SEGUNDO PREMIO DE NARRATIVA BREVE BARBADILLO VERSOS 1891

Page 1

0

Premio de Narrativa Breve Barbadillo Versos 1891 Relatos ganadores

Los niños de las botas del “no”. Sentado en el centro Manuel Barbadillo Rodríguez.

Barbadillo Versos 1891 es un amontillado muy viejo procedente de una de las botas que regaló Antonio Barbadillo, a finales del siglo XIX, a cada uno de sus 5 hijos con motivo de sus bautizos. Estas vasijas de madera se conservan en la Sacristía, la bodega reservada para las herencias de familia, y están marcadas con cada fecha y un “no” que significa no vender al tratarse de un legado familiar. En Barbadillo se conocen como “las botas del no de los niños”. Versos 1891 y este premio literario son parte del homenaje a uno de esos niños, Manuel Barbadillo Rodríguez, el bodeguero poeta, en el 125 aniversario de su nacimiento.



Ejemplar nยบ:

de 1891


2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

Primera Edición

© del texto: María Villar Luzuriaga, Josefina Solano Maldonado y Miguel Sánchez Robles © de la edición: 2º Premio de Narrativa Breve. Barbadillo Versos 1891. Relatos ganadores C/Luis de Eguilaz, 11. Apdo.25 11540 Sanlúcar de Barrameda www.barbadillo.com Depósito Legal: ISBN: Ilustración, maquetación y diseño de cubierta, Luciano Rosch-Creación Gráfica Impresión: Santa Teresa Industrias Gráficas S.A

4


Índice

• Prólogo

………………………………… 06

• Versos 1891: Las botas del no ………………………………… 08 • Homenaje a Don Manuel Barbadillo 1891–1986

………………………………… 09

• María Villar Luzuriaga: “Mala memoria” (1er premio) ………………………………… 11 • Josefina Solano Maldonado: “Lo que el tiempo no pudo” (2º premio) ………………………………… 23 • Miguel Sánchez Robles: “Todas las familias felices se parecen” (3er premio) ………………………………… 35

5


2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo

Prólogo Todo cuanto rodea la elaboración del vino, desde el cultivo de las viñas hasta su reposada crianza en silenciosas bodegas, desborda lo que suele ser el marco normal de una empresa y de un negocio. Las costumbres, cuidados y ritos necesarios para conseguir un buen vino, contaminan a todos los que intervienen en tan exigente labor. Por eso no debe extrañar que frente a otros empresarios, el bodeguero manifieste una sensibilidad y una cultural especial. La que proporciona ese trato continuo con un producto que, desde que se planta la cepa, hasta que, una vez envejecido, se embotella, reclama una atención continua y una rara sabiduría, aprendida a lo largo de muchas generaciones. Por eso no debe extrañar que en estos ambientes bodegueros la literatura y el arte hayan cobrado tanta vida. El vino bebido y degustado alimenta y estimula la creación y gracias a su influencia han surgido algunas de las mejores obras artísticas. Pero también conmueve a los que, día a día, participan en su crianza. Un buen vino no deja de ser una obra artística y, por tanto, no debe extrañar la frecuente tendencia de muchos bodegueros de convertir sus vivencias en literatura. El mejor ejemplo lo tuvimos en Manuel Barbadillo Rodríguez que supo armoniosamente compaginar su labor bodeguera y una dedicación a la literatura con el mismo espíritu de entrega, esfuerzo y dedicación. Si logró criar grandes vinos no menos significativos fueron las decenas de libros que escribió y publicó. Volcó su entusiasmo y sabiduría sobre sus manzanillas, amontillados y olorosos, pero con el mismo calor cuidaba sus versos, narraciones y biografías. Su hijo, Antonio Pedro Barbadillo Romero, recogió esa doble herencia y responsabilidad. Y su entrega a la cotidiana tarea de 6


afianzar y potenciar la bodega familiar no le impidió dedicar muchas horas a la escritura, recopilando una documentadísima historia de la bodega, al mismo que prestaba con sus colaboraciones en la prensa atención a la vida sanluqueña. Sin olvidar la atmósfera literaria de la que supo y gustó rodearse. Los literatos siempre tuvieron abiertas las puertas de su despacho y la bodega se enriqueció con la admiración y el cariño que le prestaron tantos hombres de letras. Por tanto, este premio viene a consolidar una tradición y una familiaridad ya existente. En Barbadillo las botas y la literatura siempre han formado parte del mismo paisaje. Se alimentan y benefician mutuamente. Ni una copa sin un verso, ni un verso sin una copa.

Nota del jurado

José Jurado Morales Alberto González Troyano Joaquín Márquez Caballero Pedro Ugarte Tamayo Manuel Barbadillo

7


2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo

Versos 1891: Las botas del no El amontillado Versos es excepcional y único ya que proviene de una única bota dedicada a Manuel Barbadillo en 1891, vino que por aquel entonces ya era viejo. Ésta, junto con las otras cuatro botas pertenecientes a sus hermanos, son conocidas como “las botas de los niños”. En 1988 el hijo de Don Manuel, Toto Barbadillo, hace referencia a estas botas en su libro Historias de Bodegas Barbadillo. El “no” escrito en ellas significaba que no podían usarse con fines comerciales. En un principio, estas botas se guardaron en la Bodega del Castillo y en la actualidad se conservan en la Sacristía de la Casa de la Cilla, la bodega reservada para las herencias de familia. Hasta llegar a la ubicación actual, las cinco botas pasaron por las bodegas de la Sirena y de la calle Sevilla. Más de 100 años después, la británica Sarah Jane Evans, presidenta del Master of Wine Institute tuvo la gran suerte de catar estas cinco botas y quedó fascinada por el poder y la intensidad de uno de esos vinos, un amontillado lleno de vida y energía, precisamente se trataba de la bota de Manuel Barbadillo, fechada en 1891. En 2016, coincidiendo con el 125 aniversario de nacimiento de don Manuel y con el permiso de su nieto, Manuel Barbadillo Eyzaguirre, se hizo una edición limitada de tan sólo 100 botellas. La familia ha decidido que este vino único perdure para disfrute y aprendizaje de las futuras generaciones, por lo que este excelente amontillado que fue recibió Manuel Barbadillo como regalo de bautismo, no se volverá a embotellar. 8


Homenaje a Don Manuel Barbadillo 1891–1986 La historia de este Amontillado comienza con la fundación de la compañía en 1821, cuando el abuelo de Manuel, Don Benigno Barbadillo vuelve a España tras 20 años en Méjico y compra una bodega en el centro de Sanlúcar de Barrameda. Fue en 1827 cuando se exporta la primera bota con la palabra “Manzanilla” hacia Filadelfia. En 1844 sale el primer Amontillado para la isla de Jersey. Al final del 1800 la compañía familiar fue creciendo de manera ininterrumpida y ahora posee 16 Bodegas que se ubican a lo largo de todo Sanlúcar de Barrameda, así como 500 hectáreas de viñedos propios. El 29 de septiembre de 1891 es una fecha que siempre estará grabada en la memoria de Bodegas Barbadillo. Ese día nacía Manuel Barbadillo, el primero de los 5 hijos que tuvo D. Antonio Barbadillo Ambrossy. En esos años, era costumbre entre las familias bodegueras, regalar una bota de un excelente vino como recuerdo de bautismo, que en el caso de don Manuel fue un amontillado. Sus cuatro hermanos recibirían el mismo regalo años más tarde. Mientras su bota de amontillado envejecía junto a las de sus hermanos, Manuel Barbadillo, creció para convertirse en una de las figuras más respetadas y decisivas en la configuración del Marco de Jerez. Gracias a su conocimiento, dedicación y guía, Barbadillo se convirtió en una de las mejores bodegas de España. Don Manuel también se convirtió en un prolífico escritor con más de 80 publicaciones. Entre sus libros, se incluyen algunos de 9


