Sabors i sabers: coneixem Sud-Àfrica?

SABORS I SABERS: CONEIXEM SUD-ÀFRICA?

I * Ste STEWART, Dianne. El regalo del sol: un cuento de Sudáfrica I 92 (Man) Kra KRAMER, Ann. Mandela: el rebelde que dirigió a su nación a la libertad I 92 (Man) Mal MALAM, John. La liberación de Nelson Mandela: 11 de febrero de 1990 308 (68.01) Fig FIGUERAS, Albert. Ubuntu: Sudáfrica, el triunfo de la concordia 32 (Man) Car CARLIN, John. El Factor humà: Nelson Mandela i el partit de rugbi que va construir una nació.

398.2 (6) Mis Mis cuentos africanos 9 (68.01) Joh JOHNSON, Richard W. Historia de Sudáfrica: el primer hombre, la última nación 91 (026) (68) Sur Sur de África 91 (026) (68.01) Lop LÓPEZ, Mariano. Sudáfrica: playas, safaris, ciudades, deportes, compras 91 (026) (68.01) Maz MAZARRASA MOWINCKEL, Luis. Sudáfrica 91 (026) (68.01) Sud Sudáfrica 910.4 (6) Bar BARCELÓ, Miquel. BARCELO, Miquel. Cuadernos de África 910.4 (6) Kap KAPUSCINSKI, Ryszard. Ébano

910.4 (6) Liv LIVINGSTONE, David. El último diario del doctor Livingstone 910.4 (6) Liv LIVINGSTONE, David. Viajes y exploraciones en el África del Sur; prólogo de Javier Reverte 910.4 (6) Mor MORET, Xavier. A la sombra del baobab: viaje en busca de las raíces de África 910.4 (6) Pan PANCORBO, Luis. Tiempo de África 910.4 (6) Rev REVERTE, Javier. Colinas que arden, lagos de fuego: nuevos viajes por África 910.4 (6) Sal SALA, Toni. Quatre dies a l’Àfrica 910.4 (6) The THEROUX, Paul. El Safari de la estrella negra: desde El Cairo a Ciudad del Cabo 92 (Man) Man MANDELA, Nelson. Converses amb mi mateix 92 (Man) Man MANDELA, Nelson. El largo camino hacia la libertad: la autobiografía de Nelson Mandela N Bla BLAY, Pep. Pretòria N Coe COETZEE, J.M. Desgràcia N Coe COETZEE, J.M. En medio de ninguna parte N Coe COETZEE, J.M. Esperant els bàrbars

N Coe COETZEE, J.M. Foe N Coe COETZEE, J.M. Home lent N Coe COETZEE, J.M. Joventut N Coe COETZEE, J.M. L’edat de ferro N Coe COETZEE, J.M. Temps d’estiu N Gor GORDIMER, Nadine. Atrapa la vida N Gor GORDIMER, Nadine. Beethoven tenía algo de negro N Gor GORDIMER, Nadine. La historia de mi hijo N Gor GORDIMER, Nadine. Saqueo N Gor GORDIMER, Nadine. Seducció N Pat PATON, Alan. Plora, pàtria estimada R 91 Rut. Rutas del Mundo, nº 57 (gen. 1995), pàgs. 10-43 Especial Sudáfrica. DE VILAR, Alexis. Buenos días, Sudáfrica; MEUCCI, Rafael. Ciudad del Cabo: “ciudad-madre” R 91 Rut. Rutas del Mundo, nº 212 (gen. 2009), pàgs. 70-83 ROIG, Fèlix. Parque Nacional Kruger. El espíritu de África R 91 Rut. Rutas del Mundo, nº 227 (abr. 2010), pàgs. 66-75 ARENAS, Nani. Sudáfrica: la nación del arcoiris

R 91 Rut. Rutas del Mundo, nº 233 (oct. 2010), pàgs. 56-67 PUJALS, Joaquim M. Ciudad del Cabo: donde África termina CD 013.4 LAD LADYSMITH BLACK MAMBAZO. Liph’iqiniso CD 013.4 MAH MAHOTELLA QUEENS. Kazet CD 013.4 MAK MAKEBA, Miriam. The Definitive Collection CD 013.4 MAS MASEKELA, Hugh. The Chisa years: 1965-1975 CD 013.6 JAB JABULA. Thunder and happiness CD 013.7 INS INSINGIZI. Voices of Souther Africa CD 2.CLE CLEGG, Jonny. In my African dream CD 520 MEM Out of Africa DVD 91 (026) (68.01) Ama Amanecer en Sudáfrica DVD 91 (026) (68.01) Sud Sudáfrica: Ciudad del Cabo DVD 91 (68) Sud Sudáfrica DVD 92 (Man) Nel Nelson Mandela DVD 92 (Man) Nel Nelson Mandela

*CURIOSITATS: Sabies que...?

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Figuras célebres: Nelson Mandela Nelson Rolihlahla Mandela es sin duda uno de los líderes globales del milenio. En su día vilipendiado por los blancos que gobernaban Sudáfrica y sentenciado a cadena perpetua, tras 27 años de prisión salió de la cárcel abogando por el perdón y la reconciliación, y fue capaz de unir a los sudafricanos en una época crucial.

Mandela, hijo de un jefe xhosa, nació el 18 de julio de 1918 en la aldea de Mveso, en el río Mbashe. Cuando era joven, su familia se mudó a Qunu, en el sur de Mthata, en el actual Cabo oriental. Creció según las costumbres de las aldeas rurales mientras se preparaba para ocupar un puesto entre la cúpula étnica. Después de asistir a la University College de Fort Hare, Mandela puso rumbo a Johannesburgo donde pronto se implicó en el mundo de la política. Concluyó su licenciatura en derecho y, junto con Tambo y Walter Sisulu, formó la alianza joven del Congreso Nacional Africano (ANC), que trató de convertir el ANC en un movimiento nacional. En la década de 1950 estuvo al frente de las campañas de desobediencia civil del ANC, a las que siguieron varios arrestos y detencionaes.

Después de la prohibición del ANC a raíz de la masacre de Sharpeville, Mandela abogó por la creación de una facción militar, Umkhonto we Sixwe. En 1964, fue procesado por sabotaje y fomento de la revolución en el divulgado proceso de Rivonia. Tras argumentar brillantemente su propia defensa, fue condenado a cadena perpetua y pasó los siguientes 18 años de su vida en la tristemente célebre prisión de Robben Island, antes de ser trasladado a prisiones del continente.

A lo largo de su encarcelamiento, Mandela se negó repetidas veces a comprometer sus ideales políticos a cambio de la libertad, alegando que solo los hombres libres podían negociar. Rechazó las ofertas de liberación a cambio de reconocer la independencia de Transkei, que hubiera sido como dar su apoyo tácito a la legitimidad del régimen del apartheid.

El 18 de febrero de 1990, Mandela fue liberado, y en 1991 fue elegido presidente del ANC. Desde su cargo, continuó las negociaciones, que habían comenzado de forma clandestina mientras estaba en prisión, para acabar con el apartheid y aniquilar al Gobierno de la minoría. En 1993, Mandela compartió el Premio Nobel de la Paz con Frederik Willem de Klerk y en las primera selecciones democráticas del año siguiente fue elegido presidente de Sudáfrica. En su discurso Free at last! (¡Libre al fín!), tantas veces citado, que pronunció tras ganar las elecciones en 1994, se centró en la necesidad de que la nación se concentrara en el futuro, y declaró: “Ha llegado el momento de curar las antiguas heridas y construir una nueva Sudáfrica”.

Ahora Mandela, tras haber dimitido en 1997 como presidente del Congreso Nacional Africano, continúa siendo venerado como gran estadista.

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Nación del Arco Iris Fue el obispo de Ciudad del Cabo, Desmond Tutu, el creador de la expresión “The Rainbow Nation”, la nación del arco iris, que hizo suya Nelson Mandela para explicar la diversidad de un país en el que se hablan once lenguas oficiales, se practican gran parte de las religiones conocidas y conviven gentes procedentes, en su origen, de todos los rincones del mundo.

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Literatura En África meridional existe una sólida tradición de literatura oral entre las tribus bantúes. Las tradiciones y los relatos se preservaban transmitiéndose oralmente de generación en generación. En gran parte de la región, la escritura llegó de la mano de los misioneros cristianos y cobró importancia en el s. XX. Entre las distintas formas literarias que surgieron figuran el relato, la novela y la poesía.

Aunque los escritores se han centrado en temas concernientes a sus países, hay temáticas comunes como el nacionalismo, el dominio de las minorías blancas, la lucha por la independencia y la vida tras el colonialismo. En Malaui, la opresión y el abuso de poder se convirtieron en temas recurrentes durante el mandato de Banda, tras la independencia. Samson Kambalu es un autor contemporáneo que escribe sobre crecer en el Malaui de las décadas de 1970 y 1980. Algunos poetas guerrilleros, como Marcelino dos Santos en Mozambique, son francamente interesantes. En muchos países, el auge de la literatura ha tenido lugar a la par que la lucha por la independencia y la libertad.

Las obras de autores como Bessie Head, de Botsuana, tratan de la vida en las aldeas africanas y del entorno, y los escritores de Zimbabue incorporan tradiciones, mitos y cuentos populares precoloniales en sus textos.

Stephen Gill ha escrito varios libros históricos sobre Lesoto y gracias a él se crearon archivos y se conservó gran parte de la historia nacional de su país, con referentes literarios como los nobeles Nadine Gordimer y J.M. Coetzee. Si alguien quiere saber de dónde viene Sudáfrica y adónde va, hurgar en sus raíces literarias será un buen punto de partida. Su literatura transporta al lector a los tiempos del apartheid (desde la perspectiva de unos y otros) y a las realidades de la creación de la “nación del arco iris”.

