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Rincón del libro

Balcei 200 marzo 2022

#alcorisasaleunida

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LA gLOBALIMBECILIzACIóN (Mal-tratado breve de Filosofía Parda)

Victor Guiu presentando su libro en Alcorisa.

“La globalimbecilización es un proceso de deterioro constante y uniforme en el plano intelectual y moral de las sociedades que habitan el primer mundo. La inmediatez de las comunicaciones y la rapidez de la tecnología favorecen que los idiotas y los tontos tengan mayor eco y más ejemplos donde mirar. La emulación y el gregarismo, tan propios del ser humano, hacen el resto. Pensar es, cada vez más, un lujo. Repetir mensajes con una militancia agresiva es el modo en que un idiota medio se siente globalmente integrado. En este libro encontrarás una mirada inteligente, personalísima, a contracorriente y algo cabrona que, además, esconde un discurso coral, que intenta desenmascarar la estupidez y la mentira que suele encerrar lo pretendidamente complejo. Otro barco a la deriva, otro fin decadente, otra nave espacial que nos salva a nosotros mismos de nada. Porque lo curioso es que, este fenómeno, tan endógeno como manipulable, arrasa a su paso cualquier indicio de victoria profana. Globalimbecilización es llamar al carajillo coffee dark Hot Evil y creerse moderno.” Hacía justo dos años y cuatro días que presentaba en el mismo espacio mi anterior libro de filosofía parda. Unas semanas antes de que la pandemia le cogiese también a mi libro por banda, poniéndolo en cuarentena y dejándolo en el debe del movimiento cultural que se ha generado, tan cansino, sobre la España interior. Presentar un libro siempre está bien. Algunos autores tienen algo de miedo a enfrentarse con el público. Los autores del terruño, apegados a las gentes y cargados de anécdotas con las que adornar un petrolero, nos sentimos a gusto entre todos aquellos con los que nos identificamos. Así nos pasa a los miembros de La Europa del Aborigen (Víctor Monzón, Víctor Guiu, Pedro Mata), cuando organizamos, actuamos o presentamos libros y exposiciones en Alcorisa.

Cuando digo que Alcorisa es mi segundo pueblo no lo digo por decir. Quince años después de volver a Híjar, recuerdo casi a diario los cinco años que pasé viviendo allí con Víctor Monzón. Así que preparar una presentación del libro en casa, junto a mi tocayo, no nos costó demasiado. Y hacer cualquier cosa con el Monzón da gusto, porque le corre el arte y las ganas por las venas.

Entre el público había gente que llega a protagonizar alguna de las anécdotas del libro. Así que nos hicimos todos partícipes de ese concepto que acuñé ya en el libro “Lo rural ha muerto, viva lo rural”, el concepto de Globalimbecilización. Es curioso cómo las redes intensifican y viralizan cualquier gilipollez por estúpida que sea. Se globaliza y, según a qué esferas de poder llega, se convierte en dogma, casi en creencia teocrática de la idiotez. Y así nos va en muchos aspectos en la sociedad actual, empezando por la educación y sus gurus, garantes de la inutilidad más rancia (aunque nos llamen rancios a los demás); pasando por las relaciones sociales; por la cultura… etc…

No podemos olvidarnos de lo que a mí, particularmente, me toca más los cojones. Ese afán por llamar a las cosas por otro nombre. Ese afán de poner apellidos en inglés a lo que es una puñetera mierda. El afán de exigir una política correcta a todo, que provoca, además, una incorrección burda en lo que a la política se refiere.

En estos tiempos difíciles, donde el conocimiento se persigue y se deja a un lado, no hay mayor acto revolucionario que aplicar el sentido común y aceptar nuestras culpas compartidas.

De eso y de muchas cosas más trata un libro que podríamos clasificar, como el otro puñetero libro sobre la despoblación, “ensayo somarda”.

Detrás de la sonrisa hay también una profunda reflexión sobre lo que somos y construimos como sociedad. Porque, como esa cita de Dostoievsky que circula estas últimas semanas por las redes:

“La tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles”.

Porque, aunque nos riamos (solo faltaba) de tantas y tantas cosas, la verdad es que no hace ni puñetera gracia.

Balcei 200 marzo 2022

#alcorisasaleunida

Mercedes Espallargas Castañer

29 de octubre de 1924

Mercedes Espallargas Castañer.

De pequeña yo era feliz de cualquier manera. Solo éramos un hermano y yo y necesidades no tenía porque mi padre trabajaba mucho y mi madre trabajaba en casa haciendo la comida y eso. Yo siempre era feliz, te ponían el plato de comida y a comer y a jugar, pues feliz. He ido a los dos colegios, a las monjas y a las escuelas, pero era muy diferente un sitio del otro.

