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Álbum Familiar
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Fotografías y texto JOTA REYES
La construcción de ciertos registros familiares se interpreta como la recolección de una serie de eventos cotidianos a los que se les ha otorgado un argumento de relevancia. En este contexto, los espacios fotografiados donde se desarrollan las actitudes o semblantes de los actores que conforman la historia suelen ser incontables. Es así, que la captura de dichas acciones humanas es ejecutada según una serie de criterios socialmente establecidos, reglas generales que dictan la significancia de lo que debe ser “recordado” y “atesorado”, así como mostrado. La edad de los representados, por ejemplo, se encuentra en estricta relación con el acto: los primeros baños de los niños, son acciones que no deberían quedar fuera de la colección familiar. No obstante, existen registros que fluctúan entre la construcción de la memoria familiar y la censura a la mirada pública. Fotos secretas que, en su oscuridad, tienen impregnados hechos latentes de esta narrativa cronológica, piezas faltantes pero existentes: la negación, el olvido, el bochorno, el secreto de la desnudez de la mujer amada… Alterar las pautas establecidas, así como explorar territorios privados a través de la fotografía puede resultar un ejercicio mágico.
Es así que el cuerpo y su relación directa con la ducha construye actos performáticos a la espera de ser representados, transformados en una especie de constatación de los hechos, si del registro y de la memoria se trata.
Ahora bien, la cotidianidad se compone de un sinfín de acciones corporales que pasan inadvertidas; la pose que ha sido pulida a lo largo de la vida; o bien la que empieza a tomar formas específicas en la niñez; tienen la cualidad de hacernos creer que somos lo que nos muestra el espejo. La acción de olvidar la colección repetida de reflejos para disparar a través del agua, visibilizando ciertas rutinas de los cuerpos que amo, sostienen el accionar de esta primitiva mirada.
La irrupción en cierta parte de la intimidad de mis hijos y mi compañera con el fin de adueñarme de recuerdos tangibles se activa por diferentes frentes: por una parte, el impulso de visitar la sensualidad de ella a través del deseo, el reconocimiento del paso del tiempo, la materialización de la confianza y el robo de un permiso que erróneamente creo que me pertenece, y por otra, la ansiedad que provoca el proceso de crecer y el apego por conservar la enseñanza paternal a través de errores y aciertos; capturar la forma en que se transforma el pequeño sapiens en erectus —si, a la inversa— cuando supera las pequeñas gotas de agua que caen en su rostro, amenazando con quitarle el aliento, a la vez que su hermano mayor va adoptando la vergüenza a la exposición desnuda e impone sus propias