POBLENOU atlas ilustrado de
un barrio industrial
POBLENOU atlas ilustrado de
un barrio industrial
ATLAS ILUSTRADO DEL LLANTO Jorge Carrión “Al final, hasta el gabinete de curiosidades nos traicionará; lo único que podemos conocer es la forma que el objeto desaparecido deja en el polvo, y los relatos, las mentiras que montamos para disfrazar el dolor de una ausencia que no podemos definir.” Iain Sinclair, La ciudad de las desapariciones.
Me encontré el título de este prólogo (tal vez el mejor título que haya existido jamás) en un libro: El Teatro de la Mente, de Corrado Bologna. En su exploración histórica de las estrategias que los seres humanos hemos diseñado para recordar, el ensayista italiano reivindica a su compatriota Ernesto de Martino, quien escribió abundantemente sobre la magia en el sur del país de ambos. Dice Bologna que De Martino es el alma gemela inconsciente del historiador de las imágenes Aby Warburg, quien también dilató lo que entendemos por atlas. Los atlas contemporáneos no están compuestos solamente de mapas, sino también de textos y de fotografías y de dibujos. Incluso los satelitales nos muestran siempre un espacio que ha dejado de existir. Porque la realidad no para de cambiar, mientras que la cartografía se detiene en una fecha, se vuelve rápidamente documento. Como entendía que la letra era insuficiente para captar la realidad, De Martino añadió a su libro Muerte y llanto ritual un disco de vinilo y un Atlas ilustrado del llanto, donde intentó imaginar ciertos materiales documentales como si fueran los fósiles de las lágrimas de antaño. Así, combinando testimonios orales, fotografías, láminas y texto, el antropólogo intentó reconstruir la mímica ritual, los estratos emocionales,
las estapas de la expresión del sentimiento, el dolor, el duelo, la primera lágrima, la deformación del rostro, el convulso llanto. Una memoria perdida. Cuando me encuentro con Lapin en las esquinas del Poblenou —siempre sentado en su silla plegable, en la falda una caja de colores y un cuaderno de contabilidad donde dibuja lo que tiene justo en frente—, siempre pienso que está creando su propio atlas ilustrado de un barrio que perdemos. Todavía no hay llanto en él, porque la transformación está produciéndose en estos precisos instantes. Cuando el otro día el pasaje de Trullàs se convirtió en parque. Cuando la semana pasada la excavadora derribó tabiques de una casa abandonada desde hace décadas. Cuando la bola de demolición acabó el mes pasado con una fábrica del siglo XIX. Cuando desapareció durante 2017 el antiguo pavimento de la antigua calle de Pere IV y se extiendió liso en su lugar el asfalto. Cuando anteayer fueron expulsados los últimos inquilinos de renta antigua de este edificio o de aquel otro y se anunció la remodelación integral, seis lofts en venta para el próximo verano. Anteayer, sí, pero también pasado mañana, proceso en marcha, futuro en construcción, proyecto y documento.
