Tati Solari Bosch/ Casi, yo

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CASI, YO Tati Solari Bosch

Solari Bosch, Tati

Casi, yo/ Tati Solari Bosch - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Barnacle, 2023.

226 p.; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-8952-31-4

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título. CDD A863

Editor General: Alberto Cisnero

Diseño de tapa: Azúcar Ramón y Merlina H. Cisnero

Primera edición: Octubre de 2023

(c) 2023, Tati Solari Bosch

Buenos Aires- Argentina

ISBN 978-987-8952-31-4

BARNACLE

Libros homogéneos y comerciales

barnacle.cia @gmail.com

www.barnacle.com.ar

Impreso en la Argentina

Printed in Argentina

Queda hecho el depósito que previene la ley 11723

Su llamado fue una sorpresa. Habían pasado varios años desde la última vez que nos vimos. Dejó un mensaje en el contestador de mi celular, su voz, la de siempre, clara, alegre, sólo transmitiendo cierta inquietud al dudar si el número marcado continuaba siendo el mío.

Sentí asombro, envuelta en recuerdos. Volver a correr el telón de otra vida en otro tiempo. Fue mi vida, fueron mis tiempos pero otros, distintos, irreproducibles, imborrables. Donde hubo apuros, confusiones, errores, donde el amor tenía otro lenguaje y el dolor desmenuzaba los buenos momentos. Nada duraba demasiado y lo trágico se hacía permanente.

Eran otros colores, un abanico de grises. Saltos del dolor a la armonía, a la tranquilidad, sólo desde allí podía llegar a sentir algo, y acercarme un poco a la pasión. Pero la vuelta a la oscuridad era repentina, a instantes difíciles, a decisiones difíciles. Todo ocurría de golpe.

Miro mi vida, lo que ayer fui y lo que transité hasta aquí. Logré salir de mí, transformarme, disolver esa esencia, juntar las partes y aceptar mi nuevo entramado. Estoy entera, me aglutino, me encuentro. Me reconozco conforme con lo que veo. Quedó atrás ese tiempo en el que fui otra.

Llegué a casa un par de horas después de escuchar el mensaje. Su llamado me había llegado en plena calle.

Abrí la puerta y Teo vino a saludarme ladrando, feliz de verme, incondicional. Ya era muy tarde no tenía fuerzas ni ganas de empezar una conversación. Decidí devolver el llamado en otro momento, o a lo mejor, nunca.

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Me preparé algo ligero para comer. Había sido un día agotador. Me acosté. A la madrugada me despertó el sonido de la lluvia. Eran las cuatro. Sentí frío, me abrigué un poco más dispuesta a seguir durmiendo y me acordé del llamado. Me inquietó, empecé a dar vueltas en la cama. Me costó bastante volver a dormir. Mil recuerdos de nuevo en un instante. Se instaló un desvelo que me llevó a otros tiempos, con los ojos cerrados traté de refugiarme en recuerdos felices hasta que me dormí, en calma.

Cada diciembre empezaban los preparativos y una semana antes de Navidad nos instalábamos en la casa de la playa. El viaje ya era una fiesta, charlas, cantos, planes. Casi siempre manejaba todo el trayecto papá. A mitad de camino nos gustaba hacer un alto en un parador al costado de la ruta. Siempre estaba lleno, nos gustaba ver tanta gente e inventar historias sobre algunos de esos personajes durante el resto del camino. Papá daba la palabra inicial y nosotros íbamos completando el relato con delirantes imágenes, entre risas. Pocas veces lográbamos llegar a un final, siempre surgía un nuevo personaje que habíamos visto, se colaba inesperadamente en medio del relato y desviaba el hilo conductor de la historia recién inventada. Nunca nos resultaba largo el viaje, nos divertíamos, y era el comienzo de la aventura del verano.

Nos esperaba Acevedo, el casero, con la casa lista. Todo relucía y su bondadosa sonrisa completaba el mejor de los recibimientos. Elba su mujer se había ocupado de dejarnos preparada alguna rica comida y de llenar alacenas y heladera con lo necesario para que esos primeros días del verano resultaran el comienzo de un verdadero descanso.

Lo que más me gustaba era sentir el cambio, salir de la ciudad, del departamento y disfrutar de los espacios enormes de la casa, de su jardín, su proximidad al mar, sonidos distintos, aromas distintos.

Los primeros días conjugaban un torbellino de sensaciones, dejar de lado la rutina, los horarios, acomodarnos con alegría a la naturaleza y empezar a contactarnos con la playa y el mar.

Generalmente diciembre era un mes con un precioso clima. Las mañanas y los atardeceres eran frescos y casi todos los días con sol pleno. Íbamos mucho a la playa, nos cruzábamos con poca gente, la mayoría locales.

