Diario del marionetista Pepe Otal

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La [biblioteca secreta] rescata originals i reconstrueix moments culturals en la Barcelona dels anys setanta i començament dels vuitanta oblidats o marginats. Una aproximació als anys de més canvis de la segona meitat del segle xx.

Yo Otal Yo Otal

Títols de la col·lecció:

Yo Otal

| Diario del marionetista Pepe Otal, de Pep Gómez Pròxims títols: | Hem d’anar a l’Índia, de Joan Vinuesa Baliu | Xavi Cot & Cuc Sonat, de Xavi Cot

– Con tanta gente como pasa por el taller tienes tema parar una novela. – ¡Y de las gordas! – ¿Por qué no la escribes? – Ya lo he pensado, pero cuando me pongo delante del papel en blanco no me sale nada. – ¿Me das permiso para que escriba lo que me cuentes? – Claro, hombre, eso no se pregunta.

Un par de días y unas cuantas cervezas después de esta conversación, le muestro a Pepe la primera entrega, la que trata de su famoso viaje a Lisboa. Lee el texto con mucha atención y exclama, muy sorprendido: –¡Esto lo he dicho yo! –Es verdad. Me diste permiso para contarlo. Pepe Otal vuelve a concentrarse en el texto, toma un bolígrafo, añade un par de detalles, me pasa los papeles. –¡Ja, ja, ja! ¡Ahora está mucho mejor! Así fui redactando el Diario del marionetista Pepe Otal, día a día, en el taller, en los bares, durante largos viajes en furgoneta por carreteras secundarias, en su casa de Albacete.

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Pep Gómez | Diario del marionetista Pepe Otal

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Pep Gómez y Pepe Otal durante la representación de La Divina Comedia. Fotografia de Jesús Atienza.

| Diario del marionetista Pepe Otal

Pep Gómez

Pep Gómez nació en el bar La Pilarica, en el Barrio Chino de Barcelona, el 15 de marzo de 1946. Ha estudiado en el Colegio Hispano-Americano, la Escuela Industrial, el Instituto del Teatro, el Estudi General Lul·lià y encuadernación en la Escola d’Arts i Oficis. Entre 1964 y 1969 trabajó, como técnico, en la Fábrica de Gas de la Barceloneta. En la década de los setenta vivió en Mallorca, donde se estrenó como titiritero y cocotólogo, y conoció a su compañera Louise Littenberg. Regresó a Barcelona el año 1980. Desde entonces se dedica a sus tonterías. Con Pepe Otal ha montado El pirata Barbanegra (1994) y La Divina Comedia (2005).

Es solo una parte de su vida, lo que él me contó y yo he sido capaz de transcribir. Si quieres más información, habla con sus novias.

Dibujo de Anna McNeil


Pep Gรณmez

DIARIO DEL MARIONETISTA PEPE OTAL


OTA L P O R OTA L

Me llamo José Antonio Otal Montesinos, más conocido por Pepe Otal. Nací en Albacete, el 8 de agosto de 1946, y me he despedido del mundo de los vivos en la isla de Cerdeña, el 25 de julio de 2007. Con lo que he vivido y la gente que he conocido, tengo tema para una novela, ¡y de las gordas! Pero nunca la he po­ dido escribir, porque delante de un folio me quedo en blanco. Ahora es demasiado tarde para escribirla personalmente, pero con lo que le he contado a un amigo y lo que él, con mi con­ sentimiento, ha tenido la paciencia de recopilar, puedes ha­ certe una idea de lo que ha sido una parte de mi vida. La vida, unas cuantas anécdotas a las que casi nadie presta atención y que pronto se olvidan. Lo que más me ha gustado en la vida han sido las mujeres, hacer lo que me diese la gana y estar tranquilo en el taller. Mi última novia ha sido María, una chica gordita de Bar­ celona que tiene un piso en la rambla del Raval y trabaja en las Piscinas Picornell. María, veinticinco años y ya tiene celulitis. ¡Hay que ver lo mal que se alimentan los jóvenes hoy en día! Mi última navegación, una corta travesía de Palma de Mallorca a Barcelona. Toda la noche charlando en cubierta, porque ya no se puede fumar en el interior de los barcos españoles. Mi 7


