Antifémina

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ma aurèlia capmany colita



ma aurèlia capmany colita


A la memoria de mi querida y añorada Maria Aurèlia, madre de la idea y autora del texto. Nunca mis fotos estuvieron tan bien acompañadas. Para Francesc Polop, amigo y compañero, que rescató la «Antifémina» del baúl de los trabajos olvidados. La restauró, la vistió, la lavó, la peinó, la defendió y nos la devolvió brillante como una moneda de plata. Gracias y gracias. Colita Barcelona, septiembre de 2021


Historia de un libro interrumpido En 1976 dos amigas, reconocidas y respetadas profesionales, activistas culturales, feministas de pro y de facto, empoderadas antes de que existiera el término, deciden hacer un libro que hable de la mujer, de sus realidades, sus destinos, sus deseos, sus frustraciones, de todo aquello que consideran que se debe hablar, denunciar, exponer y reivindicar… ¡vasto programa! Maria Aurèlia Capmany y Colita se confabularán, la primera escribiendo y la segunda sumergiéndose en su archivo fotográfico, para dar forma a un libro que, sin saberlo, tenía los días contados: Antifémina. A partir de una idea de Capmany, sobre la mesa de escritorio del estudio de Colita, inician un trabajo realizado de manera compulsiva: recortando y pegando textos, componiendo imágenes extraídas del archivo iniciado en 1962, tirando copias de fotos realizadas en viajes, situaciones vividas, trabajos anteriores y, cuando es necesario, saliendo a la calle para fotografiar y así completar capítulos como «Descuartizar un cuerpo». El libro se publica en 1977 por Editora Nacional, que en aquel momento dirigía un buen amigo de Maria Aurèlia, un rara avis fuera de la línea franquista y conservadora seguida hasta el momento. La edición no es pequeña: tres mil ejemplares. El tiraje no es precisamente fantástico. Sus fotos empastadas y oscuras no obstante se adscriben a la línea de los libros de fotografía de los años setenta que el paso del tiempo ha convertido en clásicos. Con el libro ya en la calle y transcurridos unos meses, el director de Editora Nacional deja de serlo. Su sustituto, vieja escuela, al percatarse de la naturaleza del libro, decide retirarlo del mercado. Antifémina desaparece. Aquí acaba la historia de este libro interrumpido. No se supo nada más de él, aunque los pocos ejemplares que sobrevivieron circulan hasta hoy como cotizados objetos de culto para coleccionistas.

Tras dos años de restauración, desde Archivo Colita Fotografía y de la mano del Ayuntamiento de Barcelona —que ha querido recuperar con este libro la obra de dos autoras barcelonesas ilustres— y la editorial Terranova, lo sacamos del olvido, del cuarto oscuro al que se le confinó, para devolverle su lugar cuarenta y tres años después y traerlo a estos tiempos en que su contenido sigue candente y ocupa un lugar primordial en nuestra vida, en la vida de las mujeres. Aprovechando las mejoras técnicas actuales, queríamos devolver a sus imágenes la nitidez y los detalles perdidos en su tiraje original, recuperando su fuerza y estilo. En un trabajo largo y laborioso, casi detectivesco, hemos podido localizar la inmensa mayoría de los negativos originales. El inestimable y certero ojo de Colita, además de ayudarnos a sustituir algunos perdidos, muy pocos, nos ha permitido cambiar un par de fotografías que nunca le gustaron. La redacción de Capmany se reproduce de modo exacto, alterando únicamente la caja de texto para facilitar su lectura. El formato y la paginación son del todo fieles al original: textos e imágenes continúan su diálogo como en la primera versión. A petición de Colita, hemos creado un espacio nuevo para el inicio de los capítulos, que anteriormente se sucedían de forma ininterrumpida e imperceptible de inicio a fin. En cuanto a la cubierta, la hemos respetado en su totalidad, recuperando la gráfica y colores originales, esta vez sin sobrecubierta. La excepcional calidad de la impresión, a cargo de Brizzolis, hace el resto. En definitiva, nuestro objetivo ha sido únicamente rescatar Antifémina del olvido, devolverlo a la calle, dejar que reemprenda su camino, que llegue nuevamente a las manos del público, a las nuevas generaciones, a las librerías, a las bibliotecas… retomando el curso natural de un libro excepcional que nunca debió ser interrumpido. Francesc Polop y Luis Cerveró Editores


