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BARCELONA: TÍTULO PROVISIONAL UN VIAJE LITERARIO POR LA CIUDAD
ÍNDICE: 06 INTRO 12 TOPOGRAFÍA DEL VICIO Por Andreu Gomila
22 MERCÈ RODOREDA Por Marta Pessarrodona
32 JAUME CABRÉ Por Simona Škrabec
42 GEOGRAFÍA DEL BOOM Por Xavi Ayén
52 MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN Por Carlos Zanón
62 BARCELONA NEGRA
Por Teresa Solana
72 ROBERTO BOLAÑO Por Ignacio Echevarría
82 JUAN MARSÉ Por David Castillo
92 QUIM MONZÓ
Por Julià Guillamon
102 MONTSERRAT ROIG Por Irene Solà
112 MARIA-MERCÈ MARÇAL Por Blanca Llum Vidal
122 2020
Por Marina Espasa
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Barcelona: tĂtulo provisional
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Un viaje literario por la ciudad
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INTRO
na ciudad es un organismo vivo, inestable, que va cambiando con el paso de los años, que se modifica en contacto con el observador. Y la Barcelona de la Xava, la de Colometa, la de Java, la de Sigismond, la de Carvalho, la de Natàlia, la del Watusi, la de Amargós y la de Clara es una ciudad que lleva el mismo nombre, pero al mismo tiempo es diferente cada vez. De acuerdo, aparecen las mismas calles, hay bares y restaurantes coincidentes, aquel mercado, aquella avenida, ese barrio. A veces, se habla de ella sin nombrarla. Otras, es un estado de ánimo, el espejo que refleja el espíritu de un tiempo. Por eso nos ha sido imposible ponerle título a Barcelona, porque en ella viven golfos, nobles, déspotas, gente bonita, peatones, gente contenta y personas tristes, ricos y pobres. Porque ha sido Rosa de Fuego y la ciudad del vicio, una oportunidad perdida y un gran éxito. Lo ha sido todo y no es nada. Pertenece a cada lector de una manera o de otra, así como la han vivido sus escritores, los que estuvieron y los que están. Con este libro proponemos al lector un viaje por la ciudad contemporánea a través de algunos de sus autores más emblemáticos, desde Juli Vallmitjana hasta Maria Guasch. Un viaje incompleto (esto no es una enciclopedia) que recoge como los escritores han retratado la ciudad en los últimos cien años. Un viaje inacabado porque en toda elección hay carencias que derivan de los gustos de los antólogos. Para nosotros, que queremos ser breves, antienciclopédicos, hay ocho autores que han definido como es la ciudad que vivimos ahora, durante el primer cuarto del siglo XXI, desde que Barcelona se pone en el mapa de la literatura moderna a principios del siglo XX. Son ocho autores que han vivido aquí y que son, en cierto modo, iconos, polos de atracción y de influencia: Mercè Rodoreda, Quim Monzó, Jaume Cabré, Juan Marsé, Roberto Bolaño, Montserrat Roig, Maria-Mercè Marçal y Manuel
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Vázquez Montalbán. Pero, por supuesto, hay muchos otros. Y también hay fenómenos literarios que han sucedido por nuestras calles mientras nosotros íbamos al trabajo, a la escuela, jugábamos con los niños en el parque o tomábamos birras en una terraza. Por este motivo, en este libro hay cuatro textos que se refieren, que hablan de la ciudad del vicio, de la Barcelona del boom latinoamericano, de la novela negra y de los autores jóvenes (de los nacidos en la década de los 60 del siglo XX en adelante). Y por ahí circulan muchos más escritores: Jean Genet, Manuel de Pedrolo, Blai Bonet, Gabriel García Márquez, Joan Sales, José Donoso, Javier Calvo, Maria Antònia Oliver, Kiko Amat, Mercè Ibarz, Cristina Morales, Josep Maria de Sagarra, Francisco Casavella, Mario Vargas Llosa, Francisco González Ledesma, Mathias Énard, Andreu Martín... Y aún así seguro que nos quedamos cortos. Este libro, además, pretende despertar el fetichismo de los lectores, que puedan arrodillarse en la esquina que compartieron García Márquez y Vargas Llosa en Sarrià, que babeen en el restaurante de Mandiargues y Vázquez Montalbán en el Raval, que se paseen por Penitents recitando la divisa de la poeta que allí murió, que atraviesen la Ronda del Guinardó pensando en un vía crucis, que pongan flores en la estatua de la calle de Balmes que está muy cerca de donde la gran narradora de la ciudad vino al mundo y, años más tarde, exilio de por medio, volvió a Barcelona. Muchos de los artículos de este volumen están escritos con conocimiento de causa, sobre el terreno. Con esto queremos decir que hay mucha pasión de por medio. Algunos de sus autores podrían haber sido un capítulo aparte, protagonistas en lugar de glosadores. Todos saben de qué hablan, sobre todo cuando hablan desde una ciudad que han sufrido y de la que han disfrutado, en carne propia y a través de los libros que han leído y los autores que han conocido, hasta el punto de trabar amistad con ellos. Durante muchos años se habló de la gran novela de Barcelona. Había una inquietud terrible porque decían que no existía, que no estaba, que no se había escrito. Sergi Pàmies llegó a hacer broma con un libro que