última compra: un cuchillo sardo de artesanía y una pipa fenicia encontrada en el fondo del mar por un submarinista. La pipa es muy mala, ya tengo unas cuantas de esas; que, por cierto, cuando la compré me dije: seguro que nunca fumaré en ella. El cuchillo es para Lucas, que me dio el dinero para que se lo comprase: no está mal, el cuchillo y la pipa por treinta euros. ¡Y encima el ven­ dedor me regaló una flauta! Mi última cerveza la he tomado en el intermedio de La Divina Comedia, cuando Dante, con tanto milagro, espectros quejumbrosos y personajes estrafalarios, ya no sabe ni dónde está ni lo que le está sucediendo, y entonces Vir­ gilio, que soy yo, le dice: «Pues no te preocupes, que ahora mis­ mo te lo explico mientras nos tomamos una cerveza.» Mi última conversación la he mantenido con el matasanos sardo que me ha atendido. Le he visto venir hacia mí con su caja de herramientas, me ha tomado la presión y debe haber encontrado algo anormal, pues ha llamado a alguien por teléfono móvil, creo que a unos jóvenes del Servicio de Ayuda al Turista. Después me ha hecho tragar cuatro o cinco aspirinas y me ha preguntado, en italiano, si fumo, y le he dicho que solo en pipa y que no me trago el humo, pero él ha afirmado que eso también es fumar. Me ha pregun­tado, por último, si bebo, y le he dicho que solo cerveza; el tipo ha asegurado que la cerveza también es alcohol. Debe tener razón, que por algo es médico. Mi último recuerdo es el de un maes­ tro que tuve en la escuela primaria, en Albacete. Solía contarnos la historia de un soldado que, tras ser herido mortalmente en una batalla, exclamó: «¡Madre mía!» Mi última frase, sin embargo, ha sido más personal. Creo que ha sido: «¡Cómo me tengo que ver!» Eso es todo lo que puedo recordar, aunque por poco tiempo. Resumiendo: he fallecido en la Casa Baronale de Teulada, un pueblecito costero situado al sudoeste de Cerdeña, a prime­ ras horas de la madrugada del 25 de julio del año 2007. Una 8


muerte teatral, casi como la de Charles Chaplin en Candilejas. De todas formas hubiese preferido seguir viviendo un poco más. Me han metido en un ataúd, vestido con la túnica blanca de Virgilio que yo mismo fabriqué el año pasado. Quiero su­ poner que, desde que murió Virgilio, no habían vuelto a ente­ rrar a nadie vestido de Virgilio. A las ocho de la mañana me han llevado al cementerio local, un sitio tranquilo que no os reco­ miendo. Me han tenido expuesto en una habitación encalada —el depósito de cadáveres— y la gente, ancianas sardas ves­ tidas de negro y colegas de la farándula, han pasado a ver mi cuerpo yacente, serio pero relajado, con el rostro descolorido propio de un muerto, con las manos una encima de la otra re­ posando sobre la barriga. Un detalle que no me ha gustado es que me han metido en el féretro con mis zapatos de cuero de color marrón y los calcetines de color blanco, un anacronismo con respecto a la túnica. Hubiese quedado mejor con sanda­ lias o descalzo. Tampoco me ha parecido apropiada la cuerda negra con que me han atado los tobillos para impedir que me abriese de piernas. ¿Tenía que ser negra? Me han tenido unos cuantos días en el cementerio de Teu-­­ lada y, tras una serie de trámites que a nadie interesan y tras empaquetarme en el recipiente adecuado, me han llevado en ambulancia al aeropuerto de Cagliari, en un avión a Madrid, y en un furgón al cementerio de Albacete: estos han sido mis últimos viajes. Después me han incinerado, y mis cenizas han caído sobre otras cenizas desconocidas en un columbario co­ mún con el simpático nombre: «Jardín del Eterno Reposo.» Pero basta de muertes. Quizás deba contarte, como introduc­ ción y por una razón de método, algo sobre mi familia. Un tío paterno que era muy facha participó en la Olimpia­ da de Berlín como lanzador de jabalina; era un tipo atlético, 9