2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo los más influyentes sobre los Jereces, Alrededor del vino de Jerez y El Vino de la alegría (La Manzanilla de Sanlúcar), así como el conmovedor diario escrito durante la Guerra Civil que fue publicado póstumamente Excidio. Pero sobre todo, fue conocido como poeta con 22 libros de versos publicados. Vinatero por tradición familiar y poeta por vocación. D. Manuel compaginó el vino con la pasión que sentía por la literatura. Desde Sanlúcar de Barrameda trabó una profunda amistad con muchos autores de la Generación del 27, con los que mantuvo a lo largo de su vida un permanente contacto postal. Fruto de esa unión entre vino y literatura y, en homenaje a la figura de Manuel Barbadillo, nacen los Premios de Narrativa Breve “Barbadillo Versos 1891’. Unos premios que quieren fomentar la creatividad y el talento literario en torno al mundo del vino, y más concretamente sobre la Manzanilla y el vino de Jerez.

10


MALA MEMORIA María Villar Luzuriaga

11


H

2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo

ola, Juan:

Soy Manuel. El Padre Benigno me ha enseñado a escribir. Dice que escribo muy bien. Me ha costado mucho tiempo, pero ahora escribo de un tirón y casi sin faltas. Y también leo. Leo de corrido y apenas tengo que pensar. Bueno, en las comas paro un poco y en los puntos paro un poco más. Cuando hay tres puntitos seguidos no sé muy bien qué hacer, así que no les hago mucho caso, el Padre Benigno dice que son como dejar la frase sin terminar. Pero me gusta más escribir. Es muy divertido, se me pasa el tiempo volando. Porque aquí no hay muchas cosas que hacer y desde que nos despiertan hasta que apagan la luz las horas pasan lentas. Además, aquí siempre llueve. Bueno, casi siempre, no como en Sanlúcar, que siempre hacía sol y podías estar en camiseta hasta la noche, andando en bicicleta por el barrio. Al principio me aburría mucho, pero desde que empezó a visitarme el Padre Benigno y a contarme un montón de cosas que había en los libros que traía, las mañanas empezaron a hacerse más cortas. Después empecé a escribir y leer y entonces, estaba tan entretenido, que llegaba la hora de la comida y ni me enteraba. Ha pasado mucho tiempo, pero ya he aprendido. Yo siempre he sido un poco burro y no soy tan listo como tú, pero el Padre Benigno dice que lo estoy haciendo muy bien. Lo que más me cuesta son las bes y las uves porque suenan igual. Vaca, barba, vino, vestido, bola, bista… perdón, vista… Pues quería darte una sorpresa antes de que me vaya y escribirte una carta. El Padre Benigno dice que es bonito hacer regalos a la familia. A mí me gustan mucho los regalos, aunque aquí los demás no hacen regalos, dicen que son regalos, pero a mí no me gustan. El único regalo de verdad me lo dio el Padre Benigno, un cuaderno gordo con hojas blancas. Sólo para mí. Y tiene las tapas rojas. Me dijo que era un regalo sólo para mí. Ya no duermo al lado del señor Pedro, duermo solo, así que ya no me lo quitarán más. Es un cuaderno muy bonito y me ha servido para aprender 12



2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo a escribir. El señor Pedro es marinero y tiene un dibujo en el brazo. Nunca se lo he podido ver bien, pero creo que es una chica. También pensé en escribir una carta a padre y a madre, pero el Padre Benigno me recordó que ya no están aquí. Bueno, aquí donde estoy yo no, claro, digo aquí en la Tierra. Porque la Tierra es gigante ¿sabes?, vi un dibujo en un libro que me trajo el Padre Benigno y hay sitio para un montón de gente. Pero aquí en la Tierra sólo quedas tú. Bueno y yo. Pero dentro de poco yo también me iré porque voy a hacer un viaje muy largo, un viaje sin vuelta. Me lo explicó el Padre Benigno cuando salí de la enfermería. Dentro de mi cuerpo, por aquí, se me ha metido una bicha. Al principio era una bicha pequeña, pero con los días ha ido creciendo y creciendo y dentro de poco me cerrará los ojos para siempre. En la enfermería me dan unas pastillas de colores para que la bicha esté dormida y no me moleste, así no me duele. Pues dentro de poco, cuando la bicha me cierre los ojos para siempre, haré un viaje muy largo y llegaré con padre y madre. Cuando le pregunté al Padre Benigno si dentro de poco eran unos días o muchas semanas, me dijo que lo más seguro serían un par de meses, así que me quedé más tranquilo porque me iva a dar, perdón, que es con be, me iba a dar tiempo a escribirte esta carta. No sé muy bien cuántos días son un par de meses, pero suena a que son bastantes. Además creo que iré volando. Me dan miedo las alturas, pero como la bicha me cerrará los ojos, no me pasará nada. Cuando estoy muy alto siento unas cosquillas en las piernas, como si fueran hormigas, que me suben hasta los brazos y me mareo. Como aquella vez que nos subimos al tejado de la Bodega, ¿te acuerdas? Fuimos antes de que saliera padre del tajo y nos colamos dentro. Cada vez que me acuerdo me suben las cosquillas otra vez. Nos tumbamos entre las tejas y espiamos a la gente que entraba en el patio. Qué bonito es ese patio, todo blanco y amarillo, amarillo como el sol de Sanlúcar. Y la puerta también es muy bonita, con esas barras de hierro tan largas, casi llegan hasta el cielo. Fue una pena que se cayera la teja, el barullo que se organizó. Padre salió con la escopeta en la mano, pensando que éramos ladrones. Menos mal que Don Manuel salió corriendo y lo tranquilizó. 14


Cuando bajamos del tejado hasta nos dio un caramelo. El mío era de limón. Es majo ese Don Manuel. Pues les diré a padre y a madre que te escribí una carta. Yo creo que les alegrará mucho saber que sé escribir cartas. Porque cuando se fueron yo no sabía escribir. Ni leer. Tú decías que yo nunca aprendería esas cosas, que era tonto, pero que me protegerías. Claro, eres mi hermano mayor. Cuando estábamos juntos nunca se atrevían a pegarme en el barrio. En El Palomar todos sabían que les dejarías un ojo morado. Tenía mucha suerte de tenerte cerca. Aquí es diferente, el señor Pedro nunca me ha defendido, pero el Padre Benigno me ha ayudado mucho. Y me ha regalado un cuaderno, rojo y muy gordo. Es tan gordo que siguen quedando hojas blancas para que pueda seguir escribiendo. Bueno, las hojas no son del todo blancas, tienen unas rayas muy finitas para que no se me caigan las frases, pero casi ni se ben. Perdón, ven. Casi ni se ven. Con las bes y las uves me armo lío, creo que ya te lo he dicho. Con la ge y la jota me aclaro mejor, es más fácil. Jarrón, goma, gorrión, gente, jueves, gato… y así. ¿Qué tal está Micha? Qué bonita es esa gata, es la más bonita del mundo. Me acuerdo mucho de ella. Dile que, como es un animal y no sabe leer, no le he escrito una carta, pero que la quiero mucho. Me acuerdo de que le encantaban las sardinas. Cuando le quitamos aquella lata al señor Ramón, se chupó los bigotes durante toda la tarde. Aunque luego el señor Ramón se enfadó mucho con nosotros, pero conseguimos escapar de la escoba, ¿te acuerdas? Me parto de risa cuando me acuerdo. Se lo conté al Padre Benigno y me dijo que eso es pecado y que no está bien. Le cuento muchas cosas al Padre Benigno, aquí es el único que se sienta conmigo, nos sentamos en la mesa que hay en mi habitación, junto a la cama y yo le cuento nuestras historietas. Casi siempre me dice que están mal y que eso no se hace, pero yo me divierto mucho contándoselas. Bueno, no siempre, 15