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Veranos de juegos, aventuras, encuentros con amigos, reencuentros con aquellos con los que sólo compartíamos el verano. Y el amor surgiendo por primera vez, cimentando mi crecimiento, enseñándome esos primeros pasos que serían inolvidables. Descubrir, experimentar nuevas sensaciones. Mezcla de alegría, miedo y pudor en esa maravillosa primera pasión adolescente. Nos rodeaba la unión, el amor, la felicidad. Preciosos recuerdos.

Era la década del 70. Nos habíamos conocido en una fiesta, me lo presentaron, era amigo de amigos. Fue mi primer amor. Empezó a la distancia. Ya estábamos instalados disfrutando el comienzo del verano cuando recibí su carta. Al abrirla me temblaban las manos, sorprendida. Su acercamiento, su primer relato desde el sur donde estaba pasando unos días de vacaciones en carpa con tres amigos. Simple, anecdótico, pero el primer paso.

Así cada cuatro o cinco días, me mandaba noticias desde cada lugar que recorría, preguntaba sobre mi verano y de a poco, una intensidad amorosa comenzaba a deslizarse entre líneas.

Yo catorce, él diecinueve. Inocencia y un poco de experiencia se conjugaban cada semana para ir armando esa base, ese escalón para llegar al primer amor.

Pasó más de un mes y llegó la sorpresa, su visita inesperada. Yo estaba en la playa, fin de enero, un día espléndido de sol. Cuando pasó por casa no me encontró, me buscó en la playa y tampoco me encontró, unas horas más de espera. Cuando volví me contaron que había estado. Mamá sorprendida, yo inquieta.

Finalmente nos encontramos esa tarde. Los dos nerviosos, en casa todos atentos a la situación nueva. Relatos sobre su viaje, y sólo un poco más de charla. Quedamos en vernos al día siguiente en la playa. Y así fue como con el mar de testigo empezó el romance. El crecimiento de ese nuevo sentir. Preciosa experiencia de vida. Fuimos compañeros durante 20 años hasta que disolvimos nuestro compromiso de vivir juntos.

Apenados, llenos de dolor y tristeza entendimos que cada uno tenía que seguir su camino, ya no más juntos. Ya no había entre nosotros ganas de compartir. Nos separamos.

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Me desperté tarde, era un domingo gris, la tormenta seguía expectante, escondida detrás de las nubes. Estaba por prepararme un café cuando sonó el teléfono, era mi hermano Martín, estaba en camino, venía a buscar a Teo. Me había pedido que lo tuviera en casa porque iba a estar dos días seguidos de guardia en un sanatorio del centro. Calculé sus tiempos y bajé con Teo a esperarlo en la puerta así no tenía que estacionar. Encuentro feliz entre los dos, amo y perro —hermano y hermana. Estaba cansado, con ganas de llegar a su casa a dormir. Pensé en contarle sobre el llamado, pero no le dije nada. No era buen momento, no quería volver al pasado.

Apenas entre a casa llamó Josefina. —¿Querés que lleve algo para el postre? preguntó. Me había olvidado que venía a almorzar. Miré la hora y quedaba más de una hora antes de que llegara mi querida amiga.

Nos conocimos en el colegio, yo tenía diez años, ella once. Josefina no conocía a nadie, recién llegada a Buenos Aires. Venía con su familia desde Montevideo porque a su papá lo había trasladado la empresa donde trabajaba. Enseguida sentimos una gran empatía. Estuvimos juntas cinco años, hasta que a su papá le dieron un nuevo destino fuera del país. Veinte años después nos reencontramos cuando ella aceptó un trabajo en las oficinas de una línea aérea en Buenos Aires, había decidido que esta era la ciudad donde quería vivir. La sorpresa de la noticia de su mudanza a Buenos Aires me llenó de alegría. Durante esas décadas compartimos algunos veranos, y encuentros durante el año todas las veces que podíamos. Siempre seguimos en contacto. Siempre amigas.

Nos pasaba desde chicas que en algún momento de las charlas nos tentábamos, era inevitable Esa risa cómplice, contagiosa, irrefrenable que a veces nada tenía que ver con lo que estaba pasando, simplemente una palabra, un disparador y estallábamos. Nunca entendimos porqué nos reíamos tanto, nos gustaba pensar que teníamos un montón de alegría acumulada. Vivíamos esos momentos de descontrol a veces con un poco de vergüenza, pero casi siempre con total felicidad.

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CASI, YO de Tati Solari Bosch fue impreso en la nobilísima ciudad de Buenos Aires, año veintitrés del siglo. TOLLE, LEGE.

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