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ABRIGOS PARA EL DESAMPARO

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Editorial

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EL CANTO

DE LOS RUISEÑORES

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Estos relatos intentan ser una invitación a pensar una escuela de la villa 21-24 de Barracas, en la Ciudad de Buenos Aires, con lo particular y lo universal que ella puede tener. Pensar el territorio, la comunidad, las tareas, el pensar con otros y sobre todo la imperiosa necesidad de construirla desde las periferias, desde los márgenes hacia adentro, desde los niños y niñas.

>> Por Julia Bassó (*)

“La envidia de los sapos nunca pudo tapar el canto de los ruiseñores” Evita

PRIMEROS DÍAS

Como muchas y muchos vengo pensando en estos días acerca de la relación entre escuela y cuarentena, preguntándome si esta crisis será posibilidad para seguir intentando “romper” la reproducción de la diferencia social y no ampliarla aún más.

Días de besos por celular, de los audios más hermosos (agradeciendo, pidiendo ayuda, saludando), días en los cuales la búsqueda del vínculo pedagógico no sea repetirnos, para que no haya una vuelta al código normalizador al que solemos volver cuando no sabemos dónde ir.

Me levanto con fotos de niñas con tortas, con audios de mamás ocupadas en cómo enseñar a sus hijos e hijas, de mamás que me enseñan tanto, de niños pidiendo más cuentos, de canciones, audios de compañeros y compañeras que se les ocurrió una idea que puede “servir”, mensajes de WhatsApp que hablan de estar dispuestos, dispuestas, a poner el corazón para pensar en este momento.

A partir de todo esto y de las distintas notas y charlas acerca de la escuela en cuarentena, voy encontrando algunas claridades: territorio es distinto de edificio, niños y niñas es distinto de alumnos y alumnas.

Entonces ¿cómo pensar una escuela con más infancia y más territorio? ¿Cómo potenciar esta experiencia de vínculo pedagógico con las familias cuando volvamos al edificio? ¿Cómo escribir la memoria colectiva de este momento? Y quizás algunas de las respuestas estén simplemente en volver a pensar en el porqué de ser maestra y seguramente no es para habitar edificios y dar fotocopias; sino que soy maestra, como me enseñó mi mamá, para intentar que todos aprendan y para que los últimos de la fila no ocupen más ese lugar.

LAS CARTAS

Y si andamos en eso de intentar la escuela desde nuestros niños y niñas,

quisiera escribir una pequeña postal. Una niña, la más chica de nueve hermanos, la más inteligente de los nueve; cuenta la madre que de todos sus hijos ella fue la única que logró con menos de un año agarrar la mamadera que ponían en el centro de la mesa, como una especie de prueba iniciática, que solo ella pudo pasar.

Esta niña de siete años, de ojos curiosos, cabello trenzado, fanática de River y de los perros, no hace más que sorprenderme durante esta cuarentena (antes también) y una de esas sorpresas, de esos tesoros, fueron “Las cartas”.

Propuse (mi alma de maestra siempre propone), un juego de cartas intentando que sea un espacio de aprendizaje de los cálculos que se puedan dar entre dos números de un dígito, el juego se llama “Guerra doble”. Pensé bastante en la posibilidad que no hubiese cartas en alguna casa, o en muchas y que eso implicaría dejar afuera a muchos de los niños, pero la mandé igual, “tiré la botella al mar”, atrás de estas propuestas sucede algo grave, que es nada más y nada menos que un niño (una familia en cuarentena) se sienta fuera de la propuesta y se rompa algo del vínculo que intentamos construir. Fueron llegando al celular, al grupito, distintas producciones, videos de niñas jugando con su papá, videos de madres “soplándoles” a sus hijos los cálculos, fotos de cuadernos con simulaciones del juego más y menos intervenidos por las madres, también llegaron pedidos de cartas (eso nos hizo pensar que la próxima vez va junto con la comida un mazo de cartas, un abecedario, los nombres de los amigos).

También llegaron las cartas, la foto de ellas, que había hecho esta niña de cabello trenzado y sonrisa dibujada junto a su familia. Quedé con el corazón en la mano, así andamos en cuarentena, se me cayeron las lágrimas y los esquemas, “la botella al mar” se convirtió en botellazo de amor. ¿Qué decir de esa foto? Casi sin palabras para nombrar este amor, si seguimos hablando de nombrar.

Esa foto es gran parte esa niña y por supuesto su familia; es River, es “el cuaderno”, los botones de esos nueve delantales que circulan en la casa, es esa mesa de trabajo. Capital Cultural, pobreza simbólica, “esos chicos no pueden”, “no tienen”, “esa nena no se queda quieta”, “no se le entiende nada cuando habla”, qué harán los que califican con estas cartas, ¿será un “te felicito por el esfuerzo”?

