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Antología
Balcei 191 septiembre 2020
# alcorisasaleunida
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antología Wolfgang Beltracchi, el mago de la falsificación
Durante 35 años, el pintor Wolfgang Beltracchi falsificó decenas de cuadros de las vanguardias. Y los vendió a precio de oro. Ahora Acaba de salir de la cárcel dispuesto a poner en jaque al mercado del arte y sus intereses.
Los pillaron por un bote de pintura blanca. la mayor banda de falsificación cayó por un simple bote de pintura.
La obra se llamaba Cuadro rojo con caba llos. Qué ironía. Beltracchi se había empapado del arte del expresionista Heinrich Campen donk, había absorbido su técnica. Hasta tal punto que pudo pintar un cuadro del que solo se conoce el título, nada más, ni fotografías ni una simple descripción.
Años antes, claro, se había inventado la coartada perfecta: un familiar había sido co leccionista en los años 20 y había heredado una desconocida Colección Jäger, que mila grosamente sobrevivió al régimen nazi. Todo iba sobre ruedas: casas de subasta y especialis tas caían en la trampa y pagaban millones de euros por obras falsas que luego revendían a precios mucho mayores. Todo perfecto, hasta que Cuadro rojo con caballos se subastó, en noviembre de 2006. Trasteco, una compañía maltesa, pagó 2,88 millones de euros. Jugada redonda. O casi. Ahí entra en escena la pintura blanca.
«Siempre había usado blanco de cinc, muy normal en los tiempos de Campendonk. Solía mezclar las pinturas yo mismo, pero aquel día me faltaban pigmentos, así que cogí un bote, un producto holandés; por desgracia, no decía que contenía una pequeña cantidad de blan co de titanio», cuenta el propio Wolfgang en una entrevista con el semanario alemán Der Spiegel. Blanco de titanio es lo que apareció en el análisis científico encargado por los nue vos dueños de Cuadro rojo con caballos. Y el blanco de titanio no existía en 1915, cuando se pintó el original perdido. Un fallo imperdona ble que abrió el camino a la cárcel.
Hasta ese momento había sido cuidadoso. Siempre usaba productos de la época, inclui dos marcos y lienzos. En los últimos años, cada vez le pedían más documentación que respaldase esa Colección Jäger de su invención. Beltracchi llegó a ‘fabricar’ fotografías en blanco y negro, realizadas también con cáma ras y películas de época, en las que sus falsificaciones aparecían colgadas en un típico salón de los años 20. Max Ernst, Fernand Léger, Heinrich Campendonk, André Derain, pintores franceses y alemanes sobre todo. «Puedo pintarlo todo», asegura. «¿Leonardo? Claro. ¿Que por qué no lo he hecho? No podría venderse». El truco de la colección perdida ya lo había usado an tes, en los 80, y también con su socio Otto Schulte-Kellin ghaus, quien decía haber heredado de un abuelo obras compradas durante los años 20 a marchantes y galeristas alema nes. Misma mecánica, idéntica minuciosidad y, sobre todo, un talento fuera de lo normal.
Wolfgang heredó el talento de su padre, un pintor de iglesias y restaurador de Aquis grán. A los 14 años, su pequeño ya era capaz de reproducir un Picasso en una sola tarde. «Cuando dibujo o cuando miro un cuadro, se activa una especie de mecanismo que me per mite ver las cosas de una forma distinta a los demás», asegura Beltracchi.
Para él, el requisito más importante pa ra falsificar una obra de arte es «capturar su esencia», absorberla «hasta poder entenderla visualmente sin necesidad de pensar en cómo fue creada». Esa mirada, ese don, le abrió las puertas de la escuela de arte de Aquisgrán. Pero eso no era lo suyo, demasiado aburrido, dice ahora. Corrían los primeros 70 y el joven Beltracchi prefería viajar por Europa. Pintaba en las aceras para sacar algo de dinero y con seguía en una semana más que su padre en un mes. También pintaba cuadros de los maestros antiguos, luego de art nouveau y expresionis mo, los vendía en mercadillos y se iba de viaje otra vez.