En las semanas en que he estado escribiendo este texto, por ejemplo, el Restaurant Garcia del pasaje del Caminal —siempre en penumbra, huevos con chistorra por seiscientas pesetas, después seis euros— y la casa aledaña han sido vaciados, los tabiques han sido derribados, se ha ido configurando un nuevo restaurante de comida fusión, con una invasiva puerta amarilla, y —sobre todo— la parte superior de la fachada ha sido pintada de blanco. Un espacio en blanco entre dos nombres, entre dos mundos. Junto con el nombre del restaurante anterior y su pintoresco escudo de casa regional ha sido borrada también una fecha: 1924. Ese año ya solo será recordado en algunas fotos y en algún archivo y en este libro. De la vorágine de la destrucción y de la edificación acelerada de los tres últimos años en estas hectáreas de Barcelona nos quedará el testimonio de un artista francés afincando aquí que, entre viaje y viaje, después de llevar a su hija al colegio, se instalaba en una esquina y dibujaba lo que estaba a punto de no ser. Pero con el tiempo nos acostumbraremos al nuevo restaurante, se volverá entrañable, asociaremos a él recuerdos duros o hermosos. Y desaparecerá, también, algún día. Es ley de vida, la muerte. Aunque la playa de Barcelona fuera urbanizada en el cambio de siglo, al tiempo que la Diagonal llegaba hasta el mar, este triángulo de la metrópolis ha estado al menos diez años urbanísticamente casi detenido (una década de crisis, una década de pause en la película del 22@). Y aunque ahora el horizonte se haya erizado de grúas, se estén multiplicando las colmenas de oficinas y los hoteles y se haya al fin remodelado el eje de Pere IV, son muchas las cuadrículas del barrio donde sobreviven caserones de otros siglos y donde los vagabundos de la chatarra sobreviven en fábricas abandonadas o en solares convertidos en campamentos. El coworking está al lado de la papelería de toda la vida. La gasolinera fantasmal hace esquina con el estudio de televisión donde decenas de jóvenes teclean frente a sus pantallas. Los vecinos que dicen “ir a Barcelona” se cruzan en el ascensor con los turistas de Airbnb.
Ese ecosistema en tensión es perfecto para la creación artística, que se alimenta del magnetismo de las contradicciones (y es ella misma contra-dicción). El barrio porteño de La Boca comparte con el Poblenou su condición de orilla líquida y la modernidad interrumpida. A propósito de su famoso Caminito —una calle turística en el corazón de un barrio marginal—, escribe Graciela Silvestri en El color del río. Historia cultural del paisaje del Riachuelo: “Entre las razones históricas que explican la emergencia y consolidación de esta postal típica, suele recordarse la existencia, desde principios del siglo XX, de los ‘pintores del Riachuelo’: hijos pobres del lugar, pero también jóvenes educados en París, que eligieron esta orilla recordando el Sena y el Quartier Latin, fascinados por la mezcla de lenguas extrañas, militantes obreristas, contrastes abruptos, variedad y color.” Si hace un siglo era posible registrar todos los proyectos que estaban emergiendo en La Boca, porque los escritores y los artistas se reunían en ciertos cafés y visitaban los estudios y talleres de unos y otros, ahora es imposible saber todo lo que se trama en el Poblenou. Pero si hay alguien que tiene una visión de conjunto es Lapin. Porque al circular constantemente por el barrio, su sombrero Stenson se ha convertido en una señal que dice “Usted está aquí”. Con sus rotuladores y sus bolígrafos y sus acuarelas fija en esos cuadernos de páginas atravesadas por rallas azules y rojas, numeradas para que no se pierda ninguna, que compra en sus visitas periódicas al Mercat dels Encants, tanto las fachadas que pronto serán exterminadas como las puertas de las galerías y de los estudios de los artistas y de los arquitectos; tanto las naves industriales o los talleres mecánicos como los restaurantes y las escuelas de diseño y las empresas de alta tecnología; tanto a los ancianos que empujan trabajosamente la compra del Mercadona en su carrito como a su vecino Perico Pastor, uno de los primeros artistas que se instalaron aquí, o a Miralda, que ocupó una nave casi en los límites del barrio,
cerca de la calle de la Marina y de las vías del tren casi abandonadas. En este libro, no obstante, ha desaparecido el paisaje humano. Se trata de una sucesión de estampas en que los edificios son los protagonistas, en contrapunto a menudo con coches aparcados, dormidos, y con señales de tráfico, rótulos, toldos, nombres de empresas de derribos, publicidad efímera. Si en la obra de Lapin siempre son protagonistas los personajes que conoce en sus viajes (con voz propia, aunque sean solamente algunas palabras) y los coches antiguos (con una identidad muy definida), aquí los testigos están fuera de campo y los vehículos son anodinos, intercambiables. Porque se trata de documentar una extinción. Por eso en tantos dibujos vemos en primer plano árboles polvorientos: o, mejor dicho, sus troncos sin glamour; porque ellos se quedarán, con sus aros concéntricos y con sus raíces, pero esas fachadas, esos locales, esas manzanas ya no estarán la semana o el mes que viene.