falangista y bocazas. Su hermano, en cambio, era el sensible de la familia. Tocaba el violín, ese que tengo. No se metía con na­ die. En la puerta de casa lo mataron los rojos. Vinieron dando voces a buscar a mi tío el deportista: «¡A ver! ¿Dónde está el facha ese?, que le vamos a dar un paseo.» Mi tío, el músico, les plantó cara y les dijo que a donde llevasen a su hermano allí iba él. Así es que se los cargaron a los dos. Es que en Albacete había uno de las Brigadas Internacio­ nales que era tan bruto y que le llamaban El Carnicero de Al­ bacete. Tenía un llavero donde iba ensartando las orejas de la gente que mataba. Cada mañana, antes de desayunar, ya había eliminado a unos cuantos. Por eso a mi madre, cuando oye ha­ blar de los rojos, se le ponen los pelos de punta. Sin embargo, a mi abuelo materno, que era una persona muy conocida, era el propietario de El Periódico de Albacete, y que en casa tenía cria­ dos y todo eso. Pues a él no le pasó nada. Dicen que era muy buena persona y fueron los mismos empleados del periódico quienes no dejaron pasar a los milicianos. El hermano del periodista era un místico. Se pasaba la vida leyendo la Biblia y visitando monasterios por toda Europa. Cuando murió, entre las páginas de una de sus Biblias encon­ traron la factura de un hotel de Montecarlo y recibos de un ca­ sino. Era uno de esos casos tan típicos de doble personalidad. Dicen que su ludopatía fue una de las causas de la quiebra del periódico y de la decadencia familiar. A mi madre, alguna ilustración debió quedarle de lo del pe­ riódico, pues, dentro del conservadurismo general, siempre fue mucho más avanzada que su marido. Es que mi padre, que era comisario de policía, nunca destacó como progresista. Tuvie­ ron una hija y un hijo, es decir, mi hermana y yo. Mi hermana Rosa se fue a trabajar a Holanda, se casó con un holandés y allí 10


se quedó, en un pueblo tan aburrido que lo único notable que ha sucedido en toda su historia es que está cerca de Róterdam. Mi cuñado, el holandés, era un gran aficionado al jazz. Tenía una colección de discos impresionante y un equipo de sonido más impresionante todavía, pero nunca podía poner el volumen demasiado alto porque los vecinos se quejaban. No sé de qué le serviría tanto equipo. Murió de un infarto antes de cumplir los cuarenta. A lo mejor por la tensión de no poder escuchar los discos con tranquilidad. Estudié el bachillerato en Albacete, en el año 64 inicié In­ geniería Industrial en Zaragoza y me preparé para el ingreso en Bellas Artes, pero en el 66 me alisté de voluntario en la Ma­ rina. Quería navegar, ver mundo, estar lejos de casa y, sobre todo, tener libertad. Cuando me licencié, al quitarme el gorro de marinero, descubrí que me había quedado calvo. Me trasladé a Tenerife para cursar estudios de náutica. Embarqué como oficial de la Marina Mercante por varios países del mundo. En 1973 ingresé en el Instituto del Teatro de Barcelona en la especialidad de dirección escénica, después entré en el taller de marionetas de H. V. Tozer, formando parte de su compañía hasta el año 1977, en que fundé mi propio grupo, con el nom­ bre Grupo-Taller de Marionetas. He realizado, entre otros, los siguientes montajes: El circo loco, El Apocalipsis según san Juan, El gran teatro del mundo, Makoki Chow, Cuento de madera, El Holandés Errante, Rigoletto, Don Giovanni y La Divina Comedia. También he participado como actor, titiritero y escenó­ grafo en Don Juan Tenorio, El pirata Barbanegra, Elasticitats y en diversos espectáculos de la compañía La Fanfarra. En Barcelona, he vivido en una torre abandonada del barrio de Vallcarca, en una escuela de la Barceloneta y, los últimos doce años, en un local del Barrio Chino, en la calle de Guàrdia. 11