La primera literatura europea que dirigió su mirada hacia la experiencia sudafricana fue la portuguesa. De tal forma, una parte importante del gran poema épico portugués de Luís de Camoes, Los Lusiadas, de 1572, recoge el testimonio de los primeros navegantes que doblaron el formidable cabo de las Tormentas.

En dicha obra, el macizo continental africano se describe como un gigante hostil y amenazador que a todos intimida menos a los aventureros cristianos más heroicos, quienes lo bautizan con el nombre mitológico de Adamastor. Una parte del cuerpo de este ser gigante es Table Mountain, que se encarga de vigilar la entrada a la bahía.

Tras el asentamiento de los holandeses en 1652, los testimonios sobre El Cabo se hallan principalmente en forma de diario. En el siglo XVIII, este pequeño enclave gozó de gran reputación en Europa pues era considerado un exuberante paraíso botánico, aunque muchos de los testimonios también se encargan de recoger los trazos de su sociedad esclavista.

Las extensiones de tierra al otro lado de la frontera, acerca de las cuales el aventurero François le Vaillant publicó en 1975 relatos quiméricos, se imaginaban como territorio exclusivo de exploradores. Sin embargo, los relatos sobre viajes de la Ilustración recogían de la vida y las costumbres de los pueblos indígenas, junto con descripciones coloristas de incursiones de caza mayor.

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La tradición británica Desde 1820, tras la colonización británica de la parte sur de África, la producción literaria se inició con la introducción de la prensa. En la década de 1840 se publicó el primer diario en xosa, alrededor del momento en que se generalizó la emancipación de los esclavos. Los denuedos de los misioneros se observaban en muchos frentes; al tiempo que traducían la Biblia, también se dieron a la tarea de conservar los primeros testimonios de literatura oral en xosa, zulú, tsawana y sotho.

El filólogo alemán Wilhelm Bleek recogió y tradujo por primera vez la poesía y el folclore ancestral de los khoisan, cuya compilación para la Biblioteca Nacional de Ciudad del Cabo es un trabajo que todavía los expoertos no han concluido. Las tradiciones de los pueblos san y los khoikhoi – prácticamente desaparecidas en la actualidad – nos ofrecen un relato fascinante del conquistador europeo desde su punto de vista a través de su mitología e historia.

En la frontera británica se engendraron dos tipos de literatura que continúan siendo vigentes hasta nuestros día. Thomas Pringle (1789-1834) introdujo un estilo poético romántico y rimbombante e inició una tradició paralela a los modelos europeos, mientras Andrew Geddes Bain (1797-1864) inició una corriente de canciones y sátiras populares que utilizaban una lengua mucho más popular.

La escritura de Bain se caracteriza por ser políglota. En sus obras se encuentran las primeras formas de afrikáans, la lengua que evolucionaría a partir del holandés, además de otros idiomas como el inglés, el francés y el alemán (los idiomas de los primeros colonos), el malayo y varias lenguas africanas.

En la línea culta de Pringle, en 1883 se publicó la novela The Story o fan African Farm, considerada como la primera obra de gran calibre escrita en el entorno de las remotas colonias. En Gran Bretaña se recibió con sorpresa y controversia, pues se trataba del primer trabajo que reflejaba de manera realista y creíble las condiciones de la vida diaria de un asentamiento en el Karoo, así como la compleja y cruel sociedad de la cual dependían las instituciones educativas, comerciales y religiosas. En cuanto a la autora, Olive Schreiner (1855-1920), era hija de un misionero alemán y una mujer inglesa, pero se consideraba una de las primeras sudafricanas, por lo que siempre defendió que debía su inspiración a la moderna nación que ayudó a construir .

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Novelas de aventuras La otra corriente literaria a finales del siglo XIX fue particularmente productiva y popular. La seducción del imperialismo británico estaba en su apogeo, por lo que muchas de las primeras obras fueron novelas de aventuras. En manos de H. Rider Haggard (1856-1925), este nuevo género dio luz a uno de los primeros best seller: Las minas del rey Salomón (188%), llevado a la gran pantalla en no menos de cinco ocasiones.

Lo verdaderamente memorable des us originales aventuras es la habilidosa pluma de Haggard. Allan Quatermain era el entrañable y modesto narrador, un cazador profesional asentado en Durban que siempre estaba dispuesto a guiar a los recién llegados al interior de África. No debe olvidarse que no hacía mucho que David Livingstone había partido de Northern Cape en busca del delta del Okavango en Botsuana y los grandes lagos centrales de África, y que Burton y Speke habían encontrado las fuentes del Nilo. La novela de aventuras imperial se ocncentra en revestir de atractivo estas hazañas para los lectores europeos.

En la misma línea que Haggard se encuentra Wilbur Smith, cuyas aventuras (como Cuando comen los leones) han sido traducidas a muchas lenguas.

La obra de muchos escritores sudafricanos ha tendido a concentrarse en los candentes temas raciales y políticos que han enfrentado al país. No obstante, en las obras de sir Laurens van der Post (1906-1996), este tipo de debates, en el caso de que aparecieran, siempre han tenido un papel secundario. La esencia de El mundo perdido de Kalahari (1958), su famoso libro y documental sobre los san, o sus apasionantes relatos de aventuras com La pluma del flamenco, A Story like the Wind (1972), y su secuela A Far-Off Place (1974), se concentra en la longeva cultura de los pueblos indígenas del sur de África (sobre todo los san) y los misterios del entorno en el que viven.

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La vivencia negra Gran parte de este tipo de tradición literaria es exclusivamente africana. El escritor negro Sol T. Plaatje (1876-1932), empezó a replantear en Mhudi (1916) el legado de Haggard.Schreiner, aportando una interpretación de la historia negra que los escritores blancos solían ignorar o incluso destruir. En esta misma línea, Bessie Head (29371986), quien vivió la última mitad de su vida en Botsuana, recuperó facetas de la vivencia negra a través de las fuentes orales, que luego convirtió en relatos cortos. Éstos, aunque siguen siendo africanos en espíritu, resultan familiares para los lectores blancos. La coleccionista de tesoros (1977) es un buen ejemplo.

Pese a todo, quien no esté familiarizado con la literatura sudafricana debe evitar hacer distinciones simplistas entre la literatura blanca y la negra, como si existieran independientemente la una de la otra. En el siglo XX, el tema de ficción por antonomasia fue precisamente la relación entre blancos y negros. Por tanto, hasta cierto punto todos los escritores han estado estudiando y presentando Sudáfrica como un país en que las interrelaciones son de vital importancia. El mejor ejemplo es Llanto por la

tierra amada (1948), de Alan Paton, que siguie siendo el libro sudafricano más leído de todos los tiempos.

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Literatura en afrikáans La poesía sudafricana actual también ha demoswtrado merecer un lugar distinguido en su literatura, sobre todo en afrikáans. De hecho, es a través de la poesía que muchos artistas han moldeado su lengua en una lengua literaria. Eugene N. Marais (1871-1936), fundador del verso lírico en afrikáans, también fue un naturalista respetado cuyas obras clásicas como The Soul of the Ape (1969) ayudaron a elevar la ciencia de la observación zoológica a la categoría de arte. Otro poeta en lengua afrikáans es C. Louis Leipoldt (1880-1947). Igual que Schreiner, sus antepasados eran misioneros alemanes. Escribió con profusión en varias lenguas, en particular sobre las misiones renanas, muy características de Western Cape.

Una forma manifiesta de expresión política maduró con el tiempo en la obra de poetas como N.P. van Wyk Louw y Kirk Opperman. En la década de 1960 surgió una joven generación de escritores encabezada por Breytenbach, Brink y Etienne Leroux. El trabajo de estos literatos representó una ruptura drástica con la tradición en afrikáans convencional.

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Tendencias modernas Durante el apartheid, muchos artistas se vieron obligados a exililarse a Europa y Estados Unidos. En ese contexto, la autobiografía se convirtió en una gratificante forma de expresión. Peter Abrahams publicó Palabras de libertad (1954), la primera de sus muchas obras donde habla del día a día de los negros.

Down Second Avenue (1959), de Es’kia Mphahlele, es otro ejemplo de este tipo de escritura. El relato aborda la historia de un hombre que después de recibir una educación adecuada para salir de un mundo sumido en la pobreza y el analfabetismo, se convierte finalmente en un escritor hecho a sí mismo.

Muchos novelistas contemporáneos siguen centrándose en temas que exploran el doloroso pasado orpresor, por ejemplo, el afamado A Smell of Apples (1993) de Mark Behr, la historia de un chico blanco que cree en las décadas militaristas de 1960 y 1970.

Sin embargo, los enormes cambios políticos que ha vivido Sudáfrica desde 1994 también están teniendo su impacto en la literatura.

Al frente de la nueva generación de escritores postapartheid está Zakes Mda, cuya premiada novela sobre una plañidera profesional, Formas de morir, explora la actitud actual ante la cultura tradicional desde un punto de vista negro. El mismo tema aflora en las novelas más recientes de Mda: The Heart of Redness (2001), y The Madonna of Excelsior (2003), que transcurren respectivamente en el antiguo Transkei y en el provinciano Free State.

Otras novelas de referencia son la surrealista Time of Angels (2003), de Patricia Schonstein, que transcurre en la Ciudad del Cabo actual, y The Restless Supermarket

(2002), de Ivan Vladislavic. Esta última una novela premiada explora la transformación de Hillbrow, una urbanización de Johannesburgo que pasa de estar habitada por gente de moda, inmigrantes europeos, al crisol actual de refugiados africanos por causas políticas o económicas.

No se puede escribir sobre Sudáfrica sin hablar sobre los grandes temas de la vida: la opresión, la aventura, la conquista, la derrota, la lucha, el orgullo y el éxito. Por eso mismo no es sorprendente que los escritores modernos cosechen premios literarios, como Nadine Gordimer y J.M. Coetzee, ganadores del premio Nobel de Literatura en 1991 y 2003, respectivamente.