La última vez que vi dibujar a Lapin fue a pocos metros de La Siberia, una de las diez fábricas de hielo que había en el Poblenou,
Se trata de una extinción al mismo tiempo normal y extraordinaria. Necesaria e injusta. Porque las metrópolis —desde antes de que Charles Baudelaire comenzara a escribir poemas sobre París— siempre ha sido una compleja dialéctica entre la destrucción y la construcción, entre la expulsión y la llegada, entre lo viejo y lo nuevo. Una extinción que lamentamos porque somos sus testigos directos, porque somos vecinos. Pero que nos supera en escala. Por eso Lapin nos elimina de la página. Porque él, que con sus vagabundeos y con sus búsquedas de perspectiva ha logrado tener una visión panorámica y distanciada, quiere que miremos a través de sus ojos, para que entendamos gracias a todas las horas que ha dedicado a esa tarea de registro contable, de diseño y dibujo de un atlas ilustrado del barrio o del llanto, lo que en el día a día, rodeados de grúas y de calles cortadas y de carteles de se vende y de carteles de nueva promoción de apartamentos, fuimos incapaces de ver realmente. Y de comprender en toda su dimensión.
Lapin está registrando una de esas demoliciones justo en estos momentos. Me queda como mucho media hora con esta luz, me dice. En primer plano ha dibujado el coche aparcado. Más allá está la fachada a medias. Y a su lado, la grúa, esqueleto de animal prehistórico. Es una naturaleza muerta en tres pasos. Solo hay vida en la luz, que agoniza. La fábrica de hielo también sería un buen título para este prólogo y para este libro, pienso mientras me alejo, consciente de que cuando vuelva a pasar por aquí probablemente sea un complejo logístico de Amazon.
en funcionamiento en esa esquina de la calle de Ávila con Doctor Trueta desde los años 20 hasta los 70. Aunque a mediados de la década pasada se habló de convertir ese edificio y sus vecinos, que llevan varias décadas funcionando como aparcamiento, en un complejo de lofts y de moda, la crisis paralizó los proyectos. Hasta ahora. La manzana, de 43.400 metros cuadrados, fue comprada el año pasado por el fondo Meridia Capital, que planea dedicar tres cuartos del terreno a la construcción de oficinas y el cuarto restante a viviendas. Dirige la inversión Javier Faus, MBA en Esade, exvicepresidente económico del F. C. Barcelona, extesorero del Círculo de Economía, vicepresidente del Real Club de Tenis Barcelona, quien en los últimos quince años ha gestionado dos mil millones de euros en inversiones inmobiliarias por todo el mundo. Ya han demolido varios edificios de esa manzana.
