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Héroes del Brillo
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ABIMAEL GUZMÁN, 1992. FOTOGRAFÍA ANA CECILIA GONZÁLES VIGIL
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Así como en Lucha se inscribe la idea de la acción a través de la fotografía de aquellos marginados del sistema dominante, las comunicaciones oficiales y su aparataje de propaganda, nos muestra también como el Poder se ha apoyado en la imagen técnica desde que ésta se instaló como el escribano social que certifica la veracidad de los hechos que se escenifican delante del material sensible. Estas páginas que editamos dan cuenta, desde el documentalismo, de secuelas sociales de las violencias cometidas por los estados de la región y también, de cómo la narración con fotografías ha operado en las políticas colaborativas entre las personas. Por series fotográficas, sabemos de mujeres encarceladas y de abuelas que persisten en buscar a los suyos- que, por cierto, se apoyan en la insistencia inagotable de las capacidades forenses de la fotografía. Revisamos literatura de propaganda editada por dictaduras y también trabajos desde el Arte de exilios, o resignificación de archivos de la prensa roja.
Esta primavera austral, que ha precedido el cambio de década, ha sido el escenario para numerosas manifestaciones sociales en toda la región. Las escenas cambian, pero el malestar unifica los discursos. Mientras, la fotografía se ha hecho presente en calidad de testigo, agitador, denunciante y escenificador de miles de propuestas que se superponen en muros, calles, publicaciones y, por sobre todo, en redes sociales. Si en el primer número de la revista nos preguntábamos para qué servía la fotografía, en esta edición es la fotografía que propone y se reinventa como medio para seducir y luchar desde el poder de los símbolos.
Fotografías y texto FEDERICO ESTOL
Son unos tres mil lustrabotas los que diariamente salen a las calles de La Paz y la ciudad de El Alto en busca de clientes. Hay de todas la edades y, en los últimos años, se han convertido en un fenómeno social único en la capital boliviana. Lo que caracteriza a esta tribu urbana es el uso del pasamontañas para no ser reconocidos por personas de su entorno dado que, hace tiempo, esta labor se relaciona con la droga y la delicuencia. La discriminación que atraviesan es enfrentada con estas máscaras. En sus barrios, no saben que se dedican a esta tarea, en la escuela lo ocultan e incluso sus propias familias creen que tienen un oficio distinto cuando bajan desde El Alto al centro de la ciudad.
Durante tres años, colaboré con los sesenta lustrabotas nucleados en el periódico de los lustrabotas “Hormigón Armado”, planificando una visualidad conjunta en talleres participativos de relato gráfico, incorporando los elementos locales de la nueva arquitectura andina y realizando sesiones fotográficas donde colaboramos como productores de un fotolibro callejero para luchar contra el estigma social.
La máscara es su identidad más fuerte, los invisibiliza al mismo tiempo que los une. Al igual que los superheroes el anonimato colectivo, los hace fuertes frente al resto de la sociedad. Este proyecto es su resistencia contra la exclusión sufrida por su trabajo.