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Ganadores del premio Nobel Cuando Nadine Gordimer recibió el premio Nobel de Literatura en 1991, se vieron reconocidas sus dos preocupaciones eternas: el arte de la escritura y la infamia del apartheid.

Nacida en 1923 en el pequeño pueblo minero de Springs, al este de Johannesburgo, Gordimer tuvo una infancia atípica. Su padre era un relojero judío de Lituania y su madre era inglesa. Su madre la sacó del colegio a los 11 años con el pretexto de una enfermedad coronaria y estuvo con ella en casa hasta los 16, lo que condicionó su eclosión como escritora.

La joven Gordimer recibió clases privadas en casa, donde alimentó su pasión por la lectura y la escritura. Publicó su primer relato corto a la edad de 13 años, y su primera novela, la autobiográfica The Lying Days, en 1953. Posteriormente, además de labrarse una considerable reputación como escritora de ficción, Gordimer ha acabado siendo conocida por su lucha denodada por la libertad de expresión en Sudáfrica.

El premio Nobel es el galardón más insigne de su colección, que se remonta a 1961, cuando ganó el premio literario W.H. Smith por su colección de relatos cortos Friday’s Footprint (1960). También ha recibido la medalla Benson de la Royal Society of Literature y el Grand Aigle d’Or, el premio internacional francés. En 1974 compartió el Booker Prize de Gran Bretaña por su novela El conservador.

Pese a su reputación internacional, en cierto modo se la ha infravalorado en su país. La negativa a someter su ficción al propagandismo revolucionario la alienó de muchos comentaristas negros, y también recibió críticas por no seguir a otros intelectuales al exilio en las décadas de 1960 y 1970. A pesar de haber explorado en su obra el compromiso con la acción política, siempre ha defendido ser novelista antes que activista o historiadora.

En la era postapartheid, Gordimer continúa recogiendo el presente turbulento con férrea resolución. Mientras que gran parte de sus primeros trabajos tratan del punto muerto creado por la supremacía blanca, sus obras más recientes versan sobre las complejidades de una sociedad en transición. Su novela Nadie que me acompañe (1994) explora con ojo crítico y sincero los cambios internos que sufre el individuo – el

abandono del que se ha ido – junto con los peligros sutiles que caracterizan la transición a un nuevo orden.

Lo que sorprende a muchos extranjeros es su relativo anonimato entre los sudafricanos blancos. Lo que puede achacarse a que los lectores que disfrutan con la mezcla de sensualidad, superioridad racial y aventura de Wilbur Smith, encuentran el trabajo de Gordimer bastante pesado – tal vez mordaz – e incómodo, incluso difícil de aceptar.

Aun así, la obra de Gordimer sigue siendo accesible en comparación a la prosa densa y ascética que caracteriza las novelas del ganador afrikáans del premio Nobel de Literatura de 2003. Los primeros trabajos de este escritor nacido en Ciudad del Cabo exploran las iniquidades del apartheid, o un sistema muy similar, aunque en un estilo alegórico que renuncia al pavoneo político. Publicada en 1983, la galardonada novela Vida y época de Michael K., podría considerarse como su mejor novela, sin desmerecer su trabajo más reciente Esperando a los bárbaros.

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GASTRONOMIA: Els països del sud África presenten grans contrastos: dels plenament africans, amb important presència dels grups ètnics i tribals tradicionals (Namibia, Botswana, Zimbawe, Lesotho) fins a la República de Sud-Àfrica, que a banda de la població autòctona (fortament discriminada durant dècades a través de l’apartheid), té un importantíssim component europeu i, particularment, anglès i neerlandès, cosa que es mostra en les llengües oficials (l’anglès i l’afrikaans, derivat del neerlandés). Igualment, hi ha protest ants d’origen francès i esclaus vinguts de l’Índia, Malàisia, Sri Lanka, Indonèsia, etc., que han aportat els seus estils culinaris. El clima és més temperat que al centre d’África, per la qual cosa s’hi donen bé els cultius mediterranis, incloent-hi la vinya, que dóna alguns dels vins famosos del món. Britànics i holandesos hi han perpetuat els seus costums culinaris (l’esmorzar a base d’ous, els cereals, els pastissos), convenientment modificats per productes i alguns costums locals, però també per altres aportacions ja esmentades: cingaleses, xineses, índies, malaies…

Per tant, al costat dels clàssics pastissos de carn anglesos, hi trobem roast beef i altes rostits, però també curris o cris, chutneys a base de fruita, pilaus d’arròs i pastissos de matriz britànic. L’estil de cuina més apreciat és la del Cape Mala (Cap Malai), centrada a la Ciutat del Cap, i que barreja tradicions holandeses (no són pas cap garantia de bona taula) i malàisies. L’origen és dels treballadors malais portats per la Compania de les Índies Holandeses, l’afegit d’immigrants de l’Índia, Sri Lanka, Madagascar, Moçambic i d’arreu de les illes d’Indonèsia: un veritable gresol, que va slvar de l’avorriment i la manca d’imaginació l’aportació culinària holandesa i protestant, molt menys brillant que la dels emigrants de religió islàmica o hindú. Es formà, per tant, un important melting pot (barreja) que inclou curris sambals (salses picants de bitxo), samoses (crestes I pastissets), chutneys (salses de fruites), plats de llegums especiats, bredies (estofats de cocció lenta), birianis i pilafs (arrossos). Els holandesos, convertits en afrikaners i borres, portaren la mantega, els frikadels o frikadelles (mandonguilles), la cuina del bou, les salsitxes, les gofres i els pastissos (salats i dolços), els crespells i poca cosa més. Els

hugonots protestants d’Occitània i França van aportar la cultura del vi, que avançaria prodigiosament.

Productes indígenes són els derivats de la cacera o la ramaderia, com l’antílop, el xai i la caça de ploma. En canvi, els autòctons khoisan, per exemple, no menjaven peix. S’hi menja peix fumat I salat I mariscs (les llagostes són abundants, I objecte d’exportació), i, com és sabut, hi ha un banc de peix important (de lluç I altres espècies) aprofitat pels països occidentals i, particularment, Espanya. S’hi cultiven patates, mill, blat de moro, espinacs, mongetes, pèsols, enciams i altres productes d’altres continents que s’hi han adaptat molt bé. La fruita de tipus mediterrani i tropical hi és excel·lent, i objecte d’exportació: de les taronges a les pomes.

Especialitats locals són les farinetes i pans de Blas de moro (kakou, maas), les farinetes de mill (mabela), i l’arròs com a acompanyament. Un producte molt apreciat i utilitzat és el biltong (carn adobada, amb sal, vinagre i espècies i assecada de bou, antílop, xai), que sol ser considerada una especialitat del Transvaal. Se’n fan guisats, estofats, sopes, etc.

D’origen holandès són els boerewors, o salsitxes (que poden ser de bou) i les frikadelle, ja esmentades. Un plat de la típica llagosta de Cap Verd és el gesmoorde kreef. Altres especialitats són el pap, el bobotie (d’origen malai), el cahakalaka (una mena d’amanida d’origen indi i malai), el boerewors, d’origen germànic, el gesmoorde snoek o el potjiekos (neerlandesos), els kebabs, d’origen malai o indi, etc. Alguns d’aquests guisats i estofats es fan amb el potjie, una mena de caldera metàl·lica.

La pastisseria inclou gofres, pastissos amb nata i fruites, púdings, dumplings, confitures.

Destaquem la melkterr d’origen neerlandés, els koeksisters, els rusks, les hertzok cookies o galetes, i moles d’altres.

Com a begudes, hi ha tes tradicionals (el conegut com a te de Sud-Àfrica, ara exportat), el cafè, la cervesa i els vins. També s’hi produeixen vins de licor i fortificats, i licors i aiguardents.

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Els vins sud-africans Sud-Àfrica, amb zones d’un clima de tipus mediterrani, actualment és una de les grans potències mundials del vi: molts dels seus vins, en efecte, obtenen importants premis al costat dels europeus i dels d’altres procedències. Les vinyes creixen en climes de tipus mediterrani similars als microclimes europeus, a prop de grans embassaments, entre l’Atlàntic i l’Índic.

Durant les primeres etapes, fins als anys 70, Sud-Àfrica no destacava especialment en aquest camp, excepte pel que feia a la priducció de bones imitacions de portos, xerès i vins similars (fins i tot muscats), molt del gust dels britànics.

S’hi ha introduït, amb èxit, la major part de ceps coneguts: cabernet, pinot, sauvignon (blanc i negre), chardonay, shyra, riesling, gewürztraminer, steeen. Algunes vinyes ja compten amb una tradició, gens menyspreable, de 300 anys.

La producció funciona a través de grans finques o heretats, per a les quals s’utilitza el terme de Landgoed. Els termes vinícoles són en afrikaans i anglès. Les denominacions d’origen són molt flexibles, i permeten una gran adaptació. Hi trobem set regions definides per la Demarkation Committee, però hi ha altres zones productores de vins dolços.

(Jaume Fàbrega. La cuina del món, pàgs. 286-289)

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Bobotie bajo el monte Table La cosmopolita Ciudad del Cabo es una ciudad de una singular belleza sin artificios.

Levantada desde un puerto natural hasta las faldas del icónico monte Table, es también la cuna del bobotie, el plato de “los malayos del Cabo”, cuyo mestizaje de rasgos indonesios, holandeses e indígenas ha creado una cocina única que es emblema de toda la ciudad.

En 1954, el bobotie fue declarado plato nacional de Sudáfrica por la UNWO (Organización de las Naciones Unidas de la Mujeres).

Rebosante de restaurantes que representan a todas las cocinas del mundo, Ciudad del Cabo tiene unas cuantas ventajas añadidas: el clima templado, un tipo de cambio favorable al turista y una de las mejores tierras vinícolas. Pero uno puede pasar una temporada en la ciudad sin reparar en su interesante cocina: algo bastante posible, porque la cocina Cape Malay se sitúa ligeramente al margen de lo que es común en Sudáfrica.