C UA D E R N O D E BI TÁ CO RA

16 de enero de 1980 Cuando me preguntan: «¿Tú, qué opinas?», me callo. Yo me matriculé en esta vida de oyente. Soy escuchante. 27 de mayo de 1983 Se nos ha colado en casa el empleado de la compañía eléctrica que anota la lectura de los contadores. Se ha llevado una buena sorpresa cuando ha visto que hemos empalmado directamente unos cables que vienen de la calle. Nemo y Espidi, el galgo del Fellini, han empezado a ladrar y le han acorralado en un rincón. Al final el tipo se ha guardado la libreta y ha dicho: «Yo no he visto nada», y se ha ido. No le hemos vuelto a ver. 2 de septiembre de 1984 Me he casado con Helenita, esa muchachita de Valladolid con cara de no haber roto un plato en su vida. La verdad es que es una tía insoportable y que, si me he casado con ella, ha sido para hacerle un favor. Nos conocimos en la Rambla, cerca de Colón. Yo estaba actuando con unos cuantos del taller: uno que toca el tambor, dos tías raras que pasan la gorra y otros que no hacen nada en particular. Helenita formaba parte de un grupo del instituto 13


de su pueblo que había organizado un viaje cultural a Barcelo­ na: visitas a la Sagrada Familia, al Park Güell y ese tipo de cho­ rradas. Se pararon delante de nosotros para ver la actuación y yo, que enseguida me fijé en ella, le pregunté si le gustaría ver mi taller, en la Barceloneta. Esa misma noche, después de enseñarle la primera mario­ neta, ya la tenía en la cama y le estaba diciendo que me había enamorado de ella a primera vista y que, por ella, estaba dis­ puesto a hacer cualquier barbaridad. La tía se aprovechó del momento y me dijo que, si tanto la quería, porque no me casa­ ba con ella. Si me lo dice media hora más tarde me echo a reír, pero en aquel momento estaba tan excitado que, sin pensar en las consecuencias, le dije que sí. Helenita tiene diecisiete años, apenas ha salido de casa y está de sus padres y de Valladolid hasta la coronilla. Su única posibilidad de emanciparse era ca­ sarse con alguien, aunque fuese un titiritero, que, por cierto, luego va por ahí diciendo: «¡Mira que casarme con Pepe! ¡Con lo poco que me gustan los títeres!» Pues, aunque parezca men­ tira, quince días después me fui con ella a Valladolid, a pedir su mano, y dos semanas más tarde estábamos de nuevo en Barce­ lona: marido y mujer. ¿Qué te parece? 21 de mayo de 1985 Porras ha instalado su oficina en el Jaica. Mientras tomo un café con leche y ojeo los periódicos, él ya se ha zampado una ración de sardinas y se ha bebido dos jarras de vino. ¡Y eso que aún no son las once de la mañana! Porras se ha traído a Barcelona a su nieto, un crío de siete u ocho años que atiende por Rafaelito. Mientras el abuelo toma notas de sus elucubraciones en una servilleta pringosa, el nieto, rebuscando entre cáscaras de gamba, papeles, colillas 14


y demás inmundicias que alfombran el bar, se encuentra una moneda de veinte duros. Rafaelito, muy contento, le enseña la moneda a Porras. Este la coge, la mira por anverso y reverso y, agitándola por encima de la calva, grita: «¡Jaume, un paquete de ducados!» El niño empieza a berrear, pero el abuelo, como si nada. Toma el paquete de cigarrillos y nos aclara, a mí y a Jaume: «Los niños no deben llevar dinero. Ahora mismo, si no le quito las cien pesetas, seguro que se las gasta en porquerías. Además, acabo de darle una lección que no olvidará en su vida: que uno no puede fiarse ni de su abuelo.» 15 de marzo de 1986 La culpa de la destrucción del planeta la tienen los obreros: levantan edificios, talan árboles, hacen carreteras. Y además se le­ vantan temprano, con lo que tienen más tiempo para destruir. 16 de marzo de 1986 La fiesta de Alí Bei estuvo bastante bien, con actuaciones de titiriteros y rapsodas. Yo presenté El gran teatro del mundo en versión reducida y estuve tirando los tejos con poco éxito a una malagueña y a Marta Trepat. Al final Eugenio, el de La Fanfarra, que llevaba unas copas de más, se me puso bastante agresivo. ¿Qué le habré hecho yo? Pero no pasó nada grave. 21 de noviembre de 1986 Jordi Pinar ha enviado una instancia al Ayuntamiento de Barcelona: «Excelentísimo Ayuntamiento de Barcelona. Departamento de Cultura. 15


