LA CIUDAD ENTRAÑABLE

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EL DÍA, Tenerife, domingo, 15 de abril de 1984

Temas isleños

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F I R M A S DEL

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De domingo a domingo

Escuela de Práctica Jurídica: ¿abogados locales o regionales?

La ciudad entrañable LLÁ por noviembre de 1948, en el Luciano Manara —un carguero italiano habilitado para el transporte de emigrantes— marchó a Venezuela un amigo de pequenez y niñez, un buen amigo que, en plena juventud, se llevó consigo la ciudad entrañable, los viejos barrios llenos de buena historia, todas las calles llenas de dulce añoranza.

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Han pasado los años y, de Sol, etc.— que iban hacia el annuevo, aquel amigo de la infan- cho sendero del Atlántico. Jucia —Julián Hernández— ha lián Hernández ha encontrado vuelto a Santa Cruz, la ciudad retazos de ellas —allí, repito, en la que, con terribles ausen- quedó preso su corazón de nicias, ha encontrado viejas son- ño— pero ya son calles llenas de risas, todo su corazón de niño. tráfico y tráfago, calles prontas Repito que Julián Hernández a morir, a dejar de ser y pasar se llevó bien hondo en el cora- a la historia —buena historia— zón —en el corazón de su cora- de nuestra vieja, entrañable y zón— la ciudad de un antaño muy querida ciudad. casi reciente y, a su vuelta, en Con nombres de viejos ami~ el alma vive la que es, la que os en tierras venezolanas, Jusiempre añoró desde las tierras an nos trae evocaciones que venezolanas y que, por parado- nos sacan toda la niñez a flor ja, siempre será. de alma. En sus recuerdos, las Hablar con Julián, el buen calles marineras de Santa amigo de siempre, es volver a Cruz, calles con sombra húmela ciudad entrañable, a la ciu- da y entonces palpitantes de dad marinera, con calles con sueños, calles de los hombres esquinas muertas al viento y la de la mar en las que nos parecía estallaba toda la frescura y brisa de toda la mar; a la ciu dad que, con aquellos mirado- salmuera del Atlántico. res que ya no son sobre las'vié- , Desovillando los recuerdos jas casonas, tenían una buena —todos los recuerdos son bueantigüedad portuaria, salada, nos— hemos vuelto a la calle de llena de donaire. la Caleta, aquella empedrada Entonces, en aquellos años con callaos que parecía tenían niños todo era claro y callado y mantenían todo el calor y coen la casi soledad de las viejas lor de la mar. Allí, el centenario y estrechas calles —La Caleta, edificio de la Real Aduana, el

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SÉPTIMO D Í A

desgranado viento del Atlántico, mordiscos de sal y espuma en el recio murallón de la avenida Marítima y, en la plaza de la Iglesia, con lágrimas de campanas sonoras la flecha vegetal de la araucaria que, ya desaparecida, era buena hermana de la que se alzaba en la plaza del Príncipe. Con Julián, muchos somos los que en Santa Cruz hemos vuelto al mundo que de aquí se llevó y, como piadosa reliquia, nos trae para nuestro disfrute. Calles y casas como vestidas de mar, de ola profunda, calles que hoy son un sueño, una evocación; hacia arriba, tierras con surcos lucientes mientras, por la vieja carretera de San Andrés, iban y venían las locomotoras que, empenachas de humo y vapor, colaboraban en la construcción de un sencillo Muelle Sur que, hoy, se ha convertido en todo un complejo portuario que va desde San Andrés a La Hondura. Con Julián hemos vuelto a los tiempos en que todo reía de luz e ilusión. Hoy, como entonces, revive todo el sol nuevo en nuestro viejo y querido Santa Cruz;

Juan A. Padrón Albornoz

redondel de los días

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O es que uno quiera echar leña al fuego del pleito insular, pero es que algunos sirven los temas en bandejas y uno no se puede resistir. El lío —un nuevo lío— acaba de armarse en esa reunión convocada con el más sano propósito, por el señor presidente de la Audiencia Territorial. Allí estaban otros. Estaba los forofos y los neutrales, los bienintencionados y los que iban a lo suyo. Y ocurrió que la Junta organizadora, o como se llame, de la Escuela Regional de Práctica Jurídica quedó en suspenso hasta en tanto se pronuncie sobre la misma la autoridad competente. Los siete que votaron sí comprendieron las razones de don José Augusto de Vera Ruiz, que es titular de la Territorial y un hombre que, en punto a cordialidad,, a sencillez, a amabilidad, a apertura y a exquisito trato con los periodistas, rompe los moldes clásicos de lo que ha venido siendo un juez. Digo de lo que ha venido siendo; no de los que es, porque la figura del juez se ha ido desmitificando. Y abro un paréntesis para decir que ocurría como

con los médicos. Eran un especie de «masonería» de la que no trascendía nada. Además el régimen de Franco, que tanto presionó al poder judicial, cuidaba mucho de la imagen de este poder y nada afloraba a la calle ni, mucho menos, a los medios informativos. Ahora las cosas han cambiado. Hace unos meses, nos enteramos de corrupciones en cierto juzgado de Barcelona y, sin ir más lejos, el jueves último publicaron los periódicos las acusaciones del fiscal contra dos magistrados supuestamente implicados en irregularidades por la puesta en libertad de cierto personaje mafioso. Y es que ha tenido que entrar la democracia y alcanzar mayoría de edad, para darnos cuenta de que los jueces son personas de carne y hueso, sujetos a todas las debilidades de la carne mortal. Casi veintiséis años en esta Casa, con un largo período de régimen autoritarios una tran-

tros, uno en Las Palmas y otro en Tenerife. Más tarde, justo para el martes de la semana que pasó se convocó la reunión de marras. La noche anterior, el presidente del Gobierno autónomo, don Jerónimo Saavedra, descalificaba cualquier intento del Colegio de Abogados de Las Palmas por establecer la tal Escuela regional, por considerar que no era competencia de la Audiencia Territorial sino del Gobierno autónomo y él, personalmente, no concebía un centro de enseñanza de esta clase sin dependencia de la Facultad correspondiente de la Universidad de La Laguna. Estas declaraciones del titular del Ejecutivo canario las publicó toda la Prensa del Archipiélago en la mañana del martes, como prólogo de la reunión de la tarde. Y pasó lo que tenía que pasar. El presidente de la Audiencia Territorial propuso la suspensión de la constitución de la Junta organizadora hasta que la autoridad competente se pronunciara. La autoridad competente, para el señor De Vega, no estaba clara. Sus palabras fueron que existía un conflicto de competencias entre la Administración central y la * „ T nq Votos a favor de


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