2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo porque no me puedo olvidar de que estoy aquí porque fui muy malo. Eso dice él. Dice que todos los que estamos aquí estamos porque hicimos cosas malas. El señor Pedro, por ejemplo, creo que le hizo algo a una mujer. El Padre Benigno dice que yo también hice una cosa horrible, que no puedo olvidar todo aquello, que tengo que arrepentirme. Pero arrepentirme de verdad, no vale disimular, como cuando le pedimos perdón al señor Ramón por lo de las sardinas. Pero, claro, padre estaba con nosotros. Pues yo creo que me arrepiento de verdad. Porque me pongo muy triste cuando me acuerdo. Me pongo a llorar como un bebé. Me da vergüenza, pero el Padre Benigno dice que eso está bien, que es bueno para mí hablar de lo mal que me porté antes de hacer el viaje. Él me dijo que me iré en un par de meses, pero de eso ya hace bastantes días y no sé cuánto falta, a ver si mañana se lo pregunto. Pues cuando me acuerdo de lo que hice y le hablo de aquello al Padre Benigno, yo no me siento muy bien, pero él dice que seguro que el viaje sale mejor si lo cuento todo, que estaré en paz. No entiendo muy bien qué quiere decir, pero hago como que sí para que no piense que soy muy tonto, porque yo siempre he tenido la cabeza muy dura y aquí dentro las cosas no suelen estar muy ordenadas, es difícil encontrarlas. Como cuando me trajeron a este edificio. Al principio tenía mucho lío y no me acordaba de casi nada, no sabía muy bien por qué me habían metido en esta habitación con el señor Pedro. Tiene un dibujo de una chica en el brazo, ¿te lo he dicho? Una chica de pelo largo y oscuro. Tampoco estoy del todo seguro porque nunca me he atrevido a mirárselo bien, el señor Pedro me da un poco de miedo. Pues me costó un montón acordarme de lo que pasó aquella noche, pasaban los días y no había nada en mi cabeza, las ideas se habían ido volando. Yo también volaré dentro de poco, la bicha que tengo dentro me cerrará los ojos para siempre. Mejor que me los cierre, porque, con el miedo que me dan las alturas, seguro que me mareo. Pues poco a poco empecé a acordarme de cosas, como cuando te despiertas y al rato empiezan a llegarte las ideas, ahora una y luego otra, hasta que te das cuenta de todo lo que tienes en la cabeza y se te abren mucho los ojos. 16



2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo Empecé a acordarme cuando conocí al Padre Benigno. Solía venir después del desayuno y nos sentábamos en una mesa que hay en mi habitación, debajo de la bentana. Ventana, perdón. Bueno, no tiene cortinas y está un poco alta, pero a veces veo el sol. Digo a veces porque aquí siempre está nublado y llueve. Pues el Padre Benigno solía traer libros con dibujos y fotos y me solía leer cosas. Bueno, una vez que aprendí a leer, era yo quien se las leía a él. Había muchas imágenes: la Tierra, animales, paisajes, España, personas… ¿sabes que hay un planeta que se llama Saturno? El libro que más me gustaba era uno sobre el vino. La verdad es que las botellas de vino son todas iguales y vista una, vistas todas, pero había unas páginas en las que salía la Manzanilla. Qué rica es la Manzanilla. Le conté al Padre Benigno que solo la había probado una vez, cuando cogimos una botella de la bodega sin que nadie se diera cuenta y nos la bebimos a la sombra de una palmera enorme que había cerca de casa, pero que la recordaba como la bebida más rica del mundo, que te templaba el estómago para un rato largo. En ese libro ponía que la Manzanilla de nuestra ciudad es la mejor del mundo entero, ¿te lo puedes creer? El mundo, bueno, la Tierra, es gigante y está llena de gente y ciudades, pero nadie sabe hacer la Manzanilla tan rica como nosotros. Qué contento me puse. Además salía una foto de una botella de Manzanilla que era como la que nos bebimos aquel día, una botella marrón con las letras muy rojas sobre una etiqueta blanca, Solear. El Padre Benigno me explicó que la Manzanilla se hace aplastando muchas uvas amarillas que tienen un nombre como de pájaro pero que no me acuerdo cual es y que después se deja ese zumo en barricas de madera, como las que hay en la Bodega donde trabajaba padre, durante muchos años y que después suceden cosas dentro de esa barrica y que cuando sacas el zumo ya no es zumo, si no que es Manzanilla. ¿Te lo puedes creer? Es como magia. Le conté que padre trabajaba en la Bodega limpiando y arreglando las cosas que se estropeaban y que nosotros nos solíamos colar dentro y que jugábamos al escondite y así. Entonces un día me trajo una foto de un edificio muy bonito, todo blanco y amarillo, tan amarillo como el sol de Sanlúcar, y, de repente, me di cuenta de que ese edificio… ¡era la Bodega! 18


Qué susto me di cuando la reconocí… empecé a reírme yo solo y la cara se me puso caliente, hasta vi la teja que se nos cayó. Yo creo que ese día empecé a acordarme. Al principio solo me acordaba de lo que tú les habías dicho a los demás en aquella sala grande llena de gente, pero se te olvidaron muchas cosas más. Les contaste que era de noche, que padre había estado en La Espuela hasta muy tarde, que nos despertó a todos cuando llegó a casa, con el portazo, que madre no paraba de gritar y que se ponía los brazos delante de la cara… Sí, de eso me fui acordando poco a poco. Padre solía venir así muchas noches, hacía gritar a madre. A mí no me gustan los gritos, se me meten aquí dentro, muy dentro, y no puedo respirar. También me acuerdo que me dijiste que tenía que ser valiente, que tenía que coger el cuchillo de cortar el pan que había en la cocina. Manuel, corre, ¡hazlo!, ¡cógelo! Fue idea tuya, se te ocurrió a ti, ¿te acuerdas? Creo que no, porque eso me ha venido a la cabeza con el tiempo, tú no se lo contaste a la gente de aquella sala, qué mala memoria tienes. Pues, verás, te hice caso y cogí el cuchillo de encima de la mesa. Me acerqué a padre por la espalda y tú me dijiste que se lo tenía que clavar para que todo terminara de una vez, que tenía que ayudaros a ti y a madre, que tenía que hacerlo si quería ser un héroe, como Super Man. Jo, cómo me gusta Super Man. Es tan valiente… Y tiene una capa roja que le ayuda a volar, ojalá tuviera yo una para el viaje que voy a hacer dentro de poco. Me da miedo volar, yo soy más miedica que Super Man, siempre me han dado miedo las alturas. Otro día, el Padre Benigno vino a visitarme y me dijo que tenía una sorpresa para mí. Yo me puse loco de contento. Entonces sacó un pañuelo de su gabardina y me tapó los ojos. Como es tan majo conmigo no me importó y no me dio miedo, así que me senté en la silla y esperé mi sorpresa. Entonces oí unos ruidos cerca y, al rato, me dijo, toma, Manuel, 19



