elenco de la primera película comercial sonora de Argentina, “Tango” de 1933, donde Filiberto aparece con sus poses y movimientos tan particulares. (...)” Mario Sejas
Benito Quinquela Martín El creador, el filántropo, el amante de los colores, el hombre que con su constante esfuerzo y su pasión llevó adelante tan importantes obras en el barrio de La Boca hasta transformarlo en uno de los más característicos de Buenos Aires; el genio que le dio identidad a esa zona de barcazas e inmigrantes, de faroles y acordeones, también supo llegar al centro de la ciudad y provocar, junto a un grupo de amigos soñadores, como ya vimos en líneas anteriores, a las musas para convertirlas en guías inspiradoras de los acontecimientos de “La Peña”. A su regreso de París, donde expuso sus obras por sugerencia del Presidente Marcelo T. de Alvear, con gran éxito, se convierte en uno de sus fundadores. Es decir que durante los diecisiete años de vida de “La Peña” (1926/1943), Quinquela alcanza el reconocimiento internacional, habiendo expuesto en Nueva York, La Habana, Roma y Londres. Sus pinturas son compradas por museos ingleses, neozelandeses, por el Metropolitan Museum, de Nueva York y el Museo de Luxemburgo. Benito Mussolini le adquiere una de sus obras para el Museo de Arte Moderno. Pero Quinquela siempre estaba regresando por amor a su tierra, a su barrio y a su madre, que se enfermaba cuando él viajaba. Toda esa consagración, su dedicación al arte, no le restó energía para estar presente permanentemente en las veladas artístico-literarias del subsuelo del Tortoni.
Benito Quinquela Martín. Foto Aldo Sessa
El Presidente Marcelo T. de Alvear y su esposa, Regina Pacini, en una visita a “La Peña”. En primer plano, a la izquierda, Juan de Dios Filiberto y a la derecha, Quinquela Martín. Junto a Alvear, el Dr. Carlos M. Noel, que era el Intendente de Buenos Aires.
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Asociación Tradicionalista “El Lazo”
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Ambientación de patio campero para promover la tradición folclórica
esde 1943, año en que “La Peña” finaliza su actividad y hasta 1977, la Agrupación Tradicionalista “El Lazo ” desplegó una importante tarea con invitados de la categoría de Andrés Chazarreta, Sergio Villar, los hermanos Ábalos, Atahualpa Yupanqui, entre otros exponentes del folclore. En ese período, la periodista y escritora Cora Cané organizó una serie de actos culturales con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes para promover y difundir la música y tradición del folclore argentino. Participaron artistas, escritores y poetas como César Tiempo y Oscar Ponferrada, entre otros.“En el Tortoni bailé mi primera zamba, ‘La añera’, con don Santiago Roca, que tenía una pinta bárbara”, recordaba la autora de Clarín Porteño y amiga entrañable del Tortoni. El lazo es un símbolo criollo de amistad y cariño; un recurso seguro contra dispersiones, deserciones y espantadas. Para ambientar el lugar, se armó una especie de patio campero, con un árbol cubriendo una de las columnas. Toda la decoración fue proyectada y realizada por sus socios, quienes integraban una verdadera familia. Un dato curioso: Para poder bailar las danzas criollas, hubo que levantar el piso de madera del sótano para evitar el deterioro que producirían los bailes y sus zapateos y para sustentar este cambio, durante largo tiempo se llevaron a cabo funciones y colectas extraordinarias. Llegado el momento de levantar la primera tabla, ocurrió lo inesperado: debajo del piso de madera había otro, de baldosas, tal cual pensaba hacerse, y es el que continúa hasta el presente. El piso de madera había sido construido por los integrantes de ‘La Peña’. Las actividades de la Agrupación culminaron en 1977, cuando el jazz comenzó a hacerse escuchar en La Bodega.
