EL DÍA, Tenerife, domingo, 17 de febrero de 1985
EN PUNTA
Temas isleños
Anecdotario chicharrero
Soledad pura y luz intacta
El bidón
E
N el mirador de Ortuño —en la libertad del aire de las cumbres— todo el silencio del bosque y, a lo lejos, la quietud soleada, o nevada, de Las Cañadas y el Teide. Allí —donde siempre afluye paz de vida— entonan el corazón aquellas vastas soledades mientras, muy al fondo, el Teide se muestra abierto a todos los vientos, a todos los soles y a todas las nieves. El Atlántico, cinta azul de infinito —flor extendida del reposo, que bien dijo Pablo Neruda— muestra, visto desde arriba, la pureza rizada de las olas de frescura; también, desde lo alto, el mundo vertical del bosque de pinos, curvas y tierras coloreadas como tejados bajo el cielo limpio. Arriba, alto, orgulloso —abierto al sol, al viento al sol y a la nieve— está el Teide, el gigante que bien preside el paisaje desnudo y violeta, toda la
amplia región áspera y montañosa. Allí, el volcán de las heridas de la lava y de la nieve y, también, peso de tierra y cielo. Peña a peña, pino a pino y roca a roca, la carretera llega al Teide que tiembla en plena flor de nieve. En los cerros de piedra de Ucanca la soledad es pura, luz intacta, fresca y casi sonora en medio del tiempo que envejece. Allí, altas piedras al aire, de mil manos, edificadas estructuras en las que la lava quiso subir a las nubes desde los abismos, En las faldas del viejo Teide —el gigante de azul loriga que cantó Tomás Morales— la delirante batalla de la lava con la tierra, lava que es, desde hace siglos, duro camino de cuchillos de piedra, lava que en su silencio mucho sabe de noches de terremoto y nieve. En la soledad arenosa de Ucanca —allí, al pie del Guajara— los ramos de frescura de la
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retama sobre la tierra gastada y arrugada. Allí, sombra de mil sombras, nieve de mil nieves y la piedra dura y pura de Boca Tauce. Tierra en abandono seco, piedras antes" quemantes entre dos azules —el del cielo y la mar lejana— con los ríos inmóviles de la lava, arena, piedra pómez, formas de materia pura. Todo el silencio bajo un cielo de violeta casi nazareno, los ojos de nieve del Teide, el desorden huraño de las rocas. Entre los pinos, el aroma sereno de la tierra mojada y, luego, a la derecha el impresionante silencio del Ghinyero, el último volcán que puso eespeso vivir de fiebre en Tenerife. Tras el joven y ya viejo volcán, la paz tranquila del Sur isleño que bien se siente y presiente, ese Sur que tiene la bondad del trigo que duerme en el pan. Abajo, la mar es todo un regalo de color azul —un azul pintado de atuneros de cascos arrufados y valientes— donde faenan los pescadores de la mar profunda. En el Sur que ha recuperado las perdidas claves del idioma del agua, campos en que la semilla y la luz caen temblando al surco vivo, campos que —con hombres de corazón sencillo y derecho— son expertos en dar buenas cosechas. Playas con polvo de sal sobre las rocas y los callaos. Casas y calles como vestidas de mar, de ola profunda o celeste aurora. En toda la zona —Puerto de Santiago, Alcalá, Playa de Sa Juan, Caleta de Adeje, Los Cristianos, Las Galletas, El Médano, Porís de Abona, etc.— despedida de gaviotas por la mar y una marea de luz creciente que anega la sombra. Desde el Teide que tiembla en pura flor de nieve —agua fría y secreta en las galerías— hemos vuelto al viejo Atlántico isleño que cortó como espada la antigua proa • Juan A. Padrón Albornoz
UANDO el reloj de la torre de la iglesia de San Francisco señalaba las siete y media de la mañana de aquel día primaveral del año 1930, el correillo interinsular «Viera y Clavijo» entraba en la dársena santacrucera y enfilaba su proa hacia el lugar que tenía reservado para el atraque en el muelle sur, a escasa distancia de la farola del mar. El poco pasaje que había hecho viaje en esta travesía y lo temprano de la arribada del barco, explican el motivo por el cual no se viera a muchas personas sobre el muelle esperando la llegada de la más conocida nave. Realizadas las operaciones de atraque, los viajeros comenzaron a desembarcar con sus pertenencias y la grúa del pequeño navio empezó a vaciar sus bodegas de la carga que había transportado.