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INTRO
se titulaba, precisamente, La gran novel·la de Barcelona, que, para más inri, ¡era de cuentos! Sucede que quizás aquella obra magna que nos tenía que trastornar a todos ya se había escrito o quizás no se escribirá nunca, porque, a nuestro entender, la idea canónica, totémica, de una novela que lo explique todo es imposible. Porque depende de la época, del lector, del momento histórico. Y Barcelona, por suerte, dispone de muchos libros que la narran. ¿Y si es un poema como La cremallera? ¿O un ensayo como Ciudad princesa? ¿O se encuentra en el centenar de cuentos de Quim Monzó? ¿O entre Aloma y Teresa de Rodoreda? Es cierto que no tenemos una novela decimonónica que nos retrate como los londinenses, los moscovitas o los parisinos, pero sería absurdo pensar que Dickens, Dostoyevski y Stendhal congelaron sus ciudades en todas las páginas que les dedicaron. Sus obras son importantes gracias a ellos, no tanto por las ciudades por donde hicieron pasear a sus personajes. O quizás nos equivocamos y ellos serían incógnitos si hubieran hablado de Sheffield, Samara o Le Havre. No lo sabremos nunca. Lo que sí podemos saber es cómo ha cambiado la nuestra en el último siglo gracias a los ojos que la han reseguido para luego escribirla. Y por eso tiene este libro en las manos, porque quiere descubrirlo y empezar un viaje que le hará vibrar. ¡Agárrense fuerte!
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Raval, Barceloneta...
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TopografĂa del vicio
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Un siglo en el Distrito V: de Juli Vallmitjana a Mathias Énard Por Andreu Gomila 13
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or mucho que Antoine Roquentin, el protagonista de La nausée sartriana, añore poder ir cien veces arriba y abajo de la Rambla, que Jamal, al final de Something to Tell You, de Hanif Kureishi, afirme que quiere llevar a Rafi y su mujer a visitar los museos de Barcelona, que Bill, personaje del What I Loved de Siri Hustvedt, haya ido a la capital catalana a dar clases de arte, la literatura francesa y la anglosajona se han dedicado a mirar otras cosas menos bonitas de la ciudad cuando se han zambullido en ella. El típico personaje barcelonés para un escritor francés no es un señor de Sarrià ni una chica de Gràcia. No. Acaso un ratero de la calle del Migdia y una prostituta de la calle de Robador, habitantes del Distrito V, el Barrio Chino o el ahora conocido como Raval. Son los bajos fondos de Barcelona, de calles que huelen mal, charcos en el suelo, mujeres que fuman en los portales, hombres sin rostro en las esquinas, travestis escondidos en sótanos, habitaciones insalubres de sábanas salpicadas. Una topografía del vicio que, aunque parezca mentira, colocó Barcelona entre las grandes ciudades literarias de Europa. En 1911, Gabriel Alomar, en L’Esquella de la Torratxa, decía que, al reconocerse en los bajos fondos, Barcelona «comença a ésser metròpoli». Y en 1913: «Barcelona en els seus barris baixos, és singular i personalíssima. Hi ha un no sé què de sinistrament masculí en la foscor dels carrers, en el buit dels portals, en els estols de les placetes. [...] Aquí, el lladre, és un lladre trist, i el mató és un tètric, i la bordellera, sota el gros número de la porta, és un exemplar escapat de vitrina patològica». Parece que Alomar esté haciendo el retrato del ladrón de Jean Genet, aquel hombre de veinte años que, a principios de la década de 1930, pasó por Barcelona para empalmar con el crimen, entre la desaparecida calle del Migdia (engullida por la avenida de las Drassanes durante la década de 1950) y la calle del Carme. Ve un barrio que huele a «aceite, orina y mierda».