Jorge Pinar, marionetista profesional, nacido en Zaragoza el 2 de mayo de 1956, EXPONE Que, con motivo del Festival Internacional de Títeres y Ma­ rionetas a celebrar en esta ciudad, desea presentar su nuevo espectáculo, Propiedades de la vida moderna, el próximo sábado 21 de noviembre, por lo cual SOLICITA Sea cortado el tráfico rodado en la plaza del Pino y le sean facilitados por parte de este Excelentísimo Ayuntamiento los elementos de iluminación y de sonido que se especi­ fican en documento adjunto. Es gracia que espera recibir del señor alcalde de Barcelona, don Pascual Maragall.» Según Jordi, la instancia le ha quedado perfecta y es im­ posible que le digan que no. Con esa certidumbre se ha pre­ sentado en el taller canturreando y con el cuento de que tie­ ne todavía una semana para acabar su espectáculo y cuidar el mínimo detalle. Ha estado meditando todo el domingo, el lunes, el martes y el miércoles. Su método de trabajo consiste en apoltronarse horas y horas, beber cervezas, llenar de colillas los ceniceros e imaginar su obra magna. Dice que ya casi la tie­ ne resuelta en su mente: «Entro en la plaza en zancos. La gente me mira. Digo: “¡Ja!” Silencio. Digo: “¡Ja!, ¡ja!” Todos repiten: “¡Ja!, ¡ja!” Grito: “¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!” Todo el mundo empieza a reír. De repente, aún no sé cómo, hago aparecer una marioneta con la cara de Hitler y la gente se pone seria. La marioneta me hace caer de los zancos. Fundido en negro. Cuando se enciende la luz estoy delante de una gran pecera llena de agua. Meto en 16


la pecera un submarino de miga de pan, que se disuelve rápi­ damente. Meto en la pecera un segundo submarino, de po­ liéster, y no se disuelve. Entonces, señalando la embarcación, digo: “Propiedades de la vida moderna.” Baja gradualmente la luz hasta la oscuridad. Cuando vuelve la luz, ya no estoy. La gente aplaude y grita: “¡Bravo!” Algunos permanecen mu­ cho tiempo en la plaza comentando el espectáculo.» El jueves, Jordi se va a comprar fibra de vidrio, poliéster y un par de paquetes de arcilla. Ese mismo día a las cinco de la madrugada termina de modelar el submarino, un objeto con forma de pez rematado por una especie de antena o chimenea. El viernes, la víspera del estreno, llega una carta oficial de­ negando el permiso para la representación. Ese contratiempo, lejos de amilanar a Jordi, parece que le infunde nuevos áni­ mos. «No me dan permiso», dice, «pero no importa, lo haré de todas formas.» Sale del taller echando chispas. Regresa media hora más tarde con un montón de fotocopias: las invitaciones para el estreno de Propiedades de la vida moderna. Yo, alar­ mado ante tanta excitación, trato de calmar al genio: «Oye, Jordi, más vale que no lo hagas. ¿No ves que te van a entale­ gar?» Como si nada. La gente del taller, los amigos, los que han pasado por aquí y los chafarderos de rigor, que se han pasado toda la sema­ na pendientes de los afanes de Pinar y haciendo comentarios irónicos o maliciosos, también intentan disuadirle. Los úni­ cos que no opinan son Nemo (porque los perros no hablan como las personas) y una pareja de ucranianas que acaban de llegar a Barcelona y todavía están en Babia. Pero Jordi Pinar, a estas alturas, no está para monsergas. Repite tozudamente: «Lo haré… lo haré…», y se desplaza a grandes zancadas del dormitorio a la cocina, del taller a la sala de estar, de la sala de 17