bebe un poco, y me puso entre las manos un vaso. Cuando bebí casi me mareo. La bebida estaba muy fría y era un poco ácida, pero poco, no como los limones, y muy fresca, como las manzanas verdes. Cuando la tragué y llegó hasta mi tripa sentí un calorcito que se fue haciendo más grande cada vez. ¡Era Manzanilla! De repente aparecieron en mi cabeza un montón de cosas… la playa de Sanlúcar, las calles del barrio, las palmeras enormes de las calles, Micha, nuestra casa, con la cocina y todo, padre, madre, tú… y entonces también me empecé a acordar de lo que pasó aquella noche, después de que yo cogiera el cuchillo, cuando volví a la sala. ¿Te acuerdas? Padre se dio la vuelta cuando me vio entrar, estaba muy enfadado y chillaba mucho. Vino hacia mí con los ojos de un loco y entonces hice lo que me pediste. Padre se calló. Dejó de gritar. Se tumbó en el suelo y no dijo nada más. Yo no sabía qué hacer, era todo muy raro y las cosas me daban vueltas en la cabeza. Madre seguía chillando y llorando, cada vez más fuerte y entonces me quitaste el cuchillo. ¿En serio que no te acuerdas? Le hiciste callar a madre, no volvió a chillar. Ninguno de los dos volvió a decir nada. A mí me ha venido a la cabeza con el tiempo, igual a ti te ha pasado lo mismo, como nunca has venido a visitarme, no sé si te acordarás. Le dije al Padre Benigno que siempre estabas ocupado con tus cosas y que seguramente no habías tenido tiempo. Además, estoy muy lejos de nuestra casa, el Padre Benigno me lo enseñó en un mapa de España. ¿Ves Manuel? Aquí está Sanlúcar, y, dentro de Sanlúcar, aquí está tu barrio, El Palomar, y ahora mismo nosotros estamos aquí. Primero señaló la zona de la papada y luego llevó el dedo hasta la frente. Es que España es como un señor de perfil. Cuando terminé de contarle la historia al Padre Benigno, me quitó el pañuelo y me dio un abrazo. Yo estaba sudando y entonces me dijo que bebiera un poco más, que me sentaría bien beber Manzanilla. Entonces vi que la botella era como la que cogimos de la Bodega aquella vez, toda marrón, con sus letras rojas sobre la etiqueta blanca. Al rato ya me sentía mejor, es que la Manzanilla lo cura todo, qué rica es. Si la miras de cerca te das cuenta de que es un poco amarilla, amarilla y brillante, como el sol de Sanlúcar… 21


2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo Pues al Padre Benigno le gustó tanto la historia, que hoy por la mañana ha venido con un amigo suyo y me ha pedido que se la contara. Era un señor muy serio y tenía una corbata verde, muy bonita. Y también un cuaderno como el mío, no paraba de escribir mientras yo hablaba. Escribía muy rápido, a mí me cuesta más, pero dice el Padre Benigno que es normal, que hace poco que he aprendido a escribir de un tirón. Lo que más me cuesta son las bes y las uves, suenan igual. Pues ese señor tan serio me ha tratado muy bien. Al principio me daba un poco de vergüenza, pero luego ya bien. Me ha hecho muchas preguntas, creo que no se me ha olvidado nada. Le he contado muchas cosas. Le he dicho que guardaste el cuchillo debajo de la valdosa de la cocina. Baldosa, que es con be. También que todo estaba muy sucio y muy marrón. Sí, el señor ha estado aquí toda la mañana. El Padre Benigno me ha dicho que lo he hecho tan bien, que ese señor tan serio iba a ir a verte. Yo creo que querrá contarte las cosas. Claro, es que a ti se te olvidó contarles a todos algunas cosas, menos mal que me he ido acordando yo poco a poco. Ya verás que es muy majo, es un poco serio pero es majo. Le he dicho que el cuchillo lo guardaste debajo de la baldosa en la que Micha suele tumbarse al sol. Porque en nuestra cocina entra el sol por las mañanas y esa baldosa se pone calentita y a Micha le encanta tumbarse allí a hacer la siesta. Qué bonita es esa gata, ojala supiera leer, me gustaría mucho escribirle una carta. Bueno, ahora voy a terminar la carta porque me han dicho que cuando la termine me van a traer la cena. Me gustan mucho las patatas cocidas, aquí las ponen muy ricas. Además, tengo que comer mucho para estar fuerte, porque en un par de meses haré un viaje muy largo y no sé si habrá comida por el camino. Bueno, ahora ya no sé cuántos días faltan, a ver si mañana se lo pregunto al Padre Benigno. Creo que si voy volando no podré parar a comer. Ojalá haya Manzanilla. Adiós. 22


LO QUE EL TIEMPO NO PUDO Josefina Solano Maldonado

23


2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo

“Ni un alma en la calle había. Sólo mi alma y la noche”.

A

MANUEL BARBADILLO

hora a tomar el solecito, Andrés, tu copita de manzanilla y a leer.

Violeta hace rodar la silla hasta el balcón. Aparta la manta para que me dé un poco el sol de invierno. Me acaricia los cabellos y me mira con sus grandes ojos. Ha sido siempre una mujer sencilla, con la dulzura propia de la esposa abnegada y fiel. Cada mañana me lava acariciando con la esponja las cicatrices que se entrecruzan en mis piernas. A mi esposa le reconforta la hazaña cotidiana que supone asearme, y cuidarme. Desde que sufrí el ictus que me paralizó medio cuerpo, Violeta ha aguantado mucho, tanto que ha hecho ya del sufrimiento una forma de ascetismo. No llora, dice que no es necesario. Ella se siente feliz viendo cómo agarro la copa donde me sirve cada día la manzanilla, y cómo paso horas y horas leyendo. Al principio de la enfermedad no podía mover ni un solo dedo, ahora, a base de rehabilitación, puedo mover la mano derecha y sujetar objetos que no pesen demasiado. Me gusta saborear el caldo lentamente, sentir en mi paladar la esencia de un cuerpo líquido que me transporta sin remedio al pasado, a unos versos que un día el maestro recitó. Hago un brindis por ti, Lilo, lo seguiré haciendo todos los días hasta que me muera. Soy viejo, demasiado viejo, pero aún te encuentro en los días perdurables de la memoria, te encuentro de nuevo entre esos héroes que en mitad del naufragio esperó siempre el tronco que lo salvara. Ahora debe estar 24



2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo nevando sobre todos los que se fueron, también sobre ti, Lilo. Nevará como el día en que llegamos al campo. Yo sólo tenía diecisiete años. Tras el estallido de la guerra, nos vimos obligados a huir. Mi padre, que desde niño, había trabajado en las bodegas de Sanlúcar, se solía reunir en la taberna de Pascuala para participar en las tertulias que allí se celebraban. Él sabía leer y era aficionado, como muchos de sus compañeros de trabajo, a la poesía y a la declamación de otros textos literarios que los asistentes hacían. A veces acudía Manuel Barbadillo, y deleitaba a los asistentes con sus propias composiciones. Yo tenía sólo diez años cuando lo conocí, los chiquillos hacíamos corro en torno a una de las ventanas de la taberna para escucharlo. Recitaba con esa avidez que tienen los que aman la vida y la palabra, gozaba la felicidad del momento, tenía una sensibilidad tan grande que llegaba a estremecernos con su voz. Cuando estalló la guerra todo se volvió gris, ceniciento, rojo sangre. Todos los que se reunían en La Pascuala fueron tachados de individuos de dudosas costumbres, que favorecían el libertinaje y la perdición. Y aunque incluso el mismo Barbadillo intervino para desmentir aquella acusación, nada pudo derribar las calumnias que vertieron los acusadores. Mi familia emprendió la huida. El mulo que llevábamos acabó desfallecido y en un santiamén lo descuartizaron los hambrientos que pululaban por los caminos. Tras un largo camino, entre asaltos y bombas, conseguimos atravesar la frontera y refugiarnos en París, junto a otros exiliados. Mi madre y mi hermana perdieron la vida en el campo de internamiento de Argelès, mi padre y yo pasamos allí tres meses y luego conseguimos irnos a la capital y emplearnos en una bodega. Pronto nos unimos a la Resistencia, para informar a los contactos de todos los movimientos que daban los alemanes. Fuimos capturados cuando portábamos un plano de las vías donde estaban los convoyes nazis.