Cora B. de Cané
Atahualpa Yupanqui en el Tortoni
Piso de baldosas originales que se halló debajo del piso de madera y que aún hoy se conserva
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Asociación Amigos del Café Tortoni (Continuadora de la vieja “Peña”)
De izq. a der.: Jorge Bustos, Ary Brizzi, Miguel Angel Vidal, Alberto Mosquera Montaña, Florencio Escardó, Roberto Fanego y Jaime Furman en el Cinzano Club. Año 1973
Su creación Con la intención de reafirmar los antiguos ideales de consolidación de la belleza, del arte en sus distintas expresiones y de recordación de espíritus ilustres, que habían anidado en la creación de”La Peña”, en 1973 nace la “Asociación Amigos del Café Tortoni”. El gran pintor boquense había instituido “La Orden del Tornillo”. Al serle entregada a Alberto Mosquera Montaña, Quinquela le pidió al poeta que presidiera la agrupación naciente. Así, el 12 de julio de 1973 se firma un acta en el Tortoni “con el objeto de aunar ideas para crear una entidad cultural destinada a continuar con las resonancias de la “vieja Peña, fundada por Don Benito Quinquela Martín y otros soñadores y mantener la tradición artístico-literaria del Viejo Café, una de las pocas cosas importantes que le van quedando a ésta, nuestra ciudad”. Después de deliberar, se creó el Estatuto Social y se fijó una Asamblea General que se realizaría el 22 de agosto del mismo año en el Cinzano Club donde se eligió la primera Comisión Directiva. Firmaron el acta: Julio De Caro; Roberto Tálice; Santiago Gómez Cou; Julián Centeya; Ricardo M. Llanes; Jaime Furman; Ana María Moncalvo; Jorge López Anaya; Jorge Bustos; Hugo de las Carreras; Carlos Cañás, Florencio Escardó; Carlos Mastronardi;Ulyses Petit de Murat; Ary Brizzi; Ricardo Jordán; Juan D. Ponferrada; Silvio Soldán; César Tiempo; Alberto Mosquera Montaña, entre otras personalidades. El 4 de octubre de 1973, la Asociación inició su actividad con una conferencia a cargo de Alberto Mosquera Montaña, flamante Presidente, sobre el tema “Vigencia del Café Porteño”. En esa ocasión se presentó el folleto conmemorativo del 115º Aniversario del Tortoni con textos del conferencista y de Carlos Mastronardi y César Tiempo e ilustración de Carlos Cañás. Estos fueron algunos de los párrafos de Alberto Mosquera Montaña: “(...) El Café como institución, amigos, representa una necesidad en toda comunidad que aspira a conocerse, a comprenderse. En el Café se encuentran los trabajadores de duras tareas, esas en las que el físico se deteriora y el alma se entristece. El café congrega a los soñadores impenitentes, a los enamorados y a los desencantados del amor. El Café representa un escape en todo ser que busca, en la soledad de sus mesas, el silencio que muchas veces necesita y que rara vez alcanza(...) Pensando en tantos recuerdos y en la importancia que tiene en todo país trascendente la presencia del café como institución ciudadana por sus vivencias, sus anécdotas, un grupo de amigos de la ciudad que nos encontramos siempre decidimos que la vieja Peña que fundó Quinquela vuelva a vivir con otro nombre y parecida misión. Por eso, la noche del 22 de agosto último, por la generosidad de altos espíritus, teniendo en cuenta mi amor enloquecido por mantener lo que ellos representan, decidieron nombrarme Presidente de los Amigos del Tortoni. Lo hicieron ahora pensando que el país se proyectará como un barrilete hacia las alturas trascendentes. Cuando miro, desde la cúspide de la comisión, quienes vienen pisándome los talones de las grandes realizaciones, me asusto pero me reconforto.
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Porque Roberto Tálice, desde Argentores, desde un Hotel de la Avenida de Mayo, sentado con Villaespesa, me observa, me estimula, me comprende. César Tiempo, desde los versos de Una, desde la trastienda de la librería de Muner, desde sus Protagonistas, sonríe, pero confía en la generosidad de nuestras intenciones. Julio De Caro, desde su San Cristóbal legendario. es decir desde su infancia con su violín corneta, musicalizará todas nuestras ambiciones. Santiago Gómez Cou nos ha de regalar rosas rojas, rosas, muchas rosas, que Carlos Mastronardi recogerá con su proverbial dulzura, para eternizarlas en un soneto. Ricardo Llanes nos llevará de la mano por su Avenida de Mayo hasta El Pensador, de Rodin, y allí nos detendremos para decirle de la grandeza de nuestro país y el deseo de proyectarlo. Carlos Cañás cubrirá con sus azules el gris de la nostalgia porteña. A Julián Centeya le voy a pedir que se siente una noche conmigo en un café de su Boedo legendario. Lo invitaremos a José González Castillo, a Agustín Riganelli, a Gustavo Riccio, a Facio Hebecquer, a De Lellis, a Pireca y al loco Papa. Todos serán convocados para iniciar la marcha de los soñadores, que aún no se ha realizado en Buenos Aires, y caminaremos por las calles desoladas de los barrios populosos. Llevaremos carteles con versos escritos, bastidores llenos de colores, pentagramas musicales. Yo creo que a medida que
Acta de constitución de la Asociación Amigos del Tortoni firmada en el Café en julio de 1973 por prestigiosas personalidades.
