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radioaficionado Las interferencias de R.F. (5)
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La rambla que tomó el nombre - allá por 1860- de don Joaquín Ravenet y Morentes, entonces gobernador civil de la provincia y militar de la plaza
Santa Cruz de ayer y de hoy
La rambla de Ravenet E
N la antigua imagen, la ciudad entrañable en la que el aire estaba lleno de sonrisas, la ciudad —nuestra vieja y muy querida ciudad— que tenía música en los laureles de Indias de la Alameda de la Marina y, frente, toda la mar pintada de barcos. Ante la imagen de la ciudad que ya no es —pero que, por paradoja, siempre es y será— sentimos, hondo, el río de los años y una dulzura, también honda, en el corazón. Esta es la ciudad donde el sol doraba las playas de callaos, daba diamantes a las olas y, con la brisa, hacía un canto de oro y risa en las arboladuras de las goletas y balandras fondeadas a la sombra del antiguo castillo de San Pedro y cerca del «muellito de la frescura». Esta es la calle de la Marina que, vista desde la Rambla de Ravenet, cerca tenía rocas limosas, verdes, rezumantes, bajo una brisa de sal y yodo. Más al Sur, el barranco de Santos se hinchaba por la proximidad de la marea que le penetraba duramente. Allí estaba el agua quieta, sosa —agua dulce— visitada por la salina, la musculatura de la amarga que luchaba
hasta en los charcos más pequeños. Esta es la calle que, en Santa Cruz de Tenerife, siempre sintió y vivió la emoción de la brújula y el mapamundi. Las ciudades marineras —como Santa Cruz— no forman parte de los territorios en que están enclavadas; son provincias de esa gran nación que.es la mar, capitales de su inmenso mapa azul. Ahora, como entonces, Santa Cruz de Tenerife está abierta a todas las emociones marineras, a la policromía de todas las banderas que cantan al aire de la mar alta y libre. Sobre los callaos llenos de siglos y de noches, las gaviotas de gritos salvajes, de tristes ojos cargados de los temporales que, en época de muelle corto, sembraban de gabarras carboneras las playas de Santa Cruz. En la imagen, la Rambla de Ravenet —que se prolonga por la calle de la Marina— y, a la derecha, los laureles de Indias que lanzan a la vía su sombra verde. En esta calle de la Marina —donde todos tomamos el sol y olimos la sal— en el aire crecía el silencio de toda la mar, en aquel trozo del Atlánti-
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co que, domesticado, se hizo puerto. Entre el viejo Santa Cruz y el actual, el que bien muestra el documento gráfico —amablemente cedido por don José de Arroyo— es un hito. Esta es la ciudad que, con gracia marinera, vivía frente al océano y tenía calles que venían de todos los mares, de todas las tierras, de todos los idiomas. La calle de la Marina tenía y bien mantenía casas como vestidas de ola profunda, de mar azul. Buscamos dentro del corazón nuestro recuerdo y encontramos la ciudad en que se vivía con lealtad, la de que tenía calles con todo el latido del mundo y los barcos. Hoy, aquella estampa llega a nosotros como una brisa que, humildemente, se deshace contra nuestros ojos y, al alma adormecida en grato olvido, nos vuelve la marea de luz creciente que anega la sombra. En su «El antiguo Santa Cruz», don Francisco Martínez Viera —el que fue buen alcalde de Santa Cruz— escribió que, «ligada con la Alameda de la Marina está la obra realizada en 1860 por el entonces gobernador civil de la provincia y gobernador militar de la plaza, don Joaquín Ravenet y Morentes, que emprendió, con un entusiasmo sin límites, la reforma y el ensanche de aquellos alrededores y que fue como un anticipo de algo definitivo que había de hacerse allí, en el transcurrir de muchos años». Añade el señor Martínez Viera que, «de acuerdo con el Ayuntamiento y con el capitán general don Narciso de Atmeller —aquel del que dijo un periódico santacrucero, al cesar en el mando de la provincia, que «se llevaba con él el corazón de los canarios»— emprendió la urbanización de toda aquella zona, prolongo la plaza de la Constitución qué sólo llegaba hasta la esquina del antiguo Casino, redujo en grandísima proporción el recinto del castillo en beneficio de la calle, que quedaba ancha y hermosa, facilitando el tráfico del puerto». Se niveló y pavimentó todo el tramo de la calle de la Marina desde la Rambla del General Gutiérrez hasta la calle de San Felipe Neri, hoy de Emilio Calzadilla. Se construyeron los muros y verjas de hierro que separaban la nueva calle de la