26


Nos metieron en un tren de ganado, hacinados como reses, entre el hedor y la asfixia, sin saber cuál era nuestro destino. Tras cuatro días de viaje, aquel maldito tren se detuvo en un pequeño pueblo austríaco: Mauthausen. Cerca de las vías estaban los SS con sus fieros perros de caza. Era de noche. No paraba de nevar. Desde la estación recorrimos los cinco kilómetros que la separaban del campo. Sufríamos las patadas y los culetazos de los fusiles si aminorábamos la marcha, mi padre no cesaba de repetirme: “Tienes que aguantar, Andrés, sigue caminando”. La jauría de perros se escuchaba bronca, eslabonada, devuelta a la noche como si saliera de recorrer un mal sueño, veíamos a los animales con los ojos atizados y los hocicos babeantes, espoleando a todos los prisioneros. Era media noche. Ante nosotros se levantaban unos muros gruesos e imponentes, coronados por el águila imperial que tenía las alas extendidas y portaba en sus garras la cruz gamada. Nos hicieron formar en la gran plaza, y apareció un capitán con el intérprete. Nos dio la bienvenida y poniendo un tono de acidez a su voz gritó: “Habéis entrado por esa puerta, y saldréis por aquella otra” remató señalando con el dedo la chimenea del crematorio de la que salía una columna de humo denso y pastoso. Pasamos luego las duchas de desinfección donde nos afeitaron la cabeza y los genitales, nos dieron los zuecos de madera y el traje de rayas que llevaba, cosido en la solapa, un número y el triángulo azul de los apátridas. Eso éramos allí, un puñado de traidores, un grupo de miserables que no merecíamos más que la esclavitud y la muerte. Mientras nos dirigíamos a los barracones, un grupo de músicos prisioneros, tocaban “Adiós a la vida” de la ópera Tosca. La melodía salía de todas partes, vibrante y retadora. Una luz mortecina daba un tono espectral a la nieve. El frío era un cuchillo, un abismo, un desierto blanco del que no podíamos escapar. Cuando entré en el barracón sentí la pesantez del aire, la angustia que devoraba como una alimaña, el hielo del espanto oculto en todas aquellas miradas que nos seguían bajo la luz anémica de las bombillas. La atmósfera 27


2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo era asfixiante, se percibía el hedor de los cuerpos enfermos y sin lavar, de los andrajos pestilentes, de los orines y el pan agrio. Cuatro y a veces cinco hombres dormían en camastros fabricados con cajas de embalaje, como sepulturas abiertas, apiladas hasta el techo. El kapo nos indicó cuáles eran las literas que nos pertenecían. Se acercaron otros españoles que habían llegado antes al campo. Muchos de nuestros compañeros eran ya hombres esqueléticos y heridos, con los ojos hundidos en las cuencas y las manos llagadas; hombres muertos que se empeñaban en respirar en el mundo de los vivos. Estaba derrumbado y me costaba aceptar el susurro de las voces crispadas, que llegaban agotadas por una especie de asfixia congénita; el tufo del ácido fénico; las costras y escaras que se amontonaban en los cuerpos de los deportados; su rostros cadavéricos. Dentro de poco nosotros también pasaríamos a formar parte de aquella cohorte de hombres famélicos y vencidos. Nunca había visto nada semejante. Los compañeros nos recibieron con afecto, y nos explicaron que el aplomo y la moral eran fundamentales para sobrevivir. El joven maestro Cirilo Vázquez, al que todos llamaban Lilo “el poeta” bajó de su litera, y nos habló: “Todos estamos unidos por la misma lucha y las mismas ambiciones. Estos cerdos nazis te necesitan diferente para odiarte, te necesitan con la cabeza baja aceptando sin rechistar palos y órdenes, para ellos las letras valen menos que la herrumbre y el que piensa merece la peor de las condenas. En el campo somos apátridas, los Spaniers estamos navegando en un bote sin remos, a la deriva, cansados, escarnecidos. No podemos desfallecer, no podemos permitir que nos imaginen cobardes y resignados.” Miré los ojos negros de Lilo que guardaban un magnetismo poderoso, una atracción reconfortante, una paz y entereza que nacían de la creencia firme en la esperanza. Los ojos de mi padre en cambio escondían mucho dolor, había un lago de sombras en sus pupilas que sin quererlo me alcanzaba. Y aquel lago se fue haciendo más hondo y oscuro con el paso 28



2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo de los días. Fue destinado a trabajar en la cantera, teniendo que acarrear cada día enormes piedras sobre su espalda. Yo fui reclutado junto a otros jóvenes de diferentes nacionalidades para retirar y aplastar la nieve. Al finalizar la jornada, mi padre volvía extenuado, lleno de moratones y heridas, con el lago de sus ojos cubierto de cieno y amargura. Cuando nos daban el trozo de pan de la cena y aquel caldo de aguachirle donde flotaban nabos y mondas de patatas, sacaba un poderoso impulso épico y me daba su pan, asegurando con voz entusiasta que él con la sopa iba sobrado. Cuando creía que me había dormido, se acercaba al catre de Lilo y le pedía que me cuidara cuando él muriera, porque intuía que el fin de su vida estaba cerca. El poeta le hacía cada noche la promesa, y le prohibía tajantemente pensar en la muerte. Había que aguantar, Lilo le aseguraba que los soviéticos no tardarían en liberarnos. Un anochecer, mediaba noviembre, Lilo entró en el barracón y se plantó frente a mí. Pude ver, en la marea que habitaba sus pupilas, la desilusión y la zozobra formando una amalgama fatídica e inexpugnable. Supe enseguida que mi padre había muerto. Todo eso vi en tu mirada, Lilo, lo vi antes de que hablaras, antes de que me dijeras que mi padre no era ahora más que un puñado de cenizas bajo la nieve, un recuerdo. Mis ojos no pueden ver sino los tuyos en el rostro de entonces; aquella locura que me hizo llorar toda la noche abrazado a ti, como si pudiera encontrar en tu pecho los últimos latidos del corazón de mi padre. Cumpliste la promesa que tantas veces le habías hecho, y te las ingeniaste para que entrara a trabajar en la lavandería donde tú estabas, evitándome así el durísimo y extenuante trabajo de la cantera. Pronto empezó a fluir entre nosotros una camaradería nueva, no había sombra de paternalismo por tu parte, nunca pretendiste ocupar el hueco que había dejado mi progenitor, y me tratabas como a un deportado más, como a un hombre y no como a un muchacho. 30