la espiritual manifestación avance, la gente saldrá de sus casas para adherirse a lo que tantas veces ha soñado Se apagarán los televisores del país; los canales y las radios perderán sus ratings porque los periodistas, camarógrafos y fotógrafos marcharán con nosotros ern esta columna compuesta por vocaciones altas, cuyo destino será la belleza, que es lo que los argentinos tenemos que alcanzar, es decir concretar, porque ya la poseemos. Yo pienso que los Amigos del Tortoni cumpliremos la misión de sueños que nos han encomendado’” A partir de ese momento, la actividad de la agrupación se manifestó a través de conferencias, exposiciones y homenajes. Para ello se creó la “Orden del Pocillo”, con la que se distinguió a innumerables personalidades del quehacer artístico, científico y cultural argentino entre 1970 y 1980. En las mesas del Café deparaban, en amenos y cordiales encuentros, Julio De Caro, Julián Centeya, Raúl González Tuñón, Ben Molar. Jorge Luis Borges y Carlos Mastronardi intercambiaban versos; los acompañaba la sabia mirada de Ernesto de la Cárcova. Roberto Tálice y Ulyses Petit de Murat rendían culto a su amistad con un pocillo de café y amplias sonrisas. En otras ocasiones, el teatro era el pretexto para escuchar a MiRoberto Fanego, Gerente del Tortoni y Alberto Mosquera Montaña, lagros de la Vega y Carlos Perelli. O la danza convocaba a Norma Presidente de la Asociación Amigos del Café. Año 2005. Fontenla, José Neglia, Raúl Candal y Ángeles Ruanova y entonces el Tortoni parecía emular al Colón... También la ciencia se hizo presente, como cuando se homenajeó a la Academia Nacional de Medicina. En 1976, el Dr. René Favaloro expuso en una conferencia en La Bodega sobre la conveniencia de luchar aunados por la Patria. “Debemos trabajar con responsabilidad, respeto, honradez y amor.(...) La gran reconstrucción nacional se podrá alcanzar si creamos y creemos en el código sanmartiniano”. Posteriormente, se creó “El Jarro de la Amistad Ciudadana”, continuador de la necesidad de reconocimiento y admiración. Lo recibieron, entre otros, Ana María Moncalvo, Enrique Dumas, Floreal Ruiz, Beba Bidart, Luis Federico Leloir, Juan Manuel Fangio, Edmundo Guibourg... En 1988, al cumplirse el 130º Aniversario del Café y con el auspicio de la Asociación Numismática Argentina, se acuñó en Casa Piana una Medalla Conmemorativa destinada a recordar, en palabras del crítico literario y poeta Angel Mazzei, el prestigio del Café “merced a la labor, la presencia, la adhesión de las figuras más representativas del pensamiento y del espíritu argentinos”. Imposible reproducir el larguísimo listado de figuras de todos los ámbitos que recibieron esta distinción. El Tortoni, a tono con su mejor tradición, siguió albergando encuentros, actos y homenajes. Y en 2008 cumplió su Sesquicentario. Para celebrarlo, el entrañable maestro Antonio Pujía diseñó una medalla de “Homenaje al Café Tortoni”. En esa oportunidad, se editó también el libro “Gran Café Tortoni”,de Abey Ediciones. El 25 de septiembre de 2009 un absurdo accidente puso fin a la presencia física de Alberto Mosquera Montaña.La Asociación Amigos del Café Tortoni quizás siga de pie sostenida por nuevos soñadores y alentada por el espíritu del poeta, pero con seguridad que el Tortoni continuará cumpliendo con su destino de luminaria cultural que lo caracterizó en sus 160 años de vida y que lo distingue como un ícono indiscutible de esta amada Buenos Aires.
Mesa de notables: De izq. a der.:Carlos Cañás, Carlos Mastronardi, A. Mosquera Montaña, Jorge Luis Borges, Ernesto de la Cárcova, Julián Centeya y Julio De Caro.