En aquellos años 70 también pintaba sus propios cuadros, pocos, ultrarrealismo. «Dis frutaba pintando mis propios temas, pero era mucho más fascinante pintar las obras no pin tadas de otros artistas», recrear su estilo de una forma tan perfecta que no solo engañaba a los expertos: según cuenta Beltracchi, Dorothea Tanning —viuda de Max Ernst y pintora ella misma— llegó a decir que una de las falsifi caciones de Beltracchi era el cuadro más hermoso pintado por su marido.
ParareproduciruncuadrodeAndréDerain, máximo representante del fauvismo junto con Matisse, Beltracchi leyó toda la literatura so bre el artista, fue a museos para ver los colores originales y estudiar los trazos. También visitó Collioure, la localidad costera donde Derain pasó el verano de 1905 y donde pintó sus cua dros más cotizados. «Quería encontrar el centro creativo del autor y familiarizarme con él para ver a través de sus ojos cómo surgían sus pinturas y también para ver el cuadro nuevo que yo iba a pintar».
Su carrera estuvo a punto de acabar en los años 90. La Policía de Berlín estaba in vestigando a un par de marchantes de arte de Aquisgrán especializados en obras de expre sionistas alemanes, incluido Campendonk. En sus pesquisas descubrieron que la mayoría de las 21 falsificaciones localizadas eran obra de un tal Wolfgang Fischer. Para entonces, el falsificador ya había conocido a su mujer, He lena Beltracchi, y había adoptado su apellido. El matrimonio se movía mucho, viajaba por todo el mundo. La Policía no pudo encontrar a Wolfgang Fischer.
Poco después nació la Colección Jäger y la siguiente tanda de pinturas. Llegó un falso Niña con cisne, de Campendonk, subastado por Christie`s; luego, la residencia en Friburgo y la mansión francesa rodeada de viñedos, las fotos trucadas y más falsificaciones; y Cua dro rojo con caballos… y un bote de pintura blanca. A aquel error lo siguió una cadena de demandas que terminó con la detención de Wolfgang y su mujer en agosto de 2010. Se avecinaba un juicio de enormes proporciones.
Los especialistas identificaron 55 cua dros dudosos aparecidos en el mercado desde los 90. Las dificultades para determinar la falsedad de unas obras que habían engañado a expertos e incluso a esposas de artistas hi cieron que el caso se redujera a 14 cuadros, que le habrían reportado al matrimonio unos 16 millones de euros. Sin embargo, el fraude total alcanzaría los 34 millones debido a las subsiguientes ventas. Porque los cuadros se mueven. Son una máquina de generar dinero.
Para los Beltracchi y su socio Otto, sí, pe ro también para las galeristas o para expertos como Werner Spies, quien certificó la auten ticidad de varias obras pintadas por Wolfgang Beltracchi, o para las casas de subastas como Christie`s, que las ofrecen a un mejor postor que a veces son coleccionistas privados y a veces empresas con oscuros inversores. Un cuadro falso es como un billete falso, debes denunciarlo, pero también puedes intentar colocárselo al tendero. «Nadie quiere que un cuadro sea una falsificación», remata el propio Beltracchi.
LaAsociación de Galerías Alemanas se la menta de que este fallo impedirá saber cuántas falsificaciones hay circulando por el mundo. Beltracchi no lo dice, pero sí reconoce haber falsificado a unos 50 artistas a lo largo de toda su vida. Según algunos cálculos, el número de cuadros rondaría los 200. Otros creen que po drían ser bastantes más. Millones en pérdidas para ricachones y especuladores, eso es lo que piensan muchos ciudadanos de a pie.
Estafar a un millonario es un delito que despierta simpatías. Y si el estafador es un vi vidor con perilla de mosquetero y, sobre todo, con un innegable talento artístico, se entiende esa ola de simpatía que ha despertado en Ale mania y que llevó a un columnista del diario Die Zeit a reclamar una exposición que reuniera todas las falsificaciones de este Robin Hood de los pinceles, de este pintor de cuadros perdidos.