¿Y si nos corremos de allí de una buena vez por todas y ponemos a esta niña (y en ella a todos los niños) en el medio de la escuela?

ACERCA DE LA ENSEÑANZA DE LA LECTURA

Una mañana de otoño, una mañana de cuarentena, llega este audio a mi celular, este mensaje de amor, este beso por celular, se me infla el pecho de pensar y sentir que hemos podido construir un vínculo de confianza con esa mamá tan amorosa que me pregunta acerca de cómo enseñarle a su cachorro a leer:

“Hola seño que tal? Te quiero hacer una pregunta viste que mi hijo empezó ahora a conocer las letras de los abecedarios… ahora que ya conoció la letra; viste que le cuesta y ahora ya quiere leer y me gustaría saber cómo ayudarle yo… ¿Cómo hago si le hago leer el libro de cuento o si le hago hacer como te digo? ¿O si yo le escribo en un cuaderno un ejemplo : “mi mamá me mima”, “mi mamá me pasea” y así conocer las letras de nuevo o es lindo que le haga leer ese libro de cuento? Eso quería saber cómo te digo….tengo libro de cuento acá en casa, ¿empiezo con eso o cómo hago?”

Su hijo es un petisito de anteojos tan hermoso y pícaro como pocos, por fuera parece “un niñito de verdad” (como decían en mi casa), se peina hacia el costado con gel y su delantal es blanco Ala todas las mañanas y marrón tierra todos los mediodías. Gusta de los cuentos y las cuentas, sus interpretaciones son alarmantemente originales al igual que sus dibujos.

Con este audio en las manos y en el corazón, no encontré respuesta rápida, mis “respuestas de maestra” no alcanzaban, entonces como no sirve pensar en soledad intenté armar una sala de maestros y maestras. Conversé con Julia y Diego (dos de mis maestros de estos días); entre otras cosas hablamos del amor de ese audio, que ese niño vuelve leyendo a la escuela, que esa mamá amorosa nos habla de la discusión de enfoques acerca de la enseñanza de la lectura y que sin dudas habla desde su propia biografía escolar. Nos quedamos pensando ¿cómo potenciar esta experiencia de vínculo pedagógico con las familias cuando volvamos al edificio? Ojalá encontremos algunas respuestas.

RINCÓN DE RECITADORES

“Ayuhu mokôi paloma Mokôiveva hugua'i puky Atopa la ahyhúva Ko morena sài puku”

Comenzamos, antes de la cuarentena, a trabajar con poesía, el año pasado Julia se acercó a mi escuela para pensar juntas como enseñarles a los niños y niñas a leer y escribir, nos propuso “Rincón de recitadores”. Rápidamente (qué rápido que contesto a veces) le dije: “mirá a mí la poesía no me gusta, como que no me llega! Así que prefiero no hacerlo con los chicos porque va a ser como forzado”.

Ella me miró con su mirada profunda y recitó versos Martí:

“Cultivo una rosa blanca en junio como en enero para el amigo sincero que me da su mano franca. Y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo ni ortiga cultivo; cultivo la rosa blanca”

Y así comenzó a preguntarnos cómo nos había marcado la poesía, que seguramente en nuestra memoria había algo de eso que nos construye. Al instante una de mis compañeras habló de su tía y Alfonsina Storni, entonces Mariela con su dulzura nos recitó “Yo en el fondo del mar”.

Mientras todo esto ocurría en solo cinco minutos, en el medio de nuestra “sala de maestros” (que es aula, biblioteca, dirección) esa tarde de verano no podía dejar de pensar en mi mamá que me decía:

“Manzanita colorada Quien te quitó tu color Un pajarito embustero Con palabritas de amor”

Entonces intenté un “Rincón” en cuarentena, en principio los limericks de María Elena Walsh, “Ayer pasé por tu casa”, poemas de “La Luna”, me enamoré de un versito que no conocía: Gallo Azul”, cantamos la canción de “La Chivita”, las niñas nos acercaban trabalenguas (tradicionales e inventados) y así la poesía circulaba en el WhatsApp.

Un viernes de mayo, el día de la madre paraguaya, les propuse que bucearan en sus propias memorias y nos compartieran versos. La mamá de uno de los niños nos escribió: “Para todas las madrecitas paraguayas” junto con videíto de Facundo peinado prolijamente, con su cara de absoluta seriedad recitando un poema en guaraní.