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VICIO
En el Journal du voleur, la ciudad es un estado de ánimo, apestada como su espíritu. Durante un tiempo, su protagonista trabaja en La Criolla, el famoso cabaret del número 10 de la calle del Cid, vía que ahora no tiene nada que ver con lo que era entonces. Allí se travestía y el patrón le exigía que se vistiera como «demoiselle». En la Rambla, se encuentra dos famosas mariquitas de la época, una de las cuales exhibe un mono encima del hombro. Una de los dos se llama Pedro, pálido y magro. Jean le arrea un puñetazo y las pestañas postizas se le quedan pegadas en la mano. Todo el personal que circula por la novela más célebre de Genet parece salido de la cosmología del primer gran autor que se adentró en el Chino, Juli Vallmitjana. Veinte años antes que el francés, este platero de Barcelona, construyó un relato sombrío y desesperado sobre el Raval. Por La xava circulan los mismos personajes que en Journal du voleur, pero con más crudeza, aún más sórdidos. La protagonista es una chica que no ha salido ni saldrá nunca del barrio, que como mucho irá hasta el mercado de Santa Caterina a vender ajos, empotrada entre la calle del Migdia y la del Cid. Roseta, la Xava, se resistirá a hacerse prostituta, pero acabará sucumbiendo. Si Genet nos habla de las timbas clandestinas del Paral·lel y de los cabarets, Vallmitjana se mete dentro de cada casa, baja a los sótanos convertidos en salas de baile y describe la algazara que provoca la venida de un barco de guerra inglés, rebosante de marineros hambrientos de sexo. Pero también sale del barrio al ritmo de los ladrones que huyen, a menudo hacia las cuevas del Morrot, debajo de Montjuïc, donde se esconden los fugitivos, como la Gravada, la malograda madre de la Xava. Cuando Josep Maria de Sagarra se acerca al Distrito V ya no lo hace desde dentro, sino desde fuera. Los personajes de Vida privada, escrita el mismo año que Genet pasó por Barcelona (1932), también bajan a La Criolla, pero en coche, debidamente estacionado frente al lujoso y concurrido Lyon d’Or de la parte baja de la Rambla. «Les dames anaven un si és esverades, trepitjant escombraries i líquids infectes, però plenes d’interès i de la il·lusió de veure qui sap què. Les cantonades i els carrerons que contemplaven, perdent-se dintre una vaguetat de tinta, més que excitants arterioles amb temperatura viciosa, feien l’efecte d’una gran pobresa, d’una gran brutícia, d’una desolació
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“Ma rue était l’une des pires du quartier, une des plus pittoresques si l’on veut, elle répondait au nom fleuri de carrer Robadors, rue des Voleurs, le casse-tête de la mairie du district – rue des putains, des drogués, des ivrognes, des paumés en tout genre qui passaient leurs journées dans cette citadelle étroite sentant l’urine, la bière rance, le tagine et les samoussas” Mathias Énard, Rue des Voleurs
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VICIO
resignada i humil». Rafaela, Teodora, Isabel, Hortensia, Bobby, el Conde de Sallés, Pep y Emili recorren el Arc del Teatre hasta la calle del Cid, pasando por Peracamps, y Sagarra describe un paisaje humano apocalíptico, de «mujeres de sala de disección» y «pederastas con los labios pintados», en medio de gente de condición humilde, marineros y mecánicos. Cuando entran en La Criolla, dice Sagarra, las damas quedan decepcionadas: «Els havien explicat coses massa truculentes i només veien una mena de cafè popular que tenia pretensions de dancing». Cuando salen, entran en el prostíbulo de La Sevillana, en el número 13 del Arc del Teatre, para ver los «cuadros», donde mujeres y hombres representaban, desnudos, escenas eróticas fijas. Hastiados, se van al Villa Rosa, en la misma calle, una bodega flamenca muy en boga en aquel tiempo, hoy en día convertida en un club nocturno, el Moog, para adictos a la electrónica selecta y a bailar