Prólogo La presente reedición de Antifémina, publicado originalmente por Editorial Nacional en 1977, permite recuperar un apasionante retrato del universo de las mujeres de aquella década. Testimonio visual y textual, la conjunción de la mirada profundamente humanista de Colita y de las reflexivas palabras de Capmany nos brinda un patrimonio notable de memoria histórica de la sociedad que emerge de la larga dictadura franquista. Guardiana de la memoria visual y pionera del fotoperiodismo, las imágenes de Colita revelan la gran relevancia y la polifacética riqueza de la vida de las mujeres, una historia oculta e invisibilizada hasta entonces. En su búsqueda de una respuesta a la pregunta esencial del libro — ¿qué significa ser mujer? — la fotógrafa nos cautiva al adentrarnos en los ojos y la experiencia femenina, captando los paisajes de su existencia. De manera paralela, los textos de Capmany plantean una respuesta a partir del debate crítico sobre la feminidad convencional de mujer sumisa, perfecta casada, pasiva, sacrificada, desposeída de libertad y de un proyecto de vida propia. Las expresivas fotografías despliegan una corporalidad femenina en toda su riqueza de formas, estéticas, edades, belleza y fealdad. Cuerpos empoderados, sólidos, macizos, desnudos, anoréxicos, cosificados, eróticos, de-

corativos, marcados por la juventud o erosionados por la vejez y el trabajo, desfilan en un repertorio inolvidable. El conjunto aporta una incitadora representación de un imaginario y unas prácticas colectivas propias de la diferencia cultural de género y de sus implicaciones. Antifémina se publicó un año antes de la Constitución de 1978 y concurre con este período de acelerada transformación social y política de desmantelamiento del régimen franquista y de desarrollo de una nueva democracia. Coincide, además, con el despertar feminista que surgió como movimiento social contra la privación de derechos y la discriminación misógina franquista. Capmany había jugado un papel decisivo en la organización del encuentro fundacional del feminismo catalán, las Jornadas Catalanas de la Mujer, celebradas en Barcelona en mayo de 1976 cuando unas cuatro mil mujeres reclamaron libertad e igualdad de derechos y definieron una agenda feminista contra la discriminación sexista. En este contexto, la desposesión cultural, social y económica definía la vida de la mayoría de las mujeres, a las que se les negaba su individualidad y la capacidad como sujetos de pleno derecho. Antifémina confronta este


imaginario colectivo patriarcal con discursos textuales y visuales rompedores que subvierten el canon que había proyectado lo masculino como norma universal excluyendo a las mujeres de las grandes narrativas. Antifémina plasma de manera inclusiva el reconocimiento de las mujeres como sujetos activos y su centralidad a pesar de su aparente posición subalterna. Su prisma transgresor desafía el modelo de feminidad establecida y, en su lugar, reclama el pleno reconocimiento de todas las mujeres como sujetos históricos, asentando su subjetividad como persona y desde la plenitud de sus derechos. El libro les convierte en el epicentro de la narrativa, exponiendo las otras realidades más allá del ideal femenino doméstico de seducción y de sumisión. La doble mirada del libro converge a través de la cámara con la diversidad de vidas femeninas y, de manera paralela, las palabras revelan las convenciones culturales de género, aún impactadas por el cerrado conservadurismo, el oscurantismo franquista y la desigualdad. La visualización de las «otras» mujeres largamente silenciadas, —las trabajadoras del campo, las obreras, las prostitutas o las mujeres de edad avanzada— evidencia su confrontación diaria de supervivencia, resistencia y trabajo. Las dos autoras de Antifémina construyen un discurso visual y textual intergeneracional desde complicidades compartidas. En el momento de preparar el libro, Capmany, de 58 años, ya es una figura intelectual y literaria consagrada en Cataluña. Y Colita, de 36 años, destaca como pionera en reportajes de militancia antifranquista, tanto los de las realidades de personas anónimas como los del mundo del inconformismo cultural y de resistencia frívola de la gauche divine. A pesar de la diferencia de edad, hay una gran complicidad entre ambas autoras, que tienen en común una vida nada convencional, opuesta al arquetipo franquista de mujer sumisa. Figuras empoderadas, rebeldes, transgresoras e inconformistas, compartían su desafío a las creencias políticas del régimen franquista, y su universo patriarcal y represivo. Su común compromiso feminista de izquierdas fue el baluarte para consensuar en equipo el libro. De este modo, a través del hilo de la imagen en continua conversación con la palabra, tejen un conjunto de elementos discursivos, creando mediante la generación conjunta de palabra e imagen toda una serie de secuencias armónicas que nos emocionan, provocan e interpelan. Siguiendo los consejos de Brecht y Aristóteles, la intención de las autoras es acercarnos a las diversas expe-