estar al dormitorio. De vez en cuando murmura: «Me juego la carrera… me juego la carrera…» Se ha comprado dos botellas de cava y se las ha bebido con fruición, después se ha quedado aletargado el resto del viernes. El sábado por la mañana, Jordi ha empezado a repartir tareas: comprar un pan, buscar una pecera, repartir invitaciones, te­ lefonear a conocidos, encontrar unos zancos, hacer carteles, preparar el vestuario, liar canutos y otras mil pequeñeces pro­ pias de un estreno. A las dos de la tarde, tras consultar su reloj de pulsera, de­ clara que solo le quedan cuatro horas, luego se hunde en el si­ llón repitiendo la cantinela: «Me juego la carrera… me juego la carrera…» A las tres de la tarde aumenta su agitación. Le cuesta permanecer sentado. A las cuatro sale del taller para ir a buscar la furgoneta. Regresa a las cuatro y media. Dice que ya tiene la furgoneta aparcada delante de casa. A las cinco en punto de la tarde pide ayuda para bajar los trastos. A las seis acaricia a Nemo, besa a las ucranianas y me estrecha la mano, muy formal. «Todas las cosas tienen un principio y un final», declara con aire dramático. «Adiós. Me voy a Zaragoza.» Jordi Pinar sube a la furgoneta y desaparece en un santiamén. Nos hemos queda­ do con un palmo de narices, pero eso sí, bastante aliviados. 26 de noviembre de 1986 La fiesta del Teatro Malic ha sido una encerrona. Resulta que Toni ha decidido leer en público mi biografía escrita por él. ¡Qué vergüenza! A ver si me entero de quién soy. «HOMENAJE A PEPE OTAL Nacido en Albacete en el llamado Año del Hambre de 1946 —dato astrológico que sus biógrafos deberán tener en 18


cuenta—, Pepe Otal se instaló en Barcelona allá por el 72. Esta fecha parte en dos su vida y decide su rumbo. »Antes, una carrera jalonada con los siguientes capí­ tulos: estudios de Ingeniería Industrial en Zaragoza, Bellas Artes en Valencia y Naútica en Canarias. Llega a piloto y se lanza en solitario con un velero a través del Atlántico, viaje que culmina en Brasil, donde es detenido por inmigración ilegal y reenviado a España. Y, como colofón, un naufra­ gio en aguas de Cádiz que termina en las costas de levante rescatado por un pesquero almeriense cuando andaba ya medio ahogado. »Con la llegada a Barcelona, comienza la otra cara de su vida. Primero inicia estudios de sociología, que ya dan testimonio de uno de sus puntos f lacos que más dolores de cabeza le ha dado: eso es, su ideología anarquista-co­ munal. Pero lo definitivo será su ingreso en el Instituto del Teatro: dramáticas primero y marionetas después. Con el señor Tozer descubre algo que de pronto ilumina toda su vida, un cortocircuito que lo reconcilia con su pasado, con la primigenia inocencia de la infancia lejana. Nace el Pepe marionetista, con una carrera saltimbanqui única y singu­ lar en estas latitudes. »En Barcelona saca sus marionetas a la calle, exhibe gigantes insólitos como la Muerte, el Policía o Fraga, y sus títeres reciben contundentes cargas policiales. Cuando los fachas le queman el local, se traslada a la Barceloneta. Allí ocupa una casa, que con el tiempo se ha convertido en un centro de irradiación de la marioneta a todos los niveles. De su Grupo-Taller de Marionetas van surgiendo espectáculos y, lo que es más importante aún, profesionales que, una vez sueltos y puestos en libertad, se convierten en reputados ma­ 19