hasta que sale el sol. Los amigos se van a casa antes de las cinco de la madrugada. En aquella hora, en el Grill Room de la calle de Escudellers, Frederic de Lloberola se seca la sangre de un tajo en la cabeza delante de su amante Rosa Trénor. Ha habido trifulca. Treinta años más tarde, Sigismond se instala en un hotel de la misma calle, el Tibidabo, para pasar un fin de semana largo. Ha atravesado Francia en coche para ejecutar en Barcelona unos negocios que no llevará a cabo, desconcertado y hipnotizado por el espectáculo del Barrio Chino. André Pieyre de Mandiargues ganó el premio Goncourt de 1967 gracias a La Marge. A Sigismond no le costará demasiado cruzar la Rambla, admirar el Panam’s, el vaivén de gente, pero indefectiblemente tomará la calle del Arc del Teatre. Gira por Lancaster y coge Conde del Asalto (ahora Nou de la Rambla), que conecta la Rambla con el Paral·lel. Camina un poco y tres hombres lo quieren hacer entrar en un portal. Los rehúye y tumba hacia la calle de Sant Ramon, más colmada de gente que las anteriores, donde queda fascinado ante las tiendas de gomas. Duda si entrar en el bar Ramona, pero no lo hace. Sigue hacia el cruce con Marquès de Barberà y continúa adelante, hasta el Marsella, vuelve hacia Sant Pau y a la altura de Robador se detiene. Las prostitutas lo llaman o se ríen. Entra en el bar Lola, el bar Triana, el bar Trébol. No quiere nada y una mujer le llama «marica». En el bar Luz decide dejar atrás Robador y adentrarse en Sant Rafael, donde se sorprende que haya un restaurante como Casa
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Leopoldo, en medio de putas y pinchos de todo tipo, donde cenará otro día. Entonces coge Sant Jeroni (engullida posteriormente por la Rambla del Raval), donde una niña salta a la comba. Vuelve a Sant Pau y se va por Sant Oleguer. Allí se para delante del bar Los Cuernos. Entra y toma un vaso que le cuesta siete pesetas. Otra vez en la calle, decide cruzar el umbral de otro local, el Pigalle, en el cruce de Marquès de Barberà y Sant Oleguer. Se acerca a una mujer e intercambian sonrisas. Ella le dice «fucky, fucky». Se llama Juanita y quiere doscientas pesetas por irse con él. Obnubilado, dejan el bar para dirigirse al número 20 de la calle de Sant Ramon, hacia una casa «sórdida» donde se alquilan habitaciones por horas. Hasta tres veces visitará Sigismond aquel edificio con Juanita durante su estancia en Barcelona, una ciudad «qui paraît s’être modelée sur le décor incertain de ses anciens rêves et qui est encore à l’image d’un prodigieux agrandissement de la figure de son père». Cruells, al regresar del campo de concentración para entrar en el seminario, una de las primeras cosas que hace es buscar a la viuda del doctor Gallifa en el Arc del Teatre. No la encuentra. Y en una noche desesperada, se va a los barrios bajos con el deseo de «caer en un abismo sin fin». Ve lo mismo que De Mandiargues: «Jo observava per primera vegada a la vida aquelles anades i vingudes cauteloses d’homes madurs i fins vells, tot això d’una tristesa que feia plorar, la vergonya d’aquells homes i el desvergonyiment d’aquelles dones». En una esquina, se fija en una mujer de ropa delgada y estropeada que se le pega al cuerpo, que «semblava a moments una d’aquelles escultures de fusta que en altre temps es veien a la proa de les fragates». Con ella perderá la virginidad y vivirá dos semanas, durante las cuales mantendrá la vida loca de ella y su macarra, un hombre corpulento, moreno, que ya pasaba de los cuarenta. Es El vent de la nit, de Joan Sales. Marc Esquert, como Sigismond, hace vida alrededor de Escudellers y la plaza del Teatre, entre el Cosmos y el New York. Viene de la Bonanova, donde vive en una residencia de estudiantes. Es de Calella de Palafrugell y sale del Míster Evasió de Blai Bonet. Coge un taxi y le manda que tire abajo. «Ay, Señor, Señor. A la Rambla, tan jovencito», le dice el taxista. En la barra del New York, un profesor de latín bebe coñac tras coñac mientras conversa con Rossita, una chica con flequillo y ojos claros que, en lugar de fucky, fucky, le insinúa si quiere ir «a