Habías aprendido a sobornar a los kapos, y conseguiste algunas botellas de vino a cambio de joyas y relojes que habías encontrado escondidas en las ropas de los deportados. Era conocido en el campo que los oficiales nazis, hacían traer de España los mejores caldos de Jerez y la célebre manzanilla de Sanlúcar para sus fiestas privadas. Habíamos entrado en la Navidad, y recordábamos más que nunca nuestra tierra, el calor del hogar, las reuniones familiares, la pitanza en la hoguera y la botella de manzanilla corriendo de mano en mano. El día de Nochebuena entraste en el barracón con los vinos jerezanos, quisiste compartirlos con nosotros, y nos regalaste otra vez los poemas que sabías de memoria. Recuerdo que a Carlitos “el Corto” le reconfortaba oír algún soneto de Garcilaso, Joaquín “el Chepas” se decantaba por los versos que Calderón había puesto en labios de Segismundo. Mi preferido era el poema que Manuel Machado había compuesto a la manzanilla, y que tú con tanta gracia recitabas: La manzanilla es mi vino porque es alegre, y es buena y porque -amable sirenasu canto encanta el camino. Es un poema divino que en la sal y el sol se baña... La médula de una caña más rica que la de azúcar... El color que da Sanlúcar a la bandera de España. Aquella sí que fue una verdadera fiesta. Cantamos villancicos, reímos y saboreamos con verdadero placer aquellos vinos que nos hicieron 31


2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo recuperar la identidad que perdimos cuando traspasamos las puertas de Mauthausen. El día de Navidad había que trabajar. Cuando sonó la sirena a las cinco de la mañana se presentó en nuestro barracón Friedrich Kruntz, uno de los oficiales de la SS. En sus ojos cerúleos había fermentado la ira, sus palabras fueron escupidas como balas. Ordenó que todos los españoles formáramos de inmediato en la plaza. Mirándonos con un profundo desprecio, golpeándonos con la fusta, gritó que diera dos pasos al frente el ladrón del vino. Alguien había dado el chivatazo, probablemente a cambio de una ración extra de sopa, unos zapatos o un trozo más de pan. Todos callamos. Kruntz me sacó a empellones de la fila y delante de todos me colocó la pistola en la sien gritando: “Vamos a empezar por el más jovencito, este piojoso españolito tiene cara de ladronzuelo.” En ese momento tú, Lilo, diste un paso al frente y confesaste que la culpa había sido sólo tuya, que eras tú el que habías sustraído el vino, que ninguno de nosotros sabía nada. Te arrestaron, y nosotros tuvimos que permanecer durante cuatro horas firmes en la plaza, soportando el rigor del frío y la nieve que caía sin descanso. A media mañana, cuando volví a la lavandería, oí algo en el corredor. Vi pasar al oficial que avanzaba por el pasillo con gesto firme, arrastrando el claveteado de sus botas sobre el suelo. Aún puedo ver ese odiado color grisáceo de la galería, la herrumbre que guardaba en los ojos el SS, aún puedo escuchar el ruido asmático del viento. Con mucho sigilo me colé en una de las covachas, y destapé con cuidado la trampilla que daba a la habitación donde estabas recluido. Desde aquel mirador pude verte, apretando los dientes cada vez que Kruntz te daba un puntapié, tragándote la sangre que manaba de tu boca cien veces golpeadas por los puños. En la cara del oficial crecía el grueso gelatinoso del sudor, rezumándole por los cabellos embadurnados en brillantina. Cerraste los ojos, quizás para ser arrastrado por el vacío, para ser perseguido por 32



2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo todas las cosas muertas del mundo, por todos los miedos acumulados en la historia del tiempo. Luego te sacaron de allí como si fueras un juguete roto, un hombre ya sin destino. No volví a verte, Lilo, pero supe, todos supimos, que te asesinaron con el método de exterminio al que llamábamos la picadura: la inyección de gasolina en el corazón. Desde entonces, todos los días, los Spaniers del barracón doce, hacíamos un brindis imaginario por ti. Los que sobrevivimos lo seguimos haciendo durante muchos años para mantener tu memoria, y la de todos los que se quedaron entre los muros de Mauthausen. Es mediodía. Violeta empuja la silla hasta el salón. Me besa las mejillas. Cierro los ojos y me abraza un viento oscuro. Noto la picadura… Hay voces que se pierden bajo la nieve. Escucho el paso lento de los prisioneros, encuentro el lago de cieno que inundaba los ojos de mi padre, repaso todas las fotos ajadas que con recelo guardábamos, hallo un reloj de pulsera detenido en el tiempo, repaso todos los libros que escondíamos en las literas, la baraja de cartas, los balones de trapo, y aquellas botellas de vinos de Jerez que alegraron durante unas horas la Navidad… Dame la mano, Lilo, debo marcharme contigo, hay que romper esta barrera de silencio para que tú y yo volvamos al principio. Vayamos a ese lugar donde nadie muerde el polvo ni se traga las palabras, donde caben todos los poemas del mundo. Te estás acercando, percibo el poderoso aliento de tu pecho, veo otra vez el mar de tus ojos… Un poema: La manzanilla es mi vino/ porque es alegre, y es buena/ y porque-amable sirena-/ su canto encanta el camino… Estás a mi lado venciendo la muerte. Brindemos, compañero, anunciando la ocasión plena de la dicha… Brindemos, Lilo, ya estoy acercándome, ya voy volviéndome de aire, ya voy entrando contigo en la infinidad de este otro infinito… Ya somos lo que el tiempo no pudo quitarnos… Brindemos, Lilo, brindemos… 34


TODAS LAS FAMILIAS FELICES SE PARECEN Miguel Sรกnchez Robles

35


2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo

M

“Todas las familias felices se parecen, pero las desgraciadas lo son cada una a su manera” Tolstoi

i familia es hermosa, pobre y complicada. Nos parecemos mucho a esos seres heridos de los cuentos, incluso a esa gente perdida en la vida que apenas sabe qué hacer con su propio corazón en llamas, pero casi todos bebemos vino de Jerez porque mi madre se lo trae muy barato del sitio en que trabaja y nos vamos salvando un poco con eso. Mi hermana es anticapitalista y lleva el flequillo cortado como si le hubiese dado un bocado una mula, mi padre está en paro, es un poco cojo y tartamudo, tiene desprendimiento de retina, le faltan tres décimas para entrar en la ONCE y dice mucho que en España sólo hay trabajo para limpiar escaleras o cuidar a ancianos con pensión, mi madre trabaja en una bodega de Sanlúcar y mi abuelo Ezra es como el indio de Alguien voló sobre nido del Cuco, no habla nunca, parece mudo, hasta que te quedas a solas con él y te advierte sin venir a cuento: “Vives a medias si no ardes por algo” o te confiesa: “Yo soy muy raro, nieto, la primera vez que vi el mar le tuve miedo y me eché a llorar”. Eso me dijo ayer, un domingo lluvioso por la tarde. A mi abuelo Ezra el médico le manda pastillas para que le interese la vida porque un día le respondió así a la pregunta: ¿Cuáles son sus síntomas?: “Es como si la gran habitación del mundo se estuviese quedando a oscuras para siempre”. Se las toma con vino manzanilla, cierra un poco los ojos y sonríe después ebrio de algo.