Tal vez por eso mis dibujos favoritos de este libro son los de los pasaje de Trullàs y de Aymà, porque la mirada de 180º de Lapin fija a todo color dos lugares emblemáticos del Poblenou que ya no es, dos pasadizos urbanos, y los recorta sobre fondo gélido, blanco. Poblenou Febrero de 2018
1
C. DE PUJADES, 133
2
6
3 4
7 8
14
5 9
23 31 27 32
26
28 29 33
36
34 37
22
17
24 20 19
25
21 18
11 16
15
10 13
1
30
47
38 52 39
35
46 48
40 42 41
60
12
45
49
51
43
44
53 55
61
50
54 57 56
POBLENOU
58 59
ÍNDICE 1. “RESTAURANT GARCIA”, C. DE PUJADES, 133 2. C. DE PAMPLONA, 122 3. C. DE TÀNGER, 29 4. “EL RAYO”, C. DE TÀNGER, 34 5. “ICG”, C. DE SANCHO DE ÁVILA, 46 6. “EL BESÒS”, C. DE TÀNGER, 61/63 7. C. DE SANCHO DE ÁVILA, 111 8. “SANT MARTÍ”, C. DE LA CIUTAT DE GRANADA, 118 9. ALMOGÀVERS CON ROC BORONAT 10. “CCT”, C. DE ROC DE BORONAT, 75 11. C. DE PALLARS, 217 12. PLAÇA DE JOSEP MARIA HUERTAS CLAVERIA 13. “AUTOMÒBILS”, C. DE BAC DE RODA, 81 14. “L’AFRICANA”, C. DE PERE IV, 193 15. C. DE PUJADES, 105 16. “9 GATS”, C. DE PALLARS, 176 17. C. DE PERE IV, 101 18. PERE IV CON BADAJOZ 19. C. DE PERE IV, 142/144 PASSATGE DE TRULLÀS 20. “CALZADOS ROIG”, C. DE PERE IV, 100 21. “ELECTRICIDAD PARARRAYOS”, C. DE PERE IV, 113 BIS 22. “CATI KERN”, C. DE ÀVILA, 98 23. “LA RODA”, BADAJOZ CON ALMOGÀVERS 24. C. D’ÀVILA, 81/85 C. D’ÀLABA, 71 25. “LAFAU”, C. DE PERE IV, 76 26. “SEF”, C. DE PALLARS, 133 27. “SEA”, C. DE PALLARS, 118 28. “FERNANDO PALLARÉS”, C. DE PERE IV, 63/65/67 “ACADEMIA ERGON”, C. DE PALLARS, 154 29. “CAN CUSIDÓ”, C. DE PERE IV, 75
{ { {
30. “TRANSPORTES CONEJO”, C. DE PAMPLONA, 66 31. C. DELS ALMOGÀVERS, 114 32. C. DE ZAMORA, 81 33. C. DE ZAMORA, 72/76 34. “F. CARNÉ”, PERE IV CON PUJADES 35. “CONTINENTAL”, C. DE RAMON TURRÓ, 19 BIS 36. “LETONA CACAOLAT”, C. DE PUJADES 37. “TB”, C. DE ZAMORA, 57/63 38. “CARROCERÍAS LLULL”, C. DE LLULL, 132 39. ENTRE RAMON TURRÓ Y PUJADES 40. “LA SIBERIA”, DOCTOR TRUETA CON ÀVILA 41. ÀVILA CON ICÀRIA 42. “TRANSPORTES ZAMORA”, C. DE ÀVILA, 8 43. C. DEL DOCTOR TRUETA, 187 44. PASSATGE DE MAS DE RODA 45. RAMON TURRÓ CON LLACUNA 46. C. DE RAMON TURRÓ, 173 47. LLULL CON ROC BORONAT 48. C. DEL DOCTOR TRUETA 49. C. DEL JONCAR, 6 50. “LA VIOLETA”, C. DEL JONCAR, 25 51. C. DEL JONCAR, 30/37 52. PASSATGER DE MASOLIVER 53. PLAÇA DE SANT BERNAT CALBÓ 54. “MESÓN POBLENOU”, PASSATGE DE LA LLACUNA 55. C. DEL TAULAT 56. PASSATGE DE LA LLACUNA 57. PASSATGE D’AYMÀ 58. RAMBLA DEL POBLENOU, 4 59. C. DEL PERELLÓ 60. C. DE VENEÇUELA 61. EL PETÓ DE LA MORT
2
C. DE PAMPLONA, 122
2
3
3
ÀLABA CON TÀNGER
4
C. DE TÀNGER, 34
5
C. DE SANCHO DE ÁVILA, 46
6
C. DE TÀNGER, 61/63
60
C. DE VENEÇUELA
ATLES IL•LUSTRAT DEL PLOR Jorge Carrión «Al final, fins i tot el gabinet de curiositats ens trairà; l’únic que podem conèixer és la forma que l’objecte desaparegut deixa a la pols, i els relats, les mentides que muntem per disfressar el dolor d’una absència que no podem definir.» Iain Sinclair, La ciutat de les desaparicions
Vaig trobar el títol d’aquest pròleg (potser el millor títol que hagi existit mai) en un llibre: El Teatro de la Mente, de Corrado Bologna. En la seva exploració històrica de les estratègies que els éssers humans hem dissenyat per recordar, l’assagista italià reivindica el seu compatriota Ernesto de Martino, el qual va escriure abundantment sobre la màgia al sud del país de tots dos. Diu Bologna que De Martino és l’ànima bessona inconscient de l’historiador de les imatges Aby Warburg, que també va difondre el que entenem per atles. Els atles contemporanis no estan formats només de mapes, sinó també de textos i de fotografies i de dibuixos. Fins i tot els satel•litaris ens mostren sempre un espai que ha deixat d’existir. Perquè la realitat no deixa de canviar, mentre que la cartografia s’atura en una data, esdevé ràpidament document.