Los malayos del Cabo son una anomalia. En una tierra cuya historia está dominada por las luchas entre los indígenas y los colonos europeos, este cohesionado grupo desciende de los esclavos indonesios y los disidentes religiosos que arribaron con los primeros pobladores holandeses. La comunidad sigue aferrada al Islam, a pesar de que la mayor parte de Sudáfrica es cristiana, pero tiene como lengua materna el afrikáans, una derivación del holandés.

Por todo esto, no sorprende que la cocina Cape Malay proponga una mezcla curiosa. Los curries son más dulces y suaves que los de sus antepasados indonesios debido al uso de conservas de frutas.

Los sosatie – kebabs bañados en un adobo dulce y especiado – funden lingüísticamente la voz holandesa saus (salsa) y la indonesia satay (carne ensartada). Y la inclusión de la espiga de agua local en un plato de cordero, llamado waterblommetjiebredie (guiso de flor de agua), es un préstamo de los aborígenes khoikhoi. El plato nacional de Sudáfrica, el bobotie, probablemente fue introducido por los primeros colonos holandeses antes de que fuera asimilado por sus esclavos indonesios. Bastante parecido a una moussaka picante, comprende una base de carne picada afrutada y con curry, recubierta con una salsa de huevo que hace corteza couando se hornea.

La cultura de los malayos del Cabo se mantiene fuerte en Bo-Kaap (al norte de la ciudad), un distrito residencial con casas de colores brillantes que ofrece unas vistas espléndidas de la cuenca y la cima plana del monte Table (accesible desde el centro mediante un mareante tranvía). Más lejos Ciudad del Cabo proporciona un sinnúmero de excursiones

inolvidables: por ejemplo, para avistar ballenas en False Bay, hasta lo alto del acantilado Cape Pint Lighthouse, o un crucero hasta la isla de Robben.

(El mundo en un plato: qué comer y dónde en los cinco continentes. Madrid: El País Aguilar, 2011, pàgs. 166-167).

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Cocina indígena El fin del apartheid ha despertado el interés por la cocina tradicional de las comunidades negras sudafricanas, por lo que pueden encontrarse restaurantes pintorescos de “cocina negra” en casi todas partes.

Si se echa un vistazo al menú de cualquiera de estos establecimientos verá que el alimento base de sus platos es el maíz, introducido por los europeos. El plato más popular elaborado con maíz son las gachas de maíz molido (pap) y la sémola de maíz (samp). El sorgo es otro alimento básico, que se utiliza en la elaboración de platos como el ting (gachas fermentadas) y la cerveza.

Las judías son otro alimento clave de la dieta tradicional. Lo mismo sucede con la calabaza, que suele prepararse estofada y se sirve acompañada de sus flores y semillas fritas, o mezclada con gachas de cereales. El cacahuete se utiliza para dar realce a platos como el morogo, un guiso de espinacas u hojas silvestres aromáticas. La cuajada o maas es otro de los platos predilectos, se puede tomar sola o acompañada con phutu pap (gachas en migajas).

En las comunidades rurales tradicionales, la carne y la leche son responsabilidad de los hombres. El ganado sólo se sacrifica en ocasiones señaladas. En su lugar, suele comerse lo que se caza.

El pollo, el cerdo y el cordero no formaban parte de la dieta tradicional, pero esto ahora está cambiando; tanto como el consumo de pescado que, aunque resulte sorprendente, ha sido incorporado recientemente a los menús.

En cambio, varios tipos de insectos como las hormigas voladoras y los gusanos del mopane son fuentes alternativas de proteínas muy populares, ya sea tostados, crudos o como acompañamiento de gachas. Crujientes y ligeramente picantes, son más apetitosos de lo que pueda parecer.

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Se dice que el umngqusho es el plato preferido de Nelson Mandela. Esta receta se elabora con granos de maíz, habas, manteuilla, cebollas, patatas, chile y limones. Los ingredientes se cocinan a fuego lento hasta que alcanzan el punto de máxima corrección y están tiernos.

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Ofrendas de los mares del sur A lo largo de las costas sur y este se pescan mejillones, ostras, cangrejos, chipirones, sardinas y pescado de textura agradable, pero el mejor marisco se coge entre noviembre y abril, la temporada alta de la famosa langosta de roca (conocida como cigala), un manjar muy preciado, tan suculento y tierno que se exporta a los mejores restaurantes del mundo. Similar a la langosta del mar del Norte, pero sin pinzas, se sirve de todas las maneras tradicionales: a la termidor, a la parrilla o fría con mayonesa.

Otras delicias estivales son los peces de alta mar, que se encuentra en grandes bancos a lo largo de la costa este del océano Índico. La barracuda, el medregal rabo amarillo, el katonkel y el sábalo son peces luchadores muy buscados por los pescadores de caña,a unque el que supera a todos los demás es el snoek (sierra) de El Cabo, bautizado así por los primeros colonos holandeses. Este pez plateado y alargado (mide cerca de 1 m.) tiene un fuerte sabor y su carne es firme y sabrosa.

Se sirve frito y acompañado de una korrelkonfyt dulce, una mermelada hecha con uvas de moscatel y miel que complementa a la perfección el fuerte sabor salado del snoek. El snoeksmoor es una mezcla picante y sabrosa de cebollas y patatas fritas con tacos de snoek dorados, a veces con un poco de compota de tomate y acompañado con arroz y chutney.

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Recepta: Broqueta de xai (Sosatis) Ingredients: 800 g de cuixa o espatlla de xai (100 g per persona, o més i dos sis kebab per persona), 1 ceba grossa, 2 grans d’all, 1 cullerada de gingebre, 1 culleradeta de celiandre mòlt (baies), 1 llimona ratllada, 1 got de llet, sal, oli; marinada: 60 ml d’aigua de tamarinde, 1 culleradeta de sucre, 4 cullerades de curri, 1 culleradeta de cúrcuma, 1 cullerada de melmelada (pot ser d’albercoc; opcional), 1 o 2 fulles de llorer, 1 o 2 bitxos verds.

Els sosatis són uns enfilalls de carn de xai de Sud-Àfrica, portats pels obrers malais duts pels holandesos des del segle XVII. Els neerlandesos, amb una cuina més aviat poc estimulant, van quedar seduïts per la dels cuiners asiàtics, que van deixar a Sud-Àfrica aquests famosos kebaps o sosatis que, per tant, formen part de la cuina més apreciada al país, la d’origen malai (estil Cap Malai). Altrament, arreu el nom per definir els enfilalls o brochettes – broquetes – (França) de carn, es fa servir el nom turc (transcrit també sis kebap; cal pronunciar “xis”) fins i tot adaptat per algun diccionari al català (xis quebab). És el popular pincho moruno de xai anomenat kabap al Marroc.

El nom de kebab, kabap, kebap, etc., present a tot el món musulmà, procedeix del persa kabab, que vol dir, simplement, fet a la brasa. A l’Iran actual, els diversos kababs (de xai, de vedella, de pollastre, de caça, d’ocells), a vegades combinats amb verdures, bolets, fruites, continuen sent els plats de carn (o peix) més populars. Els sis kebaps o broquetes també són molt populars a Grècia i Xipre amb el nom de suvlakia, així com a

tots els països balcànics (Sèrbia, Bòsnia, etc.). Hom diu que el seu origen es deu als soldats turcs, que així podien disposar d’un menjar fàcil i ràpid per prendre dempeus durant les batalles.

Elaboració: Talleu la carn a daus d’uns 2 cm de costat. Peleu la ceba, trinxeu-la i saleu-la bé, deixant-la reposar en un bol. Passeu-la per la batedora o liquadora a fi d’obtenir-ne un suc, amb el qual, barrejat amb oli, fareu marinar els daus de carn durant unes dues hores, juntament amb l’all ben picat, el gingebre, el celiandre i la sal, la llimona ratllada i la llet. En comptes de fer el suc, es pot picar molt bé la ceba. Deixeu-ho reposar 4 o 5 hores. Mentrestant, prepareu la resta de la marinada posant a escalfar l’aigua de tamarinde, el sucre, el curri, la cúrcuma, la melmelada i la sal. Feu-ho bullir 5 minuts, deixeu-ho refredar i afegiu-hi el suc (llet, etc.) de la primera marinada.

Torneu-hi a posar els daus de carn i deixeu-los reposar a la nevera tota la nit, amb el recipient ben tapat.

Enfileu els daus de carn en una broqueta i feu-ho coure a la brasa, mantenint-ho uns cinc dits per damunt del caliu, ben roent durant uns cinc minuts per costat.

Serviu-ho tot seguit.

Es pot acompanyar amb un arròs blanc o pilaf, una amanida o hortalisses escalivades o, a l’estil més purament marroquí, una xermula.

Notes: Hi ha qui s’estima més posar-hi la sal un cop la broqueta ja és cuita.

Si no trobeu tamarinde, substituïu-lo per vinagre. Si en podeu trobar, substituïu la llimona ratllada per 3 o 5 fulles de llimoner o d’un altre cítric.

Si us cau greix al caliu, tireu-hi un grapat de sal per evitar el fum, que hi donaria un gust desagradable. Pel mateix motiu, no s’ha de fer servir mai fusta de pi. La millor és la d’alzina. Si no disposeu de barbacoa, podeu fer un excel·lent sis kebab al gratinador del forn o fins i tot a la planxa o a la paella.

La ceba fa la funció d’aromatitzar i estovar la carn.

Es pot emprar també carn de vedella, però no pas de porc (si bé a Grècia, a Xipre i als països no islàmics es fa servir).

La marinada de la carn es pot enriquir amb suc de llimona dolça en comptes de llimona, pebre negre, etc.