riencias de las mujeres desde el asombro como forma de conocimiento. Nos asombran con su capacidad corrosiva, mordaz y transgresora. A diferencia del feminismo de aquel momento —que optaba por una denuncia manifiesta del sistema patriarcal—, la visión de Colita y Capmany no transmite representaciones directas de protesta feminista. Más sutil, su repertorio nos lleva más allá de la clara discriminación para poner en evidencia el control patriarcal oculto, con sus prácticas sexistas apenas identificadas y reconocidas en la sociedad. El reto feminista de Antifémina no se define en términos de abierta confrontación, ya que el libro despliega los intersticios culturales y sociales que desvelan el imaginario colectivo sexista de recato o destape, de doble moral sexual junto a los mecanismos culturales velados de opresión femenina. En este sentido, tal como muestra la secuencia de acorralamiento por el piropo, la tensión generada entre la imagen y la reflexión crítica abre otro modo de interrogar los comportamientos aceptados en la cultura patriarcal. La coacción social reforzaba entonces el matrimonio como única opción factible para las mujeres. Sin embargo, la óptica disidente y lúcida de Antifémina desmantela este mito de domesticidad obligada al aclarar que ni siquiera aquellas que emprendan la carrera femenina de boda y matrimonio cumplen con sus expectativas de seguro de vida y de vejez. Los retratos de novias anticipan que el espectáculo de los recién casados encubre el ritual de una falsedad inherente. En este cruce entre lo visual y lo textual, la narrativa irónica y provocadora desmonta la fantasía del matrimonio como destino inevitable que recompensa a las mujeres. Capmany y Colita consideran que la marginalidad es lo que caracteriza a la mujer, desde la monja a la prostituta, la mujer vieja o la que lucha para conservar la juventud. Las desoladoras fotografías de las mujeres de edad avanzada inciden en esta idea al transmitir una historia de soledad y carencia de la familia como espacio de apoyo de la vejez. Queda clara la advertencia de que una vez cumplida la etapa de maternidad y cuidado de la familia, ellas quedan solas en la marginalidad. Terminada la juventud, con un cuerpo que ya no constituye un objeto de deseo, la aterradora conclusión es la soledad, la tristeza y la oscuridad. La vejez aísla y ellas quedan con el desasosiego de un solitario islote. No hay lugar ni comunidad de pertenencia para las mujeres viejas, toda una reflexión para el mundo de hoy. En todo caso Antifémina abre una pequeña brecha hacia la posibilidad de


