PEDER C LARSEN Y LA DANMARK

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La Danmark, entre el correíllo Fuerteventura y el bricbarca Deutschland

E

l de noviembre de 1933, el sol doraba las playas de callaos, daba diamantes a las olas, y con el viento, hacía un canto de oro y risa en la arboladura de la fragata Danmark que, en viaje inaugural -y al mando del capitán Ankerso— blanca de velas abiertas llegaba por vez primera a Santa Cruz de Tenerife. Cantaba el sol, cantaba la mar en las playas santacruceras, cuando, entre los colores de las banderas, la Danmark daba fondo frente a la playa de San Antonio, tras bordear, quedó amarrada a una boya y cerca de donde el bricbarca alemán Deutschland —que al mando del capitán Zatouski había llegado el 24 de octubre procente de Bremen— se preparaba para virar el ancla y hacerse a la vela rumbo a Río de Janeiro. En aquella ocasión, en la Danmark viajaban como cadetes algunos de los que, años más tarde, fueron capitanes o oficiales de ella, hombres todos ellos formados en la escuela dura, pero eficaz, de la navega-

Santa Cruz de ayer y de hoy

Peder C. Larsen y la Danmark ción a vela. Hoy, con la injusta manía de los olvidos, la justa manía de los recuerdos, de las evocaciones fecundadas, de las que vienen envueltas en poesía viva, de las que sacan la niñez a flor de alma. Durante días, la Danmark sesteó a la sombra de Anaga —cordillera seca, tierra estéril, ocre muerto— y puso la alegría de sus velas sobre la mar que llegaba a tocar callaos, arena negra y el.fulgor de la Luna. Al fondo, Santa Cruz de Tenerife, ciudad nacida al calor del Atlántico, al filo de los anchos relámpagos de espuma. Cerca de la blanca fragata danesa —ya la Deutschland largaba todo el trapo e iba rumbo al Sur— el correillo Fuerteventura, de la Compañía Trasmediterránea, vapor que por entonces estaba al mando del capitán Ca~ sanova. Otros barcos en puerto, y

que no recoge la imagen, eran los Elisabethville, La Palma, León y Castillo, Ciudad de Málaga, Orinoco —que venía de La Habana con pasajeros— y Guanche. En los días siguientes, la Danmark —que zarpó el 14— compartió las aguas del puerto de Santa Cruz con buen número de trasatlánticos españoles y extranjeros, entre ellos los nunca olvidados Villa de Madrid, Ciudad de Sevilla, Mamari, Durbam Castle, Brazza, Marquesa, Almeda Star, Foucauld y Napier Star. El día 6, y al mando del capitán Thompsen, otro velero danés, la goleta Monsumen, arribó a Santa Cruz y, desde entonces, otros daneses se ligaron para siempre a la ciudad, a la Isla toda. Han pasado los años —cincuenta años- y la Danmark permanece fiel a su escala tinerfeña, fidelidad que ahora se premia con la Medalla de Plata

de la Ciudad. Y es que Santa Cruz de Tenerife —ciudad que otorgó la misma distinción al Juan Sebastián de Elcano— bien comprende que, nacida al filo de la ola, el mar es el camino sin linderos por el que se llegó, llega y llegará, cuando es y será. En la imagen, nueva y reluciente, la Danmark, el fino velero danés —«nuestro» velero danés— que, una vez más y como el Elcano, traerá ecos de tiempos ya idos para siempre de la mar. Con la fragata danesa vuelven los foques, los velachos, las gavias, las velas de estay, los pericos y sobrepericos, las mesanas, sobremesanas y la cangreja, velas que, todas ellas, nos traen el extenso sabor del universo. Santa Cruz de Tenerife, ciudad siempre agradecida, quiere también honrar, distinguir al que, en opinión de muchísimas personas, es el mejor chicha-