Al ratito enviaron otro video, otra familia y su hijito con su carita de dormido, con la risa a punto de estallar nos recitaba otro versito en guaraní. Mientras su mamá me escribía contándome que ese versito es el que le decía su papá “que ya no está” y una vez más se me acabaron las palabras y solo pude agradecer.

¿Cómo pensar una escuela con más infancia y más territorio? ¿Cómo potenciar esta experiencia de vínculo pedagógico con las familias cuando volvamos al edificio? ¿Cómo escribir la memoria colectiva de este momento?

Entonces, una vez más, la solidaridad del pueblo da cátedra frente a la injusticia de los poderosos. Todavía no tengo claro cómo seguir enseñando en estos días, pero sí tengo claro que hay que seguir construyendo una escuela con corazón.

TORTAS FRITAS PARA LOS POBRES

Luz: Hola seño lo estoy ayudando a mi papá a hacer tortas fritas para los chicos que viven en la calle, así reparten y más tarde hago la tarea ¿si?

José: Hola Luz, ¿para los pobres? Luz: Para los que quieren José: ¡Qué bueno Luz! Kevin: ¡Todos somos pobres queremos tortas fritas!

Luz está allí con el alma en las manos, tratando de entender este mundo tan injusto. Su papá cuenta con orgullo que forma parte de la familia grande del “Hogar de Cristo”, su madre acompaña y su dulzura es inmensa.

En el medio de la injusticia de los poderosos, que se hace más visible en la pandemia, esta familia comparte tortas fritas con los chicos que viven en la calle y esta niña comparte con sus compañeros esa búsqueda de la Justicia de los pobres.

Durante los primeros días de la cuarentena pensé o sentí (quizás las dos cosas) que de alguna forma, la villa 21 había vencido al Covid y que mi escuela y su comunidad iban a estar por fuera de la situación tan angustiante que se vivía en otros barrios, que la enormidad de las organizaciones sociales y el manto de la Virgen protegerían a mis alumnos y a sus familias. En parte fue y es así por supuesto, pero a mitad de junio “explotaron" los casos, muchos vecinos y vecinas fueron aislados. Por otro lado, se empezó a sentir más fuertemente la injusticia, la falta de laburo y las mudanzas se convirtieron en moneda corriente.

Frente a todo esto como que seguí medio por inercia, como suele hacer la escuela. Meta tarea todos los días, que la continuidad pedagógica, que sigamos educando. Pero un viernes me terminé de avivar de la necesidad de poner algo de lo que sentía en palabras y comunicarlo a las familias. Entonces envíe un video al grupo de WhatsApp contando que conocía la situación de muchas de las familias, que saben que cuentan con la escuela y por supuesto con la iglesia, que lo más importante ahora es intentar acompañar y que juntos teníamos que intentar encontrarle la vuelta a esta nueva relación de enseñanza y aprendizaje.

Las muestras de cariño no tardaron en llegar, y el "gracias seño" se hizo presente una vez más. Por la tarde una mamá de una dulzura y alegría sin igual, sostén de su familia, me mandó un audio en el que me decía que estaba preocupada por mí porque me había escuchado triste, que no me preocupe que esto va a pasar, que hay que cuidarse y esperar un poco. Ella me consoló, se dio vuelta esa relación que a veces creo tan estanca, otra mamá también de una dulzura enorme me envió una carta que su hijo había escrito para mí, que decía “gracias por enseñarme a soñar y a escribir”, necesito aclarar aquí que Juan no sabía leer y escribir autónomamente antes de la cuarentena y ahora lo hace perfectamente.

Entonces, una vez más, la solidaridad del pueblo da cátedra frente a la injusticia de los poderosos. Todavía no tengo claro cómo seguir enseñando en estos días, pero sí tengo claro que hay que seguir construyendo una escuela con corazón.

Que los sapos sigan croando escondidos entre los juncos, nosotras, nosotros, intentaremos una escuela a la altura de los ruiseñores, de los Juanitos y Juanitas, de los Jesucitos de Belén, llena de poemas, títeres y tortas fritas. Nos extrañamos sí, pero no volveremos porque nunca nos fuimos, pensando a la escuela como lugar de esperanza. |J|

Nos extrañamos sí, pero no volveremos porque nunca nos fuimos, pensando a la escuela como lugar de esperanza.

(*) María Julia Bassó:

es maestra de la escuela primaria “Virgen de los Milagros de Caacupé” de los curas villeros en la 21-24 de Barracas (CABA), profesora del Profesorado de Enseñanza Primaria de la ENS Nº5 (CABA). Lleva más de veinte años en la docencia habiendo transitado distintos niveles y modalidades. Es especialista en didáctica de la matemática de nivel primario.

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