22 DÍA DE FIESTA / II
EL DÍA, Tenerife, domingo, 12 de mayo de 1985
Luces y sombras de El Hierro
Temporal en la costa Así era Santa Cruz cuando todos se conocían y querían
A
Santa Cruz de ayer y de hoy
La ciudad de gozo tranquilo Esta es la ciudad —buena ciudad— de las antiguas casas terreras, de los viejos patios que, como verdaderos corazones de sol, se abrían a las calles tranquilas que, casi todas» estaban pavimentadas con callaos que guardaban todo el color y hervor de las playas que fueron. Esta es la ciudad en la que, del mundo y hacia el mundo, surgieron veleros —luego vapores— y ahora nos llega con toda la muda voz de su silencio>. de su buen pasado. La imagen que ilustra estas líneas me llegó de un buen amigo de la infancia, de aquella niñez y pequenez que, allá por la calle de la Marina, ante todos ponía la fiesta azul de la mar. Con Ricardo , Suárez hemos vuelto a la multitud infantilmente curiosa —Pepe Mesa, Julián Hernández, Carlos Claveríe, Antonio Briganty, Pascual Alvarado, Antonio Vizcaya, etc.— que, desde la «muralla» que casi ya no es, con el corazón abierto e inquieto iba hacia los vapores y veleros que sangraban de soledad y ausencia. Aquí está la ciudad quieta —la de la paz casera y dormida— que, por entonces, estaba casi adormecida en su cerco de montañas; aquí está la ciudad de corazón abierto e inquieto, ciudad poblada de criaturas llanas y a la buena de Dios, criaturas contentas —amables y cordiales— en el Santa Cruz de Tenerife donde todos se conocían. Ricardo Suárez, amigo de la infancia, nos vuelve con sus recuerdos —todos buenos recuerdos— a la ciudad que era la auténtica fiesta de todos. Con él he vuelto a la multitud infantil que, asombrada y festiva, desde la «muralla» vivía todo aquel entonces pequeño puerto llenó de generosa y noble bondad, puerto de la ciudad en la que todos se querían. La imagen es todo un libro de recuerdos y nostalgias. Y es que bien mantenemos la embriaguez de aquella visión de la ciudad que tenía huertas con
surcos de tierra luciente y, al de que, calmado el tiempo, los fondo, se alzaban —como aho- buenos carpinteros de ribera ra— las torres de las iglesias de las reparasen y dejasen listas la Concepción y San Francisco. para volver a sus habituales Con ellas competían entonces fondeaderos. las cuatro torres metálicas de Esta es la ciudad —buena la radiotelegrafía —que bien se ciudad— que en el corazón de aprecian en la imagen— y la muchos sigue viviendo como en chimenea de la Eléctrica que, a el lago transparente del lago de la vera de la mar, hasta nues- los recuerdos. Esta es la ciudad tros años niños llegó empena- que bien comprendió que ser no chada de humo. es sino querer ser y, con el proCasi en primer término, el longado correr de los años, dejó atrás la etapa de tierra sonora barranco de Almeida y el fuerte —envuelta en sombra y aroma— del mismo nombre, que, siemalcanzar su buen presente pre bien artillado/miraba a la ' ypara mejor futuro. mar alta y libre. Entre el fuerte y el barranco, una vereda subía En la imagen que Ricardo desde la playa al Blanco —nom- Suárez ha rescatado para la bre ya casi olvidado— y a las posteridad, la antigua carretecalles de San Isidro y San Mi- ra de San Andrés y, a otro niguel; esta vereda, o «camino de vel, la calle de la Marina, toda Los Melones», posteriormente «la muralla» que, con los reganó espacio con el vertido de cuerdos de la fiesta de la Cruz, escombros sobre el barranco, ya apenas es en Santa Cruz. vertido que se aprecia en la Con el cuartel de Ingenieros, imagen y, con el paso de los las playas —Los Melones, San años y las décadas, se convirtió Antonio, La Peñita, Ruiz, etc.— en el último tramo de la Ramy r desde luego, el «muellito de bla. la frescura», o «del carbón» si se manchas de laureles El Blanco se denominaba así prefiere; —la cofradía del verdor perenya que, por ser zona de erial en ne— entre la blancura de los el siglo XVIII, se utilizG como edificios nos señalan las plazas blanco para las prácticas de los y jardines que eran y son orguartilleros que guarnecían la ca- llo de la ciudad que nació y crepital tinerfeña. Muchos años ció al filo de la ola, en el color y más tarde, allí se construyeron calor de todo el Atlántico islehornos de cal —uno propiedad ño. de la famina Casanova— que, Así era la ciudad y puerto en posteriormente, dieron paso a las viviendas sencillas que bien que, frente a las gabarras carse aprecian a la derecha de la boneras y los «viveros», se imagen. Este es el tramo de la abrían los varaderos de HamilRambla que, desde casi donde ton y Eider Dempster que, más hoy se encuentra el Hotel Men- tarde, fueron seguidos por los cey, llega a las calles de San de la entonces Junta de Obras Isidro y San Miguel, cerca de del Puerto y Cory Hermanos. «la casa amarilla», una de las Así era la ciudad de los viejos tantas y tantas