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Dos fotógrafos hacen rutina en el confesionario de la intimidad
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Fotografías MARÍA ANTONIETA RODRÍGUEZ y MARTÍN CASTILLO. Texto MARJORIE DELGADO AGUIRRE
María Antonia Rodríguez se levanta somnolienta. Su cuerpo medio desnudo se dirige automáticamente a la poceta. Su esposo, Martín Castillo, hace lo mismo. Ambos hacen el ritual biológico de todas las mañanas. Orinan juntos. En los rituales de la cama son todo menos conservadores. Son ellos, sin el menor rubor, con un simulacro que apenas roza la propia naturaleza que encarna la imagen.
Sus fotos, teñidas de intimidad, rinden tributo a un acto de confesión, de sinceridad. La intimidad no desnuda sólo cuerpos, devela rutinas, escenas cotidianas en espacios cotidianos, paredes adentro. Eso que está generalmente oculto para ojos foráneos es exhibido en las paredes del Pabellón 4, una importante galería de fotografía contemporánea de Buenos Aires.
Tras la imagen. “La imagen del baño, que era algo que hacíamos espontáneamente juntos, dio inicio a este trabajo hace tres años. Se trata de una imagen que detona una discusión sobre los papeles en la pareja, las relaciones de poder y de sumisión. En ésta y otras fotos se transparenta la tensión en la intimidad que está implícita en toda relación de pareja”, deja escuchar Rodríguez por el hilo telefónico desde Buenos Aires.
No son imágenes fáciles, admite: “Tienen algo de violencia implícita, la sola idea de dominación ya es un poco violenta, incluso perversa, pero se trata de que el espectador complete la lectura a partir de su experiencia personal”. No es fácil ver y verse en esta dialéctica visual. Enfrentarse con imágenes que generen mecanismos de identificación, proyección o rechazo no es fácil. Requiere un esfuerzo personal por parte del espectador que también necesita introspección.
La pareja, que ha expuesto varias veces en Venezuela, hace énfasis en que no se trata de una mera travesura. “No es sólo déjame mostrar aquí, o dejo ver el pipí; eso, en realidad, es lo último que viene. Es algo más que ser atrevido. Algunas veces hay que desnudarse para darle sentido a lo que quieres expresar. Otras no. En todo caso, el desnudo es más introspectivo, más emocional que físico; es uno que, tras la sonrisa cómplice, se viene a la primera. Exige un acto de reflexión”. Castillo suscribe y se relaja. “También, la idea es hacer ver que no existe ningún problema en mostrarse tal y como uno es, sin mayor prejuicio”.
No desdicen de la rutina. Para ellos, no es la palabra odiada, la que asusta, la que mata el deseo y el amor. Las rutinas son inseparables de la pareja y no necesariamente deben ser negativas. La rutina, ayudan a construir un juego entre dos, una complicidad. “Todo el mundo tiene una rutina en su vida, pero a veces pasa por encima de ti y no le das importancia; mucho menos, la fotografías y ni se te ocurre mostrarla. Para nosotros es un hecho significante y no la quisimos dejar pasar”, comenta Castillo.
Asegura que, de alguna forma, las imágenes de la muestra constituyen un acto riesgoso: “a mucha gente le molesta este tipo de fotografías, uno se arriesga a ser mal visto, pero lo hacemos sin que nos importe mucho la opinión de los que piensan así. Para mí, son la puesta en escena de una vida común y corriente”.
Quizá el riesgo de las fotografías no está en lo que muestran, sino en lo que hacen ver. ¿Qué diría Freud? No es difícil imaginar una mueca de complicidad; en la habitación.