Y dicho y hecho. Nuestro hombre se caló un poco el sombrero, se colocó bien el nudo de la corbata, se escupió una mano, que luego se frotó con la otra; puso el recipiente en posición horizontal y comenzó el rodaje del ruidoso envase metálico sobre el adoquinado muelle hacia la capital. Llegó al fielato y nadie le dijo nada. Pasó ante la Comandancia de Marina y el marino que hacía la guardia lo miró algo extrañado. Siguió hacia la plaza de la Candelaria, pasó por delante del Casino y del Gobierno Civil, fue blanco de los comentarios de las personas que en aquellos momentos se encontraban en las terrazas de «La Peña» y el «Cuatro Naciones» y enfiló la calle del Castillo, mano sobre mano, conduciendo los doscientos litros de líquido que contenía el bidón, ante las miradas atónitas de los transeúntes.
Pero nuestro personaje, como si eso no fuera con él, continuó, lentamente, acarreando el recipiente, seguido de numerosos automóviles que hacían sonar sus bocinas pidiéndole paso. Al llegar a la altura de «Las Tres Muñecas», un guardia municipal lo paró y le dijo: -—Buenos días. Haga el favor de subir ese bidón a la acera. ¿Se puede saber a dónde va con él? —Al médico, que está un poquito má arriba —le contestó nuestro protagonista. —¿Al médico? —preguntó extrañado el guardia, —Sí, al doctor Bañares, Es que la última vez que estuve en su consulta, hace tres meses, me dijo que cuando volviera le trajera los orines para examinarlos y en este bidón se los llevo.
Sentado sobre un bolardo o —¿Doscientos litros de orinoray de hierro del muelle, al nes para hacer un análisis? que estaban amarrados los caRamiro Arnay, desde el inte- —se preguntó, asimismo, el bos de popa del barco, se en- rior de la Droguería Espinosa, guardia, al que le dio un ataque contraba el protagonista de le gritó: le risa | nuestra anécdota: un señor —¡Cristiano, que eso es para que representaba unos sesen- aquí! Diego Samblás ta años de edad, de piernas más bien cortas, complexión física normal, vestido de oscuro, con corbata negra, camisa blanca, que resaltaba su tez morena de hombre que pasaba muchas horas al sol; y cubierta su cabeza con un sombrero también negro. Cuando él vio que la grúa deConvocatoria positaba sobre el muelle el bidón que había entregado al A los Sres. partícipes de esta Comunidad para la Junta General Ordinaria a celebrar el día VEINTIOCHO de febrero contramaestre del correillo en actual a las cuatro de la tarde en primera convocatoria y meel puerto de procedencia y que dia hora después con el número de asistentes que hubiere en era el motivo de su espera, se ios salones del Círculo Mercantil de esta capital, para tratar y acercó ai trabajador que estatomar acuerdos con arreglo al siguiente ba a cargo de la faena y le dijo: —Ese bidón es mío. Aquí tieORDEN DEL DÍA ne el papel que me dieron cuando lo embarqué. 1 °. Presentación de cuentas y su aprobación o reparos. —Bien, ¿y no ha traído nin2°. Elección de Junta Rectora. gún burrito o cargo para llevar3°. Ruegos y manifestaciones. lo? —le preuntó el marino. Santa Cruz de Tenerife, 5 de febrero de 1985. —No. Yo lo llevo rodando. La Junta Rectora
COMUNIDAD LOS ZARZALES, DE ARAFO
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