fallar. Cuando el Emperador oye cantar al ruiseñor, comprende que su jardín aún no es perfecto. El ruiseñor es complaciente, aunque tiene voluntad propia. Su canto es único y, aparentemente, inimitable.
Un fascinante viaje a través de un maravilloso mundo de ensueño.
el secreto de la garganta del ruiseñor
Este cuento para niños es una joya de la que no puede prescindir ningún coleccionista que se precie. Patrick Jordens
BFE
el secreto de la garganta del ruiseñor
arrancar el sueño de la cabeza del Emperador y de diseñar un magnífico jardín. Sin embargo, hasta los sueños imperiales pueden
Peter Verhelst - Carll Cneut
El Emperador de los Emperadores de China sueña con un nuevo Jardín de los Jardines. Solamente un hombre es capaz de
barbara fiore editora
Peter Verhelst Carll Cneut
el secreto de la garganta del ruiseñor Basado en El ruiseñor, de H.C. Andersen Traducción del neerlandés Goedele
De Sterck
Peter Verhelst Carll Cneut barbara fiore editora
Hace cientos de años, los hombres acostumbraban a raparse la cabeza dejándose un solo mechón en la parte de atrás. Ese mechón crecía y crecía hasta que se deslizaba por la espalda como una delgada serpiente negra. Las mujeres calzaban durante toda su vida zapatos de niña para tener siempre los pies pequeños. En esos tiempos tan lejanos, el Emperador de los Emperadores de China llamó al Palacio de los Palacios a todos los jardineros del país. Los jardineros recibieron la orden de dibujar un nuevo Jardín de los Jardines. Aquel que presentara el proyecto más hermoso, capaz de hacer realidad los sueños del Emperador, sería inmortalizado en una estatua hecha de oro macizo y de tamaño natural. Los jardineros acudieron en masa desde todos los rincones del Imperio. El Emperador examinó uno por uno los proyectos. A cada proyecto que veía, comenzaba a bostezar, de modo que el dibujo era quemado de inmediato en un pequeño infiernillo. El jardinero de turno se postraba en el suelo y se cubría la parte trasera de la cabeza con un paño para pedir perdón al Emperador por haberle robado su valioso tiempo. Cuando el Emperador pasó a examinar el plano de un jardinero desconocido y poco importante del rincón más remoto del Imperio, el hombre enseguida se echó al suelo con un paño en la cabeza para disculparse de antemano.
2
—Ejem —dijo el Emperador. Agitó la mano derecha. Todo el mundo caminó hacia atrás con el cuerpo inclinado hacia delante hasta alcanzar la pared del palacio y todos contuvieron la respiración. Sin embargo, cuando también el jardinero comenzó a reptar hacia atrás, el Emperador le puso un pie sobre la ropa y se dio unos golpecitos en la boca con el dedo índice. El plano era tan complejo, tan asombroso y tan deslumbrante que harían falta decenas de especialistas para comprender cada uno de sus elementos. —Ejem, ejem —dijo el Emperador. Los cortesanos no sabían qué pensar. ¿Le gustaba el plano o le disgustaba? El Emperador cerró los ojos. Algunos cortesanos movían la cabeza en señal de reprobación y articulaban en silencio: «¡Qué plano más estúpido! ¡Es muy pero que muy estúpido!». Otros intercambiaban gestos de aprobación y articulaban en silencio: «¡Qué plano más hermoso! ¡Es muy pero que muy hermoso!». El Emperador abrió los ojos y miró al jardinero. Sonrió. Al instante, los cortesanos se sonrieron unos a otros. El Emperador asintió con la cabeza. —Sí —afirmó—. En mis sueños paseo a menudo por un jardín. —Señaló el plano—. Por este jardín. —¡SÍ! —exclamaron todos—. ¡SÍÍÍÍ! —¡HERMOSA ELECCIÓN! —gritaron—. ¡IMPRESIONANTE!
3
Entre fuertes aplausos, el jardinero fue nombrado Primer Jardinero Imperial. Acto seguido comenzó a dar forma al Jardín de los Jardines. No había que perder ni un solo segundo. Los más célebres floricultores del país empezaron a cruzar flores y plantas hasta conseguir nuevas especies que se parecían como dos gotas de agua a las de los dibujos del Primer Jardinero Imperial. Para supervisar mejor las obras, el Primer Jardinero Imperial se subió a una cesta colgada de un globo de aire caliente.
4
—No volveré a pisar el suelo hasta que esté terminado el Jardín de los Jardines —prometió con solemnidad. En lo alto del cielo escribía sus órdenes en tiras de papel de arroz que luego enrollaba y ataba a las patas de unas palomas adiestradas, que llevaban los mensajes a los obreros y regresaban poco después con una galleta de arroz o un lichi para el jardinero. El globo flotó en el aire durante muchos años. Miles de obreros llegaron y se marcharon. Las instrucciones que el jardinero iba anotando en las tiras de papel se volvieron cada vez más breves y las letras cada vez más pequeñas. El último mensaje de todos estaba escrito en un papelito poco mayor que un grano de arroz. Hizo falta un microscopio para descifrarlo. Decía: Terminado.