EL POzO qUE MANABA AgUA

En el colegio de las monjas estuve con Sor Concepción, con Sor Celedonia y fui al corte, porque también enseñaban corte y confección, con Sor María que era la directora del convento y también daba música con un piano, pero a música no fui.

En el primer piso estaban las “vigiladas” con Sor Anunciación, también la llamaban Sor Anuncia, y las otras íbamos a la escuela normal con Sor Celedonia y con Sor Concepción. Las que pagaban iban a una clase y las que no pagábamos a otra, pero las dos clases estaban llenas. Yo no pagué, mi madre no tenía perras y por eso iba con las pobres: nosotras con vestido de cada día, pero ellas llevaban una bata blanca y tenían una percha para colgarla cuando salían.

En el recreo salíamos a jugar a un jardín grande con el pozo que manaba agua y de ahí sacaban la que gastaban con un caldero. Lo tiraban con una cadena que arrollaban y lo subían lleno de agua. Nunca nos juntábamos con chicos porque solo había chicas. Otras eran amigas de poco, pero la amiga más amiga era Elidia Ariño Carod que todavía vive y como no sale de casa voy a verla de vez en cuando.

Cuando la guerra ya no pudimos ir con las monjas porque las sacaron del convento y entonces tuvimos que ir con las maestras. En la guerra las sacaron a la calle y las recogió el tío Burillo en una casa. El hombre dijo: “que vengan a mi casa y las tendré allí”. Y como había zona roja y zona nacional pues las tenía ese hombre allí como si fueran familia. Sor Concepción iba a la granja a guisar y Sor Celedonia era muy poquica cosa y no salía de casa, pero yo iba a verla muchos días.

CON LAS MAESTRAS

A los maestros los pusieron en el mismo edificio que estaban y en las monjas también hicieron escuela; igual había escuela, pero es que era la guerra y cambia la cosa.

Aquí fui con Doña Carlota que, como era pequeñica, algunos para hacer la gracia le decían “garrallota” o la “corrutaca”, y después con Doña Martina. Doña Martina era una mujer ya mayor pero muy buena persona, se veía una señora buena y muy educada porque entonces nada más estudiaban los ricos, los pobres no estudiaban. No era ni muy alta ni muy baja, como una persona cualquiera y no era de Alcorisa. También estaba Doña Clotilde que trabajaba como ayudante de Doña Martina.

En clase aprendíamos las lecciones de la enciclopedia. No sé si estará por casa porque primero la llevé yo y luego la llevó mi hermano. Tú te estudiabas las preguntas que te señalaban y a decirlas si las sabías y si no castigada. La maestra cogía el libro y preguntaba a ver si te las sabías o no, a ver si tenías memoria o no.

De castigos pues de rodillas y a rezar, lo que te mandaban y ya vale. A las garduñas que hacían mucho mal o a las que robaban, las encerraban en la carbonera donde guardaban el carbón. En la planta baja estaba el parvulario y luego la carbonera donde guardaban las cosas porque había mucho sitio en la planta baja.

En la escuela había chicas y chicos, pero teníamos muy poco trato, cada uno iba a su marcha. Entrábamos todos juntos, pero luego cada uno a su clase y en el recreo salíamos todos a la plaza. En la escuela me acuerdo que de amiga tenía a María Luisa, la que su marido era caminero, pero no me acuerdo del apellido.

No recuerdo hacer travesuras. Yo era más bien tranquila y pacífica, pero había dos o tres muy rebeldes y siempre estaban castigadas, pero yo no. Una que se llamaba Rosario no hacía caso a la maestra ni nada y hacía lo que le daba la gana y la maestra la dejaba como por demás, porque si le decía arriba ella que abajo y eso tampoco puede ser.

LA FAMILIA EN LA CALLE BAJA

En casa vivíamos mi abuela y nosotros. Mi padre Pascual Espallargas Martín, mi madre Aurelia Castañer Carreras y mi hermano Pascual, «Pascualín», que se murió con unos 70 años de una enfermedad, muy viejo no era. Se llamaba Pascual, pero siempre le decíamos «Pascualín» porque mi padre era Pascual, un tío que vive enfrente Pascual y un primo hermano Pascual, todos en la misma calle, en la calle Baja, número 20.

En mi casa vivía mi abuela, Ramona Martín Nuez, que ya tenía noventa y tantos años cuando yo era pequeña. Es que mi padre se casó con más de cuarenta años, por eso su madre era muy mayor cuando yo la conocí. Se casó viejo, así que mi abuela tenía que ser mucho más.

Mi casa era antigua como todas. Entrabas por la puerta y a las seis o siete escaleras estaban la cocina y la recocina que decíamos, en un lado la artesa para masar y en el otro la fregadera para fregar. Mi abuela, la madre de mi padre, dormía en una sala y tenía una cocinica chiquitica para ella sola,

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