rionetistas: Carles Canyelles, Jordi Bertrán, Luis Fellini, Jo­ sep Silvestre, Jordi Pinar, y aún en Italia, Grecia y Francia… »Sus espectáculos han sido siempre polémicos, since­ ros, atrevidos y auténticos. Jamás se ha inclinado por lo fácil comercial ni por las tentaciones mundanas de contra­ tos vende almas, televisiones “paganinas” ni los hoy en día tan en boga “acabados” relamidos. »Para los otros titiriteros, Pepe Otal es el punto de re­ ferencia al que nos agarramos cuando, con nuestras pri­ sas y afanes de éxito y profesionalización, olvidamos tan a menudo lo esencial de nuestro arte: el gusto por la crea­ ción y la aventura en la calle y en el taller. »Este raro espécimen, empeñado en perseguir tenaz­ mente a cuantas musas encuentra por el camino, combina perfectamente en su físico las dos facetas principales de su ser, la piratesca y la titiriteril: su noble barba de largos hilos marionetiles, su pendiente de oro, su tatuaje de ma­ rinero, su gorra y su gabán de capitán de barco errante y, como es obligación, una novia en cada puerto. »Es por todo ello que algunos amigos y compañeros marionetistas hemos querido brindarle nuestro homenaje, para que el mundo se entere de ello y la posteridad valore su trabajo acogiéndole en el dulce seno de los inmortales.» 16 de diciembre de 1989 Gran velada pugilística en el taller: Jonny Parca contra el Sá­ tiro de Albacete. El ring lo he improvisado con cuatro cuerdas atadas a las columnas del taller, Xavier ha oficiado de árbitro, Perico se ha encargado de tocar la campana para marcar los asaltos y Pep ha recitado una poesía de Rubén Darío acompa­ ñándose con un arpa. 20


10 de enero de 1990 Estreno de Cuento de madera, del Grupo-Taller de Mario­ netas, en el Teatro Malic. Intervienen: Pepe Otal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Actor marionetista Eliza L. Elduaien Txingurri . . . . . Voz y manipulación Pedro Nares . . . . . . . . . . . . . . . . . . Iluminación y sonido Albert Morralla . . . . . . . . . . . . . . . Asesor veterinario Grupo de ratas Las ratas son una parte fundamental del espectáculo. Cuando Gepetto dice: «¡Solo me quedáis vosotras, compañe­ ras!», ellas entran en escena y se quedan allí hasta que se han comido unos trozos de pan situados a distancias equivalentes. El camerino de las cobayas es su propia jaula, dispuesta deba­ jo del escenario, al cual acceden mediante una trampilla que abro después de pronunciar la palabra compañeras. Mientras las ratas están comiendo, se desarrolla el espectáculo; cuando acaban de comer, las ratas regresan a la jaula, pues, al igual que los humanos, les gusta tener un domicilio fijo. Para conseguir este resultado hacen falta muchos ensayos, y solo dar comida a los roedores una vez al día, siempre a la misma hora, que corresponde tanto a la hora del ensayo como a la hora de las representaciones previstas en el Teatro Malic. Es decir: las ratas solo deben comer una vez al día, a las diez de la noche. Un día no hubo ensayo y, por la mañana, de las cuatro actrices solo quedaban dos, pero mucho más gordas. Afortu­ nadamente las ratas son muy prolíficas y siempre hay nuevas candidatas para sustituir a las desaparecidas. Otro problema son los seis meses que abarcan la crea­ ción del espectáculo. Además del canibalismo, hay ratas que consiguen escapar y otras que se van de muerte natural, lo 21


que significa que varias generaciones de roedores tienen que aprenderse el mismo papel. Lo esencial es tener la compañía siempre a punto para el día del estreno. 2 de febrero de 1990 Eli me ha abandonado, se ha ido con otro más joven. 18 de julio de 1990 Me he llevado a la compañía de Cuento de madera a pasar el ve­ rano en Albacete. Llego, aparco a la sombra y entro en un bar a tomarme una cerveza. Al salir, el sol da de lleno sobre la fur­ goneta y el interior es como un horno. Mis compañeras sacan la cabecita de la jaula como preguntándose «¿cuándo volverá Pepe?», se aferran a los alambres con sus deditos rosados y tie­ nen los ojitos abiertos e inyectados en sangre. Todas muertas. 23 de septiembre de 1990 Estreno accidentado de Makoki Chow en el Teatro Malic. Un petardo ha prendido fuego al telón del teatrillo y todo se ha lle­­nado de humo. Los espectadores, gente importante de UNI­ MA, han tenido que abandonar precipitadamente la sala y nosotros hemos apagado el fuego como hemos podido. 30 de noviembre de 1990 Makoki en el Café Iruña, en Tolosa. El local a tope, el público con la mente un poco turbia, pero ¿quién no tiene la mente turbia en Euskadi, un viernes a las dos de la madrugada? 3 de abril de 1991 Segundo viaje a Berlín. En el primero no pude cruzar la Puerta de Brandeburgo pero, ahora que ha caído el muro, nos hemos 22