que aquellas señoras mayores «indignas» que abren los ojos pueden llegar a ejercer la facultad de la vejez en un mundo hostilmente juvenil. Del mismo modo, la marginación está presente en las imágenes sobre la comunidad gitana, colectivo que suscitó una dedicación pionera por parte de Colita. Sus retratos nos adentran en el quehacer cotidiano de las gitanas de los setenta. A pesar del paso de los años, las fotografías siguen siendo un documento excepcional. Sin embargo, los textos contienen cierta lógica discursiva paternalista que difícilmente Capmany hubiera empleado en la actualidad. Entre los temas desplegados en el libro, se encuentran importantes debates feministas de la época. Una de las grandes aportaciones del feminismo de la transición fue atribuir, por primera vez, la categoría de trabajo a las tareas de cuidado de la infancia y de la familia, definido entonces en términos franquistas como «sus labores» y considerado como servicio inherente a la naturaleza femenina. Esta redefinición del trabajo doméstico fue paralela al reconocimiento de la discriminación salarial en el mercado laboral. Antifémina visibiliza la compleja realidad laboral de las mujeres. Las imágenes del libro son un valioso fresco de la diversidad de su trabajo en las fábricas, el campo, el mar o la ciudad. Frente al mito del monopolio masculino del trabajo, el libro pone en valor la invisibilización de las trabajadoras y su centralidad como sujetos activos de la economía. En los años setenta las reflexiones sobre la política sexual del cuerpo se convirtieron también en una cuestión feminista. Las feministas rebatieron las convenciones patriarcales del control masculino al reclamar el derecho de las mujeres sobre su propio cuerpo. Hay que recordar que en 1976 los anticonceptivos y la circulación de información sobre su uso estaban prohibidos por las leyes franquistas. Y hasta marzo de 1978 no se derogaron las leyes que establecían el adulterio como delito grave. Las feministas otorgaron la categoría de político a lo personal y encuadraron la sexualidad, la maternidad, los derechos reproductivos y el control de su propio cuerpo como componentes básicos de la nueva cultura política democrática. Es en este contexto de carga normativa y legislativa donde hay que situar la respuesta de Antifémina a los patrones tradicionales del franquismo respecto a la moral sexual permisiva para los hombres y estigmati-

zada para las mujeres. Cabe recordar que después de cuarenta años de represión, censura y puritanismo, el destape acompañó también los cambios políticos, sociales y culturales de la apertura democrática. La pretensión de Colita y Capmany de socavar la moral sexual y las normativas discriminatorias franquistas las llevó a abarcar temas tabúes como la fotografía erótica, la prostitución o la pornografía, puestos en entredicho entre algunos sectores del feminismo. El abordaje de estos temas se realiza desde la aproximación a la calle. No se camufla ni se filtra ni se justifica la inclusión de estas imágenes que, evidentemente, no son censuradas. Hace tiempo Colita contó que las representaciones desnudas, desveladas o eróticas del cuerpo de las mujeres pretendían provocar a la sociedad. Mostrar la cosificación del cuerpo femenino de prostitutas y modelos era un recurso para provocar las creencias patriarcales, su doble moral sexual y la identificación de determinadas mujeres como meros objetos de deseo sexual. La narrativa visual y textual destaca la performatividad de la corporalidad erótica o seductora de cuerpos en venta que incitan al consumo de mercancías o al acto sexual, pero su expresión emplaza a una reflexión crítica que reta el código sexual y el uso del cuerpo cosificado de las mujeres como reducto de publicidad y consumo. El libro no transmite un mensaje directo de disidencia, pero los retratos y los textos se relacionan con la resignificación de los sistemas de creencias sexistas sobre la moral y los límites que implican su apertura. Si bien las imágenes muestran el cuerpo femenino como objeto de consumo sexual y capitalista, se advierte del peligro de una libertad sexual de exigencia machista. Por otro lado, humanizan la profesión arriesgada de la prostitución como medio de vida de algunas mujeres y advierten del peligro real de la calle. En todo caso, como especifica el texto de Capmany, tanto si se trata de una modelo como de una prostituta, la deseada por el hombre se convierte en objeto sexual, deshumanizada y cosificada, transformada en mercancía y, en consecuencia, deja de existir como persona. Por último, la tradición y la modernidad se combinan en esta narrativa de manera dramática y emotiva. Sin embargo, el futurístico apartado «Descuartizar un cuerpo» se ubica más allá, en el provocador terreno de lo postmoderno. Este giro vanguardista enlaza con el Body Art y las performances sobre el cuerpo como las de Marina Abramović. Según Capmany y Colita, ya que la mujer entera es todavía una persona y, por tanto, podría resistirse a un trato vejatorio, descuarti-