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parte que quedaba con la antigua rasante, donde desembocaba en la calle del Tigre, y —añade el señor Martínez Viera— «por último plantó numerosos naranjos a ambos lados de la nueva Rambla, que enlazaban con los plátanos del Líbano del Paseo de Daóiz y Velarde —de San Felipe Neri al castillo de San Pedro— para lo que, desde La Orotava, se hizo venir a Santa Cruz al señor Hermán Wildpret, jardinero experto del Jardín Botánico». En agradecimiento a tan plausible labor, a propuesta del concejal don Manuel Casanova, el Ayuntamiento de Santa Cruz acordó —en sesión del 8 de marzo de 1861— dar el nombre de Rambla de Ravenet a la nueva zona que daba vida y color al vestíbulo de la ciudad. En aquella memorable sesión municipal, don Juan García Alvarez —concejal del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife— propuso que la lápida que se colocara con el nombre del general Ravenet fuera de mármol y con letras doradas. Dice don Francisco Martínez Viera en su obra —que bien merece ser reeditada— que «esta lápida queremos recordar que estaba adosada al muro de la Alameda, frente a la calle del Tigre». Entre el viejo Santa Cruz y el actual, la ciudad en que la vida era plácida y, cada cierto tiempo, desaparecía una generación para dormir bajo verdes cipreses. Las casas se llenaban de hijos y nietos que no rompían con los que se habían ido para siempre y, así, tales casas —aquellas de las plazas de la Iglesia y la Constitución, las de las calles del Castillo, la Marina, San Francisco, San José y la Noria— eran la dulce continuidad verdaderamente enternecedora a través del tiempo. Esta es la ciudad —la buena ciudad de Santa Cruz de Tenerife- que iba hacia los surcos y los montes, hacia los amaneceres de siembras y que, muy arriba, tenía las noches de los bosques. Esta es la ciudad que con un aire endurecido de campanas y, muy al fondo, las torres de la Concepción y San Francisco. Ahora, el buen recuerdo para el general que, en carta al Ayuntamiento de Santa Cruz, rogaba se aplazara la colocación de la placa que daba su nombre a la nueva rambla hasta que lo autorizara la Reina Isabel II y, también, a que él cesara en el mando de la provincia, «cuna de uno de sus hijos y a la que le unían tantas y tan estrechas simpatías». Esta es la ciudad que tenía —tiene y tendrá— alegre vivir bajo el galope cálido del sol y el tranquilo y frío de la luna, la que vivía en las calles de la mar, de la brisa, del día envuelto en olas y humo de vapores, remolcadores y locomotoras afanadas.— Juan A. Padrón Albornoz
REO que una vez estudiadas las diferentes causas de producción de radiofrecuencia in~ deseada capaz de producir interferencia, somos capaces de mantener el estado de nuestra estación dentro de la normativa y el nivel de emisiones armónicas a un valor mínimo. Esto lo conseguimos, como hemos visto, poniendo a tierra la totalidad de la estación, instalando filtros de paso bajo en la salida del transmisor, choques de ferrita en la línea de alimentación de red, y asimismo en los extremos del cable coaxial que alimenta a la antena, o bien arrollando éste sobre sí mismo unas cuantas vueltas o alrededor de la torre metálica en caso de utilizarla. En fin, tratando por todos los medios de derivar a tierra cualquier R.F. perjudicial o impedir su paso. Al mismo tiempo, como usuarios de los aparatos interferidos y como personas capacitadas técnicamente para actuar con eficacia, tenemos a nuestro alcance equipos de medida y medios para evitar la in~ terferenca en aquéllos, tales como receptores de televisión, receptores de Fm o equipos estereofónicos, amplificadores de sonido, etc... Filtros de paso alto y choques de ferrita deberán ser utilizados también en este caso. Veamos, finalmente, algunas causas adicionales de interferencia, tal vez menos usuales pero no por ello menos importantes. Una de ellas es la interferencia producida en la línea telefónica. Los micrófonos de carbón de los mismos, así como otros componentes de las líneas, pueden actuar como rectificadores de una señal de R.F. y por consiguiente inyectarla en el resto del circuito. El remedio más eficaz es avisar a la compañía