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Alejandro Dolina y el Jazz en La Bodega E
l devenir de La Bodega, como espacio, está indisolublemente ligado al espíritu del Café. Durante aproximadamente diez años, Alejandro Dolina condujo, desde el histórico sótano, su programa de radio La venganza será terrible, que se difundía por Radio Continental y posteriormente por Radio 10, junto a Guillermo Stronatti y Gabriel Rolón; con cada presentación, alrededor de trescientas personas se agolpaban en las puertas del Tortoni para seguir el programa en vivo desde La Bodega, que se convirtió en una cita clásica para los noctámbulo de la ciudad. En 1977, por iniciativa de Ulises Barrera (h) y en charlas de Roberto Fanego, Gerente del Café, con el Arq. José María Peña, entonces Director del Museo de la Ciudad, ante la necesidad de refaccionar La Bodega por algunos problemas edilicios, se decidió revestir de ladrillos las paredes para que la acústica fuera conveniente y evitar el rebote de los sonidos, como en los viejos sótanos norteamericanos donde el jazz tuvo su origen. El piso de baldosas se mantuvo, conformando un verdero tapiz, hasta la actualidad. Así fue como comenzaron a desfilar numerosas e importantes Bandas a lo largo de casi tres décadas: La Santa María Jazz Band, la Creole Jazz Band, La Fénix Jazz Band, Swing 39 ( el cuarteto integrado por Walter Malosetti, su hijo Javier, Baby López Furst y Ricardo Pellican), la Porteña Jazz Band,entre muchos otros intérpretes del género. Cada una aportó un estilo particular, por momentos con notas de humor incluidas.En todos los casos, el sonido estuvo a cargo de Fabián Grimaldi. En 1980 se presentó el espectáculo “Melodías de Hollywood”, con la dirección del músico y cantante Andrés Ascenio. En este show se rendía homenaje a Cole Porter, Irving Berlin, Judy Garland, George Gershwin, Richard Rogers, Jerome Kern y demás músicos que inmortalizaron con sus creaciones las décadas del treinta al cincuenta. Para ello, las excelentes interpretaciones de Annete Sein y María Rosa Neira despertaban la admiración del público entusiasta que todos los jueves a las 22 se daba cita para escucharlas. La encargada de presentar el show era Lona Warren, fulgurante solista de las bandas de jazz que conmovía cantando “Alguien me ama” o dinamizaba con una espléndida “Chatanooga-chu-chu” y el periodista-editor Ovidio Lagos Rueda debutó como crooner, en reemplazo del veterano Gordon Stretton. Participaban además “The Count Cuartet & Cia” y los “Broadway Singers”. Veinticinco años más tarde volverían a La Bodega con un espectáculo musical llamado “Tengo Ritmo”, como un homenaje a Gershwin y con un elenco compuesto por Anette Sein, Laura Esses, Omar Tubio y Andrés Ascenio,quien tuvo a su cargo la Dirección musical y los arreglos vocales.
Alejandro Dolina antes de iniciar su ya clásico programa. Año 2002. Foto Axel Alexander para Clarín
Joan Manuel Serrat de visita en “La venganza será terrible”
Roberto Fanego, Gerente del Tortoni y Ulises Barrera (h)iniciador de la actividad jazzística en La Bodega del Café
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Un joven de 93 años
Su nombre era William Masters. El apellido era del amo de su padre, quien al ser liberado, lo tomó, como era costumbre. Aquí lo conocimos como Gordon Stretton Este inglés de Liverpool quedó huérfano de padre a los 5 años y a los 8 murió su madre. “Tuve que hacerme hombre a la fuerza”, decía. Sólo sabía cantar y bailar. Su primer seudónimo artístico fue “Bola de Nieve”. Muchas veces, sentado en el cordón de alguna vereda junto a Charles Chaplin ambos soñaban con un futuro de gloria. A los 16 años ingresó a la milicia inglesa y conoció al príncipe de Gales (que luego sería Eduardo VII y abdicaría al trono para casarse con Wally Simpson). Se hicieron muy amigos. Conoció, de chico, a la reina Victoria y cantó a dúo con Maurice Chevalier. También conoció en París a Rodolfo Valentino y a Fred Astaire. A instancias de Marcelo T. de Alvear vino a la Argentina en 1923. Llegó a Buenos Aires junto a Mistinguette para pasar unos meses y se que-