llogaters de renda antiga d’aquest edifici o d’aquell altre i se’n va anunciar la remodelació integral, sis lofts en venda per a l’estiu que ve. Abans-d’ahir, sí, però també demà passat, procés en marxa, futur en construcció, projecte i document.
Com que entenia que la lletra era insuficient per captar la realitat, De Martino va afegir al seu llibre Muerte y llanto ritual un disc de vinil i un Atlas ilustrado del llanto, on va intentar imaginar certs materials documentals com si fossin els fòssils de les llàgrimes d’abans. Així, combinant testimonis orals, fotografies, làmines i text, l’antropòleg va intentar reconstruir la mímica ritual, els estrats emocionals, les etapes de l’expressió del sentiment, el dolor, el dol, la primera llàgrima, la deformació de la cara, el plor convuls. Una memòria perduda.
En les setmanes en què he estat escrivint aquest text, per exemple, el Restaurant Garcia del passatge del Caminal —sempre en penombra, ous amb xistorra per sis-centes pessetes, després sis euros— i la casa veïna han estat buidats, els envans han estat enderrocats, s’ha anat configurant un nou restaurant de menjar fusió, amb una invasiva porta groga, i —sobretot— la part superior de la façana ha estat pintada de blanc. Un espai en blanc entre dos noms, entre dos mons. Juntament amb el nom del restaurant anterior i el seu pintoresc escut de casa regional ha estat esborrada també una data: 1924. Aquest any ja només serà recordat en algunes fotos i en algun arxiu i en aquest llibre. Del remolí de la destrucció i de l’edificació accelerada dels tres últims anys en aquestes hectàrees de Barcelona, ens en quedarà el testimoni d’un artista francès establert aquí que, entre viatge i viatge, després de dur la seva filla a l’escola, s’instal•lava en una cantonada i dibuixava el que estava a punt de no ser. Però amb el temps ens acostumarem al nou restaurant, esdevindrà entranyable, hi associarem records durs o bonics. I desapareixerà, també, algun dia. És llei de vida, la mort.
Quan em trobo amb Lapin a les cantonades del Poblenou —sempre assegut a la seva cadira plegable, amb una caixa de colors a la falda i un quadern de comptabilitat en què dibuixa el que té just al davant—, sempre penso que està creant el seu propi atles il•lustrat d’un barri que perdem. Encara no hi ha plor, perquè la transformació s’està produint en aquests mateixos instants. Quan l’altre dia el passatge de Trullàs es va convertir en parc. Quan la setmana passada l’excavadora va tirar a terra envans d’una casa abandonada des de fa dècades. Quan la bola de l’enderroc va posar fi el mes passat a una fàbrica del segle XIX. Quan va desaparèixer durant el 2017 l’antic paviment de l’antic carrer de Pere IV i es va estendre tot llis l’asfalt en el seu lloc. Quan abans-d’ahir van ser expulsats els últims
Tot i que la platja de Barcelona fos urbanitzada en el canvi de segle, en el moment que la Diagonal arribava fins al mar, aquest triangle de la metròpoli ha estat almenys deu anys urbanísticament gairebé aturat (una dècada de crisi, una dècada de pausa en la pel•lícula del 22@). I tot i que ara l’horitzó s’hagi omplert de grues, s’estiguin multiplicant els ruscos d’oficines i els hotels i per fi s’hagi remodelat l’eix de Pere IV, són moltes les quadrícules del barri on sobreviuen casalots d’altres segles i on els rodamons de la ferralla sobreviuen en fàbriques abandonades o en solars convertits en campaments. El coworking és al costat de la papereria de tota la vida. La benzinera fantasmal fa cantonada amb l’estudi de televisió on desenes de joves teclegen davant de les seves pantalles.