zarla, aunque solo fuera en imagen, es el recurso para demostrar que únicamente es una persona en apariencia. Antifémina retrata el cuerpo femenino seccionado en trozos: labios carnosos, pechos agrandados, muslos, nalgas, y pantorrillas esparcidas sobre paredes y faroles anuncian su venta en detalle. Esta provocadora aproximación revela de nuevo el grado de deshumanización y cosificación del cuerpo femenino, anticipando al mismo tiempo problemas de salud como la anorexia en los frágiles cuerpos de delgadez extrema de las modelos. La lucidez argumental conduce a la conclusión de que este proceso puede incluso culminar en la negación total del cuerpo femenino, ilustrándolo con la muñeca hinchable como el ejemplo de la mujer perfecta, sumisa y sin voz, siempre a disposición de los deseos masculinos. En efecto, la corporalidad femenina, omnipresente en Antifémina, supone la consiguiente exclusión de la mente femenina. El recorrido de este excepcional libro nos sigue asombrando, tal como pretendían sus autoras en 1977, y aporta un decisivo conocimiento histórico del universo femenino. Las tinieblas, la oscuridad y la deshumanización van de la mano de la dignidad y la ratificación del valor de las mujeres anónimas que pueblan sus páginas. Los debates que suscita conectan en gran medida con aspectos de nuestra realidad actual. Y su narrativa visual, de extraordinaria belleza, nos interpela con una llamada humanista a la dignidad humana y su reconocimiento en las mujeres.

Mary Nash

Catedrática Emérita, Universidad de Barcelona. Doctora Honoris Causa, Universidad de Granada. Doctora Honoris Causa, Universidad Rovira i Virgili. Caldes de Malavella, julio de 2021


Maria Aurèlia Capmany Barcelona, 1978 © Archivo Colita Fotografía


Maria Aurèlia Capmany Maria Aurèlia Capmany i Farnés nace en Barcelona en 1918, hija del editor y folclorista Aureli Capmany y nieta por parte materna del abogado e intelectual Sebastià Farnés. Tras sus estudios universitarios de Filosofía y Letras, participa en actividades culturales clandestinas. Muy pronto arranca una doble trayectoria profesional como docente y escritora. En 1951, con tan solo treinta y tres años, es nombrada directora del Institut Albéniz de Badalona. Pero su irrupción como escritora es todavía más precoz, pues fue finalista en 1947 del premio Joanot Martorell con su primera novela, Necessitem morir. Y lo ganó finalmente dos años más tarde con El cel no és transparent. A partir de entonces, seguirá publicando con regularidad otras novelas como L’altra ciutat (1955), Betúlia (1956), y El gust de la pols (1962). En 1968 obtiene el premio Sant Jordi con Un lloc entre els morts, obra que más tarde será llevada al teatro. En su trayectoria es muy importante su estrecha relación con el mundo del teatro. Junto a Ricard Salvat impulsa la fundación de la Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual, quien le pide que se encargue de los cursos de literatura dramática. Se adentra también en el teatro de cabaret con intención crítica, con una serie de piezas escritas en colaboración con Jaume Vidal Alcover. Como actriz, participa en diversas obras de teatro como L’Auca del senyor Esteve o Primera història d’Esther, y en el cine, en El vicari d’Olot de Ventura Pons.