Es poden alternar talls de verdura amb els daus de carn: ceba, quarts de tomàquet, pebrot. No obstant això, el pebrot fa endurir la carn, al contrari del que fa la ceba.

Hi van bé tomàquets sencers, tipus cirera o xinès (cirerols, cherry) així com bitxos prims a talls.

Finalment, els ingredients de la marinada es poden coure uns minuts i servir-los com a salsa.

(Jaume Fàbrega. La cuina del món, pàgs. 290-291).

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BIBLIOTEQUES SUD-AFRICANES:

Casi todas las ciudades de Sudáfrica cuentan con bibliotecas públicas, la mayor de las cuales es la Biblioteca de Johannesburgo, con unos 2 millones de volúmenes. Entre otras cabe destacar la Biblioteca de África del Sur, en Ciudad de El Cabo, la Biblioteca del Estado en Pretoria y otras asociadas a instituciones de enseñanza superior.

Entre los museos destacan: el Museo Nacional en Bloemfontein, que alberga destacadas colecciones arqueológicas, paleontológicas y antropológicas; el Museo africano en Johannesburgo, con colecciones históricas y etnológicas relativas a Sudáfrica, y, en Ciudad de El Cabo, la Colección Michaelis, la Galería Nacional de Sudáfrica y el Museo de Historia Cultural Africana.

Biblioteca Central en Cape Town

Biblioteca Central en Cape Town, Sudáfrica. Es una construcción ubicada en el Old Drill Hall.

Biblioteca de Johannesburgo La Biblioteca de la Ciudad de Johannesburgo, (en inglés, Johannesburg City Library) se sitúa en el centro financiero de Johannesburgo, Sudáfrica, en la esquina de Market Street con Fraser Street. Fue inaugurada en 1935. Desde 2009 a 2012 se llevó a cabo un intenso programa de restauración y rehabilitación, financiado por la Carnegie Corporation, que aportó 2 millones de dólares, y la propia ciudad, que costeó hasta 55 millones de rands.

"New Library" (Bibliotheca de la Ciudad de Johannesburgo) (1935)

Curiosa pared en forma de libros. Se encuentra en el hostal “The Rabbit Hole” en Klerksdorp, Sudáfrica.

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Per continuar llegint:

El Cabo

Pocas ciudades en el mundo pueden presumir de un emplazamiento tan singular y tan bello como el de Ciudad del Cabo: abierta de frente al mar, a un cabo que, según el inglés Francis Drake, era el más excepcional que había visto en sus viajes,y protegida, a sus espaldas, or una gran montaña con forma de mesa de la que parecen nacer dos brazos, el Pico del Diablo y la Montaña del León, con los que la Mesa rodea a la ciudad y alcanza la costa. El primer europeo que observó esta maravilla fue un portugués, Bartolomé Díaz, quien avistó la Mesa en 1488 y bautizó el cabo próximo como Cabo de las Tormentas, nombre que, a su regreso, cambió el rey de Portugal para cuidar la moral de la marinería por el que se le conoce hoy: Cabo de Buena Esperanza.

Fue también un portugués, Saldanha, el primero en subir a la Mesa, 1.087 metros, y otro portubués, Camoens, el que urdió su leyenda. Según Camoens, en la cima de la Mesa se esconde el espíritu de Adamastor, uno de los titanes hermano de Atlas a quien Zeus condenó por su rebeldía asostener para siempre la última montaña en los límites de la Tierra. Durante el verano austral, entre noviembre y marzo, la cima de la montaña recoge un colchón de nubes que desciende lentamente por el lateral de la montaña, como si estuvieran aún controladas por el espíritu de Adamastor. Es el prodigioso espectáculo del mantel de la Mesa, nubes densas, algodonosas, que cuando sopla el llamado viento del Doctor corren pegadas a la Montaña y se disipan al llegar a su base, donde empieza la ciudad.

La Montaña de la Mesa es el máximo icono de Ciudad del Cabo, su símbolo protector.

Un moderno funicular giratorio permite alcanzar con comodidad la cima desde la Montaña del León y contemplar, arriba, parte de uno de los reinos florales más diversos del mundo: el fynbos del Cabo (del inglés “fine bush”): plantas, flores y matorrales que suman 8.550 especies. El 10 por ciento de todas las flores del mundo se cree que ha salido de aquí, del Cabo, donde, por ejemplo, existen 300 variedades de geranios.

Cuando llegaron los primeros europeos, en el área del Cabo no sólo había fynbos sino tamibén pequeñas poblaciones de granjeros y pastores khoi. Díaz dejó sus padraos – hitos de piedra rematados en cruz – a lo largo de la costa en 1488 y Vasco de Gama hizo lo mismo en 1499. Pero el Cabo no sería para los europeos más que un punto en el mapa hasta que fue ocupado, en 1652, por el holandés Jan van Rieebeck.

Para Van Rieebeck, que tardó 104 días en llegar al Cabo desde Holanda, aquel destino era un obligado escalón en su carrera dentro de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, empresa que decidía los desinos comerciales de buena parte del mundo desde sus oficinas de Indonesia. La Compañía estaba interesada en los beneficios que le procuraban sus rutas marítimas, no en establecer una colonia, y Van Rieebeck obró de acuerdo con esta instrucción. Plantó, según la leyenda, las primeras cepas de vino, atendió a los marineros, construyó un débil fuerte y soñó con jubilarse en Batavia, a

donde de hecho le trasfirieron antes de enviarle a la India. Fue uno de sus sucesores, Simon van der Stel, quien desoyó las instrucciones de la Compañía y llegó al Cabo en 1679 con la idea de fundar una nueva Holanda.

Van der Stel promovió la llegada de colonos – entre ellos, hugonotes franceses -, la creación de granjas, la importación de esclavos y la expansión de la colonia – no sin violencia – por la línea de costa, hacia el este, a los territorios ocupados por los pueblos khoi. Fue el auténtico fundador de la colonia europea en el Cabo.

Van der Stel exploró, por primera vez, la península, en la que por entonces aún había leones, elefantes, hipopótamos y ejemplares del hoy extinguido quagga. Exploró también la bahía contigua, por el sur, al Cabo de Buena Esperanza, la bahía llamada Falsa (False Bay) porque los barcos la tomaban, por error, creyendo que era la Bahía de la Mesa que conduce a la Ciudad del Cabo. Y plantó 70.000 viñedos – en su mayoría de uvas moscatel en el área de Constantia que dieron realmente origen a los vinos del Cabo, una de cuyas capitales lleva el nombre del viejo gobernador: Stellenbosch.

Hacia el sur de la ciudad, tras dejar las playas que sirven de esparcimiento a los capetonians, la carretera alcanza el Parque Nacional de la Península del Cabo, una lengua de tierra entre el Atlántico y False Bay que aún conserva parte de su riqueza floral y de su fauna – antílopes, abuinos... – y que concluye en las puntas rocosas del Cabo de Buena Esperanza y Cape Point.

El recorrido por los acantilados de ambos cabos está facilitado por un tren de cremallera que se eleva hasta casi llegar a uno de los dos faros de la costa. Desde los miradores de piedra y se contemplan las aguas del Atlántico y las recogidas en False Bay, aunque la tradición indica que éste es el lugar donde chocan los dos océanos, el Índico y el Atlántico, donde se encuentran las dos corrientes, y el que quiere y puede ver este encuentro naturalmente que lo ve. Entre julio y octubre es posible contemplar, además, las ballenas que se acercan a la costa y juegan frente a los acantilados sin preguntarse por el nombre de los océanos.

Desde los roquedo se pueden observar, también, los restos de cinco de los veintitrés navíos hundidos en esta zona. Unode los más famosos es el Birkenhead, cuyo naufragio dio al mundo el famoso lema de “las mujeres y los niños, primero”. A bordo viajaban 476 soldados británicos que se negaron a abandonar el buque mientras el capitán, Robert Salmond, no desembarcara a las mujeres y a los niños. Otros hundimiento famoso, por razones esta vez teatrales, fue el sufrido por el barco del holandés Van der Decken, quien, cegado por la niebla cuando buscaba el camino de entrada a la bahía de la Mesa, se hundió, en 1641, no sin antes jurar que seguiría dando vueltas por aquel mar hasta el día del Juicio Final. Doscientos años después, un joven oficial de la marina británica, que con los años sería el rey Jorge V de Inglaterra, afirmó en su diario haber visto de madrugada las luces y la silueta del navío del “holandés errante”.

La era del vapor decidió la construcción en Ciudad del Cabo de un nuevo muelle en 1831, al que siguió, en 1860, otro muelle bautizado en honor del Príncipe Alfredo. El primer faro en Cape Point se construyó ese mismo año, en 1860, pero sus repetidos fracasos, especialmente el hundimiento del Lusitania, decidieron la construcción en 1911 de un nuevo faro que llegó a desempeñar un notable papel, junto con un centro

rudimentario de transmisiones, en el control de la navegación alemana por el Cabo durante la Segunda Guerra Mundial.

Los peligros del Cabo llevaron a los holandeses, primero, y más tarde a los ingleses a buscar refugio en puertos del interior de la Bahía Falsa, en una población también bautizada con el nombre del gobernador Van der Stel, Simon’s Town, y en la cercana Kalk Bay. Los británicos hicieron de Simon’s Town su principal base militar marítima y todavía hoy sigue siendo un importante enclave militar. El desarrollo de la zona permitió la existencia de un ferrocarril ue une Simon’s Town con Muizenberg y que hoy es uno de los más excepcionales trenecitos del mundo, por su recorrido por la costa de la bahía, y porue uizá sea el único tren desde el que, en temporada, se puede ver el resoplido de las ballenas.