5
Nada en el jardín es lo que parece. Los troncos de los árboles relucen como gigantescas botas de cuero y los campos de flores cambian a cada segundo de color por la acción del viento. Hay cálices que tintinean como finísimas campanillas de cristal. Otros se abren de pronto al tocarlos. Y algunas flores sólo despiden su fragancia cuando los enamorados las miran, un aroma tan dulce que embriaga a los enjambres de abejas y los hace adoptar formas muy diversas, similares a las de los fuegos artificiales. Los setos forman un laberinto tan engañoso e interminable que nadie puede entrar en él sin una banderita que sobresalga varios metros por encima de las plantas; es la única manera de encontrar a todos antes del anochecer. En el corazón del Jardín de los Jardines brilla como un enorme diamante el Palacio de los Palacios. Ante las puertas se hallan decenas de guardias imperiales con espadas afiladísimas. Las cien muchachas más bellas y los cien muchachos más bellos del país danzan en silencio por los pasillos, sosteniéndose sólo sobre las puntas de los pies. Llevan atado a la cintura un paño de seda de muchos metros de largo con el que barren el polvo mientras bailan. Miles de personas hormiguean por el palacio y cada cual sabe qué debe hacer y qué está estrictamente prohibido.
6
Un millón de personas vive en torno al Jardín de los Jardines y sueña cada noche con servir algún día en palacio. Mil millones de personas de todo el país giran al menos una vez al día el rostro como girasoles hacia el palacio que resplandece en medio del Jardín de los Jardines. Dos mil millones de ojos para un único Emperador. Y a ese único Emperador le basta un solo chasquido de los dedos para que esos mil millones de súbditos inclinen la cabeza. Una sola ceja arqueada para que todos se arrodillen atemorizados. Una sola sonrisa para que sonrían de oreja a oreja, durante horas si es necesario. Un solo bostezo, y se corren las cortinas del palacio y se esparce un puñado de luciérnagas para que el Emperador pueda descansar bajo su cielo estrellado favorito. En definitiva, la vida del Emperador de los Emperadores de China es fácil. No. La vida del Emperador de los Emperadores de China fue fácil. Hasta el día en que leyó el libro.
7
La primera vez que vi al Emperador fue el día en que todo cambió. Aquella mañana el Emperador, como de costumbre, paseó por el mullido césped cubierto de rocío del Jardín de los Jardines y después se tomó un desayuno ligero a base de mango, nueces y granos de chocolate mientras el mayordomo leía en voz alta fragmentos del Libro del Jardín de los Jardines. En aquel libro los visitantes del Jardín Imperial expresaban su admiración con poemas y cartas.
El mayordomo leyó una breve poesía escrita en forma de flor: Como la delicada piel de una doncella se sonrojan los pálidos pétalos al escuchar los pasos del Emperador. Cuando el Emperador oyó estas palabras, esbozó una sonrisa, y sonrió también el mayordomo, y entonces la sonrisa viajó de boca
—Tierno como una ciruela —repitió—. ¡Suave como un melocotón! Se rió con ganas y su risa retumbó hasta las fronteras del país. Entonces el mayordomo leyó los siguientes versos: El gardín es dibinamente belo, bero más belo aún es el ganto del ruizenor.
en boca, de habitación en habitación, recorrió los pasillos del palacio
El Emperador arqueó una sola ceja.
y se detuvo un instante junto a los muros exteriores, donde los
En todo el palacio, los cortesanos y los sirvientes contuvieron
severos guardias vigilaban el entorno con la mano en la espada. Allí
atemorizados la respiración.
la sonrisa se transformó en mariposa y así pudo proseguir su viaje
—¡El Emperador ha arqueado una ceja!, ¡uy!, ¡uy!, ¡ha arqueado
hasta los confines más remotos del Imperio.
una ceja!
Alentado por la sonrisa del Emperador, el mayordomo leyó otro
—Léelo otra vez —ordenó el Emperador.
poema, escrito en forma de melocotón:
El mayordomo tosió, se aclaró la garganta y susurró:
Tierno como una ciruela, suave como un melocotón es el Jardín cuando el Emperador muestra buena disposición.
—A lo mejor es imposible interpretar bien lo que pone aquí, porque el poema está repleto de faltas. Tal vez el autor quiera decir otra cosa muy distinta de la que nosotros leemos.
El Emperador dejó escapar unas risitas ahogadas.
17
Una mañana el Emperador despertó y no consiguió levantarse.
Acudieron médicos de todo el país, pero ninguno dio con la solución.
Abatido por la Tristeza permaneció en la cama mirando un punto
—¡El ruiseñor! —exclamó el Médico Imperial—. ¡Cómo es posible
fijo sin ver nada, durante días.
que no se nos haya ocurrido antes!
De pronto dijo, sin dirigirse a nadie, como hablando en medio de un
El ruiseñor cantó su canción día y noche, en vano. El Emperador no
sueño profundo:
mejoró.
—Tristeza, sólo hay Tristeza.
Al contrario.