36



2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo Mi abuelo Ezra es ya viejo y cansado y parece ser un fin de raza o estar solo en La Tierra, pero si vierais cómo se echa el pan al pecho para partirlo con su navaja. Se parece a un apóstol haciendo eso. También mira las cosas con ternura, como si se estuviese despidiendo de ellas, no, mejor como si se estuviese santiguando siempre (Por cierto, ¿de qué nos despedimos exactamente cuando nos santiguamos en misa o donde sea?) A lo mejor sale un poco al parterre del bloque, se sienta en la silla blanca de mimbre que le compró mi madre en el Pryca, se fija mucho en lo que ve y, cuando salgo a subirlo porque es ya de noche y hace fresco, me dice con una voz de haberle interesado alguna vez mucho la vida y ya no tanto: “Me gustaría irme ya del mundo en un viaje muy largo en autobús que pasase despacio por las calles mojadas de mi infancia”. En eso yo también me parezco a él. Me encanta el autobús, viajar en autobuses muy altos o en esos autobuses largos que son como un acordeón. Me gustaría montarme en un autobús con buena visibilidad y viajar muchos meses por las calles tranquilas o nerviosas de Nueva York o los campos de Holanda o la Siberia. Pero lo que más me gustaría es irme de aquí, de esta vida triste que han preparado para nosotros. Una vez escribí esto con espray en la pared vacía de un teatro abandonado: “Irse de aquí es lo más importante. A dónde consiga uno llegar es cuestión secundaria”. Se lo copié a un suicida porque quiero bajarme del mundo en marcha. Saltar. Ponerle flores a la “diosa Irse”. Tal vez soy un poco así, como mi abuelo, porque no me gustan las cosas que a lo mejor me deberían de gustar y miro alrededor como si fuera un mendigo miope que está siempre observando vivir a los demás. Me gusta la vida real de los que están vivos, pero no las películas, ni las series, ni los telefilms, ni el teatro. Me gustan los libros raros que saco de la biblioteca y llevan palabras como enjundia o aquiescencia que luego busco en mi diccionario VOX como intentando alumbrarme o enfocar a algún sitio. 38


Me gustan los sitios grandes, despejados y oníricos como las explanadas vacías de los hipermercados un día de Viernes Santo al atardecer o los bancales enormes en barbecho. No me gusta nada ir al instituto, no me gustan nada los personajes famosos porque la mayoría de ellos parecen siempre al hablar el muñeco trajeado de un ventrílocuo estándar, no me gusta la televisión, no me gusta que siempre estén como queriendo darnos un poco más de información de algo, titulares, y ni tan siquiera me gusta jugar al tetris o la play. Abro un libro y leo. Y me curo el ahogo. ¿Y qué más? ¿Y qué más? Supongamos que alguien te aprieta un poco y te pregunta y qué más, en vez de decirte: “¡Qué bien, qué guay, qué bien!”. Entonces le diría: Mi abuelo es lo más. Lo supremo para mí es sobre todo mi abuelo Ezra, que es el prototipo de los abuelos fin de raza o fin de siglo, o fin de lo que sea, es de esos abuelos que se hacen de querer y que te enseñan cosas porque te lleva a sitios y, antes de que le diera su “miajica” de alzheimer como dice mi madre, me iba con él al cine, a las confiterías, a las exposiciones, a los museos gratuitos y algunas veces a misa o me montaba en el autobús para ir a Cádiz o a Chipiona. Recuerdo que, cuando yo era más pequeño y era él quien me llevaba a los sitios porque mis padres trabajaban mucho, yo me estaba siempre quieto y escuchándole, flipando sus palabras con una atención brutal y mirándolo todo como debió mirar por primera vez el hielo algún negro del Congo o la Semana Santa un esquimal de Groenlandia, vamos que no me salía nunca de esos sitios para tirarle piedras a las palomas o llorarle para que me comprara muy deprisa un helado. La calle, eso también me gusta mucho: la calle, el rumor de la calle, sentarme en cualquier parte a observar lo que sea, echarme sobre un césped y mirar esas nubes tan dulces que hay siempre quietas en el cielo. Y todo eso junto es para mí el máximo deleite: sentarme en algún parque a esperar muy atento a que se asusten de pronto las palomas y echen a volar así, como suelen hacerlo, como formando un jolgorio, y el silencio casi absoluto que se gasta mi abuelo, y mi abuelo mismo, y el asiento número 39


2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo uno que hay al lado del conductor de autobús... Esas cosas preciosas y pequeñas. Lo demás es siempre mamoneo, publicidad, invidencia. Por eso, ahora que soy un poco mayor y mi abuelo cada día tiene más alzheimer y bebe más vino de la garrafa a granel que siempre tenemos empezada en la despensa, soy yo el que lo lleva a los sitios, semiborrachos, místicos, ebrios, subsidiarios de algo que no sé lo que es. Soy yo el que le cuento cosas, el que le doy lecciones, el que le llena el vino con embudo en su botellica vieja de cristal, el que le explico de qué va la vida, el que lo aleja siempre de la invidencia y la publicidad. Y si me preguntasen ¿Eh!, tú, de qué va la vida? O tu casa ¿Cómo sois en tu casa? Empezaría diciendo: Para mí la vida casi siempre es triste, terrible, complicada. El mundo es hermoso, pero la vida es complicada. En mi casa todos somos muy callados y nos queremos mucho unos a otros porque bebemos vino sin complejos. Tenemos la grandeza de esa gente obrera y pobre con la que nunca nadie, ni el virus, ni las guerras, ha conseguido terminar. Mi madre parece siempre una mujer de una película en blanco y negro vestida para huir. Mi padre es del Barça, es tartamudo, se libró de la mili por pies planos y ahora es un parado de larga duración que está siempre diciendo lo de que en España sólo hay trabajo para limpiar escaleras o cuidar a viejos con pensión. Y mi hermana mayor es anticapitalista, tiene carnet de eso, vota al PAGMA, bebe vino a deshoras, vive sin esmero y le faltan cinco asignaturas para terminar “Criminología”. Y yo soy un muchacho raro, sin encajar, que se emborracha con manzanilla a palo seco algunas tardes y sueña por las noches que Kim Basinger viene a buscarlo en una vespa muy blanca. ¿Qué más? Ah, sí. Yo creo que los ancianos están tan cansados y se mueven tan lentos, no porque beban vino de más en las comidas y en lo que no son las comidas, sino porque les ha embriagado mucho la existencia y porque les duele horrores saber que no hay más que una vida, sin freno y marcha atrás. Les mata un poco eso que dice Vilas de “tener que vivir una sola vida”. Cuando eres niño, no quieres saber nada 40



2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo del dolor o la belleza, pero después, cuando ya eres más hombre o lo que sea y has dejado de creer en los locutores del parte y en los diputados del Congreso, y no has descubierto aún que existe el vino a granel, e incluso han dejado de gustarte esas cosas crueles o tontísimas que ocurren cada día en el mundo, la vida siempre se vuelve bastante más cabrona, te sientes solo y distinto, buscas algo que perdiste de pequeño y no sabes bien lo que es. Entonces las cosas que suceden a tu alrededor no hacen más que recordarte que aún no sabes lo que hacer con tu vida, que no sirves, que no te gusta estudiar, que vivir era esto, sólo esto que pasa cada día, que eres una criatura inconsolable y que el futuro que te espera es negro y aburrido a más no poder. ¿Y más allá de ti? El Universo, por ejemplo. A veces pienso que el Universo es un error y que hay en la Tierra demasiados hombres estúpidos y cobardes que se van a morir demasiado pronto. Y eso no concuerda: El Universo- hombres estúpidos. Es como una contradicción o una ecuación imbécil. Sin embargo, mamá cree que el mundo es perfecto como una ecuación muy bien resuelta. Por eso la beso a veces en la frente. Mi madre sí que es un milagro y no el Universo. Mamá tomándose sus sobres en polvo para la circulación de la sangre, siempre vestida de azul oscuro y bebiéndose un palmo de vino en vaso de tubo en cada comida. Mamá rezando muy despacio por las noches todavía el “Ángel de la Guarda”. Pobretica, ya ha dejado de soñar con que yo sea artista o futbolista muy famoso, incluso con que estudie másteres en la universidad. Mamá creyendo que todo lo que sale por la televisión es importante y que la gente que tiene mucho dinero o mucha fama es importante y que lo que dicen los tertulianos es importante y que los europeos y los americanos y los presidentes del gobierno son importantes. Mamá es como la mayoría de la gente. Mi padre al menos es del Barça viviendo en Andalucía y critica mucho lo que ocurre en España, pero mamá es como la gente, como esa gente que hace todo lo que se espera de 42