telefónica, la cual efectuará el cambio de los componentes defectuosos o instalará los oportunos filtros que bloqueen la interferencia. Sin embargo, un pequeño condensador de 0,01 microfaradios de capacidad conectado en paralelo a la entrada del micrófono derivará toda señal ajena; si también se conecta otro condensador idéntico a la salida del receptor, el problema se soluciona eficazmente. Las interferencias causadas por las líneas de energía son fáciles de solucionar, aunque algunas veces su localización resulta difícil. Pueden llegar al receptor a través de la línea o por radiación directa, lo cual complica más las cosas a la hora de encontrar la fuente de tales interferencias, pero no en lo que la solución se refiere. Motores eléctricos, calentadores para acuarios, termostatos de mantas eléctricas, chispas o descargas electroestátcas, etc., son causa de dicha interferencia. Han de instalarse filtros de desacoplo y derivar a tierra todo conductor, por medio de condensadores, del que se sospeche sea vía de entrada de la interferencia. Un receptor portátil es también muy eficaz a la hora de localizar la fuente de interferencia, dada la alta direccionalidad de la antena de ferrita con que usualmente vienen equipados. Sin embargo, cuando la interferencia es originada en su fuente por una línea de energía, corresponde a la propia Compañía solucionarla, y no a aficionado. Otra fuente de interferencia por emisión de R.F. es el circuito amortiguador de lámparas utilizado en los hogares para disminuir el brillo de la iluminación en sustitución del habitual interruptor. Este circuito incorpora un diodo del tipo Ser (rectificador controlado de silicio), que es un conmutador unidireccional de alta velocidad;
cuando este rectificador entra en conducción, crea una fuente de onda muy abrupta y rica en frecuencias armónicas, produciendo en los receptores próximos un fuerte zumbido. Hay otros tipos de amortiguadores que incorporan en la misma caja un filtro con el fin de evitar esta radiación perjudicial. Por lo tanto, el único remedio para este tipo de interferencia es el de cambiar la unidad por otra que incorpore dicho filtro. Numerosos fabricantes de receptores de Tv facilitan información y asistencia acerca de la reducción de interferencias. Se debe detallar el problema incluyendo el número de serie de fabricación del receptor, modelo y todas las particularidades tales como canales afectados, tipo de interferencia, etc. Los siguientes fabricantes envían información solicitándola a las siguientes direcciones: — Motorola: Consumer Product División. 9401 W. Grand Ave. Franklin Park, III, 60.313. - Heatfa: Benton Harbor, Michigan 49022. —Olimpic International: 8889 Unión Turnpike, Glendale, N.Y. 12270. -Rea Sales Corp: 600 North Sherman Drive. Indianápolis, Ind. 46201. —Magnavox: (en 7 centros regionales) East Rutheford, N.J. Atlanta, Georgia. Westlake, Ohío. Skokie, III. Dallas, Texas. Torrance, Calif. South San Francisco, Calif, —Tma Gompany (Muntz, Tma, Howard Stereo): 1020 Noel Ave. Wheeling, III. 60090. —Emerson: Emerson Tv Sales Corp, Jersey City, N.J, 07302. -Philco Customer Service: Box: 3635. Philadelphia, Penna. 19125. —Zenith Service Dept: Zenith Sales Co. 5801 West Dickens. Chicago, III. 60.639. —Sylvania Customer Service: 700 Endicott St. Batavia, N.Y. 14.020. -Sears: Dept. 698/731 A. Staff Offices. Sears, Roebuc & Co. 925 So. Homanx Ave. Chicago, III.60607. La Fcc facilita gratuitamente un boletín sobre Rfi. Se puede solicitar a Fielde Engineering Bureau, Federal Communications Comission, Washington, D.C., 20.554. El boletín es el titulado «Audio Devices - Interception of Radio Signáis». Comprende tres unidades completamente detalladas y que, con el auxilio de imágenes descriptivas, permite identificar cualquier fuente de Rfi y proceder por consiguiente a solucionar el problema en la etapa correcta del circucto del receptor. De todas formas, lo prudente es realizar pruebas para determinar el grado y tipo de interferencia, isimismo es recomendable solicitar la colaboración de un radioaficionado ya que una persona de tipo medio no es un observador objetivo en cuestiones de interferencia. La solución de un problema de Rfi depende principalmente de la actitud comprensiva del radioaficionado, el cual debe ganarse la confianza del reclamante....— Luis Rodríguez Bluiett ÍEA-ft-AVTl