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Italia fue mi fiesta
Fotografías e imágenes CARLA PERICLES / ARCHIVO DE LA MEMORIA TRANS
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Se corrían rumores que había un tipo que tenía un Peugeot 504 cremita que mataba a las chicas, no me acuerdo si le decían el atrapa mariposas o el mata mariposas. Me había tomado un whisky porque tenía miedo, el alcohol me daba coraje, pero ese día estaba borracha.
Me desocupo de un cliente y me meto detrás de los árboles para acomodarme la ropa, cuando salgo, veo un Peugeot con las mismas características del tipo, estaba de pie con la puerta del coche abierta y una pistola en la mano. Me dice: “subí al coche”, yo le digo: “no me tires, yo hago lo que me digas”. Me acerco y, cuando él se gira para abrir la puerta de atrás, yo me adelanto y le tiro una patada con tanta suerte que le hago caer el arma de la mano. Me tiro encima y pienso: “antes que me mate, lo mato yo”. Luchamos, le di una paliza y no lo soltaba. Pasaron coches a mirar de cerca. A pocos metros, había una parrilla y los policías hacían como que no me conocían. Uno me dice: “¿sos loca, Carla? ¿Qué estás haciendo?” Le contesto: “llévalo en cana que es el atrapa mariposas”. “¿Él mata a las travestis, no?”, me dice el nuevo comisario.
Pasa como una semana, sale una de estar presa y me dice: “el comisario te busca, dijo que te va a matar, lo lastimaste todo. Está arañado y mordido”. Un día, llego a mi casa y el chico que vivía conmigo me avisa: “te busca la Raquel. Si querés verla, búscala en la casa de su hermano”. A los meses estaba en un avión con destino a Francia, sin saberlo iba hacia mi ansiada libertad. Mientras volaba, ya iba tirando todos esos miedos que tenía.
Lleguo a Francia, estoy tres días, no me gusta. Entonces, mi amiga propone irnos a Italia. Pero como ella no pudo ir en ese momento, me fui sola. Llego a Roma en tren, a la estación central que es muy parecida a la de Retiro. La gente es muy parecida. Salgo de ahí y encuentro a un muchacho joven, entre señales y un poco de italiano, que había aprendido cuando mi padre me llevó a vivir con él a un lugar donde habían muchos italianos. Algo había aprendido. Bueno, tratando de hacerme entender, me dice que conoce un hotel. Voy y allí estaban mis amigas argentinas, y me quedo con ellas un tiempo. Cuando viene mi amiga de Francia y me lleva a vivir con ella y a trabajar a la calle Cristóforo Colombo.
Una noche, me quedo sola trabajando, ya era tarde, se habían ido todas. Tenía un poco de miedo, me pongo a hacer autostop y me para una chico, me pregunta a dónde voy y le digo: “al estadio Olímpico que está cerca de donde vivo”. Mientras me lleva, vamos hablando. Me pregunta de dónde soy. “Argentina”, le respondo. Me mira y me dice: “¿No sabés hablar italiano?” “Poco, poco”, y me sonrió. El me mira y me dice: “¡qué linda sonrisa!” Llegamos, lo invito a pasar y me dice: “hoy no, pero mañana al mediodía vengo a enseñarte italiano”.
Y así fue. Pasan 45 días y Danielle todos los días viene a enseñarme su idioma. Hablo con el director del hotel y le pido un departamento para vivir sola, me lo da y me mudo. Le cuento a él y me dice: “¿Puedo quedarme a dormir con vos?” Le digo que sí.
Ahí empieza mi romance.
Llega el mundial del 90, Italia está de fiesta y yo con mariposas en la panza, me enamoré. Un día, me llama por teléfono: “¡Prepárate un bolso, porque nos vamos una semana al mar!” Cuando estamos volviendo por la autopista, escuchando a Eros
Ramazzoti, él me mira y me dice si quiero irme a vivir con él, ni lo pienso, le digo que sí. Vivo los mejores siete años de mi vida. Una vez más, mi intuición no me falla. Conozco personas maravillosas. Por primera vez en mi vida soy inmensamente feliz. Él me enseñó a quererme y a valorarme. En esos siete años, todos los días fueron distintos. Ni siquiera cuando me separé fue triste, en el instante que me dijo que nos teníamos que separar, le dije que lo entendía. Años más tarde, me cuenta que tuvo una hija, se llama Carla… Carla Pericles.