ella, incluso aplaude una cosa y después lo contrario cuando está contenta y achispada ¡Dios, cómo aplaude la gente en esos programas estúpidos y falsos de la televisión! La gente es triste y bella porque se va muriendo poco a poco en un universo hermoso que no tiene sentido ni común, como caminando hacia un fuego que no ve ni siente y no se cansa de aplaudir cosas preparadas en la radio o en el teatro o en lo que sea. La gente es triste y bella porque se conforma y se entretiene escuchando y bailando canciones que dicen: “¡Tú te ves bien buena!”, y lo repiten cien veces: “¡Tú te ves bien buena!”. La gente condenada a ser engullida por el gran sumidero y diciendo ¡Qué bien, qué guay, qué bien!, nada más que ¡qué bien! o ¡Tú te ves bien buena! La gente haciéndole siempre caso a esa publicidad que te toma por subnormal y funciona. La gente sobria y ocupada, sin tener vino a granel y embudo en las despensas de sus casas. ¿Y por qué no haces algo? ¿Qué esperas tú del mundo? Yo me resigno, leo poesía, me amoldo a lo que me tengo que amoldar y entonces me estoy solo en casa por la tarde con mi abuelo Ezra y, cuando baja el sol, nos echamos un buen vaso de vino manzanilla. Mi abuelo limpiando una fotografía en un portarretrato que trajo de la mili con una bayetica con O´ccedar. Mi abuelo que tose como si tuviera mucha pulmonía o yo qué sé. Mi abuelo que me dice cuando está deprimido: “Me tenía que haber suicidado a los sesenta para no oler a viejo”. Mi abuelo, que vino ayer a casa contento porque a lo mejor le devuelven algo de lo que le robó un banco. Mi abuelo, que algunos días llora por su artrosis sin que le veamos, a escondidas. Mi abuelo, que lo quiero tanto y es también tan triste y tan lleno de esa humildad cristiana verdadera. Lo quiero con ese amor que he sentido siempre por los juguetes rotos y también por los que llevan guardapolvos grises y trabajan en carpinterías que son naves desangeladas con las persianas subidas hasta arriba en pleno invierno o batas de industrias cárnicas o trabajan limpiando las escupideras que hay en los ambulatorios del seguro. Mi abuelo que los domingos por la mañana ve guerras mundiales por el canal “Historia” de la televisión y yo me siento un poco a su lado y veo un trozo de esas guerras asombrado 43


2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo del daño que el hombre está siempre haciéndole al hombre mismo, y me digo para mis adentros que las guerras están hechas para que las pierdan siempre los mismos, los que van a ellas, y se lo digo entonces a mi abuelo y me mira con esa gasa dulce de ebriedad que le pone en los ojos el vino manzanilla y me responde con orgullo: “No podrán acabar nunca con nosotros, nieto, porque somos la gente. ¿Cuándo se ha visto que acaben con la gente?”. Y siento pena por nosotros, todos nosotros, los vivos y los muertos, y por mi abuelo y por mi madre lavando todas las colchas de las camas los domingos por la mañana, a esa misma hora en la que dan los concursos y los leopardos y las guerras por la televisión; y por mi padre que tiene la piel de la cara acartonada de tanta mancha solar y repite siempre el final de las frases por su tartamudez, incluso por mí mismo que no me han enseñado nunca muy bien dónde está el sentido de la vida y me aburro mucho en el instituto estudiando algo sobre una cosa llamada Rococó. Me parece rollo todo eso de “Eucalipto” y Melibea, que un profesor progre me lo pregunte en un examen y luego se ría de mí porque he puesto “Eucalipto y Melibea”, y no se dé cuenta de que lo hago a propósito, de que me aburro y me deprimo aprendiéndome cosas que a lo mejor no me van a servir nunca para nada, tal vez porque pienso que puede ser verdad eso que dice mi padre en las comidas de que en España no vuelva a haber en mucho tiempo trabajo más que de limpiar escaleras, ser camarero y cuidar a viejos con pensión, y por todo eso escribo estas palabras en mi cuaderno azul de escribir pensamientos que me digan que existo, pensamientos como esas palabras a solas que me dice mi abuelo Ezra, o esas otras palabras hermosas que busco en mi diccionario y que son lo único que todavía puede salvarnos de algo a los pobres, además del vino barato que se deja comprar; esas palabras que se parecen mucho a salvarse escribiendo muy bien una carta a mano al Señor, o a escribir un poema de los que escribe Vilas, o a la pequeña tristeza de las cosas que existen y tenemos que amar porque se irán un día.

44



2º Premio de Narrativa Breve Barbadillo ¿Y eso es todo? Vives a medias si eso es todo. No, a veces, cuando estoy más triste de lo normal no voy al instituto, me defiendo de todas las cosas que me pasan tapándome mucho y metiéndome muy adentro en la cama, muy adentro en la cama como si fuera una cabaña. La cama, como el vino, es también mi secreto de curarme el ahogo. Me quedó allí quieto y lleno de melancolía y felicidad a la vez como si viajara en autobús por los llanos resecos de Mongolia o por uno de esos barrancos con muchas curvas de Venezuela que a veces veo en youtube o abrazado a las tetas de Kim Basinger en el asiento trasero de una vespa blanca mientras ella conduce y ríe con alegría como si hubiese bebido también el vino nuestro de cada día de los pobres. Bajo la persiana, apago todas las luces y pongo muy alta la música de Sabina. Así, hasta que pasan dos o tres horas y son ya las doce de la mañana y mi abuelo, en mi casa, sigue a lo mejor sentado en el sofá porque ya se ha bebido su vasico de vino y su pastilla muy blanca, con los ojos cerrados pensando que viaja en autobús al lado del chófer por las calles perdidas de su infancia, y mi padre ya ha terminado de echarse nivea en la piel y se ha ido a tomarse una cintica al bar, y mi madre no ha vuelto aún de la bodega en la que trabaja y mi hermana sigue ahí con la tablet dale que te pego y con su flequillo triste a lo Juana de Arco viendo hadcore por un tubo, y yo me levanto entonces melancólico y sobrio, me casco vaso y medio de vino manzanilla y cojo de la mesilla de noche del abuelo una o dos de sus pastillas para que te interese la vida, me las trago y me voy a vivir, a pasearme despacio por la orilla del mar o por las calles de Sanlúcar con mis bolsillos llenos del calor de mis manos, mirando con ternura el paisaje, la gente, lo que ocurre, los cables de la luz, las casas que se caen en el casco viejo, deshabitadas, los jardines, los perros, las palomas... Toda esa condenada y radiante hermosura pequeña de la vida. Y me sacia la enjundia de estar vivo.

46



Las obras pertenecientes a María Vilalar Luzuriaga: “Mala memoria” (ganadora del Premio Barbadillo Versos 1891), Josefina Solano Maldonado: “Lo que el tiempo no pudo” y Miguel Sánchez Robles: “Todas las familias felices se parecen” son las ganadoras del 2º Concurso de Narrativa Breve “Barbadillo Versos 1891”.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.