Además de su intensa actividad como escritora, Maria Aurèlia Capmany colabora habitualmente en la prensa diaria. El feminismo es evidente desde muy pronto en su actitud pública, en sus opiniones y declaraciones. Y aparece claramente en muchos de sus textos publicados en los albores del franquismo, como la novela Feliçment jo sóc una dona (1969) o los ensayos La dona a Catalunya: consciència i situació (1966), El feminismo ibérico (1970), De profesión mujer (1971) o Carta Abierta al Macho Ibérico (1973), todos ellos claros antecedentes de Antifémina. Capmany fue siempre políticamente activa, ya en una fecha temprana, 1976, participó tanto en el Míting de la Llibertat como en el proceso constituyente del Partit Socialista de Catalunya. Con la llegada de la democracia, Maria Aurèlia pasa a jugar un papel activo en la política local. Es nombrada regidora de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona durante la primera legislatura del PSC. Y a partir de 1987 asume la regiduría de Edicions i Publicacions del Ayuntamiento. En paralelo a su actividad municipal, fue miembro de la Diputación de Barcelona desde 1983 hasta su muerte. Maria Aurèlia Capmany muere en Barcelona el 2 de Octubre de 1991, pocos meses después del fallecimiento de su compañero sentimental, Jaume Vidal Alcover.


Colita en La Pedrera Barcelona, 1978 © Archivo Colita Fotografía


Colita Isabel Steva Hernández nace en Barcelona en 1940. Más conocida como Colita, debe este sobrenombre a su padre, quien le contó que había nacido debajo de una col. En su trayectoria fotográfica siguió los pasos y consejos de maestros como Oriol Maspons, Xavier Miserachs, Francesc Català Roca y Leopoldo Pomés, quienes además de compañeros de profesión, acaban siendo grandes amigos. Con ellos recorrió Barcelona, sus calles y sus gentes, acercándose al mundo gitano del Somorrostro, al Flamenco, al Barrio Chino, a Las Ramblas, a la vida de su ciudad y de quienes la querían explicar: Ana María y Terenci Moix, Alexandre Cirici, Josep María Carandell, Jaime Gil de Biedma y Juan Marsé. Fotógrafa incansable, durante más de cuarenta años ha seguido de cerca los sucesos de su época documentándolos con afán periodístico y curiosidad personal, colaborando con publicaciones como Interviú, Fotogramas, Cuadernos para el diálogo o Telexprés, entre muchas otras. En paralelo a su trabajo en la calle, Colita va generando con el tiempo una galería de retratos inmensa y, en muchos casos, desconocida, habiendo fotografiado a personajes que van de Ocaña a Miró, de Mompou a García Márquez, de la Bella Dorita a Carmen Amaya o de Salvador Dalí a Orson Welles. Su cercanía y compromiso personal ha hecho que Colita haya sido adscrita a movimientos culturales como la gauche divine, la Escuela de Barcelona o la Nova Cançó.

Al comprender que la transición democrática era un momento irrepetible del que había que dejar documento gráfico, se lanzó a la calle con sus cámaras a cuestas para dejar constancia del momento histórico, fotografiando el encierro de Montserrat, la reacción a la muerte de Franco y las manifestaciones políticas posteriores. En paralelo a su compromiso social y periodístico, Colita siempre formó parte de la lucha por las libertades y derechos democráticos, y de manera si cabe más activa en su filiación con los incipientes movimientos feministas, especialmente vehiculados a través de la publicación Vindicación Feminista, de la que fue editora gráfica, y a cuyas páginas contribuyó con innumerables fotografías. En sus cinco décadas de profesión, Colita ha realizado más de cuarenta exposiciones y publicado más de treinta libros de fotografía. Su obra forma parte de colecciones tan importantes como la del Museo Nacional de Arte de Cataluña o el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Le han sido concedidos, entre otros reconocimientos, la Medalla al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Barcelona, el doctorado honoris causa por la Universidad Autónoma de Barcelona, el Premio Bartolomé Ros a la trayectoria profesional, la Creu de Sant Jordi y el Premio Nacional de Fotografía de 2014.