Els veïns que diuen «anar a Barcelona» es creuen a l’ascensor amb els turistes d’Airbnb. Aquest ecosistema en tensió és perfecte per a la creació artística, que s’alimenta del magnetisme de les contradiccions (i és ella mateixa contra-dicció).
El barri porteño de la Boca comparteix amb el Poblenou la seva condició de riba líquida i la modernitat interrompuda. A propòsit del seu famós Caminito —un carrer turístic al cor d’un barri marginal—, escriu Graciela Silvestri a El color del río. Historia cultural del paisaje del Riachuelo: «Entre les raons històriques que expliquen l’emergència i consolidació d’aquesta postal típica, s’acostuma a recordar l’existència, des de principis del segle XX, dels “pintors del Riachuelo”: fills pobres del lloc, però també joves educats a París, que van triar aquesta riba recordant el Sena i el Quartier Latin, fascinats per la barreja de llengües estranyes, militants obreristes, contrastos abruptes, varietat i color». Si fa un segle era possible registrar tots els projectes que estaven emergint a la Boca, perquè els escriptors i els artistes es reunien en certs cafès i visitaven els estudis i tallers d’uns i altres, ara és impossible saber tot el que es trama al Poblenou. Però si hi ha algú que en té una visió de conjunt és Lapin. Perquè en circular constantment pel barri, el seu barret Stenson s’ha convertit en un senyal que diu «Sou aquí». Amb els retoladors i els bolígrafs i les aquarel•les fixa en aquests quaderns de pàgines travessades per ratlles blaves i vermelles, numerades perquè no se’n perdi cap, que compra en les seves visites periòdiques al Mercat dels Encants, tant les façanes que aviat seran exterminades com les portes de les galeries i dels estudis dels artistes i dels arquitectes; tant les naus industrials o els tallers mecànics com els restaurants i les escoles de disseny i les empreses d’alta tecnologia; tant la gent gran que empeny amb penes i treballs la compra del Mercadona amb el carro com el seu veí Perico Pastor, un dels primers artistes que es van instal•lar aquí, o la Miralda, que va ocupar una nau gairebé en els límits del barri, prop del carrer de la Marina i de les vies del tren quasi abandonades. En aquest llibre, però, ha desaparegut el paisatge humà. Es tracta d’una successió d’estampes en què els edificis en són els protagonistes, en contrapunt sovint amb cotxes aparcats, adormits, i amb senyals de trànsit, rètols, tendals, noms d’empreses d’enderrocs, publicitat efímera. Si en l’obra de Lapin sempre són protagonistes els personatges que coneix en els seus viatges (amb veu pròpia, encara que siguin només unes quantes paraules) i els cotxes antics (amb una identitat molt definida), aquí els testimonis estan fora de camp i els vehicles són anodins, intercanviables. Perquè es tracta de documentar una extinció. Per això en tants dibuixos veiem en primer pla arbres polsosos: o, més ben dit, els seus troncs sense glamur; perquè ells es quedaran, amb els cercles concèntrics i amb les arrels, però aquestes façanes, aquests locals, aquestes illes ja no hi seran la setmana o el mes que ve.