Desde Boulders, Simon’s Town o Muizenberg apenas se tarda una hora en regresar a la Ciudad del Cabo. Por el camino de regreso se encuentran los jardines botánicos de Kirtensbosch, entre los más valiosos, cuidados y didácticos del mundo, y el memorial a Cecil John Rhodes, quien llegó al Cabo en 1870 para curarse una tuberculosis y veinte años después era gobernador y propietario de la mayoría de las empresas mineras más importantes de las actuales Sudáfrica, Zambia y Zimbabwe.

La vida en la Ciudad del Cabo, al atrdecer, se refugia enel muelle (waterfront) que lleva el nombre de quien puso la primera piedra, el Príncipe Alfred, y su madre, la reina Victoria. El centro urbano exige, al menos, un día para recorrer y visitar la Catedral de San Jorge, el Parlamento, la Gran Sinagoga, el Castillo, el espectacular museo nacional, las mezquitas del Distrito Seis y las coloridas casas del barrio malayo.

En el centro de la ciudad, en su plaza más significativa, se alza un mural gigantesco que evoca el nacimiento de la sociedad del arco iris. Nunca antes en su historia ha estado Ciudad del Cabo tan cerca de hermanar descendientes de ingleses, holandeses, zulúes, xhosas, ndebeles, malayos, alemanes, griegos, portugueses... cada uno con su credo, todos ahora oficialmente iguales y protegidos por la montaña y el océano que dibujan, como dijo el gran viajero Francis Drake, “el cabo más excepcional que existe en toda la Tierra”.

(Guía Viajar: Sudáfrica, pàgs. 30-36)

Bienvenido a Ciudad del Cabo

Rodeada de un halo de cosmopolitismo que la distingue del resto del país, en el corazón de la nueva Sudáfrica late con fuerza esta gran ciudad. No en vano es la más dinámica y abierta de todas las ciudades sudafricanas.

Ciudad del Cabo se ofrece al visitante como ya lo hizo en el siglo XVI a los primeros navegantes (cuando el cabo de Buena Esperanza, entonces conocido como el cabo de las Tormentas, era una etapa obligada en la ruta marina hacia las Indias), diligente y cargada de atractivos.

“La ciudad en su conjunto puede ser considerada como una especie de inmensa posada que acoge a quienes van y vienen”, escribía el capitán Cook en 1771: “No hay lugar en el mundo que pueda igualarla en este sentido”. Durante más de doscientos años, la ciudad ha mantenido esta característica que apuntaba Cook. Bo Kaap, el típico barrio malayo; el Cable Way, el funicular que llega hasta los 1086 metros de la Montaña de la Mesa; el Parlamento y numerosos museos explican la historia de la ciudad. El Waterfront, en la zona del puerto, con sus pubs y sus tiendas, es el verdadero corazón de la vida social y de la vida nocturna de la ciudad.

Ciudad del Cabo debe sus orígenes a Jan van Riebeeck, un comerciante de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, que atracó aquí el 7 de abril de 1652, a bordo de su clíper Drommedaris. Hasta aquel momento, la Table Bay, o Bahía de Mesa, era visitada esporádicamente por los Khoikhoi, una tribu de pastores nómadas, y por los pequeños cazadores San (los bosquimanos). Los holandeses no encontraron ningún asentamiento humano y, extasiados por la belleza de la bahía encajonada entre Signal Hill y Lion’s Head y dominada por la Table Mountain, creyeron haber encontrado la nueva “Tierra prometida”. Por aquí, más tarde, pasaron los hugonotes, que habían sido expulsados de Francia, y plantaron una serie de viñedos en los verdes valles de la región. Luego les llegó el turno a los ingleses, que iban en busca de un imperio colonial tan vasto como su inmoderada megalomanía. Y más tarde fueron llegando gentes de los cuatro rincones del continente. De este modo fue como nació la moderna Sudáfrica.

Todavía hoy, Ciudad del Cabo brilla con luz propia, a la vanguardia del país, rodeada de un halo de cosmopolitismo que la distingue del resto de Sudáfrica. Quienes viven aquí no podían vivir en otro lado. Cape Town, efectivamente, es una especie de San Francisco africana, una ciudad dinámica, con una enorme voluntad de superar los graves problemas ligados al régimen segregacionista del apartheid que habían relegado al país a los márgenes del mundo civilizado y que, finalmente, gracias a NelsonMandela, líder del Congreso Nacional Africano, y a Frederik de Klerk, ambos galardonados con el Premio Nobel de la Paz, parecen destinados a pasar definitivamente a los anales de la Historia.

Progresista y muy civilizada Los capetonians caminan bulliciosa y alegremente por las calles del centro de la ciudad entre músicos ambulantes y tenderetes. El Golden Acre, uno de los rascacielos de la Adderley Street, atrae la codicia de los compradores casi tanto como la Grand Parade, la plaza de armas en la que se encuentra el Ayuntamiento y donde, los miércoles y los sábados, se celebran unos animadísimos mercados de ocasión. Finalmente, tras muchos años de embargo, empiezan a encontrarse en el mercado productos norteamericanos y japoneses, relegando la autarquía al baúl de los recuerdos. Las esperanzas son muchas y casi se pueden ver flotando en el ambiente. El nuevo curso político se manifiesta aquí con mayor energía que en cualquier otro lugar. Ciudad del Cabo, por otro lado, siempre ha sido un bastión progresista con muy pocos aspectos conservadores. La presencia del Parlamento (para la celebración de las sesiones de verano) ha agudizado el sentimiento cívico de muchos ciudadanos. Aquí, el blanco De Klerk es admirado y el arzobispo anglicano negro Desmond Tutu puede residir tranquilamente en un chalet en la colina de Constantia, una de las zonas más codiciadas de la ciudad.

No lejos de allí, Wilbur Smith, el cantor por antonomasia de la gran aventura sudafricana, comparte los éxitos literarios con su mujer Danielle, que también escribe, en un chalet de estilo español donde los recuerdos de Courteney y los Ballantyne se mezclan con la elegancia europea del mobiliario. Aquí, quien tiene raíces difícilmente se desprende de ellas. Y entre las colinas campea el Cecil John Rhodes Memorial, un monumento que recuerda que la historia la han escrito los blancos, los colonos boer que prosiguieron por los highweld africanos.

Lo que llama más favorablemente la atención en esta ciudad es su atmósfera cosmopolita. El soul, el alma ciudadana, tiene mil facetas. Pasear por las calles estrechas y frente a las casas de colores del Bo-Kaap (el barrio malayo construido a principios del siglo XVIII por un jeque de Sumatra) es un poco como aventurarse por las callejuelas de Bombay, sólo que limpias y recién pintadas. El característico parloteo hindi se entremezcla con la cadencia afrikaan. Mujeres de formas redondeadas trabajan en las casas atestadas de criaturas. Son sastresas, cocineras o lavanderas que crían a sus hijos siguiendo antiguas tradiciones. También ellos forman parte de la New South Africa, igual que los niños que salen de casa para ir a la Mezquita y que nukknca han surcado las aguas del Océano Índico. Son las nuevas generaciones sudafricanas donde ya no existenlos colored, o mestizos, sino niños vestidos de blanco, que se reúnen con otros niños de su edad para disputar partidos de cricket ante la atenta mirada de sus padres.

El Victoria and Alfred Waterfront es el nuevo corazón de Ciudad del Cabo. Una serie de recientes reformas, en efecto, han transformado esta zona, en otro tiempo abandonada a sí misma, en un animado centro de diversiones. Cervecerías, pubs y restaurantes llenan el paseo marítimo del puerto y, en los próximos años, serán inaugurados un nuevo acuario un característico hotel flotante. Antiguamente, las embarcaciones que atracaban aquí descargaban a sus pasajeros en el Penny Ferry que, por muy poco dinero (exactamente un penny, de ahí el nombre), les llevaba hasta la Torre del Reloj pasando por entre grupos de focas. La torre es un edificio octogonal de estilo gótico que sigue dominando la entrada del puerto. En el Waterfront reinan indiscutidos el entretenimiento y la diversión. Grupos de jóvenes acabados de salir de sus despachos, con las corbatas negligentemente abandonadas sobre los hombros, y muchachos con pantalones cortos comparten los bancos del Bertie’s Landing, uno de los locales de moda. Botellas de Castele, Lion, Hansa, las principales marcas sudafricanas de cerveza, llenan las mesas a rebosar. Al caer la tarde, los cines y los teatros se llenan con este público joven y que es el mismo que a la mañana siguiente se encuentra en los campus universitarios de Vonstantia o en las aulas del Groote Schuur, baluarte de la medicina moderna. Fue aquí donde el gran cirujano Christian Barnard llevó a cabo con éxito el primer trasplante de corazón de la historia, la intervención quirúrgica más conocida y anunciada del mundo.

El otro poco de la ciudad es Cliffton, situado a los pies de las colinas de los Doce Apóstoles, uno delos barrios residenciales más solicitados. Cuatro playas blancas y espaciosas se suceden al amparo de la brisa gracias a la mole del Lion’s Head, la formación rocosa que flanquea la Table Mountain, entre casas semiocultas por los pinos y el mar azul. Siempre abarrotadas, durante los fines de semana hacen honor a la voluntad de practicar el deporte de quienes las frecuentan. Verdaderos acróbatas d las planchas de windsurf, practicantes del vuelo con ala delta, aficionados al beach-volley (volley-playa), ciclistas de mountain-bike, personas que corren o que nadan llenan a

rebosar las grandes explanadas de arena de las playas 1,2,3, etcétera (por cierto,los nombres de las mismas no destacan precisamente por su originalidad).

La Historia, en cambio, está muy presente en el Fuerte de Buena Esperanza, que se encuentra en el mismo corazón de la ciudad. El edificio del Ayuntamiento, con un gran movimiento en verano (de octubre a marzo; en invierno las sesiones se celebran en Pretoria), el Jardín Botánico, con el Museo Nacional, el paseo del mediodía, el BoKaap Museum, donde se explica y se ilustra la evolución de las costumbres musulmanas en la ciudad, y el Museo Naval, en el Victoria and Alfred Waterfront, son las metas que conviene destacar. Todas, de fácil acceso.