bien sentadas vapores empenachados, vaposobre décadas, casi siglo, de la res en los que todo era aventubuena historia de Santa Cruz. ra y desventura; eran los tiemFrente al fuerte de Almeida, pos de los barcos de líneas prela fiesta azul de la mar pintada cisas y preciosas —barcos con de barcos, las playas donde, en un sello especialísimo de conslos temporales de sur —eran trucción— llegaban al ritmo años de muelle corto— el viento cansino de sus alternativas y levantaba olas, montañas vivas dando al aire la obra viva de que reventaban contra la costa sus lastradas. y la dejaban sembrada de gaAquí, en este viejo y siempre barras carboneras con los cos- nuevo Santa Cruz de Tenerife, tados desgarrados y a la espera bebían los vapores luz y sol en
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QUEL día amaneció fríof se alzaban súbitamente remolinos de polvo en las calles de tierra y en los caminos de la Villa; ráfagas de viento húmedo azotaban la cara de las gentes que transitaban por ellos; óyense sacudidas de vidrieras y las montañas y laderas del Oeste se cubren de un velo achubascado. Abajo, el Atlántico toma un color verdoso salpicado de blanco; cada vez aparecen olas más grandes y rizadas. Repentinamente, la lluvia comenzó a estrellarse acá contra las fachadas traseras de la población, y acullá contra las azoteas que devuelven el agua recibida a los aljibes patios a través de las pequeñas gárgolas de piedra de aquéllas. —¡Fuerte brisote! —decía la gente con paciencia y sosiego. —Ayer amaneció el día muy escuchón —añadió un hombre, sujetándose el sombrero. El viejo Eladio, sentado en la escalera de piedra que da acce-
sus estampas marineras. Arribaban moliendo espumas y rompiendo mares para, a la sombra de Anaga —y con los toldos dados— iniciar las faenas de carboneo y refresco de la aguada. Luego, tras virar el ancla y ya en franquía, aquellos vapores ponían proa hacia la Punta de Anaga —o hacia el Sur— como símbolos de lejanas singladuras. Y allá iban adornados con el negro penacho de humo, con los palos de mucha guinda y en caída y el llanto rojo de las plantas y portillos chorreando herrumbre sobre la obra muerta que, a partir de 1914, se vistió con el triste sayal gris de la guerra. Era la época de los barcos que andaban a vapor, devorando carbón por sus hornos y devolviendo a las nubes negros y airosos penachos que quedaban tendidos sobre la estela. Era la época de los «mamarias», «verdinos», «paquetes», «franceses blancos», «jananes», «bufandas» —o «muchas plumas», si se prefiere— «competencias», «indios», «colorados» y... ¿para qué seguir? Era cuando el puerto tenía trasiego de viejos carboneros fatigados, estampas de trasatlánticos apresurados que, al aire contraseñas con amplia historia —Trasatlántica Española, Pinillos, Unión-Castle Line, Mala Real, Woermann, Lloyd-Norte Alemán, La Veloce, Trasmediterránea, Navigazione Genérale Italiana, White Star Line, etc.— eran y son todo un buen capítulo de su historia. Ante la imagen de la ciudad que Ricardo Suárez nos hace llegar de la inmensa laguna de los recuerdos, preguntarnos qué se hizo de aquella paz casera y dormida, qué de las arboladuras y la altivez de las chimeneas que eran adorno de los cascos finos y cuchillos. Ahí está la ciudad de gozo tranquilo, la que ha dejado su vida —buena vida— grabada profundamente en nuestros corazones.— Juan A. Padrón Albornoz
so al gallinero, arrebujado en su capa vieja, trataba de sacar un papelillo de cigarros, y ante el brusco cambio del tiempo, apoyóse en su bastón para refugiarse cuanto antes en su casa, así que no se percató de la caída de su petaca, llena de tabaco, al suelo. La vieja Luisa trancó la puerta, casi desvencijada, con una llave herrumbrenta, pero ante la furia del viento, fue paso entre paso, hasta alcanzar la tranca que guardaba en un rincón de la lonja, y tratando de enderezar un poco su cuerpo bastante encorvado, atravesó la tranca tras la puerta, en un exceso de precaución. El temporal continuaba en tierra, y de la mar sólo podía verse parte de su furia, que, no obstante, suponíase estrellándose espumosa y rugiente en peñascos y acantilados que bordean la Isla. •
Flora Lilia Barrera
«LOS CHICHARREROS DE ARUCAS» Y LAS SANJUANERAS 85
UNA INSTITUCIÓN QUE NO FALLA NUNCA, ESTA DE LOS CHICHARREROS DE ARUCAS. A CASI DOS MESES-VISTA Y YA TIENEN SU PROGRAMA PARA FESTEJAR, AQUÍ, EN SU TENERIFE, LA CELEBRACIÓN DEL DÍA DE SAN JUAN BAUTISTA, PATRONO DE SU CIUDAD NATAL, ARUCAS. . ESTE AÑO, EL DÍA CAE UN LUNES, POR LO QUE ELLOS LO TIENEN PROGRAMADO PARA EL SÁBADO SIGUIENTE, DÍA 29, CON UNA CENA-BAILE EN LA SALA TITANIC, MUY CERCA DE LOS RODEOS. LOS INTERESADOS, PONERSE EN CONTACTO CON LOS HERMANOS MARTIN SANTANA, TFNOS. 226266, 215535 y 272724, O CON LUIS AFONSO EN PELUQUERÍA RAMBLA. TFNO. 272020.
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