Es tracta d’una extinció al mateix temps normal i extraordinària. Necessària i injusta. Perquè les metròpolis —des d’abans que Charles Baudelaire comencés a escriure poemes sobre París— sempre han estat una complexa dialèctica entre la destrucció i la construcció, entre l’expulsió i l’arribada, entre el vell i el nou. Una extinció que lamentem perquè en som els testimonis directes, perquè som veïns. Però que ens supera en escala. Per això Lapin ens elimina de la pàgina. Perquè ell, que amb els seus vagarejos i amb les seves recerques de perspectiva ha aconseguit tenir una visió panoràmica i distanciada, vol que mirem a través dels seus ulls, perquè entenguem gràcies a totes les hores que ha dedicat a aquesta tasca de registre comptable, de disseny i dibuix d’un atles il•lustrat del barri o del plor, el que en el dia a dia, envoltats de grues i de carrers tallats i de cartells que diuen que es ven i de cartells de nova promoció d’apartaments, vam ser incapaços de veure de debò. I d’entendre en tota la seva dimensió. L’última vegada que vaig veure dibuixar Lapin va ser a pocs metres de La Siberia, una de les deu fàbriques de gel que hi havia al Poblenou, en funcionament en aquesta cantonada del carrer d’Àvila amb el de Doctor Trueta des dels anys vint fins als setanta. Encara que a mitjan dècada passada es va parlar de convertir aquest edifici i els seus veïns, que fa diverses dècades que funcionen com a aparcament, en un complex de lofts i de moda, la crisi va paralitzar els projectes. Fins ara. L’illa, de 43.400 metres quadrats, va ser comprada l’any passat pel fons Meridia Capital, que planeja dedicar tres quarts del terreny a la construcció d’oficines i el quart restant, a habitatges. Dirigeix la inversió Javier Faus, MBA a Esade, exvicepresident econòmic del FC Barcelona, extresorer del Cercle d’Economia, vicepresident del Reial Club de Tennis Barcelona, que en els darrers quinze anys ha gestionat dos mil milions d’euros en inversions immobiliàries arreu del món. Ja han enderrocat uns quants edificis d’aquesta illa. Lapin està registrant una d’aquestes demolicions just en aquests moments. Em queda a tot estirar mitja hora amb aquesta llum, em diu. En primer pla ha dibuixat el cotxe aparcat. Més enllà hi ha la façana a mitges. I al seu costat, la grua, esquelet d’animal prehistòric. És una natura morta en tres passos. Només hi ha vida a la llum, que agonitza. La fàbrica de gel també seria un bon títol per a aquest pròleg i per a aquest llibre, penso mentre me n’allunyo, conscient que quan torni a passar per aquí probablement serà un complex logístic d’Amazon. Potser per això els meus dibuixos favorits d’aquest llibre són els dels passatges de Trullàs i d’Aymà, perquè la mirada de 180º de Lapin fixa a tot color dos llocs emblemàtics del Poblenou que ja no és, dos passadissos urbans, i els retalla sobre fons gèlid, blanc. Poblenou Febrer del 2018
61
Il lustracions i maquetació: Lapin Instagram: @lapinbarcelona / #lostpoblenou Prefaci: Jorge Carrión Correcció: Francesc Soto Edició i producció: Direcció d’Imatge i Serveis Editorials Edita: Ajuntament de Barcelona Directora de Comunicació: Águeda Bañón Director d’Imatge i Serveis Editorials: José Pérez Freijo Cap editorial: Oriol Guiu Producció: Maribel Baños Distribució: M. Àngels Alonso •
Passeig de la Zona Franca, 66 - 08038 Barcelona - Tel. 93 402 31 31 - barcelona.cat/barcelonallibres © de l’edició: Ajuntament de Barcelona © de les imatges: Lapin © dels textos: Jorge Carrión ISBN: 978-84-9156-143-9 DL: B-20.738-2018 Imprès en paper ecològic