Los espacios a la sombra de las calles porticadas hacen muy agradable el paseo, y los escaparates de las tiendas atraen la curiosidad de los transeúntes. St.Georges Street, típico centro comenrcial embaldosado, atrae, los sábados y los domingos, a los visitantes de toda la región que, armados con sus bolsas de patatas fritas, lo recorren alegremente. Orquestinas de jazz, chicos bailando y grupos de universitarios recaudando fondos para alguna buena causa hacen de fondo a los compradores.

Pero el atractivo principal sigue siendo la ciudad en su conjunto. La espléndida bahía que se divisa al subir con el funicular del Cable Way hasta la Table Mountein es uno de los panoramas más bellos del mundo, sobre todo a la hora del crepúsculo. Desde lo alto del funicular que sale de la estación de Kloof Nek, se vislumbra el Cabo de Buena Esperanza, que durante siglo se creyó que era el límite del continente africano, mítico paso para navegantes y piratas, amenaza a la integridad de barcos y navíos. El hecho de haber reconocido al Cabo Agujas como el extremo más meridional de África, no le quita ni un ápice de su encanto a esta punta de tierra que, al igual que Finisterre o el mítico Cabo de Hornos, ha dado mucho que hablar a lo largo de los siglos.

Fuera de la ciudad, hacia las colinas, se extienden las zonas vinícolas de Paarl, Stellenbosch, Franschloek, Klein Karoo, Constantia, Durbanville, Boschendal, con sus respectivas wine routes o carreteras del vino, que atraviesan los viñedos de CabernetSauvingnon, Pinot noir, Riesling y Shiraz.

Fueron los hugonotes quienes introdujeron los viñedos durante el siglo XVII en el continente africano, con la intención de suavizar los gustos más bien zafios de los primeros colonos bóer, toscos campesinos y caravaneros. Fueron ellos quienes hicieron los primeros injertos, quienen convirtieron en campos de cultivo los valles hasta entonces dedicados a pastos, y los que consiguieron doblegar la resistencia de los hotentotes, hasta entonces dueños de la provincia meridional. Todavía hoy, las fincas de las grandes propiedades, las Cape Dutch houses, dominan los verdes valles. Estas casas con los techos de paja y las paredes blancas, en forma de T, representan el acerbo histórico más antiguo de esta joven nación.

(Rutas del Mundo, nº 57, pàgs. 30-37)

Ciudad del Cabo: donde África termina

(Joaquim M. Pujals) Apenas dejamos la gran urbe, vemos bandadas de babuinos que se acicalan en los arcenes de la carretera. Nuestro destino es una playa cercana donde toman el sol cientos de pingüinos, que comparten las aguas con colosales ballenas y tiburones blancos y multitudes de leones marinos. En el otro extremo de la alargada península, antílopes y cebras trotan sobre una vegetación única en el mundo, mientras una familia de avestruces orea sus plumas con la brisa a pocos metros de las rugientes olas del Atántico… Todo ello junto a un área metropolitana de cinco millones de habitantes.

Ninguna gran capital del mundo puede competir con el entorno natural de Ciudad del Cabo. Situada a los pies de la imponente Table Mountain y sus escultóricas estribaciones – Signal Hill, Lion’s Head y Twelve Apostles – y a orillas de una gran bahía enmarcada por fantásticos arenales, la segunda mayor ciudad de Sudáfrica está a un paso del mítico Cabo de Buena Esperanza (del que le viene su nombre), rodeada de costas salvajes, sierras agrestes y valles mediterráneos tapizados de viñedos, y a unas horas de coche de reservas naturales donde se puede contemplar la gran fauna africana.

Por si fuera poco, la ciudad más antigua del país, y la más europea del continente, presume del legado arquitectónico de cuatro siglos de historia terrible pero también ejemplar, mientras en las calles del centro conviven negros xhosas, zulúes o sotos; blancos anglosajones y afrikáners; mestizos, bosquimanos, indios, malayos, chinos… todos los pueblos que integran la que el arzobispo Desmond Tute bautizó como la Nación del Arco Iris.

Una montaña única El icono de la ciudad, la plana Table Mountain, le pone el telón de fondo alzándose bruscamente hasta los 1.080 metros de altura. Se puede llegar a la cima mediante un concurrido teleférico o por uno de los cientos de empinados senderos que arañan las laderas. O, como hacen unos pocos, escalando sus riscos verticales de cientos de millones de años de edad.

Arriba, cuando el tiempo lo permite – el frío, el viento y un espectacular mar de nubes suelen impedirlo – se disfruta de vistas inolvidables sobre la urbe y sus alrededores, de la contemplación de una flora más diversa que la de países enteros y de la compañía de los damanes, que se parecen a las marmotas pero son el pariente vivo más próximo… ¡de los elefantes! Por una de las laderas se extiende el jarín botánico de Kirstenbosch, considerado por muchos el más bello del mundo y declarado Patrimonio de la Humanidad.

Mezcla de estilos A los pies de la montaña bulle el centro – que aquí llaman Distrito Central de Negocios (o CBD a secas) – cuya trama cuadriculada amalgama de manera sorprendente construcciones coloniales con grandes edificios neoclásicos y art-déco, vistosas casas de

madera de una planta e imponentes rascacielos sede de grandes corporaciones multinacionales.

En un extremo del CBD se halla el castillo del Cabo, donde se levantó el primer asentamiento holandés en 1652 – una escala para los barcos que viajaban entre Europa y el Índico – y en el otro, el reconvertido muelle Victoria y Alfred (V&A), que con sus 400 tiendas, medio centenar de bares y restaurantes, un acuario y un auditorio, es el lugar más visitado del país.

Del V&A parten los transbordadores para la isla de Robben – en cuyo siniestro penal pasó NelsonMandela 18 de sus 27 años de reclusión -, así como embarcaciones turísticas de todo tipo y también asequibles vuelos en helicóptero para admirar desde el cielo el grandioso marco de la ciudad.

El otro gran centro de la vida lúdica capense es la Long Street, cuyos bares, restaurantes, teatros y locales con música en vivo son un hervidero desde que anochece. De día ofrece estupendas tiendas de artesanía, como las del laberíntico Pan African Market, donde se encuentran magníficas piezas de todo el continente e incluso remedios de medicina tradicional bosquimana.

Aunque está a unos kilómetros, una buena alternativa nocturna es Observatory, barrio bohemio que durante el apartheid resistió como zona gris (donde se mezclaban los grupos raciales separados por la ley). Tuvo más suerte que el céntrico Distrito 6, junto al castillo, demolido por las autoridades racistas para separar por colores a sus 60.000 habitantes y dejar la zona sólo para blancos. Un nostálgico museo atestigua que un día existió.

Los Company Gardens son un oasis de paz y frescor en pleno corazón de la ciudad. Allí se encuentran el Parlamento sudafricano (el país tiene tres capitales: el gobierno está en Pretoria y el poder judicial, en Bloemfontein) y el curioso Museo de Sudáfrica. Grupos de chavales de los suburbios bailan frenéticas danzas zulúes para sacarle unas monedas a los turistas. Al otro lado de Long St. trepa por Signal Hill el Bo Kaap, el pintoresco barrio musulmán, con sus pequeñas mezquitas y sus casas de colores chillones. Aunque es conocido como barrio malayo, sólo una minoría de sus vecinos tuvo ese origen.

Rincones del centro a no perderse son el mercado de flores de la calle Adderley – donde se pueden comprar ramos de flores inexistentes en cualquier otro lugar del globo –, el de artesanía de la plaza Greenmarket – donde antaño hubo uno de esclavos – o el más popular de la grand Parade – frente al viejo ayuntamiento victoriano, cuyo reloj es gemelo del Big Ben -.

La otra Ciudad del Cabo Junto a esta gran explanada se halla la principal estación de taxis colectivos, utilizada a diario por decenas de miles de residentes en los inmensos suburbios del este de la capital. Como vivo legado del apartheid, la mayoría de la población negra sigue viviendo en los townships, míseros guetos alejados del centro. Son la otra cara de Ciudad del Cabo, que vale la pena descubrir: la dureza del entorno se ve compensada por la cordialidad de los vecinos, que reciben con entusiasmo a los contados visitantes

que se atreven a aproximarse a su cultura, conocer su fantástica música y echar un trago en sus shebeens (tabernas). Y a contribuir con ello a su paupérrima economía.

En el mayor township del Cao, Khayelitsha, existe un centro de información turística a los pies del mirador de Look-Out Hill, un mercado artesano y varios restaurantes y alojamientos. Los fines de semana, en Gugulethu, el Mzoli’s Place es una gran fiesta multicéntrica. La muchedumbre come, bebe y baila en armonía alrededor de los braai (barbacoas), una de las instituciones nacionales sudafricanas.

Sudáfrica es un país extremadamente religioso, y recorrer un domingo por la mañana las incontables iglesias de sus innumerables confesiones cristianas resulta una experiencia inolvidable. Una música desenfrenada emana de los atiborrados templos de los barrios negros, donde los trajeados feligreses cantan y se contonean si parar durante misas que se prolongan largas horas.

Una joya natural El cabo citado en el topónimo de la ciudad fue erróneamente considerado durante centurias como el extremo meridional de África (que está en realidad en el cabo Agulhas, a unos doscientos kilómetros al sureste). Se trata de una de las dos puntas que rematan como una horquilla la península del mismo nombre: cerando la extensa False Bay, el escarpado Cape Point, a cuyo faro lleva un funicular, y más hacia mar abierto, el genuino Cape of Good Hope, llamado de las Tormentas por los portugueses, los primeros que lo superaron por mar en el s. XV. Contemplando el embravecido oleaje que lo azota una tranquila mañana de verano (austral), asusta imaginarlo en plena tempestad.