dó 57 años. Desde entonces se dedicó a introducir el jazz negro en nuestro país. Conoció a Gardel,que lo llamaba “gran gringo” o “negro”; fue amigo de Leguisamo. Perón le regaló una casa y Evita, otra. Todo lo donó para hacer la Casa del Músico o para entidades de beneficencia. Actuó junto a todos los grandes del jazz y del tango. Con su orquesta, animaba los shows en el Plaza Hotel o en la confitería Ideal. Descubrió a Carmen Miranda, a Blackie, figura importantísima del jazz en nuestro país antes de convertirse en famosa productora y conductora y a Donna Summer. En junio de 1980, convocado por Andrés Ascenio, se dio el gusto de cantar, bailar y zapatear para festejar sus 93 años en el espectáculo “Melodías de Hollywood”, en La Bodega. En la actualidad, el viejo sótano del Café tiene al tango como expresión musical destacada. Pero cada tanto, cuando los músicos se distraen, las paredes exhalan una caricia de saxo, alguna sonoridad de banjo o una tenue exaltación de clarinete y esa fusión traviesa emerge y permanece para seguir enriqueciendo el espíritu de La Bodega y de todo el Tortoni. Lona Warren y Gordon Stretton
Delta Jazz Band Rodolfo Yoia (corneta); Sergio Tamburri (trombón) Ernesto Carrizo (clarinete); Juan Carlos Moruzzi (saxo alto); Alberto Etkin (piano); Alejandro Winkler (tuba); Ricardo Esain (batería); Carlos Bianchi (trombón)
Andrés Ascenio y Anette Sein Creole Jazz Band. Año 2004 Clarinete y Dirección: César Borsano; Banjo y animación: Alberto García; Trompeta: Roberto Vitale; Saxofón tenor: Orlando Merli; Trombón a vara: Eduardo Menenti; Contrabajo: Flavio Circo; Batería y voz: Oscar Linero, Coordinación: Juan Carlos Frisone.
Fenix Jazz Band en su viaje a la ciudad de Sacramento, California. Año 1984 Corneta: José A. Canci; Clarinete: Ernesto Carrizo; Trombón: Jorge M. Palmieri; Piano: Manuel Fraga; Banjo: Guillermo Riportella; Tuba: Héctor García; Batería: José E. Bernárdez; Canto: Susana Delgado
Santa María Jazz Band (circa 1980) Jorge Cichero (batería); Ubaldo González Lanuza (clarinete y saxo tenor); Lulo Gazcón (saxo alto); Andrés Boiarsky (saxo tenor); Norberto Machline (piano)Parados (idem): Enrique Mayer (saxo tenor); Roberto “Fats” Fernández (trompeta); Omar Oliveros (trompeta); Quique Gutiérrez de León (contrabajo); Carlos Pranzetti (guitarra;)
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Las Salas del Café Como toda casa centenaria que cobijó a muchas generaciones, los ámbitos del Tortoni han ido cambiando para responder a las necesidades del tiempo que tocaba vivir. De esta manera, el Tortoni se esfuerza por mantener la vigencia que lo distingue como Café emblemático de Buenos Aires.
La Bodega, como ya vimos, transmutó de tarima con piso de madera a patio campero. En la actualidad, con el nombre de Sala Quinquela Martín, su disposición permite un escenario más amplio y una capacidad para 80 personas. Se realizan espectáculos de tango y otras actividades culturales
La Sala Alfonsina Storni fue en sus comienzos el salón de familias, al que se accedía también por la calle Rivadavia. Hoy, convertida en un lugar íntimo, con capacidad para 60 personas, permite disfrutar del tango generando entre el público y los artistas el clima del café-concert. 20
La sala de pool, a la que se accedía también por Rivadavia, dio paso primero al salón de fumadores, cuando se restringió el consumo del cigarrillo en los recintos privados, y posteriormente a la Sala Eladia Blázquez, donde se organizan charlas, presentaciones de libros y demás eventos.
Filetes del maestro Luis Zorz La antigua Peluquería devino en pequeña pero nutrida biblioteca, bajo el nombre de Sala César Tiempo. El 29 de noviembre de 1984, en un acto al que asistieron A. Mosquera Montaña, el Dr. Raúl Castagnino, Silvio Soldán, Miguel Ángel Tatti, María Luisa Domínguez, Jorge Pérez Fernández, Carlos Cañás y el Dr. Angel Mazzei, entre otras personalidades de las letras y el arte, quedó inaugurada esta Sala destinada a albergar libros y publicaciones sobre la historia de la Ciudad y su idiosincracia. 21
Índice I
Espacio y Tiempo El Tortoni de París En dos ciudades al mismo tiempo Nuestro Tortoni: su origen La famosa "Peña": un espacio "vital y subterrráneo" Asociación Tradicionalista "El Lazo" Asociación Amigos del Café Tortoni (Continuadora de la vieja “Peña”) Alejandro Dolina y el Jazz en La Bodega Las Salas del Café
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