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la cuna, rey». Se emborracha y le estafan. Marc toma el relevo y cae enamorado. Más tarde, la encuentra en las «playas del Xinu», es decir, en la Barceloneta y en Sant Sebastià donde «els xicots que no són del barri hi van per veure dones del Panam’s, del Tabú, del Cosmos: hi prenen el sol i una remullada, elles amb elles, o amb el macarra de tanda». Para Francisco Casavella, en cambio, la Barceloneta es sinónimo de trifulca épica entre bandas rivales, el Lío Grande, de donde el Watusi sale indemne y convertido en un héroe al que hay que localizar, un 15 de agosto de 1971, El día del Watusi. Mientras lo buscan, Fernando Atienza y Pepito el Yeyé pasan por el Boston’s, vacío. El Watusi debería estar allí. Pepito pregunta y Fernando espera con una puta joven, Samantha, que se apiada de él, de la herida que lleva en la cara. Le dice que suba a su habitación para curarle. Se sienta en su cama y tiene una erección. Ella, por supuesto, se da cuenta y le guiña el ojo. Él le confiesa que no tiene dinero, pero la chica le dice que lo hace a cambio de un colgante de indio que lleva en el cuello. Lakhdar, al llegar al Raval, no puede ser ni un turista, ni un ciudadano de la ilustre Francia, ni un señor de la calle Mandri, sino un joven criado en Tánger que apuesta por Barcelona persiguiendo un sueño y un amor, Judit, una catalana a la que conoció en Marruecos. Se instala al principio de la calle de Robador, en un edificio casi en ruinas, donde, de noche, no es raro toparse con una rata negra que lame una jeringa abandonada. Comparte piso con un chico de Túnez, Mounir, que vive de robar a los turistas, una bendición divina. «Toute le monde les dépouille. Ils payent leurs bières huit euros sur les Ramblas. Je ne vois pas pas pourquoi leur prendre un appareil photo, un porte-monnaie ou un sac serait forcément plus mal», dice Mounir, personaje vallmitjaniano un siglo después de La xava. Ladrones y rameras, pinchos y madames. Después de todo un siglo XX de infausta gloria y decenas de operaciones urbanísticas, de limpieza, de evaporación de calles que contenían mil historias, llega Mathias Énard y su Rue des voleurs, pleno siglo XXI, para recordarnos que los bajos fondos de Barcelona todavía existen. Ya no hay marineros que persiguen chicas, sino turistas de culo blanco que embisten prostitutas negras en un portal. Así fue. Así es.
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Moog Lo que hoy es uno de los templos de la electrónica de Barcelona, propiedad del grupo Mas i Mas, fue en tiempos de Vida privada una taberna flamenca muy de moda. No en vano, la sala de arriba del Moog se llama Villa Rosa, en homenaje. Josep Maria de Sagarra hace que sus personajes entre en ella cuando bajan de la ciudad alta a la baja. Si hoy se adentraran en el Moog, quién sabe lo que pensarían. Arc del Teatre, 3 (Raval). M: Drassanes.
Casa Leopoldo Abierto en 1929, cuando el Raval era el Distrito V, es uno de los restaurantes más literarios de la ciudad, enclavado en una calle que las ha visto de todos los colores. Lo puso en marcha el abuelo de Rosa Gil, que lo capitaneó hasta 2015, cuando lo traspasó a Romain Fornell y Quim Manresa. De Manuel Vázquez Montalbán a André Pieyre de Mandiargues, todos han alabado su cocina. Sant Rafael, 24 (Raval). M: Liceu.
Calle d’en Robador Por esta calle ha pasado todo el mundo, todos los que se han adentrado en la parte oscura del Raval. Pero sólo solo un de ellos ha vivido en ella, elevándola, aún más, a mito contemporáneo: Lakhdar de la Rue des voleurs de Mathias Énard. Es una calle que tiene mucha vida, de día y de noche, además de disponer de uno de los mejores bares del barrio, el 23 Robadors, un cuchitril como Dios manda.