Un recorrido por la península debe incluir las agradables poblaciones marineras de Fish Hoek y Simon’s Town, la simpática colonia de pingüinos africanos de Boulders – una de las pocas en tierra firme – y el trazado de la Chapman’s Peak Drive entre Nordhoek y Hout Bay, una carretera panorámica cortada a pico sobre los acantilados en la que se suceden 114 curvas. Quienes la superan sin marearse la consideran una de las más espectaculares del orbe.

A diferencia de otros territorios incorporados en tiempos recientes a la vieja cultura del vino, la región del Cabo produce caldos desde el s.XVII, cuando los colonos holandeses y franceses los elaboraban como remedio contra el escorbuto para los barcos que se avituallaban en la ciudad. Hoy, algunos vinos de lazona están considerados entre los mejores del mundo.

La principal área vinícola, a unos sesenta kilómetros al nordeste de la ciudad, se extiendo por el triángulo formado por las localidades de Stellenbosch, Paarl y Franschhoek, donde pueden visitarse decenas de bodegas de estilo colonial en valles de una gran belleza y degustar una gastronomía de alto nivel en sus magníficos restaurantes, posiblemente los más selectos de África.

El Jardín del Edén Pocos litorales del globo pueden compararse con la costa más austral de África, que se extiende entre Ciudad del Cabo y Port Elizabeth. Una parte de la misma es recorrida por la llamada Ruta Jardín, así bautizada por su comparación con el Jardín del Edén que hicieron los primeros colonos holandeses que la pisaron, fanáticos religiosos que sólo leían la Biblia.

A un centenar largo de kilómetros al sureste de Ciudad del Cabo se halla Hermanus, la meca de los amantes de las ballenas. Entre junio y diciembre, decenas de cetáceos acuden a criar a la bahía de Walker y se aproximan tanto a la costa – parece que sienten recíproca curiosidad por nosotros – que pueden ser contempladas mientras se pasea por la orilla. Y si Hermanus es la capital de las ballenas, Gasbaai, en el otro extremo de la bahía, presume de serlo del tiburón blanco. Del puerto parten diariamente embarcaciones en busca del aterrador escualo, que alcanza los 6 metros de longitud y las dos toneladas de peso y vive aquí todo el año, devorando las focas de una isla cercana.

En la bahía de Mossel, al otro lado del cabo Agulhas – el verdadero fin de África, y casi del mundo – se inicia la Ruta Jardín, una sucesión de infinitas playas vírgenes, acantilados, cordilleras de las que descienden ríos caudalosos que forman grandes estuarios, lagos ribereños y densos bosques húmedos en los que habitan los elefantes más meridionales del planeta. El litoral de Wilderness, la laguna de Knysna – que se abre al mar entre los impresionantes farallones llamados The Heads – y las rocosas orillas del Parque Nacional Tsitsikamma son puntos clave del trayecto por estas ribas salvajes del Índico.

Animales garantizados Las reservas privadas – hay un millar de ellas en el país – son la mejor manera de disfrutar de la extraordinaria fauna y flora autóctona, el principal reclamo turístico de Sudáfrica. La estancia en sus confortables alojamientos suele incluir los safaris guiados por sus relativamente pequeñas exatensiones de naturaleza salvaje en las que, a diferencia de los inmensos parques naturales, la contemplación de los animales está prácticamente garantizada.

Mientras la mayoría de los turistas llegan al país en busca de los tópicos big five (los cinco grandes: elefante, rinoceronte, búfalo, león y leopardo), la reserva costera de Grootbos, a dos horas al sur de Ciudad del Cabo, propone conocer a los big five del mar: ballenas, tiburones blancos, delfines, leones marinos y pingüinos, que nadan frente a sus 1.750 hectáreas de paisaje mediterráneo donde viven 745 especies vegetales del fynbos, la vegetación única de esta parte del mundo. El proyecto turístico y de conservación, que ha recibido numerosos galardones, financia varias iniciativas sociales en la zona.

En la costa oriental, en la provincia de KwaZulu-Natal, a unos cien kilómetros de su capital, Durban, la reserva de Karkloof ocupa 3.500 hectáreas de las verdes y húmedas Midlands, en pleno país zulú. De las romas colinas surgen ríos que forman imponentes cascadas. Por este marco vagan rinocerontes, búfalos, jirafas, cebras y antílopes. Al no haber grandes depredadores en la finca, se puede pasear libremente por los alrededores de los alojamientos, a los que se aproximan confiados algunos animales.

Nada de eso es posible en Sabi-Sabi, en la provincia norteña de Mpumalanga, en el área del Gran Kruger, el mayor parque nacional del país, con el que está conectada sin vallado alguno. Por aquí no sólo campan los potencialmente peligrosos big five, sino todos los demás grandes depredadores del África Austral (registra la mayor concentración de leopardos del mundo). Así que uno sólo se puede adentrar en sus 6.000 hectáreas de bosques y sabanas acompañado de rangers armados. Uno de sus cuatro alojamientos de muy distintos estilos, el moderno Earth Lodge, ofrece habitaciones sin protección exterior. Hay que pedir un escolta cada vez que se quiere salir de la estancia, pero a cambio no es descartable ver a una fiera desde la cama.

(Rutas del Mundo, nº 233, pàgs. 56-67)

Cataratas Victoria El río Zambeze es el cuarto río del continente africano, por longitud, y el mayor de los que vierten sus aguas al Océano Índico. Nace al noroeste de Zambia y recorre 3.540 kilómetros hasta su desembocadura, en Mozambique. Discurre por Angola, Namibia, Bostwana, Zambia y Zimbabwe, antes de formar un delta que se encuentra con el mar del Canal de Mozambique. Su curso se ve alterado por varios rápidos y por cinco cataratas, entre las que destacan las que forman uno de los mayores espectáculos naturales del mundo: las Cataratas Victoria. El explorador y misionero escocés David Livingstone fue quien las bautizó con ese nombre, el de su reina. Victoria I, la tatarabuela de Isabel II. El 16 de noviembre de 1855, Livingstone avistó las cataratas. “La mayor maravilla que he visto en África”, escribiría años después. Se cree que Livingstone fue informado de la existencia de las cataratas por nativos kololo.

Los kololo procedían del noreste de Sudáfrica. La expansión de los zulúes les había empujado a emigrar. Viajaron hacia el norte y se establecieron junto al curso del Zambeze. Los kololo llamaban a las cataratas “mosi oa turya”, el humo que truena, una descripción que coincidía bastante con la que aplicaban los antiguos habitantes de la zona. Para los nambia, las cataratas eran “chinotemba”, el lugar que truena. Los zezuru las llamaban “mapopoma”, estruendo, y los ndebele las decían “manza thunqayo, el agua que se eleva como humo. Los tonga creían que allí donde se estrellaban las aguas del río y nacía el arco iris se ocultaba una divinidad. A Livingstone le pareció también que el cielo debía intervenir en tan formidable despliegue de la naturaleza: “Hasta los ángeles en su vuelo deberían detenerse – escribió – para contemplar un espectáculo como éste”.

Las Cataratas Victoria son una de las grandes maravillas naturales del mundo. No son las más altas (el récord lo posee la Cascada del Salto del Ángel, en Venezuela), ni las más anchas (Khone, en Laos), ni las que más volumen de agua vierte por minuto (Iguazú, Brasil), pero forman la mayor cortina de agua en la Tierra. Vierten 550 millones de litros por minuto. Miden 1.708 metros de ancho y alcanzan una altura, en su cascada más elevada, de 103 metros. El salto es abrupto. El río lanza sus aguas al espacio que existe entre la pared por la que actualmente se desborda y la pared que está enfrente, por la que se desbordaba hace millones de años. Desde el aire, en helicóptero, ultraligero o avioneta, se pueden observar las gigantescas paredes de roca, hasta siete, que revelan los sucesivos lugares por los que se ha ido precipitando el río en los últimos 20 millones de años. El encuentro de millones de litros de agua contra la pared vecina genera un formidable

estruendo acompañado de una nube de vapor que se puede ver a 60 kilómetros de distancia. La presencia del arco iris es constante. A veces se forman dos o más arcos iris.

También es posible ver la formación del arco iris de noche, con luna llena. Inolvidable.

El río Zambeze sirve de frontera entre Zambia y Zimbabwe. Para disfrutar de las cataratas en toda su magnitud, hay que verlas desde los dos lados, el de Zambia y el de Zimbabwe.

Hay que cruzar el puente de hierro que Cecil J. Rhodes mandó construir en 1905 para la línea ferroviaria que soñó construir entre Ciudad del Cabo y El Cairo. El puente, que tiene un arco de 152 metros, necesitó 2.000 toneladas de acero. Por el lado de Zimbabwe conduce a una carretera que lleva al cercano pueblo de Victoria Falls y al pequeño parue, vallado, que protege el mirador sobre las cataratas. Desde ambos lados se puede observar la presencia ocasional de elefantes, hipopótamos, jirafas y antílopes, que se asoman al río desde el bosque de ribera que acompaña al Zambeze antes de las cataratas. El bosque forma parte de un Parque Nacional, que en Zambia suma 70 kilómetros cuadrados y en Zimbabwe 550, y que cuenta con presencia de numerosas especies animales – se han censado 1.400 búfalos y 1.300 elefantes -, entre ellas rinocerontes blancos y leopardos.

Abundas las higueras, las acacias, el árbol del mopane, y sobresale el baobab. Una tradición oral de la zona sostiene que quien bebe una infusión de la raíz del baobab será fuerte y vigoroso; si bebe de su semilla, estará protegido contra los cocodrilos.

(Guía Viajar. Sudáfrica, pàgs. 80-82)

Lloc de la imatge: http://www.mundofotos.net/foto/mundo_imag/406068/arco-iris-cataratas-victoria-africa