Y el Emperador suspiró, como un globo que se deshincha.
La Tristeza que a esas alturas le cubría por completo alcanzó también
Al Médico Imperial le asaltó el pánico.
al ruiseñor.
—Debemos curar al Emperador antes de que se contagie todo el país
Los que estaban reunidos en torno a la Cama Imperial
—opinó, así que untó al Emperador con fango hirviente, le dio a
escucharon un extraño ¡clic! y, después de unas notas
beber infusiones secretas, trajo a cuentachistes y a osos danzantes,
desafinadas, la melodía empezó a desvanecerse
hizo venir a unas damas entendidas en masajes, y clavó agujas en los
hasta que se extinguió del todo.
Lóbulos Imperiales y en las Plantas de los Pies Imperiales, pero nada
El ruiseñor enmudeció, con el pico abierto.
surtió efecto.
El oro se apagó.
El Emperador yacía en cama con la mirada perdida, como si
Las joyas perdieron su brillo.
estuviera hechizado. El Médico Imperial susurró: —Quizá padezca una enfermedad desconocida.
40
Una enorme sombra negra se cernió sobre el Dormitorio Imperial,
Todavía no me explico por qué la Tristeza no se apoderó de mí.
una especie de frío.
Era demasiado pequeña, imagino, y por eso la Tristeza no advirtió
Todos hundieron la cabeza entre los hombros.
mi presencia.
Entonces fue cuando comenzó lo peor.
O bien era tan ágil que eludí la Tristeza sin darme cuenta. O a lo
Igual que la risa del Emperador había provocado un tornado de
mejor me hallaba a mucha altura y la Tristeza no se atrevió a trepar
carcajadas en todo el Imperio o que el enojo del Emperador había
por un delgado tallo de bambú.
hecho que todos se arrastraran de rodillas por el suelo, temblando de
A veces, cuando me encuentro en la copa de un árbol, siento algo
miedo, hasta en los rincones más remotos del país, del mismo modo,
para lo que no tengo nombre. Algo que guarda relación con el
ahora, la extraña enfermedad del Emperador contagió a millones
pueblo que abandoné, o con mis padres a los que no visito desde
de chinos.
hace tiempo, o con el ruiseñor al que vi salir volando de una ventana
La Tristeza creció cada vez más.
del palacio rumbo a su propio bosque verde.
Y la sombra se interpuso entre la gente y el Sol.
Una suerte de anhelo por algo que tal vez ni siquiera exista.
Planeó sobre todo el país.
Entonces me estiro poniéndome de puntillas y trato de tocar las
Los chinos yacían inmóviles en la cama. Tenían los ojos clavados en
estrellas que parpadean, aun a sabiendas de que algunas de ellas ya
un punto fijo y murmuraban:
no están.
—Tristeza, sólo hay Tristeza.
Trato de atrapar estrellas que quizá hayan dejado de existir.
Hasta que dejaron de murmurar.
Bien mirado, todo es complejo y trivial al mismo tiempo.
Silencio.
42
A duras penas me abrí paso por entre el denso aire, hacia arriba,
Esa noche, mientras me acurrucaba afónica en mi árbol, oí de pronto
trepando por el árbol más alto, hasta alcanzar la copa, que parecía
una voz susurrante que reconocí de inmediato:
estar a kilómetros de distancia.
—No podemos quedarnos aquí. Puede que nos vea alguien.
Me sujeté a una rama con las piernas. Jadeante y empapada en sudor,
Demasiado peligroso. Cierra los ojos. Confía en mí.
puse las manos como un embudo ante la boca y grité, chillé, aullé,
Eso fue lo que escuché. No está claro que haya que confiar en nadie
hasta que tuve la garganta en llamas y ya no pude pronunciar
cuando estás en la copa de un árbol, y mucho menos con los ojos
palabra.
cerrados.
No hubo respuesta.
Por todas partes se oían ruidos que me recordaban a los abanicos con
Seguí esperando.
los que los sirvientes del palacio ahuyentaban el calor, cientos de
Ignoro cuánto tiempo estuve allí, pero sé que siempre hay alguien
abanicos.
que te oye por mucho que la Tristeza se empeñe en sofocar cualquier
El viento se sentía por todos lados.
ruido.
Era como si a todo mi cuerpo lo sujetaran miles de yemas de dedos. Mis pies se desprendieron del árbol.
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© 2009 barbara fiore editora Original title: het geheim van de keel van de nachtegaal © 2008 Uitgeverij De Eenhoorn bvba, Vlasstraat 17, B-8710 Wielsbeke
© Texto
Peter Verhelst © Ilustraciones
Carll Cneut © Traducción del neerlandés
Goedele De Sterck Correcciones
Aibana Productora Tipografía
Stempel Garamond Impresión
Oranje, Sint-Baafs-Vijve depósito legal gr 2137-2009 isbn 978-84-936778-4-8 Todos los derechos reservados. Queda prohibida cualquier forma de reproducción o publicación de esta obra, ya sea a través de una impresión, fotocopia, microfilm o cualquier otro procedimiento, sin la autorización previa por escrito del editor.
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