21 / Unas cuantas palabras, unas cuantas imágenes 35 / Historia de una soledad 67 / Carrera femenina con seguro de vejez 89 / Trabajo o faena 107 / La religión como refugio 127 / Una profesión arriesgada 147 / Descuartizar un cuerpo 167 / La mujer marginada en la sociedad 195 / El arte de llegar a ser cosa 223 / El disfraz 235 / El piropo 243 / A modo de epílogo


Unas cuantas palabras, unas cuantas imágenes Las imágenes que vamos a ofrecer son, ni más ni menos, que el reflejo en el ojo de la cámara, de lo que está ahí. El reflejo en el ojo de la cámara he dicho, y pongo el acento en este hecho concreto, porque no se trata de una realidad previamente ordenada, pero tampoco de lo que suelen ver los ojos distraídos del viandante. Los ojos de la cámara existen en función de los ojos del fotógrafo, qué duda cabe, pero yo me atrevería a decir que el fotógrafo adivina y la cámara desvela. La realidad está ahí, con pocas modificaciones. ¿Qué es pues lo que el fotógrafo, ese ser poderoso, cargado de maletas, se lleva a la calle? Pues precisamente esto que se halla en el sustrato de la realidad, lo que la hace posible como la realidad, lo que se nos ofrece para que veamos y no vemos, porque estamos distraídos con el movimiento, el nuestro y el de las cosas, con las urgencias, con la decisión de ver lo que no está ahí y hemos decidido que estuviera. Las imágenes hablan por sí mismas. Y el eslogan del tiempo nos explica que una imagen vale por mil palabras. Pero eso es verdad solo en la medida en que la imagen es generadora de palabras. La misma imagen ante un buey o un loro no existe ni siquiera como imagen. De ahí que las imágenes, que ofrece el objetivo, hacen estallar miles de palabras. Y estas son algunas de aquellas palabras. Hemos hecho una elección de imágenes, de una parte de estas imágenes, precisamente de aquellas que nos aportan el conocimiento de la mujer, que jamás nos es revelado en la tópica imaginería femenil.

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Y hemos pensado que valía la pena pensar en el reverso de la imagen de la Fémina al uso. Lo más opuesto de la muchacha-bonita-de-un-metro-sesenta-y-cinco-que-nosadora, como diría el varón semiculto. Las mujeres que se mueven, gesticulan, viven a través de estas imágenes «tan veraces como la vida misma» son mujeres, pero no son en absoluto femeninas. ¿Es que la mujer para ser mujer no 24


tiene que ser femenina? ¿O es que la mujer femenina es una de tantas clases de mujeres? Las mujeres que circulan por las páginas de nuestro libro son biológica y culturalmente mujeres. ¿En dónde las dejó pues la histora de la feminidad? Cuando se acuñó este específico concepto de Feminidad, ¿alguien se acordó de ellas? 25


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Y no vamos a barajar conceptos abstractos de belleza y de bondad, estos conceptos depasan el hecho concreto del personaje que se queda parado ante el ojo de la cámara. Desfilan mujeres bellas y mujeres feas, pero eso no importa ni poco ni mucho, porque lo que sitúa a la mujer, a la mayoría de las mujeres al margen del concepto de feminidad no es el canon de belleza, ni la problemática de la fealdad, es la inadecuación entre la realidad y los esquemas de la sociedad contemporánea. No se trata tampoco de bondad y maldad en la medida que nos ha aleccionado la sociedad represiva. Podemos decir tranquilamente que ni siquiera se trata de eso, porque la mujer es un ser marginado tanto si se hace monja como si se hace prostituta, tanto si envejece como si lucha denodadamente para conservar la juventud.

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Tanto la mujer que desnuda su cuerpo bello y frágil, porque la visión paulatina de su cuerpo tiene un precio, como la mujer que siguió viviendo olvidada de su cuerpo, como la vieja que perdió definitivamente las carnes y se viste severamente de negro son mujeres. Pero no son femeninas.

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Y nos preguntamos, si femenino es un concepto tan a menudo utilizado en sentido peyorativo, ¿no será porque femenino es una condición asexuada que tanto puede aplicarse al hombre como a la mujer y en ningún caso como auténtico elogio?

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Pero el hombre, en su acepción de macho, tiene una entidad definida, aunque sea tal entidad solo una aproximación al ser humano. La mujer en cambio sigue esperando la evidencia de su propia realidad.

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