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rrero nacido fuera de Tenerife, Peder C. Larsen. Se es de donde se viene y de donde se nace. También se es —y mucho— de donde se vive, de donde se ha formado un hogar. Peder Larsen es hombre bueno, de corazón derecho, de los que pasan por la vida con la verdad como arma. Hoy, el nombramiento de Hijo Adoptivo a todos nos llena de legítimo orgullo por cuanto en él reconocemos un luchador por la ciudad, un ejemplo del buen y bien hacer por la ciudad, un ejemplo del buen y bien hacer por Santa Cruz; en Larsen todos reconocemos un maestro de dignidad, de realidad, de elevación de espíritu. Hoy, con dolor de corazones rotos, entre la bruma de los olvidos el nombre de Francisco Torres, el buen amigo de los años infantiles y juveniles en el viejo Instituto de la plaza de Ireneo González. De su mano llegué, allá por 1956 —cuando se preparaba la Exposición Náutica Nacional— a la amistad de este chicharrero nacido en Dinamarca que tanto y tan bien trabajó entonces para, antes de la inauguración, salir de viaje y dejar tras sí algo que ha quedado en la buena historia de la ciudad. Ser no es sino querer ser. Peder Larsen ha querido ser santacrucero y, con su buen y sencillo hacer, lo ha logrado plenamente. El fin de la vida de un hombre es hacerse un alma y, en esta ciudad nacida y crecida a orillas del Atlántico, Peder Larsen lo ha logrado. Este santacrucero danés —o danés— santacrucero, si se prefiere— es de los pocos hombres que conservan el alma blanca y fresca de la infancia y la juventud, de los que con pleno optimismo bien comprenden que nunca es demasiado tarde para buscar un mundo más nuevo. Larsen, hombre ligado a Santa Cruz, a su puerto, a la Danmark, también lo está a la vieja y nueva ciudad, a-los rincones del antiguo Santa Cruz que, cercados por el nuevo que crece y crece, se resisten a de-

jar de ser, a morir y a pasar a la historia. Larsen es hombre que bien comprende que todo es claro y callado en la soledad de las pocas, viejas y estrechas calles que nos quedan; como buen santacrucero —como buen chicharrero— bien sabe que todas ellas tienen una antigüedad portuaria, salada, llena de donaire y gracia. Cuando nuestra vida era buena y teníamos todo el sol en nuestros ojos conocimos la Danmark. Luego, tras aquellos atardeceres de lejana infancia, nos llegó la mano amiga y cordial —muy cordial— de este santacrucero de corazón sencillo que nació en Dinamarca, tierra ligada a Tenerife por los caminos anchos de toda la mar. Hoy, cuando tenemos alcanzado el punto donde comienzan las nostalgias, tenemos en el corazón un vago temblor de estrellas y, con un ritmo de tristeza soñadora, nos llega la primera imagen de la Danmark en aguas de Santa Cruz de Tenerife. Ahora, cuando Peder Larsen es un santacrucero -más —un buen chicharrero más— sentimos hondo el río de los años, el buen río de la amistad que nos hermana, el río de una dulzura honda en el corazón. Pasada la cumbre de la vida viene a herirnos la niñez y la juventud. Hoy, ráfagas de niñez y el evocar las blancas velas de la Danmark y, con ellas, un olor a mar desnudo pues, de niños, a su vista tocamos el sol y la sal con toda el alma. A la sombra de los palos de la Danmark aprendimos a quererla; a su sombra fabricamos sueños —y que la llevamos en el corazón de nuestro corazón—y, desde esta ciudad atlántica, pedimos que la quieran, que nunca llegue para ella la muerte triste del desguace, del hierro viejo. Tanto ha vivido la Danmark que, desde Santa Cruz de Tenerife, queremos que viva otro tanto. ¿Y qué puedo decir de Peder Larsen? Aquí nos vivimos, somos y seguimos. Aquí tocamos la mar con toda el alma y aquí, a la sombra de Anaga, para nuestro pueblo —el tuyo y el mío— quiero intactos nuestros corazones, nuestro amor invulnerable.- Juan A. Padrón Albornoz.


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