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Cuántos son los muertos?
ALFREDO PARGA 9 de enero de 1971. J ean Pierre Beltoise consiente, durante 30 segundos, que los fotógrafos se ocupen de su persona. Después, embutido en su traje antiflama --casco azul en sus manos- rechaza ásperamente a un remiso que pretende obtener su imagen. Y suelta la primera mala palabra de ese día. (Como lo supo hacer en otras visitas). Ignazio Giunti -un calabrés de 29 años, afincado en Roma- sentado sobre el mostrador de su box está (y no está) en el mundo turbulento del ruido. Cerca de su pierna derecha, descansa el casco con el águila estilizada que, en imagen, dio la vuelta al mundo. Allí estableceré mi primer y único contacto con él. Ya lo había visto rodando a bordo del Ferrari P312 (P de prototipo, 3 por los litros, 12 por los cilindros). Y lo volvería a ver al día siguiente. Después lo seguiría viendo como no quise nunca ver un auto. Esa es otra historia. 10 de enero. Un auto rojo adelante. Es el P312 (En verdad, un Fórmula 1 carrozado. Con unas 900 vueltas de motor más, cuando tiene las ruedas al aire. Pero igual. Un F.1 carrozado) . Está adelante, empujado por una jaw·ía que no le concede reposo, pero que simultáneamen-
El fuego se apoderó del Ferrari P312. Merzario -su <::ompañero de equipo- aparece inmóvil, en el centro del drama.
te -¡oh, ironía!- lo respeta y Je teme. Es que el P312 parece estar en el inverosímil camino de tri turar a Porsche, la marca que acortó en 1970 el campeonato mundial. Sí. Está adelante. Montado por Giunti y su águila estilizada. (Por un momento, el idioma italiano parece cobrar nueva dimensión y oscurece la difusión que en los últimos tiempos alcanzó el de las islas, en el icampo deportivo automovilístico). Todo aparece perfecto en el dispositivo de la competición que sólo tiene un lunar: la ausencia del Berta.
Siempre el 10 de enero. Combustible: D e s d e que alboreó el siglo, un problema mortificó a los conductores de los automóviles. El combustible. Mortificó a tirios y troyanos. A los intrépidos de la Pekin-Paris. Y preocupa a los suicidas de Indianápolis o los inconscientes del Avus. (Sin que se escape el meticuloso conductor que con a1·istas rituales, se encamina el domingo -audazmente-- desde la plaza Congreso hasta el Delta, en su nuevo modelo). Aqui también el combustible pesaba. Porsche debía reabastecer a cada hora de mar::ha. El P312 necesitaba algo menos. Y en el box de Matra, una confus _ ión de reglaje trastornaría la marcha de Bclto1se. El azul auto francés quemó la última gota al llegar a la horquilla. El impulso permitió concretar el giro. Exangüe -silencioso de motorel Matra quedó al margen de la prueba. Porsche había empezado a detenerse por partes. Y el P312, al frente, dominaba. Hasta alli, dominaba.
Sigue el 10 de enero. El desastre: Beltoise _
olvidó lo que debía hacer. El, que hasta esto� d1as, encabeza una comisión de seguridad en el tránsito. Verdad. Pero también es verdad que Giunti no redujo la velocidad tablecen las sino que planilJas forzó su tren (e:omo lo e�que entregó, sin personahzar, una computadora neutral). Tan cierto como que entre los ltomhrcs con
Jeon-Piorre Beltoíse
Un muro de humo; un automóvil posa rugionto. El desastre. autoridad para vigilar la pista, no hubo uno solo que se echara sobre Beltoise, impicfü•ndole eruzar Ja pista, con su auto azul. Todo fue instantáneo. O casi. Cl ruido del golpe. El desprendimiento de partes de una y otra máquina, , envueltos en llama:.; que mezclaban rojo, negro y violáceo, en una incomprensible combinación. El mismo humo que se ribetea de negro azul cuando cobra altma que vi en el circuito del
Jarama, a1 estrellarse Ickx contra Oliver. Pero con otra consecuencia. Giunti era -fue- un cadáve1· i::uando su auto -lo que quedaba de ese auto- fue a detenerse muy cerca de la tradicional linea de llegada, en la recta principal. (Aunque alentara unos minutos más. Igual. Ya estaba muerto). (Repasando hoy -ahora- el proceso del desastre, uno piensa que todo pudo -debió-- ser peor. Autos por izquierda y derecha del P312. Beltoise caminando atolondradamente por el flanco de la linea amarilla de protección. Autobombas obstruyendo el avance. Bomberos. Cur;osos. Atrevidos e inconscientes. Un horizonte cerrado. Quebrado con mil obstáculos. Un muro, o poco menos).
Cuando el 10 de enero muere: Ese mismo día, el dibujo del sector del autódromo donde se produjo el -desastre, fue hecho una y otra vez. ¿Cuántas? No recue1·do. La pelicula de televisión de esa noche y del día siguiente -Y del otro día- no destruyeron las imágenes que las pupilas habían apretado bajo un ciclo que dejó de ser azul, cuando se desencadenó el drama. Ese dia y el siguiente y el otro, la curiosidad ajena exigía volver a encara1· el tema. ¿Porqué? ¿Quién tuvo la culpa? ¿No fue posible impedirlo? ¿ Debió ser así y no de otro modo?. . . Ese día y el sigui en te y el otro, en compañía de la palabra en argumento que tenía monotemática raíz, vislumbraba dos rostros. El de Giunti, con su silencio de antes y el definitivo del después.