pasado casi dos semanas en el Berlín este, donde las cervezas son más baratas y mejores que en Barcelona. La primera semana estuvimos en un teatro aún más peque­ ño que el Malic, una casa normal en Sophie Strasse. El único in­ dicio de que estábamos en un teatro eran las veinte o veinticinco sillas de distinta procedencia orientadas hacia el espacio vacío donde instalamos el teatro. La vez que hemos tenido mas pú­ blico han venido seis personas, que, por cierto, no han quedado muy convencidas con Makoki. En el Tegevel, un enorme local de okupas en Oranemberg Strasse, ha ido un poco mejor. Como recuerdo de Berlín me queda el dolor de cabeza de cuando los locos violan a la monja; eso fue al lanzar la monja hacia arriba, con tan mala fortuna que me cayó en la cabeza. Pero lo que me dolió no fue el golpe de la monja, que es de madera, sino su campana, que es de bronce Otro incidente fue la rotura múltiple, y en plena actuación, de mi prótesis dental. Suerte que Pep llevaba un tubo de Super Glue y pude pegar los trozos. Para limpiar el apaño le eché a la prótesis un chorro de cerveza. De momento no se ha vuelto a romper, por­ que estos días no como casi nada, solo me alimento con cervezas. 8 de junio de 1991 Horrible representación de Makoki en Arenys de Mar. Para empezar, esta semana me tuvieron que cambiar el motor de la furgoneta —275.000 pesetas—, después se ha estropeado la caja de cambios y de propina me he olvidado de los focos y el casete con la música de Makoki. Un desastre. 10 de marzo de 1992 Luis tuvo un accidente con la furgoneta y perdió un ojo. Y eso no es lo peor: no coordina y se olvida de todo, está bas­ 23


tante mal. Marisol está viviendo con Terri. Apenas come, se alimenta con dos o tres infusiones al día y, a veces, se compra un par de turrones y se los come compulsivamente. 16 de julio de 1992 Me llamó Txirri desde la Barceloneta para decirme que, des­ de que me fui a Albacete, Nemo no comía, y que no era la añoranza, porque tampoco se movía del sofá y además no paraba de quejarse. Así que le dije a Txirri que buscase a un veterinario y me tuviese al corriente. A Nemo le hicieron una radiografía y resulta que tenía una hernia discal. Tenía un manojo de nervios cogido entre los huesos. ¡Claro que no se podía mover! Y aquello de que se iba meando por todas partes, pues resulta que era pus: una infección de próstata. El veterinario me llamó a Albacete y me dijo que, si quería, podían operarlo, pero que tendrían que ser dos operaciones y que iba a sufrir. Que si iba bien, posiblemente quedara paralítico. Y que me costaría cien mil pesetas. Él me aconsejó que lo mejor era sacrificarlo, que a ver qué me parecía. Yo, para no tener que pensarlo, le dije que sí y colgué el teléfono para no tener tiempo de arrepentirme. 5 de septiembre de 1992 Veamos lo que me gasté. Epígrafe: «Recogida de animales.» Especie: perro. Eutana­ sia: dos mil pesetas, más radiografía, consulta y tasas. En total diecisiete mil pesetas. Tener perro no sale caro, lo caro es que se te muera. Pero aún peor es que se te muera un ser querido y no estar con él. Como cuando se murió mi padre, que yo estaba en Grecia. 24


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